19.
Un billete de 20 dólares falso ha
renacido en los Estados Unidos el símbolo contra el racismo definido cómo: odio
hacia los que vinieron hacinados en barcos negreros para trabajar de sirvientas,
nodrizas y en plantas agrícolas de tabaco, caña de azúcar o algodón, hasta que,
tras muchos años de sufrimiento, una vez abolida la esclavitud, sus
descendientes transitaron libres, algo todavía sin asimilar por quienes se consideran
superiores al tener la piel clara. Minneapolis, adonde hemos viajado Georgia,
Jeff, Steven y yo para asistir al acontecimiento histórico que mantiene al mundo
expectante, se ha convertido en santuario en memoria de George Floyd, acogiendo
la vigilia ininterrumpida que tiene lugar en la iglesia baptista Greater Friendship
Missionary, al sur de la ciudad, a las puertas del veredicto pendiente del
jurado contra Derek Chauvin, el expolicía acusado de asesinato al presionar con
su rodilla el cuello del afroamericano pese a la angustiosa súplica del detenido
que, reducido en el suelo, dice desesperadamente que no puede respirar. Durante
la espera, me asalta el paisaje de aquellas inmensas mansiones del siglo XIX, vestidas
en su interior al estilo colonial francés y ubicadas en antiguas plantaciones en
Louisiana, Virginia, Alabama o cualquier otro estado del sur, donde al negro de
aquella época, una vez explotado, se le azotaba para que aprendiera a obedecer.
Las mujeres de la misma etnia, en su mayoría aún niñas, además de encargarse de
las tareas domésticas eran violadas ante la impotencia de padres, maridos y
hermanos, pariendo a los vástagos del amo en el ostracismo de un roble ya seco.
Hasta que, ellas y ellos, agotados y envejecidos, eran vendidos en el mercado
de esclavos ocupando su lugar generaciones más jóvenes que serán sometidas a las
mismas presiones y maltratos que sus antecesores. De esa conmovedora historia que
culminó en una guerra civil con la muerte también del presidente Abraham Lincoln,
a la aversión actual que experimentamos hacia el ser humano de raza diferente, han
cambiado los escenarios donde se ejecutan las acciones, pero muy poco la
esencia de éstas. Somos la primera potencia del mundo, el país más avanzado en ciencia,
la sociedad que más oportunidades brinda a nuevos emprendedores y, en cambio,
casi a diario, como rieles por el asfalto corre la sangre inocente de cientos
de miles de compatriotas asesinados, cuya crónica se escribe con nombre y
apellidos: Adam Toledo, 13 años, al que un agente disparó en Chicago segundos
después de que el menor tirase al suelo la presunta pistola que dicen que
llevaba y levantase las manos como se le indicó tal y como quedó recogido en la
grabación realizada por la cámara del propio policía. Miles Jackson, 27 años, hospital
en Columbus, Ohio, ingresado en urgencias bajo custodia policial, detectan que
lleva un arma y, en mitad del forcejeo para arrebatársela, se dispara, estos
reculan y al final le matan a tiros. Y, por supuesto, Daunte Wright, 20 años, abatido
a medio metro de la oficial Kim Potter, a unas nueve millas del tribunal situado
en el 18º piso del Centro de Gobierno del Condado de Hennepin, en Minneapolis, donde
celebran el juicio por George Floyd. La lista, desgraciadamente, es
interminable. La vergüenza ajena, también.
Cae
la tarde, avanzan las horas y buscando la claridad del infinito hacia el lejano
oeste, una columna de velas encendidas alfombra bulevares que recrean caravanas
de carretas tiradas por caballos. ‘I can’t breathe’. ‘Alabado sea Dios’.
‘I can’t breathe’. ‘Aleluya’. ‘I can’t breathe’. ‘Justicia
para mi hermano’. ‘Black Lives Matter’. ‘No a la supremacía blanca’.
‘I can’t breathe…’. Frases que resuenan como lamentos en los corazones de
la buena gente y preludian los primeros acordes de guitarra de la emblemática
canción de Bob Dylan, We shall overcome, que tanto recuerda al reverendo
Martin Luther King. Siento muy cerca el calor de las personas que colapsamos
las calles, los caminos, las avenidas y las arterias de toda el área metropolitana
donde se respira impotencia ante la segregación racial. A lo lejos, el viento
quizá esté agitando los campos de cebada o la ropa impoluta tendida de un
cordel entre postes. Puede que la vaca sea generosa y, además de dar abundante
leche para la casa grande reserve un poco en sus ubres con que calmar a otros
sedientos. Quién sabe… Abandono mis pensamientos y, entonces, a la voz de un
maestro de ceremonia, como efecto dominó, y en silencio, nos arrodillemos durante
9 minutos, el tiempo estimado que duró la agonía de Floyd. Supongo que son
varios los motivos que nos han traído hasta aquí, pero bien podría resumirse en
uno: defensa de la vida. La sospecha de que Derek Chauvin se acoja a la Quinta
Enmienda ha planeado sobre nuestras cabezas desde el principio, de igual modo que
la aplicación del código azul, esa regla no escrita que existe entre los
oficiales estadounidenses para no informar de errores, mala conducta o
brutalidad de los compañeros durante una detención o interrogatorio. Es decir, nuestro
mayor temor es que los testigos de la defensa tergiversen los hechos tachándolo
de drogadicto y conflictivo, lo que mancharía la reputación de George desviando
completamente el verdadero motivo: la muerte por asfixia de un hombre
desarmado. Afortunadamente no ha ocurrido nada de eso y el jurado por fin ha
declarado al agente culpable de todos los cargos por homicidio. Black Lives
Matter, gritamos todos… Entrada la noche volvemos a Rochester preguntándonos
por qué William no habrá venido con nosotros…
Semanas
después de regresar de San José del Guaviare, Glenn y yo –hasta que se recupere
vive conmigo– vamos a consulta con el cirujano que ha reconstruido minuciosamente
su rodilla derecha en una exitosa operación que duró más horas de las deseadas.
El buen pronóstico que los médicos auguraron desde el principio y la fuerza de
voluntad de este hombre al que pocas cosas se le ponen por delante están siendo
fundamentales para que muy pronto vuelva a estar en forma. Nos marchamos de
allí optimistas e ilusionados. Antes de arrancar el auto entra una llamada de
Georgia. ‘¿Dónde estás, Markel?’. ‘Saliendo del parking del Olmsted
Medical Center Hospital and 24-Hour ED. Ayer te lo dije, ¿recuerdas?’. ‘Cierto,
estoy fatal de la memoria. ¿Qué tal la revisión, Clemmons?’. ‘Perfecta.
En breve empiezo con los ejercicios de rehabilitación. Así que, estoy preparado
para la siguiente aventura’. ‘Calma, chico –digo–, deja que nos
recuperemos del susto que nos has dado’. ‘Oye –sigue ella–, el
próximo jueves iré a la capital de Saint Paul. Tengo cita con el abogado, el
bufete está cerca del Minnesota Judicial Center. ¿Queréis venir conmigo?’. ‘Pues
claro –responde mi copiloto–. ¿Asiste también la otra parte?’. ‘No,
sólo yo. Han preparado un documento con algunas condiciones que he de supervisar.
Quiero un proceso corto para que mi hija no sufra y estoy dispuesta a llegar a
un acuerdo razonable, pero no a costa de perderme un sólo segundo de los que me
correspondan a su lado’. ‘Verás como todo sale bien, compañera –afirmo–.
¿Te apetece cenar con estos dos buenos conversadores?’. ‘Encantada. Por
cierto, primera crisis política de promesa incumplida: Estados Unidos no puede
aceptar más migrantes de la frontera con México. ¿Cómo se os queda el cuerpo?’.
‘Luego comentamos’.
‘¿Te
ayudo en algo?’. ‘No, quédate tranquila. Enseguida nos sentamos a la
mesa’. Excepto las macetas con violetas que adornan la ventana de la
cocina, y algún objeto que pasa desapercibido, todo ha cambiado en casa después
de Alaia. Optar por reducir las cosas sólo a lo necesario guardando lo suyo en
cajas en el garaje, ha sido para mí un proceso lento y desgarrador, como quien
no quiere abrir las páginas de un determinado libro por no encontrar antiguas
notas o viejas fotografías, pero siempre hay algo que se te escapa o pasas por
alto. En uno de los viajes que hizo a Cartagena de Indias para National Geographic,
trajo cuencos de madera y cucharas que utilizábamos a veces para tomar aquella
sopa china que tanto nos gustaba. Georgia, que no consigue estarse quieta, los
saca del interior de un mueble y, antes de percatarme, sirve en ellos la ensalada
de siete capas que he preparado. ‘Entonces –nos increpa mientras damos
fin a un buen lomo de venado a la parrilla–, ¿qué pensáis de la probabilidad
de no aceptar a más refugiados?’. ‘Hay que ver cómo avanza el asunto –digo–.
Es lógico que las congresistas del ala progresista del Partido Demócrata como
Alexandria Ocasio-Cortez lo califique como inaceptable’. ‘También Ilhan
Omar se ha pronunciado al respecto diciendo que es una desgracia para los
pequeños que están en campos de refugiados porque ponen sus vidas en peligro –interviene
Glenn–, y lo expresa así de contundente porque lo vivió en primera persona’.
‘Por no hablar del malestar del Alto Comisionado de ACNUR –prosigue
entusiasmada–, y de otras voces críticas cuyas declaraciones esperamos como
agua de mayo’. ‘Bueno, pero hay que darles tregua para que reconduzcan
la situación de las llegadas masivas –expresa Clemmons–. A veces se
necesita más tiempo hasta poner en marcha las medidas concretas incluidas en los
programas electorales’. ‘Cambiando de tema –me dirijo a él–, tú, como
científico, ¿crees que Estados Unidos necesita de China para salvar la
Amazonía?’. ‘Esa pregunta no es de fácil respuesta. Primero hay que
limpiar la imagen dejada por la anterior administración a la que le importaban
un bledo los temas medioambientales, y después ser conscientes de que, tal y
como están las cosas, será difícil evitar que la temperatura global aumente por
encima de los 1,5 grados centígrados en la próxima década, con lo cual, yo
diría que no se resolverá dicha ecuación sin la ayuda del país oriental, por
muchos esfuerzos que haga la Casa Blanca por alcanzarlo en solitario. Y, más
aún, contando con que Brasil lidera las emisiones generadas por tala y quema, y
no concreta nada al respecto sobre la conservación de la mayor selva tropical
que existe, sólo un vago compromiso de eliminar la deforestación ilegal, pero
eso no es suficiente para revertir la catástrofe ecológica que es ya una
realidad’. ‘Claro, se asoma de puntillas porque las elecciones
brasileñas están al caer –apunta ella– y el electorado del actual
presidente quiere expandir la frontera agrícola y mineral hacia esa región
vulnerándola, ya que toda la nación de Asia Oriental son los principales
compradores de madera, carne bovina y cereales’. ‘Y no sólo eso, fijaos:
mientras que la economía mundial en los últimos doce meses se ha ralentizado
igual que otra serie de componentes en torno suyo, la destrucción de los
espacios vírgenes ha aumentado’. ‘Por lo tanto, si Europa arrimase el
hombro con Biden –intervengo– y congelara su acuerdo con Mercosur ¿no
sería suficiente?’. ‘No, se queda corto –dice tajante–. La
influencia de Occidente ahora es floja, y la nuestra también frente al tándem formado
entre Brasil y China. Por eso es muy importante que Estados Unidos convenza a
esta última para que frene sus compras al país soberano de América del Sur para
que ambas potencias remen en la misma dirección, sólo entonces la UE jugaría
también un papel importante’. ‘Coño, Markel, nos acabas de dejar con la
boca abierta –me halagan mis invitados–. ¡Cuánta razón tienes?’. Completamos
la velada viendo películas del Hollywood clásico y dorado, con cerveza y
palomitas.
A
la mañana siguiente, en la oficina, preparamos diferentes intervenciones que
tendremos por el Día de la Tierra: Steven coloca cronológicamente las
diapositivas para un acto que habrá por la tarde en la University of
Minnesota Rochester, encaminado para que los estudiantes tomen conciencia y
saquen sus propias conclusiones. Jeff monta en video el material de Glenn
traído de Chiribiquete que proyectaremos en una conferencia. Georgia ha
dibujado en cómic una historieta sobre ecología que quiere repartir por los
colegios, así que, se pelea con la impresora que a menudo se atasca. La radio
informa sobre los daños que ha dejado a su paso un ciclón en el Medio Oeste y
la advertencia de los gobernadores de la zona para que la gente permanezca todavía
dentro de sus domicilios. Todo parece normal, como si de repente el sosiego se
hiciese con las riendas del día a día. Sin embargo, William recibe una llamada
de la policía y, ante nuestro estupor, sale corriendo, tirando al suelo la
montaña de papeles que ordenaba…
Intuyo que la historia está llegando a su fin porque cada personaje va tomando su camino. Gracias por escribir con tanta sensibilidad. Un beso,nena
ResponderEliminarNo puede ser más oportuno tu principio del relato con la situación actual que tenemos en casa.
ResponderEliminarEse desamparo a los diferentes y sobre todo a los menores es cruel.
Que poca memoria tenemos para lo que nos estorba.
Gracias por remover conciencias.
Hay personas que saben conducirnos a la raíz de los problemas. Mayte tu arrancas esta entrega yendo a la raíz del tema "Un billete de 20 dólares falso..." es la excusa para dar rienda suelta a la resistencia que una sociedad, que invisibiliza a los que fueron esclavos-mercancías ("cosas"), tiene para reconocer los derechos inalienables. Felicidades porque en una sola frase consigues poner de relieve toda la trama de esta gran historia que sigo con tanto interés y pasión. Espero la siguiente entrega...
ResponderEliminar¿Qué decir a estas alturas de la narración? Que estoy agradecido por el regalo recibido y esperando disfrutar del remate a la extraordinaria "faena"... ¡Eres buena, amiga! Salud, suerte y gracias por todo. Besos.
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