Llengües.
Publicado en El Periódico de Catalunya el 03 de abril de 2013 Pincha aquí
Dedicado a la persona
que me ha proporcionado el
material
para construir esta historia
Al acabar la carrera de
periodismo en Madrid, y tras meses de buscar trabajo sin obtener resultados,
probé suerte en Barcelona, donde me cogieron de becaria en una radio local. Al
poco de estar allí, empecé a concienciarme de la importancia que tiene conservar
la identidad de un lugar, transmitiendo con naturalidad que la diferencia no
pretende levantar fronteras sino consolidar el espacio que le corresponde. Poco
a poco fui aprendiendo el idioma, acostumbrándome a una manera de pensar más
abierta, más universal, más respetuosa. Algunos fines de semana volvía a ver a
la familia y a los amigos. Entonces me daba cuenta del alcance que aquí, por la
desinformación que dan algunos medios de comunicación, el mensaje de la diversidad de lenguas estaba errado.
Hasta donde alcanzaba mi poder, intentaba hacerle comprender a los míos que la
realidad era otra cosa, que lo que aquí llegaba estaba trastocado, pero, salvo
dos o tres personas que se interesaron por lo que decía, el resto prefirieron
quedarse en el estereotipo de la ira. Al regreso a la Ciudad Condal, y contando
con que mi contrato finalizaría en breve, me propuse difundir y defender la llengua catalana. Hasta mí llegó la
noticia de que había una endocrinóloga, Ángels Cardona, de mucho prestigio, que
se dedicaba a ir por la península conferenciando sobre su especialidad y, de
paso, transmitiendo con sosiego que el multilingüismo aporta, como poco, a la
especie humana, riqueza de miras. Por eso me era
de vital importancia conocerla y cambiar impresiones con ella. Pero la vida da muchas vueltas y no me quedó más remedio
que volver a Madrid.
La
primera vez que vi a Ángels Cardona fue en la tribuna del Auditorio del Palacio
de Congresos de Madrid. Daba una conferencia sobre Alteraciones en la menopausia y su alimentación. Me habían invitado
unos colegas que sabían el interés que despertaba en mí esta persona. Su verbo
fluido, sin tecnicismos, con términos que todos entendíamos, me atrajo desde el
principio. Ángels era una mujer menuda, extremadamente delgada, con la piel
tostada y ese olor innato a salitre que desprenden las personas que están en
contacto con el mar. Al finalizar el acto, un amigo común nos presentó. “¿Qué
opinión le merece la incorporación a nuestra dieta mediterránea del tofu, la comida oriental que se prepara
mediante la coagulación de la leche de soja? –preguntó alguien–. La doctora,
con templanza, dijo: “No veo inconveniente en aceptar e incorporar a nuestras
costumbres todo lo que suponga una aportación saludable”. Intercambiamos
algunas palabras más pero, dado lo solicitada que estaba, me hice a un lado.
Presentía que llevaba una historia adherida a sus suelas y quería ser yo quien
la escribiera. El cóctel que siguió a continuación fue corto, al menos así me
lo pareció. Antes de que acabara, fui a despedirme de ella. Me dio una tarjeta,
asegurándome que me llamaría, ya que también la habían hablado de mí.
Aunque el termómetro del coche
indicaba que a esas horas la temperatura exterior era baja, la sensación de
frío no era excesiva, porque el viento se había retirado. Entre unas cosas y
otras daban las once de la noche cuando llegué a casa.
Los nervios me tenían últimamente desvelada, así que, ante la
perspectiva de dar vueltas en la cama, dudé si hacerme un Nespresso o abrir una botella de vino. La decisión no fue costosa:
me senté delante del ordenador, con una copa de 6 Vinyes de crianza, de las bodegas Laurona, del Montsant,
un caldo muy bueno de Catalunya que compro por Internet. Cargué el navegador y
en el buscador puse el nombre y apellidos de la doctora. Salieron infinidad de enlaces que a su vez remitían a otros;
prácticamente los conocía todos ya que hacía tiempo que la seguía, pero, de
cuando en cuando, colgaban noticias nuevas sobre su persona. El cuerpo del vino
en mi paladar y el manto de la madrugada, que caía como una gasa sobre los
tejados, ayudaron a quedarme dormida.
Trabajaba en un periódico cubriendo
pequeñas noticias locales, pero, lógicamente, aspiraba a más; quería salir del
encasillamiento al que me tenían sometida, y para eso necesitaba presentar algo
de calidad, algo que enganchara. El ambiente en la redacción estaba tan
crispado como a pie de calle, con temas candentes y susceptibles de empeorar:
Sanidad, congelación de salarios, reforma laboral, reforma educativa, a cual
levantando la ampolla más alta. La investigación que llevaba en paralelo a mi
trabajo iba sobre las lenguas. Quería escribir un gran artículo que, a ser
posible, saliera a doble página, a raíz del despropósito de querer españolizar a los alumnos catalanes,
relegando la llengua de este país a
un cuarto lugar, lo que, a mi entender, era y
es violar el derecho y herir la sensibilidad de una Catalunya cada vez más
indignada, como lo estaba yo, y no solamente por el hecho de haber vivido allí,
sino por principios democráticos y cuestiones de sentido común que siempre he tenido
bien arraigadas.
Al menos dos meses después de la
conferencia, una tarde, a la hora de la merienda, sonó el teléfono de mi mesa.
“Hola. Soy Ángels, Ángels Cardona. ¿Se acuerda de mí? Prometí llamarla y así lo
hago. La persona que nos presentó me ha contado de su gran implicación hacia lo
catalán y su generosidad para con nosotros y nuestro sentir. Y me preguntaba si
le apetecería tomar algo conmigo”.
Me citó en la cafetería del Círculo
de Bellas Artes. Como llegué primero, elegí una mesa redonda, pegada a la
ventana. Hacía mucho que no iba por allí, así que, con ojos de forastera que
quieren fotografiarlo todo, no perdí detalle de aquel lugar de inmensa belleza:
sus techos altos, con el lienzo enmarcado que preside todo el centro, los
apliques de luz con cristales cayendo en cascada, aumentando mucho más la
elegancia, las columnas de color blanco como a punto de inaugurar la puesta de
largo, así como la silla de madera maciza, con cojín azul, que no recordaba, y
que me pareció bastante confortable. Ya habían encendido el alumbrado
artificial de las calles; por eso adiviné que La Cibeles resaltaría en el centro de la plaza, y que la silueta de los
edificios perfilaría su contraste en el paño
oscuro de la noche. Ángels llegó en punto, nos besamos y vinieron a tomarnos
nota. Acompañaron a las dos cervezas un plato con olivas. Iniciamos la
conversación con cordialidad, pero la impaciencia no me dejaba disfrutar en
plenitud del momento, así que, de forma rápida, introduje en nuestra charla el
elemento que más me interesaba. Quise que me hablara de su experiencia, no la
profesional, si no la de activista, y, más
concretamente, de la repercusión que había tenido su respaldo al Manifest a
favor de la diversitat de llengües, algo que desde aquí, –como he dicho
antes– por absoluta desinformación, es malentendido, distorsionado, denostado.
“Mira,
aquello supuso para mí un paso al frente; significó posicionarme en primera
línea, haciendo llegar a los de dentro lo importante que es explicar las cosas
fuera, a pie de calle, con palabras llanas, sin discursos políticos; para que
llegue con transparencia que la cultura, la gastronomía, la lengua, las señas
de identidad de un país son las células madre del mismo, aquello que lo
engrandece, que lo hace libre, que renueva de
generación en generación las raíces de donde surgimos. Yo, como catalana, –sin
entrar en valoraciones de signo independentista cuyo análisis requeriría mayor
profundidad–, te diría que me siento muy
orgullosa de lo que hemos avanzado en ese sentido. Pondré un ejemplo: cuando
visito la escuela y los niños de ahora se manejan con total soltura en los dos
idiomas la alegría recorre todo mi cuerpo. ¿Sabes dónde quizá empeora el
entuerto? Pues
que fuera de Catalunya, y más concretamente aquí, en Madrid, se piensa
que queremos arrinconar o destituir el castellano, y no es así, tú lo sabes;
ambas lenguas pueden convivir perfectamente, compartir cientos de hectáreas y complementarse la una con la otra haciendo hincapié,
fundamentalmente, en que el multibilingüismo
fortalece el músculo de la libertad. A veces tengo la sensación de que piensan
que lanzamos cuchillos al aire, que tratamos a los no nacidos en nuestra tierra
como si fueran intrusos. Tú sabes que no, que
la realidad es otra y cualquiera que visite alguno de nuestros rincones verá
que es bien acogido y comprobará que el estado
de excepción no se ha reinstaurado.
Ya sé, nunca se debe generalizar, pero cuando pedimos respeto es porque nos
sentimos ofendidos, y últimamente más, porque desde no se sabe muy bien dónde,
¿o sí?, se ocupan de aumentar la crispación jaleando a las masas para que se
levanten. No sé si me explico, aunque por
otro lado está muy claro, y bastaría con divulgar el siguiente mensaje: cuando se pierde una
lengua por ignorancia, por conceptos retrógrados de muy malas intenciones, una
parte de nosotros muere con ella. Catalunya es un país que hay que conocer, una
nación que merece la oportunidad de crecer, un territorio con personalidad, con
plante, con estructura y una población con herramientas propias para abrirse
camino. Así que no va a quedar más remedio
que sacudir la alfombra para barrerla de prejuicios, hacer oídos sordos a
aquellos que manejan los hilos del desencuentro, y construir entre todos, los de fuera y los de dentro, un
terreno rico en diversidad, para darles en las narices a los que se empeñan en
ahogar nuestros orígenes, los de cada uno”.
Desde entonces, y aunque no conseguí
que me publicaran el reportaje, mi compromiso con Catalunya es, si cabe, más
fuerte, porque, juntas o por separado,
hacemos llegar al resto de la península el sentir de un país cuya finalidad no es levantar barricadas, sino, más bien, acoger
a todo aquel que quiera saber, explicando la historia bien contada, como
hicieran conmigo. Después, cada uno tiene el
grado de implicación que quiere, y se deja robar un pedazo del corazón, como
hice yo, porque al costat de la seva gent faig el camí d’un poble que té una
rica història i per univers tot el futur –junto a sus gentes hago el camino
de un pueblo que tiene una rica historia y por universo todo el futuro–. Confío
plenamente en que las generaciones que están por venir
entierren el hacha de guerra, se manejen naturales en la multipluralidad
y no sigan alimentando la consigna desagradable de “conmigo o contra mí”,
porque el enemigo no son, ni mucho menos,
los hombres y mujeres cuya primera lengua no sea el castellano, de manera que
al adversario habrá que desenmascararlo,
precisamente, cuando haga correr la hostilidad para romper las relaciones.
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