4.
En el
décimo aniversario de la muerte de Alaia, y en vista de que no levantaba
cabeza, mis padres se empeñaron en pasar la Nochevieja en Nueva York, imaginando
que el ambiente festivo de Times Square cuando cae la bola animaría mi alma en
pena. ¡Qué tontería!, pensé, ya que lo único que me apetecía era seguir arrastrándome
bajo el paraguas de una melancolía convertida ya en sustancia tóxica. Pero cedí
a sus deseos para no frustrarlos. Caminaba distraído por la calle 46 hasta salir
a la Quinta Avenida y llegar a la librería Barbes & Noble, donde pensaba
adquirir el libro: “Esto lo cambia todo”, de la periodista y activista, Naomi
Klein, en el que describe, con absoluta brillantez, que el capitalismo va contra
los testimonios que argumentan la acelerada transformación de la climatología y
sus consecuencias. Deanna Leone se situó por detrás de mí, aguardando turno
para pagar. La miré y, en un intento de resultar simpático, dije: ‘¿Los va a
leer todos? –el comentario sonó absurdo y fuera de lugar–. Disculpe la
indiscreción –me sonrojé al notar su enojo–. No pretendía molestarla’.
‘Pues mire, así lo compensamos –relajó el entrecejo–: todos los míos
frente al suyo’. ‘Es para mí –sonreí, encajando la ironía–. Bueno,
también buscaba biografías de actrices y actores de Hollywood, para regalar, pero
no doy con la sección’. Señaló justo a mi derecha y ahí estaban. Salimos a
la acera, atestada de gente, con un montón de paquetes en las manos. ‘Veo
que ha tenido suerte’. ‘Sí. Llevo una de Steve McQueen y otra de Bette
Davis. Gracias por la ayuda, de no haber sido usted nunca las habría encontrado’.
‘¿Le apetece tomar algo?’. ‘Claro’. ‘Vamos al Café Manhattan,
hacen los mejores huevos revueltos de toda la city’. Nos abrimos paso entre
la multitud que iba a la carrera para llegar los primeros a la parada de taxis.
Acostumbrado al ritmo pausado de Rochester aquella locura me agobiaba. Accedimos
al local por una puerta que destapó un espectáculo interior muy agradable, con
apetitosas vitrinas conviviendo dentro de ellas los mejores ingredientes para
elaborar tu propia ensalada o aquellos postres prohibidos a los que era imposible
resistirse, por mucho que la conciencia aconsejara lo contrario. En la segunda
planta, sentados en una de las mesas pegadas a la barandilla, la vista del recinto
era acogedora y el trato a los clientes exquisito. ‘¿A qué te dedicas?’.
‘Trabajo para The Climate Reality Proyect’. ‘Entonces, ¿eres de los
que van pregonando que el Ártico desaparecerá?’. ‘Bueno, es una evidencia.
Está pasando. Al ser los veranos más cálidos gran parte de la banquisa se
derretirá, y la última en hacerlo será una región al noroeste de Groenlandia. Tanto
es así, que, mientras perdure un poco de hielo las morsas y los narvales
migrarán allí’. ‘Eso es muy discutible. Sólo el Creador puede cambiar el
rumbo de las cosas’. ‘Te equivocas. Los causantes somos nosotros con
nuestra irresponsable actuación, por eso es fundamental poner en práctica las
soluciones que tenemos al alcance. Necesitamos unanimidad mundial y el serio
compromiso de la clase política para el cumplimiento de las leyes que protejan
los recursos naturales, siempre en desventaja ante los económicos’. ‘El
pueblo americano no cree dicho discurso’. ‘¿Eso piensas? Pues, fíjate:
California está a la vanguardia desarrollando energías renovables al ver como
los grandes incendios destruyen su territorio o Miami que aprecia ya la subida
del nivel del mar se replantea algunos cambios. En ambas costas hay colectivos
movilizándose, personas que empiezan a desarraigarse del concepto de posesión y
de consumo tan entroncado en nuestra sociedad’. ‘Uy, pues yo qué quieres
que te diga, no me parecen alarmantes las emisiones de CO2 de la industria, hay que escuchar a los verdaderos
entendidos y no a los gurús propagandistas’. ‘Entonces, sabrás que la comunidad científica opina que es urgente
eliminar progresivamente la expulsión de esos contaminantes’. ‘Oye, me
tengo que ir. Ha sido muy interesante este encuentro, me gustaría repetirlo.
Quién sabe, quizá en el futuro hagamos cosas juntos’. ‘¿Por qué no?’.
Y así fue como esta mujer, que se cree a pies juntillas los milagros descritos
en la Biblia, entró a formar parte de nuestras vidas…
Hija de un terrateniente de Texas y
una criada de origen judío, procedente de Polonia, Deanna Leone fue abandonada a
los pocos días de nacer por su madre biológica en el barrio neoyorquino de East
Harlem. Envuelta en una pequeña manta, hambrienta y casi en estado de
hipotermia, la encontró una afroamericana que iba camino del trabajo. Dentro
del pañal llevaba un papel explicando las verdaderas razones que la obligaban a
renunciar a la maternidad y también la identidad de la criatura. A la mañana siguiente,
faenando en la casa donde servía desde hacía más de tres décadas, consultó con
la señora si debía acudir a los servicios sociales, la otra, según escuchaba,
pensó y dijo: ‘Yo me ocupo del bebé, Helen. No se apure’. A menudo quiso
preguntar por el paradero de la niña pero nunca se atrevió. Los señores
movieron los hilos para que un predicador cristiano evangélico, de Carolina del
Norte, y su esposa, tras fallidos intentos para concebir, la adoptaran y criaran
dentro del ambiente ultraconservador que marcaría, inexorablemente, su actitud ante
la vida, aunque, como se verá más adelante, el tiempo suavizará determinadas
posturas radicales que defendía con vehemencia.
El 3 de marzo de 1991, Rodney King, de
Sacramento, y raza negra, en libertad condicional por robo, y temiendo ser
devuelto de nuevo a prisión, se negó a detener el carro que conducía por la
autopista, a gran velocidad, hasta que en el distrito de Lake View Terrace, frenó
y, al bajarse, recibió una brutal paliza por cuatro miembros del Departamento de
Policía de Los Ángeles. Una semana después se extendieron las protestas por varios
estados del país. Algunos reverendos afines al ala más carca del clero pidieron
a sus feligreses que no apoyasen las manifestaciones. Deanna no pensaba hacerlo.
Sin embargo, se vio envuelta en mitad de la calle cuando iba a la iglesia con
su grupo de oración. Fue ahí donde presenciaron el linchamiento a mujeres,
hombres, niños… En definitiva: personas convertidas en trofeos de odio. Entonces,
una anciana muy parecida a aquella otra que la salvara de una muerte segura estaba
a punto de ser aplastada. Sin dudarlo, tiró de ella para apartarla de la
muchedumbre que corría descontrolada. Se acercó a su oído y, entre sofocos,
dijo: ‘Ahora, estamos en paz’.
De vuelta al hotel, aprovechando que
mis padres no estaban, coloqué en su habitación los regalos junto a la chimenea.
Abajo, en la zona del bar, pedí un whisky mientras observaba con envidia, a las
parejas que iban y venían hacia los ascensores. Y, así, mirándolos, recordé que
uno de los mejores años para mí fue 1995, porque, tras pasar varios meses
recorriendo Alaska –trabajaba ya para National Geographic– con una expedición
de científicos estudiosos de la atmosfera, cuyo objetivo era denunciar el
empeoramiento que sufría la orografía de esa rica zona de la tierra y la consiguiente
afectación del efecto invernadero en sus costas y ríos que atraviesan dicho estado,
Alaia fijó su residencia conmigo en Rochester. Al principio, los continuos viajes
dificultaban la fluidez de nuestra relación, resultando complicado consolidar
planes de futuro. Pero, poco a poco, nos adaptamos al presente, aprovechando al
máximo el tiempo que pasábamos juntos. Sin embargo, en Estados Unidos ocurrió
el mayor ataque terrorista anterior al 11-S. El 19 de abril, a las 9:02 a.m.,
en Oklahoma City, estalló un camión lleno de explosivos de fabricación casera
contra el Edificio Federal Alfred P. Murrah donde murieron 168 personas y resultaron
heridas más de 680. Era miércoles y nos pedimos el día libre para comprar
algunos muebles, cosas muy sencillas de segunda mano que ella quería para la
casa –mi concepto de la decoración se basaba en los trastos viejos que mamá desechaba–.
Desayunamos sin prisa, escuchando el piar de los pájaros, el vaivén de las
hojas de los árboles arañando el cristal de las ventanas, amándonos con cada
mirada, respirando la grandeza del otro y admirando la capacidad de entrega, algo
parecido a rozar el universo con la yema de los dedos. No obstante, la
felicidad duró hasta que comenzó a vibrar su teléfono móvil alterando de arriba
abajo nuestra jornada. ‘Enciende el televisor, amor –dijo, metida en el
traje de reportera que tanto me asustaba–. Está bien, señor. Enseguida voy’.
‘¿Qué pasa?’. ‘Ha estallado una bomba. Me tengo que marchar, salimos
en una aeronave militar. Siento mucho romper los proyectos para hoy, pero esto
funciona así’. Aunque lo sabía, costaba aceptarlo, fundamentalmente por el
peligro que a veces corría. ‘Están diciendo que un tal Timothy McVeigh y
Terry Nichols, con otros dos cómplices que todavía no han sido identificados –grite
para que me escuchara–, son los presuntos autores’. ‘El primer nombre
me suena muchísimo… Deja que haga memoria –era una enciclopedia andante–.
¡Ah sí!, es un veterano de la Guerra del Golfo’. ‘¿Y el segundo? –pregunté–.
Espera, que… Bueno, lo único que dicen es que se conocieron en el ejército’.
El coche enviado por la revista aguardaba fuera para llevarla a la base. Coloqué
en el maletero las bolsas con el equipo fotográfico y su mochila en la que
siempre llevaba algo de comida, agua y varias baterías de repuesto. ‘Ni se te
ocurra empezar la tarta de manzana hasta que yo no vuelva’. Me besó en los
labios y sólo pude decir: ‘Llámame…’. Ha dejado un legado gráfico tan
extenso que en los momentos polares me ayuda a recordar.
Pues a mí me encantaría bajar a la calle y cruzarme con Markel en la cafetería, en la librería o en el mercado de mi barrio.
ResponderEliminarElegancia en el estilo. Lealtad en los datos. Sensibilidad en las palabras. USA en tu corazón
ResponderEliminarMe gusta y me engancha la mezcla de historia y romance que utilizas.
ResponderEliminarSin darme cuenta estoy en el punto de espera a la siguiente entrega.
Un relato muy real, envuelto en esas palabras amables. Un abrazo
ResponderEliminarMe encanta esa mezcla de temas de actualidad y sentimientos. Genial. Besos.
ResponderEliminarNo me importa reincidir pero me lo paso muy bien leyéndote, analizando tus personajes, que ya son nuestros, sintiendo emociones, conociendo lugares como si los pisara... Gracias, amiga. Te camelo.
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