20.
Cuando William Harrison estando en
la oficina recibe la llamada de la oficina del sheriff del condado de Olmsted,
con sede aquí, en Rochester y nosotros salimos detrás de él, no sabemos muy
bien hacia dónde vamos. Sin embargo, incorporados los autos al carril que lleva
directo al hospital, nuestra incertidumbre desaparece. Aunque le hemos seguido,
llegamos quince minutos después que él. Una vez dentro, camina desesperado de
un extremo a otro del pasillo preguntándose cómo no ha sido capaz de ver la
magnitud de la desesperación de su esposa hasta el punto de conducirla al
suicidio, dato que revelaría a posteriori el resultado de la autopsia realizada
por ingesta masiva de pastillas. El médico que recibe a la paciente en las urgencias
de Mayo Clinic, certifica su muerte treinta minutos después. El cuerpo
inconsciente lo encuentra la hermana de la fallecida que vive unas cuadras más
allá y la visita a diario. Extrañada de que no abriera la puerta, ni hubiera ruidos
en el interior, cogió la llave de debajo de una maceta, recorrió la planta
baja, paseó la vista por la cocina observando que no había nada en la lumbre,
subió al dormitorio y la halló inconsciente a los pies de la cama con varios
blísteres vacíos, tirados por el suelo y una botella de Whisky que también lo
estaba. Entonces, azarada, marcó el 911. ‘Emergencias’. ‘Por favor,
mi hermana ha perdido el conocimiento y no responde. Dense prisa…’.
Rodeados
por los agentes que escoltaron a la ambulancia, ambos cuñados contestan a la
batería de preguntas que hacen los investigadores. ‘¿Dónde estaba entre las 3
p. m. y las 6 p. m.?’. ‘Preparando unos actos para el Día de la Tierra’.
‘¿Puede probarlo?’. ‘Ahí están mis compañeros –señala en nuestra
dirección a la vez que nosotros corroboramos su coartada–. Pues claro que
puedo’. ‘Sin embargo, abandonó su puesto de trabajo, ¿no es cierto?’.
‘Sí, porque la policía se puso en contacto conmigo’. ‘Señora, ¿exactamente
a qué hora llegó a casa de la víctima, y por qué fue?’. ‘A las 6.45 p. m.,
cómo siempre, porque a las 7.00 p. m. leemos juntas la Biblia, tal y como nos
enseñaron nuestros amados padres’. ‘Discutió con su mujer antes de irse?’.
‘No. Apenas conversábamos, ni se levantaba’. ‘Explíquese’. ‘Hemos
intentado tener hijos, pero no se ha quedado embarazada’. ‘Necesitaremos
los informes médicos que tenga, serán clave para las pesquisas’. ‘No se
apuren, existe un largo historial al respecto’. ‘Continúe’. ‘Agotadas
todas las alternativas para concebirlo sin resultados positivos, planteé la
gestación subrogada, lo cual resultó impensable dados los principios religiosos
de ella. Así que, decidimos recurrir a la adopción’. ‘¿Y qué pasó?’.
‘Viajamos a Ecuador convencidos de que en Portoviejo sería más fácil, tal y
como nos habían asegurado, aunque en el último momento, cuando nos iban a
entregar a la niña, una montaña burocrática insalvable torció nuestros planes y
perdimos el dinero entregado’. ‘¿Qué relación hay entre ustedes dos?’.
‘¡Bromea! Jamás me dejaría tocar por mi cuñado –suelta, ruborizada–. El
marido de otra es sagrado. Lo dice el Libro del Deuteronomio en 5.21: “No codiciarás
su casa, su campo, su siervo o sierva, su buey o asno, nada que sea de tu prójimo”.
Ir en contra de eso es antinatura’. ‘¡Oiga! –salta un familiar que
ya no aguanta más–, podían tener un poco de sensibilidad, eh. Acaban de
perder a su ser querido. Hombre, por favor, que los están criminalizando mientras
que ellos aguantan el tipo sin romperse’. Esa sola frase ha bastado para
que se hagan a un lado, no sin antes advertir que en cuanto asignen un
inspector al frente del caso, tendrán que declarar en el Police Department.
Apoyados en la fría pared de azulejo blanco que despide el insoportable olor a
éter, adherido ya a la lechada ennegrecida entre juntas, observamos con
absoluta perplejidad la escena anterior que he descrito. En el extremo opuesto,
el vaivén de sanitarios empujando camillas, respiradores artificiales y toda
clase de aparatos médicos, colocan la realidad en el perímetro exacto: ese punto
donde se baten en duelo la esperanza y la desolación, las buenas y las malas expectativas,
la pena y la alegría, la vida y la muerte…
Al
entierro de la mujer de William, en Calvary Cemetery, sólo asisten los
allegados a consecuencia de la limitación de aforos en lugares públicos, los
demás, y de manera escalonada, vamos pasando por su casa durante la jornada. Ayudado
de dos muletas, y bajo mi atenta vigilancia, Glenn Clemmons avanza despacio por
un sendero de piedras cuya maleza ha borrado antiguas huellas. En el porche nos
espera Georgia para entrar juntos, antes lo hace un mensajero de la
organización que trae una ostentosa corona de flores. Los padres de la víctima,
dos octogenarios en la recta final de esa década donde uno lo tiene ya todo
hecho, y al borde casi de la demencia, han viajado desde Kentucky con otro hijo
para darle su último adiós a alguien de quien apenas recuerdan el nombre. En la
zona del patio interior hay una mesa alargada con toda clase de bebidas no
alcohólicas, pastelitos de diversos sabores, así como sándwich de crema de
cacahuete y plátano, presentes que han ido trayendo vecinos y conocidos de la
pareja. En el centro de la sala principal una fotografía de la difunta preside
la ceremonia a punto de empezar. ‘Gracias por venir, compañeros’. ‘No
tienes que darlas –digo–. ¿Qué tal estás?’. ‘Agobiado, y sin
saber muy bien cómo manejar todo cuánto se me viene encima’. ‘¿Aquel
tipo excéntrico que acaba de entrar –pregunta Steven por detrás de nosotros–
es rabino o reverendo?’. ‘Ni idea. Mis suegros son muy religiosos y por consiguiente
sus vástagos también. Hoy tuvimos un primer desencuentro entre incineración o
entierro. Han ganado ellos contra mi voluntad’. ‘¿Cómo va la
investigación?’. ‘En standby’. ‘Por lo visto ha dejado una nota
escrita donde cuenta porqué ha terminado con su sufrimiento de manera tan cruel.
Aún no he tenido acceso a ella, según dicen no tengo de qué preocuparme, todo
irá bien’. ‘Seguro que sí –afirmamos–. Pronto se aclarará’. ‘Eso
espero, tengo la conciencia muy tranquila’. ‘Creo que te andan buscando –dice
Jeff, al que no hemos visto llegar–. Lo lamento muchísimo, compañero’. ‘Muchas
gracias. Pues sí, son unos viejos amigos. Chicos, tomad algo. Voy a saludarlos’.
‘Claro, ve sin problema. Mañana nos vemos’. ‘Oye, no hace falta que te
reincorpores tan rápido –trato de sonar convincente–. Tómate tu tiempo’.
‘Gracias por el ofrecimiento, pero necesito salir cuanto antes de este
círculo enfermizo donde cualquier decisión o motivo de alegría hace que me
sienta culpable’. Una de las anfitrionas que continuamente pasa con
bandejas y una sonrisa, como si se le fuesen a desencajar las mandíbulas, toca
una campanilla y todos los asistentes enmudecimos prestando atención. ‘Queridos
hermanos –dice, mirando al cielo–, coged vuestras biblias y recemos’.
Nosotros, nos hacemos los escurridizos por la puerta de atrás…
En
octubre de 2001, en una cena organizada por Alaia en nuestra casa para despedir
a unos colegas suyos, que emprendían viaje a Oriente Próximo, donde realizarían
reportajes sobre el conflicto entre Israel y Palestina, oí hablar por primera
vez de la Base Naval de la Bahía de Guantánamo ya que había saltado la información
de que el presidente George W. Bush establecería allí la prisión militar tras
el atentado del 11-S. De aquella conversación aprendí lo importante que es analizar
las cosas desde distintos ángulos para consolidar la propia perspectiva. Lo que
no sabíamos es que, a aquellos conversadores de verbo despierto, se les complicaría
muchísimo el regreso a Estados Unidos al resultar heridos en aquel bombardeo, que
barrió la torre del aeropuerto y edificios oficiales en el centro de la ciudad
de Gaza, uno de ellos próximo a las oficinas de Yasir Arafat, como respuesta a
la emboscada sufrida por un autobús de colonos israelíes en el norte de Cisjordania.
En la actualidad, además de la solicitud de más de una veintena de senadores
demócratas, personalidades del mundo de la política, diplomáticos
latinoamericanos y académicos, han dirigido una carta a Joe Biden en la que piden
el cierre definitivo de dicho recinto. Muchas veces Glenn y yo hemos dialogado sobre
ese tema. ‘Obama pudo haber acabado con esa pesadilla cumpliendo su promesa
estrella de campaña –dijo una vez tomando un cóctel artesano en Bitter &
Pour, en la histórica 3rd street de Rochester–, ahora el destino de las personas
encerradas allí queda en manos de una incógnita oscura e incierta’. ‘No
siempre se dan las circunstancias propicias para llevar a cabo una propuesta –argumento–.
Sin embargo, poniendo en práctica un buen tejido de relaciones públicas, un
total de 15 presos van a ser trasladados a Arabia Saudí’. ‘Estoy de
acuerdo contigo, Markel, en todo caso los que quedan dentro siguen sin
beneficiarse de la Convención de Ginebra que garantiza el derecho internacional
humanitario’. ‘Lo sé. Conozco la dureza de sus interrogatorios, y la
precariedad en la que viven los presos con grilletes en pies y manos encerrados
durante meses en celdas diminutas donde nunca se apaga la luz eléctrica para
distorsionar el descanso’. ‘Fíjate, todavía voy más allá: no tienen
derecho a un abogado, como tampoco ninguna organización humanitaria puede
entrar en las dependencias. Dime pues qué horizonte tienen’. No supe
contestar entonces y dudo mucho que pudiera hacerlo ahora.
Los
tres que estamos en la oficina tratamos de comprender un estudio lanzado por un
equipo de prestigiosos meteorólogos y físicos de renombre mundial en el que afirman
que, en un futuro no muy lejano, habrá menos huracanes, aunque serán mucho más virulentos
y destructivos, ya que, a consecuencia del calentamiento global, la evaporación
del agua del océano será mayor y, por consiguiente, esta clase de fenómenos
atmosféricos se realimentarán mucho más. Aunque, para enterarnos bien de lo que
pone, Glenn Clemmons, nuestro científico, tendrá que explicarnos con palabras sencillas
qué es eso de la “complejidad de la dinámica de los sistemas”. Pero será en
otro momento, ahora está volcado en la conferencia que dará en la Universidad
de Minneapolis sobre el deterioro en las infraestructuras de los gaseoductos. No
obstante, la entrada de un par de fax con dos noticias de actualidad nos cambia
el paso: El secretario de Seguridad Nacional, el cubano Alejandro Mayorkas, afincado
en California ha anunciado que al menos cuatro madres, tres de América Latina y
una mexicana, deportadas sin sus hijos a sus países de origen durante la era
Trump, van a reunirse con ellos en Estados Unidos, como harán también en lo
sucesivo miles de familias que viven alejadas de sus pequeños. ‘Bueno, parece
que la gestión entre una administración y otra empieza a tomar distancia –ambos
me miran incrédulos–. ¿Qué opináis? Y mojaos, eh. Nada de demagogias’. ‘Hombre,
teniendo en cuenta que sólo se quedarán temporalmente –interviene Jeff–,
para mí es insuficiente porque da la sensación de cumplir tímidamente una promesa
electoral, lejos, como digo, de las expectativas que muchos habíamos puesto en
ello’. ‘Y no sólo eso, es que el puente fronterizo entre Reynosa en México
e Hidalgo en Texas es un espacio abierto donde las personas deambulan fuera de
la realidad –completa Steven, cuyos lúcidos planteamientos muchas veces nos
dejan fuera de juego–. Pensad esto: ha habido mucha prisa por cerrar el
campamento de Matamoros porque recordaba al anterior presidente. Sin embargo, a
56 millas al oeste, levantan otro a toda hostia para ubicar a los recién
expulsados’. ‘Tienes toda la razón –añado– aunque no se puede
mucho más, los cierres se amparan bajo el paraguas de la emergencia pandémica
que nos azota’. ‘Entonces, parece que a los migrantes siempre les toca
bailar con la más fea, ¿no?’. ‘Sí’. ‘¿Y la otra noticia cuál es? –me
pasan el folio–. No, joder’. ‘Pues vete haciendo a la idea –asegura
Steven irónico–, porque el abogado defensor del expolicía Derek Chauvin,
declarado culpable de homicidio imprudente, asesinato en segundo y tercer grado,
por la muerte del afroamericano George Floyd, ha presentado una moción para
solicitar un nuevo juicio al considerar que el jurado no actuó libre ni
imparcial, sino intimidado y amenazado racialmente, y que el tribunal fue incapaz
de aislarlos de la opinión pública para que ésta no interfiriera en el
veredicto’. ‘Ya, y también arremete contra la Fiscalía –continúa
Jeff–, a la que reprocha que no actuó de forma adecuada’. ‘Es decir –prosigo–,
que de darse el caso de revertir el veredicto sentenciado en sala, sería desde
luego un escándalo internacional y un síntoma de enfermedad democrática’. ‘Que
yo recuerde –aclara Steven, nuestra joven promesa que se siente eufórico–,
algo así ha ocurrido muy raras veces’. ‘Bueno, está por ver. Perdonad, tengo
que recoger a Georgia para llevarla a Saint Paul’. ‘¿Por lo de la
custodia de la niña?’. ‘Exacto. Glenn está en mi casa preparando su
conferencia y aún necesita ayuda para determinadas cosas. ¿Le echáis una mano?
No sé cuánto tardaremos’. ‘Tranquilo, había quedado para cenar con unos colegas
y, a última hora, han cambiado de planes –dice el chico–, yo me ocupo’.
‘Muchas gracias’.
La desenvoltura que ofrecen tus textos, con ese alma estadounidense que llevas tan metido, pone de manifiesto tu admiración por el país de las oportunidades, un territorio que conocen tan bien como los nativos. ¡Admirable, nena! Un beso
ResponderEliminarEste post me suena a denuncia de muchas actitudes (religiosas, políticas, judiciales) y que por lo visto son el pan nuestro de cada día y en cualquier lugar del mundo.
ResponderEliminarTodo lo que se haga es poco para sacarlo a la luz.
Un grano no hace granero, pero .....
Gracias a tus textos tenemos mas presentes estos temas e injusticias sociales y nos haces reflexionar sobre ellos. Gracias! Besos
ResponderEliminarMe siento parte del relato, lo vivo... No hay problema social que no te ocupe y preocupe lo que demuestra la grandeza de tu corazón. Generosa, solidaria y gran escritora. Mil gracias. Besos.
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