domingo, 8 de noviembre de 2020

No puedo respirar

5.

Dieciocho meses después de que el huracán Katrina se llevara por delante la vida de Alaia, Iker y Sira, la burocracia me obligó a viajar a España porque la familia reclamaba la herencia a la que ellos tenían derecho, ya que nosotros nunca pedimos la inscripción consular para hacer efectivo aquí el matrimonio. Mamá consultó a un amigo abogado por si yo tenía algún derecho legal al respecto, a pesar de que lo único que me interesaba era terminar pronto y regresar cuanto antes. Así que, llegué a Bilbao con un manojo de llaves en el bolsillo, los deberes hechos, la moral por los suelos y el miedo a lo desconocido agarrado al runrún de las tripas. Cuando deseché el último cerrojo de la vivienda ubicada encima de la taberna, olía a vacío. Antes de rebuscar en los cajones buscando el presunto testamento que no aparecía, abrí una botella de txacolí con sabor a nostalgia. Me sentía un intruso vulnerando la intimidad de quienes, en realidad, apenas conocía. Empecé por la cocina, quizá porque al ser la pieza principal en el hogar de los norteamericanos, pensé que, entre latas de conserva caducadas encontraría la pieza del puzle exigida con agresividad. No fue así. Recorrí los dormitorios con la misma delicadeza de quien trasplanta una orquídea para no romper sus raíces. Sin embargo, en el rellano de la escalera donde también había huellas inconfundibles de ratones, me llamó la atención un mueble corto y estrecho que desentonaba con el resto. Necesité un cuchillo de hoja robusta para apalancar la puerta haciendo saltar por los aires el pequeño pestillo oxidado. Dentro, una libreta con nombres escritos en euskera y diversos documentos que me propuse ordenar conservaban el polvo del olvido incrustado en las tapas. Una característica muy americana es la individualidad del ciudadano motivándonos desde una edad temprana para ser independientes y responsables de las propias decisiones, pero quizá el mayor defecto que tenemos como sociedad sea creer que más allá de los Estados Unidos no hay ningún otro país, excepto Canadá al norte y México al sur. Por eso, mientras deslizaba la vista por los papeles descubrí por primera vez las palabras: izquierda abertzale, Euskal Herria, lehendakari, velódromo de Anoeta, Batasuna, herriko taberna…
          Desde que uno de mis primos convirtiera la casa de la abuela en una atractiva posada rural, atrayendo hasta la aldea de Herboso a un tipo de gente que desmarcándose de las masas y lo convencional optaban por el agroturismo para pasar sus vacaciones, en toda la comarca no se hablaba de otra cosa más que de las rutas que él mismo organizaba, haciendo que los clientes disfrutasen a pleno pulmón de la belleza del Valle de Carranza. ‘Dime una cosa –pregunto, mientras me instalo en la mejor habitación del pajar–: ¿Cómo te dio por montar esto?’. ‘Me dejó la novia cuando íbamos a casarnos y no soporté la posibilidad de encontrarme con ella cogida del brazo de otro. Así que, puse el monte entremedias’. ‘Vaya, lo siento. Pero conste que me alegro mucho del éxito que cuentan que tienes’. ‘No te creas todas las habladurías’. ‘Este entorno empareja bastante con los principios de la actividad profesional que ahora desarrollo’. ‘¿A qué te dedicas?’. Preguntaba desganado y por puro compromiso. ‘Soy activista contra el cambio climático. Vamos por ahí concienciando a la gente porque, o nos ponemos las pilas, o esto se va a la mierda’. ‘¡Vaya, vaya! Ahora resulta que el yanqui es más vizcaíno de lo que pensábamos’. ‘No te rías de mí. Oye, imagino que en invierno apenas tendrás clientes y será duro estar solo’. ‘Pocos, pero te acostumbras a la soledad. Además, da tiempo para preparar la temporada siguiente. Mira, dejemos las cosas claras: si te manda tu padre porque quiere parte de lo suyo, sepas que todos los meses ingreso el alquiler en la cuenta que abrieron los hermanos’. ‘El motivo que me trae es muy diferente y no viene al caso. Aclárame, por favor, de qué va esto –le enseño los documentos–. Es que no entiendo nada. Mi mujer jamás habló del tema, salvo algún vago comentario cuando sufríais atentados y, la verdad, después de leer estos textos tengo mucha curiosidad’. ‘¿Te apetece una alubiada?’. ‘No sé lo que es’. ‘Alubia roja con sacramentos. Quiero decir con costillas de cerdo, morcilla, chorizo y tocino. ¿O prefieres una salsa de puerro que por esta región conocemos como purrusalda?’. ‘Lo primero suena mejor’. Los troncos de madera crujían en la chimenea marcando el compás de nuestra conversación. Jamás había comido tanto ni tan rico junto a otro comensal que cuidase con absoluto mimo hasta el último detalle gastronómico. Acostumbrado a beber vino o cerveza, al final de la cuarta copa de pacharán manifesté un ligero mareo que no impidió prestar atención a lo que oía. ‘¿Más licor?’. ‘No, ni pensarlo. ¿Crees que mi suegro perteneció a la banda terrorista?’. ‘Hombre, puede que no fuera un miembro activo, pero desde luego simpatizante parece que sí. Veo que no conoces nada de nuestra historia, han sido tantos años de drama que lo de ahora, a partir de mayo de 2018 cuando a través de un comunicado anunciaron que se disolvían, es una liberación’. ‘¿Por qué no habláis de ello con naturalidad?’. ‘Pues, por aburrimiento y tedio’. Hacía horas que el fuego se había apagado y la madrugada nos sorprendió con una resaca de caballo, con el frío metido en los huesos y una sensación de paz infinita, dije: ‘¿Me puedes acercar a Bilbao?’. ‘¿En el remolque del camión como la otra vez? –reímos–. Por supuesto que sí’. ‘Gracias por la velada y por todo’. ‘Vuelve cuando quieras’. ‘Lo haré’. ‘¿Dónde has quedado con el abogado?’. ‘En su despacho’. ‘Te acompaño’.
          Aguardábamos pacientes en la sala de espera del bufete situado en la calle Máximo Aguirre esquina a Rodríguez Arias Kalea. El primo Andoni chascó la lengua nada más ver a la persona que venía a nuestro encuentro y que después se presentó como el representante legal y portavoz de la familia de mis suegros. ‘¿Qué pasa? –pregunté, antes de que el otro lo escuchara– ¿Por qué te pones a la defensiva?’. ‘Es que no tiene buena fama. Dicen que en 1990 estuvo involucrado en el mercado negro obteniendo licencias para la proliferación de máquinas tragaperras extendidas por la comarca. Al parecer había una flota superior a la permitida, lo cual perjudicó a mis hermanos. Si quieres, después te lo explico –pero no quería. En realidad, me importaba un bledo–. Ahora, seamos amables y ten cuidado, es muy hábil manipulando a la gente’. No había mucho que dialogar, excepto hacerle entrega de los dos juegos de llaves que tenía de la casa y firmar un documento donde me comprometía a no reclamar jamás nada. Tan sólo, y sin que lo supieran, cogí un equipo fotográfico de Alaia. Cuando nos separamos de él, dije: ‘Si no tienes inconveniente, voy a quedarme algunos días más’. ‘¿Y por qué lo iba a tener? Encantado de que lo hagas. ¿Te gustaría conocer algo de la zona?’. ‘Me encantaría’. ‘Entonces, iremos a un sitio espectacular que limita con Cantabria. Una de las rutas que organizo para mis clientes es a la Ventana Relux, las vistas desde allí son impresionantes. Tú y yo tendremos, más o menos, la misma talla, necesitarás ropa de montaña’.
          Equipados para atravesar el monte, caminamos por el lateral de una angosta carretera dejando atrás el pueblo de Herboso y adentrándonos en los espacios verdes tan arraigados a la tierra firme que enrola al vizcaíno de pura cepa. ‘¿Esto está deshabitado?’. ‘No. ¿No ves la leña amontonada a un lado? Se preparan para el invierno, aquí hace mucho más frío que en la capital y quizá no puedan salir en un tiempo, han de tener provisiones’. Sentía una presión bastante fuerte en los pies, y debí de manifestarlo en el rostro porque entre El Callejo y Ambasaguas hicimos un alto para reponer fuerzas. ‘No sé cómo puedes andar tan deprisa con eso –dije, señalando el calzado–, a mí me está matando’. Sacó una hogaza de delicioso pan blanco, medio queso, chorizos que me supieron a gloria y una bota de vino –nunca había bebido en algo así–. ‘Anda, háblame de tu trabajo’. ‘¿Qué quieres saber?’. ‘¿Cómo te hiciste activista?’. ‘El Katrina no se llevó por delante sólo a mi compañera, también nuestros sueños, aquellos que alimentamos con complicidad y deseo de crecer y llegar juntos a la cumbre de la vejez, cosas sencillas que estructuraban el perfil de lo que éramos como pareja. Todo a mi alrededor se transformó en un gran solar del que nunca más fluiría la vida. Descuidé tanto el aspecto físico que de repente me convertí en una persona desaliñada y con manchas de alcohol salpicadas por la camisa. Una mañana, camino del Mayo Civic Center, encontré por casualidad a dos de mis antiguos alumnos’. ‘¿Es un sitio importante?’. ‘Digamos que es un complejo donde se celebran convenciones, eventos deportivos…, todos los acontecimientos multitudinarios que imagines. Pues bien, asistían a la conferencia que la neoyorquina Lois Gibbs, fundadora del Centro de Salud, Medio Ambiente y Justicia, daba en una de las salas principales. Me animaron a ir con ellos y, hasta hoy’. ‘Esa mujer debe tener mucho poder para convencerte’. ‘Su trayectoria es peculiar. Comenzó cuando descubrió que la escuela a la que asistía su hijo de 5 años, en Las Cataratas del Niágara, en Nueva York, fue construida sobre un vertedero de desechos tóxicos, al igual que todo el vecindario. Asustada por los síntomas de enfermedad que manifestaban ya algunos niños, luchó muchísimo con los gobiernos local, estatal y federal, hasta que, gracias a la recogida masiva de firmas, consiguieron evacuar a las familias afectadas’. ‘Ya, pero hay que tener las ideas muy claras para dedicar tiempo y esfuerzo en una causa que a mí me parece perdida’. ‘Bueno, lo fundamental es no mirar para otro lado y reconocer que hay problemas medioambientales, pero también que existen soluciones, a veces tan simples como estar dispuestos a cambiar nuestros hábitos y costumbres.’. ‘Hombre, pasar de lo cómodo a lo austero no es apetecible’. ‘Bueno, pero no se trata de prescindir de la tecnología que nos permite aprovechar mejor los recursos naturales. Nosotros somos Homo Sapiens’. ‘Aprendemos muy bien la teoría, otra cosa es llevarlo a la práctica. Mi negocio funciona sin lujos, tú lo estás comprobando. Sin embargo, a veces, hago cosas que no me gustan para atraer a otra clase de clientes que dejan mucho más dinero’. ‘Es urgente reflexionar. Vivimos eclipsados por la sociedad de consumo, por este usar y tirar a precio de ganga. Compramos artículos baratos sin pensar que su bajo coste se debe a que están hechos por personas explotadas y hacinadas en talleres clandestinos’. ‘Mira, en eso estamos de acuerdo, tenemos más de lo que necesitamos’. ‘Bravo, acabas de dar un primer paso’. ‘¿Cuál?’. ‘Admitir una evidencia’. ‘¿Me ayudas a montar la tienda de campaña?’. ‘Claro’.
          La ubicación privilegiada que tiene el estado de Minnesota, además de la abundancia de lagos, es propicia para avistar el fenómeno de la aurora boreal, comúnmente conocido como “las luces del norte”, que tanto disfruté en la infancia cuando papá organizaba excursiones para nosotros dos. No obstante, pocas veces había contemplado las estrellas brillar con tanta intensidad como aquella noche al raso, junto al fuego que prendió mi primo mientras contaba anécdotas y aventuras de nuestros antepasados y, recordábamos canciones de cuna en euskera. A la mañana siguiente me dolían todos los huesos, pero la experiencia mereció la pena. Levantamos el campamento y reanudamos la marcha. He de reconocer que el paisaje era espectacular, el oxígeno que respirábamos sanador y la compañía inmejorable. Atravesamos los verdes pastizales que dominan la sierra de Ubal, y lo hicimos bajo la vigilante mirada de los buitres preparados quizá para la caza de alguna presa. Y, así, llegamos a la Ventana Relux, con un sol espléndido que facilitó visualizar el mar a lo lejos. Estaba tan ensimismado que quería asomarme por el arco para ver lo que había al otro lado. ‘Cuidado, Markel, ahí sólo encontrarás el abismo –advierte él– y, la verdad, no me apetece recoger tus pedacitos’. ‘Lo siento, es que estoy fascinado y me he dejado llevar’. De vuelta a Herboso nos hicimos algunas fotos entrañables: sobre el carro que tiró del ganado, en la terraza desde la que veía llegar a mi padre del campo y la última, ya en la ciudad, en un hermoso atardecer en el Puente de San Antón, con la Ría de Bilbao como invitada de lujo. Antes de desaparecer por la puerta de embarque y tras buscar refugio en la calidez de su abrazo, dijo: ‘Jamás olvides de dónde vienes’. ‘No lo haré. ¿Vendrás a visitarme a Rochester?’. ‘Ya veremos. La próxima vez que vuelvas prometo tener el jardín vertical en la fachada de la casa’. Años después, antes de declararse la pandemia que diezma a la humanidad, regresé a Euskadi acompañado de Georgia Hardin y William Harrison, que acababa de enviudar. Pero, el primo Andoni, ya no estaba…

6 comentarios:

  1. No deja de sorprenderme la facilidad con la que mezclas ficción y realidad, tus personajes tienen la cualidad de estar siempre en el lugar correcto, ahí donde se escribe la historia. Un beso, nena.

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  2. Mayte! me despiertas la curiosidad leyéndote, me tienes tan entretenida buscando personas, lugares... Buen trabajo y muchas gracias por compartírmelo!😗

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  3. bonito articulo en donde haces que nos introduzcamos en los paisajes y los sentimientos de los protagonistas. Un abrazo

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  4. Alucinada, mencionas sitios de mi provincia que ni conozco a pesar de haber pasado cerca un montón de veces.
    Que coordinación!!
    Felicidades

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  5. No sé si es por mi estado de ánimo pero esta entrega me ha emocionado especialmente. Me enamoras con tus descripciones y amo a tus personajes. Una vez más, y van... gracias, Mayte. Te camelo. Besos.

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  6. Bonito paseo por los paisajes del pais vasco. Con tus descripciones haces que me entren unas ganas enormes de ir a estos lugares. Gracias. Besos

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