9.
‘¿Qué tal? –dijo el abogado
del excuñado de Helen Wyner mientras estrechaban sus manos–. Gracias por
recibirme’. ‘Dígame cuál es el motivo de su visita, me incomoda
muchísimo perder el tiempo’. ‘Como sabe, mi cliente ha estado enviándole
cartas que han sido devueltas’. ‘¡Por supuesto! No me interesan en
absoluto. ¿Cómo se atreve?’. ‘¿Y no tiene curiosidad por saber lo que
cuenta en ellas?’. ‘Ninguna, se lo aseguro’. ‘Entonces, no me
queda más remedio que hacerle un resumen’. ‘Oiga, estoy muy ocupada, le
ruego que se marche’. ‘Yo también lo estoy, señora, pero no me iré de
aquí hasta que escuche lo que vengo a decirle’. ‘Tiene diez minutos, ni uno
más’. ‘Sobran siete. Pensamos que, durante el proceso, la presunción de inocencia
no se contempló y tampoco la propuesta de enajenación mental que alegamos en
fase judicial. Tuvimos la sensación de que la condena estaba decidida antes del
inicio. Ahora las cosas han cambiado, un tribunal de apelación ha admitido nuestro
recurso y es posible que, si todo se hace dentro del marco de la ley, salga del
corredor de la muerte. Por eso quiere hablar con usted para que conozca su
versión de los hechos y la verdad de lo que ocurrió’. ‘¡Qué desfachatez!
Deje que le diga una cosa: la única realidad visible es que ese individuo
asesinó a su hijita simplemente por no asumir el divorcio ya consumado y abocar
a la madre de la criatura hacia el delirio y la destrucción’. ‘A ver, eso
está por demostrar. Las pruebas fueron muy confusas, la sangre encontrada bajo
las uñas de la pequeña no pertenecía a mi defendido, se puso en duda la
declaración de los testigos presentados por la defensa, ningunearon los
informes psicológicos aportados y ni siquiera los investigadores hicieron algo
por localizar al presunto sospechoso del que dimos toda clase de detalles. Casi
puedo asegurar que al coincidir con la elección del nuevo gobernador había
prisa por terminar cuanto antes y colgarse alguna medalla. En fin, para
determinar si los hechos son verdad hay que demostrarlo’. ‘Caballero, el
tiempo se ha agotado. Tengo una reunión y le ruego que me disculpe. Comprendo
que esté obligado a creer la versión del cliente, entra dentro del sueldo, pero
créame, ese tipo es un monstruo depredador con piel de cordero’. ‘Tremenda
rotundidad en sus palabras. De todas formas, piénselo, y si acepta la
propuesta, llámeme y prepararé la visita’. ‘Adiós’. Paul Cox, el
consejero escolar, irrumpió en el despacho con un montón de carpetas bajo el
brazo. ‘¿Ocurre algo, querida? Traigo el nuevo modelo de impreso para solicitar
la matrícula del próximo año, hay que hacer una selección dependiendo del perfil
de cada solicitante, ya sabes cuan exigentes se han vuelto ahora los de arriba’.
–Helen, abrazada a su cuello, comenzó a llorar compulsivamente–. Tranquila.
Cuéntame qué ha pasado’.
En
la misma Sala de Juntas donde se vivieron momentos muy angustiosos cuando
secuestraron a los alumnos, además de tratar temas relacionados con el
funcionamiento de la escuela, era el de lugar de encuentro para socializar conversando
de cosas banales o transcendentales, de coyunturas de crisis o de euforia, de
complejos y superaciones, de miedos y de audacias. En definitiva, un espacio
perfecto para escribir juntos determinadas páginas personales en el diario de
ruta compartida. Presidida por una mesa ovalada de madera rústica, con nudos en
relieve como tallados a mano y bajo una capa de barniz que ocultaba los grandes
secretos de cuántos pasaban por allí, creaba el ambiente idóneo de acogida que Paul
Cox y Helen Wyner aprovecharon muy bien. ‘¿Quién era ese hombre?’. ‘El
abogado de mi excuñado’. ‘¿Y qué quería para haberte alterado así?’.
‘Que vaya a verle a la cárcel’. ‘¿No te apetece?’. ‘No es eso’.
‘¿Entonces? Perdona, sino quieres contarlo, no lo hagas, pero si necesitas
desahogarte, aquí me tienes’. ‘Gracias. Es una historia muy dolorosa que
nunca debió suceder’. ‘¿Lo tomas sin leche ni azúcar, verdad? –preguntó
desde el mueble auxiliar, de puertas abatibles, con cafetera siempre encendida
y vasos desechables–, A veces confundo los gustos de cada uno’. ‘Nada’.
‘Con la edad he aprendido que compartir problemas en voz alta con alguien
ajeno a tu círculo cercano –prosiguió él–, es una terapia bastante
recomendable porque te permite hacerlo al desnudo, sin pudor, hundido o enfadado’.
‘Yo también lo creo’. ‘Te escucho’. ‘Mucho antes de trabajar
con vosotros, mi hermana Beth, que siempre fue muy liberar, muy feminista, muy
transgresora y que no creía en el matrimonio, se casó, para sorpresa de todos,
en Las Vegas, sin decir nada a nadie. Su matrimonio nunca fue un camino de
rosas. Se quedó rápidamente embarazada, aunque por las cuentas quizá ya lo estaba.
Era restauradora de muebles antiguos, le llovían los encargos, y gracias a eso
podía sacar adelante a los suyos: una niña preciosa y un esposo ludópata, drogadicto,
borracho, delincuente…’. ‘Y la supongo incapaz de reconocer a la verdadera
persona que dormía a su lado’. ‘Exacto. Incluso, si mi madre o yo
hacíamos algún comentario en su contra, reaccionaba como gata en celo, defendiendo
lo indefendible y justificando lo injustificable, hasta que la cruel realidad
cayó sobre sus hombros de por vida’. Buscó pañuelos de papel dentro del
bolso y se sonó la nariz. ‘Tranquila.
¿Otro café?’. ‘No, mejor un poco de agua’. ‘Claro’. ‘Un
día, tenía encargados materiales especiales para reparar el escritorio de
estilo colonial de la mujer del fiscal del distrito, la acompañé a Montgomery,
y lo pasamos agradable, comprando regalos, paseando y almorzando en nuestra
cervecería favorita. Pero, de regreso a Elberta, mamá nos esperaba en el porche,
nerviosa y llorando. Habían llamado del colegio, la niña llevaba días sin ir a
clase, estaba con el padre en su turno de custodia, así que, como no le
localizaban, además de avisarnos a nosotras también llamaron a la policía. Llevé
a Beth a la oficina del sheriff y cursamos la denuncia por desaparición. Veinticuatro
horas después, un agente del FBI, que ha resultado ser el mismo que ha venido
por el secuestro, nos recibió. Detuvieron a mi excuñado con el permiso de conducir
caducado, cuando trataba de pasar la frontera de Canadá. Comprobaron que había
orden de busca y captura contra él. Tras un interrogatorio interminable y
desafiante por su parte, confesó que la muerte de su hija fue accidental,
aunque las pruebas dijeron lo contrario’. ‘Qué cabronazo’. ‘Tardaron
más de dos semanas en localizar el cuerpo de la pequeña, anduvo al despiste,
contradiciéndose, con el único propósito de no hallarlo y quedar libre’. ‘¿Lo
encontraron?’. ‘Sí, acotaron el perímetro de búsqueda y apareció semienterrada
entre unos matorrales y en avanzado estado de descomposición’. ‘Horrible’.
‘Figúrate, desde entonces mi hermana visita el cementerio casi a diario, y cuando
no lo hace es porque está ingresada en el psiquiátrico. Sufre bruscos cambios
bipolares y si su organismo no responde a la medicación, se vuelve agresiva con
el consiguiente riesgo de autolesionarse. Como ves, bastante triste’. ‘La
violencia ejercida contra los niños y las niñas de familias desestructuradas,
apenas sale a la luz, por eso hay tan poca estadística’. ‘Nunca reconoció
el asesinato –concluyó Helen–, a pesar de haberle jurado a Beth que se arrepentiría
de dejarle’. ‘¿Qué piensas hacer?’. ‘Lo que hasta ahora: ignorarle’.
Sonó el timbre del recreo y los pasillos se llenaron de gente menuda con ganas
de correr al aire libre. Paul y Helen entendieron que la conversación había
llegado a su fin antes de que la sala se llenase de profesores en sus veinte
minutos de relajo.
Anthony
Cohen, hasta nueva orden, suspendió los interrogatorios en la central del FBI en
Birmingham, coincidiendo con la teoría mantenida por el negociador de que
faltaba un eslabón que completase la historia tan confusa respecto a la
presunta violación de la hermana del secuestrador por parte del antiguo director
de la escuela. Y, aunque lo investigaban al detalle, igual que las coartadas
aportadas, volvían una y otra vez a la casilla de salida: las piezas no
encajaban. Razón de más para volver no sólo a la ciudad de Foley, sino también
al pueblo de Elberta, con la esperanza de hallar la clave que desenmascare a
ambos. A punto de alcanzar el último tramo de la route 98, respondió a
la llamada de una de sus fuentes. ‘¡Qué pasa, pelirrojo! ¿Tienes algo para
mí?’. ‘Primero veamos qué me das a cambio’. ‘Cuidadito conmigo
que te meto en chirona y no sales en años’. ‘Pues tú veras, pero creo que
puede interesarte la información que poseo’. ‘¿Cuál?’. ‘Ven y lo
sabrás’. ‘¿Dónde estás?’. ‘Te llamo desde el teléfono público de
la gasolinera Chevron, en el 4095 de Jack Spring Rd, de Atmore’. ‘¿En el
condado de Escambia?’. ‘Sí’. ‘No te muevas hasta que llegue,
estoy a unas cuarenta millas’. Pisó el acelerador, no quería que se le
escapara, como ocurría tantas veces, así que, llegó antes de lo previsto. Al
otro lado de los surtidores, cruzando la carretera, le visualizó sentado en el
suelo, con las piernas cruzadas, sobre un montículo de tierra y maleza. ‘Dame
un cigarrillo –pidió el informante–, que no se diga que has perdido la generosidad
propia de la agencia de investigación a la que representas’. ‘Al grano, tengo
prisa y no estoy para escuchar tus gilipolleces’. ‘No te impacientes,
colega –cogió un pitillo de la cajetilla y con mucha picardía se guardó el
paquete–. He oído por ahí que investigas un turbio asunto’. ‘¿Eso
dicen?’. ‘Y que andas perdido’. ‘¿Tú crees?’. ‘A ver, este
es el trato: quiero que mi expediente policial quede limpio’. ‘No me
hagas reír’. ‘Muy bien. Entonces, te enterarás por la prensa’. ‘Seamos
razonables, todo dependerá del valor que contengan tus palabras. A priori no
puedo prometer nada desconociendo el contenido’. ‘¿Te suena el nombre de
Daunte Gray?’. ‘No’. ‘Es un joven de color que está preso en el
Centro Correccional Fountain por un delito no cometido. El sheriff Landon, al
que conoces bien, y no precisamente por su defensa de los negros, organizó una
redada nocturna por los bares de la zona sin calcular que a esa hora sólo los
frecuentaba la comunidad blanca. Tras sus clases nocturnas de piano el muchacho
regresaba a casa atravesando el descampado que siempre le asustaba tanto. Dos
patrullas de policía le cortaron el paso, lo demás, cuando cumplas nuestro
trato, lo sabrás…’.
En
el Estado de Alabama el otoño es uno de los espectáculos más impresionantes
de la naturaleza, expuesta en una colcha de colores tejida con hojas de arce
que se extiende desde las montañas del norte hasta alcanzar el sur de la región.
La amenaza de la jornada anterior pronosticando la llegada de un huracán se
hizo patente a medianoche, cuando al tomar tierra alcanzó la categoría 1, cogiendo
por sorpresa a muchos, ya que esos fenómenos atmosféricos no eran habituales en
esa época del año. Al día siguiente Betty Scott, jefa de comedor, bajaba por el
sendero que parte de la Iglesia Baptista, donde cada domingo se reconciliaba
con Dios a través del reverendo y sus plegarias. Descendía tranquilamente,
disfrutando del paseo, hasta que el camino se dividió en dos ramales: Uno hacia el pueblo, el otro a las afueras. Cogió
el segundo, y al avanzar media milla, el cielo se tornó amenazante, como si de
repente la oscuridad sobrevolase desafiante por encima de su cabeza. Apretó el
paso, y los primeros relámpagos vertebraron el firmamento. En la casa todo
estaba tranquilo, se cambió de ropa, pellizcó un pico de la tableta de
chocolate y comenzó a ordenar el garaje para cuantificar los destrozos del
tornado. No eran muchos, pero apiló bastantes cosas inservibles como una estantería
arrancada de la pared. Entonces, al colocar varios botes con hembrillas,
tuercas, clavos, escarpias y alcayatas vio que faltaba una de las escopetas de
su marido y la caja con las municiones. ‘¿Adónde vas? –preguntó al hijo
mayor que aún vivía con ellos–. No me gusta que salgas con este viento, hay árboles
arrancados de raíz y los que permanecen en pie tienen las ramas a punto de caer’.
‘De caza con los amigos. Me llevo el arma de papá’. ‘¿Le has pedido
permiso?’. ‘No hace falta’. Salió dando un portazo que retumbó
también en el piso de arriba. ‘¿Qué ha sido eso, Betty? –gritó el esposo–,
mira que sabes cuánto me molestan los golpes, y tú no dejas de trastear. Haz el
favor de quedarte quieta’. ‘Ha sido tu hijo, se llevó la escopeta’. ‘Déjale,
así se hará un hombre’. No obstante, intuía que el chico frecuentaba malas
compañías y que en el vecindario estaba en boca de más de uno. Una mañana, comprando
en el mercado de verduras, oyó a algunas personas comentar que le vieron
apalear, junto a otros hombres, a una mujer negra y en presencia de su niñito
de cinco años, cuando se disponían a coger el autobús de regreso a Montgomery.
Sabía que asistía a las reuniones que los miembros supremacistas convocaban en
el granero del suegro de Mitch Austin, actual director de la escuela donde ella
trabajaba. Y que, como por diversión, intimidaban a las jovencitas de color por
el simple hecho de marcar el territorio que no debían traspasar. Ella consentía,
hacía la vista gorda, le justificaba y, hasta secundaba su discurso racista. Pero
lo que realmente le preocupaba era que la poca experiencia del muchacho le llevase
a la muerte. ‘¡Sube de inmediato! –ordenó la voz masculina desde la segunda
planta–. ¿Es que no me oyes?’. ‘Ya voy, impaciente’. ‘¿Dónde
te metes, estúpida? –recibió una bofetada–. Cuando yo te diga que
vengas, vuelas’. Desaparecieron las nubes dando paso a una puesta de sol en
el horizonte. El tren de los granjeros silbó a lo lejos, a la vez que él la forzó…
Se puede empezar el año de mil manera y una muy apetecible es leyendo tus textos. Sigue adelante, te auguro un 2022 repleto de palabras. Un beso, nena
ResponderEliminarAhora que estoy perdido entre montañas y una débil conexión abre la ventana mi teléfono con el resto del mundo, miro los Pirineos nevados y leo esta delicia que acaba de llegarme por correo electrónico. Gracias por poner pie en tierra.
ResponderEliminarNo entiendo la capacidad de maldad del ser humano para con sus semejantes simplemente porque su color de piel sea diferente, o porque es mujer en el caso de Betty.
ResponderEliminarDescribes tan bien esa perversidad que a mí me hace daño.
Maestra en las exposiciones.
Como siempre gracias.
Rigurosa, disciplinada, directa, fuerte y con un chorro de sensibilidad envidiable, nos sumerges en el corazón de la América profunda.
ResponderEliminarEs un gran privilegio poder disfrutar de de este gran regalo que nos haces. Gracias. Besos
ResponderEliminarNo te leía desde 'el año pasado'... y veo una narración de vértigo que se "devora" sin querer. Gracias siempre porque siempre me sorprendes con tu forma de narrar. Suerte y salud para el nuevo año. Besos.
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