21.
‘¿Estás preparada, Georgia?’.
‘Sí’. ‘Entonces, vamos allá’. ‘¿Glenn viene con nosotros?’.
‘Qué va, anda liado con la conferencia para la Universidad de Minneapolis
sobre el deterioro en las infraestructuras de los gasoductos. Ya sabes que
cuando está preparando algo se entrega por entero’. ‘Entonces, arranca
el carro’. ‘El tío es oportuno, ahora que la Casa Blanca está alerta por
el ciberataque a Colonial Pipeline, va él y monta una charla con estudiantes sobre
lo poco que invierten las empresas encargadas del mantenimiento por la mejora en
estas construcciones’. ‘Ya’. A la salida de Rochester a ella se le llenan
los ojos de lágrimas al pasar por delante de Toys R Us pensando en su
pequeña, por la que hoy emprende un camino doloroso y de final incierto. Tan
sólo media docena de automóviles circulan a gran velocidad por la US-52 bajo un
cielo azul, intenso, desafiante… Los campos de maíz, en su esplendor verde
amarillento, levantan el telón del escenario donde se va a desarrollar la
primavera, cuyo pronóstico augura que será más calurosa a la anterior por el
aumento de temperaturas que sufre el planeta. A nuestra derecha, poco antes del
cambio de sentido para la salida a Oronoco, dan ganas de hacer un alto y degustar
una sabrosa hamburguesa casera de salchichas de arce de manzana, queso fundido
y huevo por encima, regada con la tradicional cerveza de la zona, pero el delicado
asunto que nos lleva a la capital de Saint Paul hace que no nos desviemos de la
ruta. Manojos de viviendas particulares separadas entre sí por varias millas, aportan
vida a la monótona recta que enlaza una ciudad con otra. La sequedad de Zumbro
River, afluente del río Mississippi,
apenas una charca a pie de autopista da una idea de los estragos que sufre la
naturaleza. El silencio viaja entre nosotros como un pasajero más, roto de vez
en cuando por la música country que tanto nos gusta a los dos. ‘A
partir de aquí encontraremos camiones de gran tonelaje –digo, y callo al no
atraer su atención–, van hasta Dakota del Sur’. Conforme avanzamos el
cielo se torna más nublado, transformándose en el misterioso paisaje de la noche
que brota porque sí en mitad del día. Los postes de luz, con sus tentáculos de
cables amenazando con caer y electrocutarnos, son una maraña abandonada de feas
infraestructuras sin renovar. A consecuencia del embudo que se forma cuando hay
un control policial, la entrada a Saint Paul es lenta. Por el espejo retrovisor
observo la soledad de la escalinata que conduce a Minnesota Judicial Center,
donde si el destino no depara lo contrario pronto se verán las caras Georgia y
su exmarido peleando por la custodia de la niña. Ubicado unas cuadras más allá,
en el edificio de fachada acristalada, en John Ireland Blvd, está el
bufete al que vamos. Doy una segunda vuelta y encuentro aparcamiento.
El
primer cortafuegos que salvamos es el mostrador de información donde Georgia confirma
su cita. Minutos después un pasante nos conduce por la galería acristalada que
da a la avenida principal, hasta una habitación con estanterías llenas de libros.
‘Esperen aquí, enseguida les atienden’. Hacemos un reconocimiento rápido
de la estancia observando que no tiene ni una mota de polvo. Ella se detiene
delante de la fotografía de cuerpo entero que hay encima de un mueble auxiliar.
‘¿Quién es?’. ‘Clarence Darrow, abogado estadounidense, nacido en 1857,
en Ohio. Fue miembro del Partido Demócrata’. ‘¿Y qué tiene de
particular?’. ‘Pues que defendió en Detroit a once ciudadanos negros
acusados de asesinato. Se acababan de mudar a un barrio blanco de donde quisieron
echarlos, en la reyerta murió uno de los patrulleros urbanos. En el juicio, el
letrado convenció al jurado invirtiendo el caso’. ‘¿Quedaron libres?’.
‘Claro. Argumentó que de haber sido al contrario, jamás se habría puesto en
duda la inocencia de un compatriota implicado en el asesinato a un hombre de
color. A partir de ahí se dedicó al Derecho Penal, y a luchar contra la pena de
muerte’. Oímos el taconeo fuerte y firme de alguien que se acercaba. Una mujer
con traje de chaqueta en tres piezas de diseño clásico con toques vanguardistas
del diseñador Ralph Lauren, irrumpe en la sala. ‘Tomen asiento, por favor’.
‘Perdone, ¿el señor Spencer no está?’. ‘De momento permanece apartado
por asuntos propios, mientras tanto yo le sustituyo. He leído con atención su
caso y estoy segura de ganarlo ya que reúne muchos ingredientes a nuestro favor,
aunque habría que realizar algunos cambios en el planteamiento hecho por mi
colega. Eso sí, vaya haciéndose a la idea de que será una travesía larga. Dependerá
también de la empatía que ejerza el magistrado que nos toque. ¿Está dispuesta a
seguir?’. ‘Nunca lo he dudado’. ‘Puede darse a veces la
circunstancia habiendo un menor de por medio, que las partes acuerden un entendimiento
cediendo ambos’. ‘No lo creo posible, hemos llegado muy lejos’. ‘Hay
una posibilidad que yo no descartaría, aunque no sé si le va a gustar’. ‘¿Dígame
cuál?’. ‘Si alegamos su enfermedad como pieza dominante. Es decir: si lo
enfocamos desde el punto de vista de que la niña es para usted parte de la
terapia que ayuda a su lado emocional a levantarse cada día, quizá el juez lo
tome en consideración’. ‘No transmitiré lástima, si se refiere a eso,
jamás lo he hecho. Tener cáncer no significa desarrollar mutaciones de alma en
pena. Además, mi niña no es ningún tratamiento paliativo, es lo mejor que me ha
pasado, tiene seis años y necesita a su mamá, como también la figura de su
padre. Por tanto, tal y como acordé con el señor Spencer, ayúdeme a recuperarla’.
La firmeza de esas palabras molestó a la jurista, que tuvo que ajustar el
discurso en propuestas directas para satisfacer el interés de la cliente. ‘Perdone
mi falta de delicadeza’. ‘Tranquila. ¿Qué posibilidades hay de
arrebatarme a la pequeña?’. ‘En 1993, en Los Ángeles, Anthony Baker, pleiteó
por la custodia de sus cuatro hijos y perdió. Fundamentó la demanda en el hecho
de que su exesposa padecía una enfermedad degenerativa. Tras interrogar a los pequeños
y apoyándose en los informes psicológicos realizados a los mismos, su señoría
determinó que fallaba a favor de la demandada, sentenciando al demandante a correr
con todos los gastos del proceso e indemnizarla por haberle ocasionado un daño
moral deshumanizado. Podríamos emprender la acción por ahí’. ‘Mire, haga
lo que tenga que hacer, pero sea elegante. Lo único que me interesa es que se cumpla
lo acordado en convenio’. ‘Muy bien, me pondré en contacto con el
abogado de su exesposo y convocaré una reunión –ya de pie, añade–: Antes
de irse le facilitarán mi correo electrónico. Envíeme ahí las fechas en las que
tiene el tratamiento, y así no lo hacemos coincidir’. ‘Claro’. ‘En
cuanto sepa algo se lo hago saber’. Salió con la misma frialdad y
prepotencia con la que llegó. ‘¿Te has fijado en el pin de la solapa? –digo–.
Joder, no me gusta nada’. ‘Sí, es de la National Rifle Association –contesta
con esa ironía tan suya–. He crecido rodeada de esa insignia en cada rincón
mi infancia, incluso ahora mismo mis hermanos la lucen con orgullo’. ‘Oye,
me siento mal por haberte recomendado este sitio’. ‘Quien me atendió la
primera vez fue una persona delicada en el trato y en las formas, nada que ver
con ella,’.
Tras
completar el examen grafológico de la nota hallada por la policía junto al cuerpo
inconsciente de la mujer de William, cuyo manuscrito pertenece a ella tal y
como aseguran los expertos, se desclasifica de la investigación el contenido de
ésta donde pone de manifiesto que toma la decisión de quitarse la vida sin
coacción de terceros, a consecuencia de la frustración por no haber sido madre,
despejando así la duda del principal sospechoso: su marido. En la misma, confiesa
que, a pesar de no haber realizado pruebas médicas concluyentes, el problema
para no concebir era de ella, pero que calló por vergüenza y miedo a ser
repudiada. Ahora, llegado el momento de cerrar la página de los altibajos
emocionales que tanto daño han causado en su relación de pareja, tocaba separar
los caminos y sentirse libres cada uno en su dimensión. Concluye dando las
gracias a todas aquellas personas conocidas y allegadas, así como a su esposo,
al que dedica unas hermosas y sentidas palabras pidiéndole perdón por la cobardía
de no llegar juntos hasta el final de los días. Según narra ese episodio tan
íntimo con la voz entrecortada, observo caer las lágrimas por las mejillas de
mis compañeros, afanados en la preparación de la cena que tiene lugar en mi
casa. Steven ha traído una botella de auténtico tequila reposado, regalo de sus
tíos mexicanos. ‘¿Nunca bajó la guardia dejando entrever que barajaba el
suicidio –pregunta Jeff– o se comportaba con normalidad?’. ‘Nada
lo fue para nosotros desde el regreso de Ecuador. Por ejemplo, era muy coqueta y
se arreglaba, aunque no saliera. Sin embargo, de repente cambió y aparecía
desaliñada, falta de energía e incluso paseaba por el barrio en ropa de cama’.
‘Supongo que os disteis cuenta ¿no?’. ‘Sí, claro. Y la convencí para
ir al psicoanalista, además llevaba años en tratamiento psiquiátrico, pero no
contemplé la posibilidad de que llegase tan lejos, sobre todo por las creencias
religiosas en las que fundamentaba su existencia. Y mira por dónde…’. ‘Prever
las cosas que ocurren dentro de la cabeza de cada persona es imposible –apunta
Jeff–, ninguno portamos un bluetooth capaz de transmitirle al otro nuestras
alarmas y desórdenes psíquicos’. ‘¿El venado os gusta en su punto o muy
hecho? –pregunto, por poner los pies en la tierra y suavizar la tensión–.
Cuidado con la barbacoa Georgia, no te quemes’. ‘Quiero agradeceros –William
continúa hablando– las veces que, ante los jefes, habéis cubierto y
justificado mis ausencias. Me siento muy orgulloso de cada uno de vosotros, sólo
espero estar a vuestra altura cuando me necesitéis’.
Con
los licores llega el relajo, convertido en un espacio de tiempo donde ponemos a
prueba la capacidad para improvisar y discernir a través del lenguaje coloquial
aquellos conceptos que manejan los científicos con total soltura. ‘¿Has
recibido el estudio de la Universidad de Harvard donde debates sobre
climatología y huracanes? –dice Jeff–. Me pregunto qué nos esperará en
el futuro’. ‘Hombre, eso puedo responderlo yo –apunta Georgia–:
vamos a estar muy jodidos, pero que nos ilustre el científico’. ‘Mira
que sois pesados, eh. Lo he contado montones de veces: al disminuir la
frecuencia de estos fenómenos, si se forma uno, al tocar tierra, sacude con
mayor virulencia puesto que la subida de temperaturas en el planeta hace que
aumente la evaporación del océano. Ocurre lo mismo con las redes eléctricas, al
haber menos apagones, cuando surge una pérdida del suministro de energía, el
daño causado será más potente’. ‘¿Tú qué opinas, Steven?’. ‘A ver,
dentro del marco de la complejidad de la dinámica de los sistemas y salvando
las distancias de la ciencia con la comparación que voy a hacer – atento a
su reacción no aparta la vista de Glenn–, imaginaos una relación de pareja
con picos de celos que al principio y por cualquier tontería aparecen con
regularidad. El paso del tiempo y la falta de motivos hacen que esa respuesta
emocional sea más pausada, quedándose incluso en standby. ¿Pero qué ocurre si
de repente se reactiva la obsesión de la persona con dicha disfunción
patológica? Pues que, al haber recargado el combustible con lo peor del ser
humano, la respuesta será mucho más violenta’. ‘Es decir –William
rompe su silencio–, que cuando algo permanece dormido, al despertar aumenta su
potencia’. ‘¡Eso es! –Exclama Glenn Clemmons–. Al fin alguien que
me entiende’.
Georgia
ha salido a coger algo de su coche y viene descompuesta. ‘¿Qué pasa? –la
sujeto por el brazo–. ¿Te encuentras bien?’. ‘Enciende la televisión,
Markel –dice en un susurro mientras de reojo veo la pantalla de su móvil–.
Me acaba de llegar una noticia desconsoladora’. Las imágenes de la marea
humana, en su mayoría niños, adolescentes y bebés en mochilas de trapo a la
espalda de sus madres, alcanzando a nado territorio español, por la costa de
Ceuta, ponen al mundo patas arriba. Sobre objetos tan inseguros como botellas
de plástico atadas entre sí, se tiran al mar aún a sabiendas de que pueden
perder lo único que les queda: la vida. Soldados, personal sanitario, voluntarios
de ONG, vecinos…, se lanzan a la arena para darles calor con mantas contra la
hipotermia y caricias que tratan de paliar la vergüenza del abandono consentido.
‘¿Y ahora qué va a ser de ellos? –expresa Steven sin ocultar su emoción–.
Lamentable. Me pregunto cómo van a reaccionar los demás países’. ‘Ninguno
se mojará –concreta Glenn–, y en el mejor de los casos, instarán tanto a
España como a Marruecos a que resuelvan cuanto antes esta crisis migratoria sin
precedentes’. ‘Un momento, no nos equivoquemos –interviene Jeff–,
esto es un asunto diplomático que, aprovechando esa circunstancia, han
regurgitado a la gente de su lugar de origen’. ‘Sin duda –afirma
William–. Pero lo que requiere también es una reflexión por parte de todos, analizando
por qué cuando pasan cosas así, el miedo a la irrupción se integra en nuestro
circuito cerrado blindándolo’. Lo que queda de noche la pasamos pegados a
los informativos, hasta que la mirada suplicante de unos ojos oscuros que
apenas resaltan en el conjunto de su piel negra y cuya patria es el deseo de
prosperar dignamente, encuentra el abrazo de una joven con chaleco de la Cruz
Roja, que, con absoluta ternura y sensibilidad lo atrae hacia sí.
Es increíble como me haces cambiar los sentimientos con tus relatos.
ResponderEliminarPaso de tener animadversión por la abogada que atiende a Georgia, a sentirme parte integrante del grupo que arropa a William, para llegar a la impotencia que produce, por haberlo visto recientemente, la utilización de las personas como munición diplomática.
Un todo en uno.
Pensar que esto se acaba me pellizca el estómago, pero reconforta tener la certeza de que algo nuevo comenzará en breve. En cuanto al texto de hoy está muy bien resumido en el anterior comentario. Enhorabuena, maestra.
ResponderEliminarSerá magnífico poder disfrutar de tu relato cada semana, pero por otro lado con penita porque se acerca el final. Gracias. Besos
ResponderEliminarMe pregunto qué emociones sientes tú, Mayte, al escribir sobre estos personajes y sus circunstancias, debe ser pura magia...¡Quién supiera!
ResponderEliminarY esa capacidad de remover conciencias, de transportar al instante a lugares tan lejanos y sentir que participas en la historia... Gracias, amiga. No sé si es fácil pero me parece maravilloso. Besos.