22.
‘Rogamos suba al estrado nuestro
primer testigo –Charlotte Bennett comenzó así de solemne cogiéndonos a
todos por sorpresa y al que más al juez Robert Franklin Jr.–: el inspector
Adam Walker, segundo responsable del departamento de investigación en la
oficina del sheriff de Carson City’. ‘Levante su mano derecha –indicó
el secretario, acercándose con la Biblia en la mano–: ¿Jura que el
testimonio que va a aportar es la verdad, toda la verdad y nada más que la
verdad?’. ‘Sí –pronunció convincente delante de la silla de cuero
desgastado donde habría de sentarse–, lo juro’. ‘Diga a este tribunal
su nombre completo y el cargo que ostenta, por favor –poco más y nos lee la
hoja de servicios de los últimos veinte años–. ¿Reconoce al acusado –señaló
con el dedo– aquí presente?’. ‘Claro, yo mismo le tomé declaración’.
‘¿Qué impresión le causó?’. ‘Ninguna en especial’. ‘¿Diría que
es un hombre honrado, justo, patriótico?’. ‘No dispongo de información suficiente
para emitir opinión al respecto’. ‘Cuál de estos perfiles cree que se ajusta
más a la persona que hoy juzgamos: ¿el de Papá Noel cargado de regalos colándose
por la chimenea en las casas de los niños o el de don Vito Corleone que hace correr
la sangre inocente por las calles de la ciudad?’. ‘¡Protesto, señoría! –dijo
el abogado defensor–. La fiscal coloca al testigo en un callejón sin salida’.
‘Se acepta. El jurado no tendrá en cuenta, para sus deliberaciones, esto
último’. Sentí el vértigo de ir por mal camino, como el pánico que se
agarra a la espalda cuando te roza el acero de la navaja poniéndote en peligro.
‘Permítanme formular la pregunta de otra manera –sugirió–: ¿Qué le
indujo a enviarlo a prisión? ¿Acaso la sospecha de haber planeado con premeditación
el asesinato de la víctima?’. ‘¡Protesto, señoría! Sigue coaccionando al
testigo y dando por hecho lo que aún no se ha probado’. ‘No ha lugar. Conteste,
por favor’. ‘Cuando la demandante –refiriéndose a Mayalen– fue a
poner la denuncia, yo estaba de guardia. Recogí la hoja reglamentaria, adjuntando
parte de la documentación que traía, y activé el protocolo correspondiente. La
investigación posterior nos llevó a cursar la orden de busca y captura, así
como al registro en la vivienda del sospechoso’. ‘¿Encontraron esto –le
mostró la camiseta y el pantalón manchados de sangre– en casa de John Alexander
García?’. ‘Oiga –saltó el abogado–, esa ropa puede pertenecer a
cualquiera’. ‘Si lo que intenta decir es que protesta, no ha lugar –soltó
el juez–. Y si la señora fiscal no aclara qué pretende demostrar con eso, irán
a mi despacho’. ‘Facilito el análisis proporcionado por el laboratorio donde
se demuestra que los restos de sangre hallados en las prendas pertenecen a la víctima’.
‘Lo cual no significa que mi cliente sea el autor del crimen’. ‘Pues
yo diría que sí, caballero, ya que también hay del mismo grupo sanguíneo del
encausado. Por tanto, lo presentamos como prueba número uno. No tengo más
preguntas. Todo suyo, letrada’. ‘Adelante’ –me autorizó el
magistrado.
Si
aquella mañana, de temperaturas bajo cero, Brayden Morgan hubiera escuchado la
intervención que hice en la sala 3 The Carson City Justicie and Municipal Court,
ante tan ilustre público, lo habría publicitado de punta a punta de Wyoming, festejándolo
con la misma emoción que le envolvía cada 4 de julio, cuando montado a caballo
lucía el envejecido traje de cowboy que estilizaba tantísimo su delgada
figura, con la pipa apoyada en la comisura izquierda de los labios y aséptica
de babas. Pero también estaría orgulloso Richard Smith, el segundo marido de
mamá, que me dio la oportunidad de desarrollar mi intelecto dentro de esta
hermosa profesión. Así que, mi profundo agradecimiento a ambos, que, desde perspectivas
muy diferentes, supieron inocular en los cimientos el forjado del compromiso
sobre el que se asienta la persona que hoy en día soy. ‘Además de lo que ha
contado: ¿qué más encontraron en la vivienda?’. Antes de contestar el otro
ambos se aclararon la garganta. ‘Todo estaba bastante revuelto’. ‘¿Hallaron
objetos sexuales propiedad del procesado?’. ‘Protesto de nuevo. Aunque
dichos juguetes estuviesen allí no se le puede atribuir –refiriéndose al Johnny–
la propiedad al caballero’. ‘Se acepta’. ‘¿Podría concretar la clase
de instrumentos que eran?’. ‘Por favor, letrada, su morbosidad traspasa
los límites de la ética –dijo, seguro de triunfar–: protesto una vez más’.
‘No ha lugar –vocalizó desde el estrado Robert Franklin Jr.–.
Conteste’. ‘Cadenas, ataduras para las muñecas, pinzas de pezones… No sé:
látigos, fustas, lubricantes…’. ‘¿Es esto?’ –saqué una caja con todo
y le di copias del inventario al secretario, que repartió entre el juez y los
colegas–. ‘Sí, claro’. ‘Prueba número dos, y que conste en acta que
el semen encontrado coincide con el ADN de John Alexander García’. ‘¿Tiene
alguna otra pregunta, señora Morgan?’. ‘Sí, una más’. Ethan Ross escuchaba
de pie, al fondo, en la parte de atrás. Había llegado poco después de empezar
el interrogatorio, y la amplia sonrisa que me dedicó, cuando le miré, apaciguó
los nervios del relajo que reaparecían dentro de mí. ‘Vamos, ¿a qué espera?’.
‘¿Dónde encontraron este machete –lo puse en alto para que el jurado lo
viera bien– inspector Walker?’. ‘Detrás del cubo de basura, en una
bolsa de deporte y envuelto en una toalla’. ‘El testigo lo ha
identificado. Aportamos nuestra prueba número tres. –Concluí la intervención–.
Su turno’.
Tras
alisar las solapas del traje de raya diplomática que marcaba la diferencia
social con la mayoría de nosotros, el abogado defensor, con las manos en los
bolsillos del pantalón, hizo uso de la palabra. ‘El puesto que desempeña es
el de segundo responsable en el departamento de investigación de la oficina del
sheriff, ¿cierto?’. ‘Sí’. ‘Aunque en realidad planea estar ahí
por poco tiempo y cambiarse al gran despacho, una planta por encima, ¿verdad?’.
‘Lo siento. No comprendo. Perdóneme’. ‘Claro que me entiende. ¿Niega
acaso que prepara la candidatura para erigirse como máxima autoridad policial
de la comarca?’. ‘¡Protesto, señoría! –saltó la fiscal enfurecida–.
No guardan relación los proyectos profesionales del testigo con los hechos que
abordamos’. ‘Admitida. Letrado –dirigiéndose al otro–, le
recuerdo que Mr. Walker es un respetabilísimo funcionario público, por lo que
no consentiré que quede en entredicho su honorabilidad. No sé si me entiende. Un
desliz más y le acuso de desacato’. ‘Pido disculpas. –Se apoyó en la
barandilla que aislaba la tribuna del jurado, impidiendo a sus miembros ver al
acusado–. Acláreme lo siguiente: ¿por qué retuvieron a mi cliente en la sala
de interrogatorios más de cinco horas?’. ‘Bueno, ya sabe que no se
pueden activar los protocolos de forma rápida’. ‘¿Usted cree que ése fue
el motivo, o más bien es que no tenían idea y les vino muy bien involucrar al
señor García?’. ‘No tolero que se empleen afirmaciones de ese tipo que
colocan en la cuerda floja a la oficina del sheriff’ –Charlotte
estaba muy enfadada–. ‘Si se me permite argumentaré la teoría’. ‘Continúe
–esta vez el juez parecía interesado en saber– por favor’. ‘Gracias
–se giró hacia Adam y disparó–: ¿Es cierto que, al conocer los detalles referentes
a cómo se produjo la muerte de la víctima, confesó a uno de sus compañeros que
se le revolvieron las tripas sólo de pensar que eso mismo podría haberle pasado
a una de sus hijas?’. ‘¡Protesto, señoría!’. ‘Denegada. Conteste
el testigo a la pregunta’. ‘Es una reacción muy humana. Uno no cree en la
vulnerabilidad de los suyos hasta que comprende que el peligro está al acecho
de todos’. ‘Es decir: ¿dicho sentimiento supeditó el fondo y la forma?’.
‘Son sólo suposiciones de la defensa –interrumpí espontánea– que no
se ajustan a la realidad’. ‘Contrólese, Ms. Allison, que no le
corresponde ejercer el papel de la protesta –dijo, con tono y expresión
cómplice–. ¿El testigo desea añadir algo al respecto?’. ‘Bueno, pues…,
–titubeó–. Todo se hizo legalmente: alguien le reconoció y declaró que,
una vez, en una práctica sexual a la que asistía con asiduidad, alardeó de haber
asesinado a su novia mexicanita sin que ella opusiera resistencia’. Mayalen,
en un acto reflejo, intentó levantarse, pero Michelle la detuvo. El Johnny
continuó con su media sonrisa socarrona, enseñando los deslucidos y repugnantes
dientes amarillentos que tanto rechazo me producían. ‘¿Cómo definiría psicológicamente
a mi cliente?’. ‘Protesto –se levantó Charlotte–. La profesión
del señor Walker no es analizar las conductas mentales de los seres humanos, sino
buscar la verdad y que se haga justicia’. ‘Denegado. Sería interesante conocer
la opinión del inspector’. ‘No sabría qué decir, sólo me limito a los hechos’.
‘¿Le parece agresivo, bipolar, peligroso, esquizofrénico, estratega…? –enumeró
el abogado–. ¿O tal vez reconocería que es un mero damnificado del sistema?’.
‘¡Por el amor de Dios abogado –exclamó la fiscal– su actitud es
intolerable!’. ‘No haré más preguntas’. El daño ya estaba hecho, y,
si quería que comentarios de esa índole no calaran en la sala, tenía que
espabilar. Así que, en contra de la opinión de Ethan y Michelle, que no eran partidarios
de destapar una de nuestras cartas, pedí permiso para repreguntar. Caminé hacia
el estrado y me detuve ahí, para que el juez escuchase bien la pregunta. ‘Nos
ha quedado claro que es el segundo responsable en el departamento de investigación
de la oficina del sheriff. Por tanto, es probable que pasen por sus manos casi
todas las denuncias originadas en la ciudad’. ‘La mayoría, sí’. ‘¿Reconoce
esta firma?’. ‘Sí, es la mía’. ‘¿Entonces, podría decirse que cursó
la orden de busca y captura contra la madre de John Alexander García por –se
movió inquieto en la silla– un feo asunto de pederastia?’. ‘Comprenderá
que es imposible recordar exactamente la trayectoria de cada caso’. ‘No
se preocupe, refrescaré su memoria. Usted, en cumplimiento del deber, envió una
patrulla para que la detuvieran, pero enseguida recibió un comunicado interno
para que paralizara la búsqueda. ¿Me equivoco?’. ‘Letrada, me
estoy cansando. ¿A dónde quiere llegar?’. ‘Ya termino. Señor Walker: ¿No
es verdad que la mujer en cuestión financió la campaña presidencial de un alto
cargo del estado de Nevada, y que por esa razón borraron su nombre de aquel
abuso a menores que se produjo meses antes?’. ‘No me consta –contestó
muy apagado– eso que dice’. ‘¿Niega a este tribunal que, cuando saltó
en la base de datos el nombre de la persona a la que hoy se juzga por asesinato,
una voz anónima intentó hacer lo mismo para que quedase libre de culpas?’. ‘No
me consta’. ‘¿Es cierto que usted lo impidió?’. ‘No me consta’.
Abandonó el puesto de los declarantes guiñándonos un ojo. ‘Señora Charlotte
Bennett, en la lista que ha entregado figura una testigo que, por motivos de
seguridad, preferiría declarar detrás de un biombo. No tengo inconveniente’.
‘Gracias, señoría. Llamo a declarar a la chica del sadomasoquismo…’.
La historia crece y se consolida a pasos agigantados. La pena es que el final está cerca. Felicidades, nena. Un beso
ResponderEliminarCada vez mas interesante! Se me hace corto, espero con ganas el siguiente. Besos
ResponderEliminarAntes me parecía infinito el tiempo de espera quincenal y ahora me lo parece el semanal. Y aún es lunes... Gracias por este "sinvivir". Besos.
ResponderEliminarLa leí el domingo, la he vuelto a leer hoy y obtengo el mismo resultado, se me hace muy corta la entrega.
ResponderEliminarLa intriga está en saber si, como espero, la hija del ranchero supera al letrado supuestamente pijo que defiende a Jhony.
Gracias.