23.
Custodiada por cuatro agentes del FBI, colocados uno a cada lado de ella y dos por detrás, la chica del sadomasoquismo apareció con gafas oscuras de concha ancha, gorro de lana con cubreorejas y un abrigo hasta los pies que disimulaba la fragilidad de su estructura por haber permanecido escondida durante meses. Oculta, detrás del biombo, aunque con la suficiente visión como para buscar cobijo en Ethan Ross, deseaba que aquella pesadilla acabara cuanto antes y emprender la nueva vida prometida lejos de allí, a miles de millas de lo que había sido un auténtico calvario. Previo a su llegada, el juez Robert Franklin Jr., nos convocó en el despacho para recordarnos que, en la sala 3 The Carson City Justicie and Municipal Court, no se toleraba ninguna gilipollez y que tuviéramos mucho cuidado con descubrir la verdadera identidad de la declarante o mencionar su inmediato ingreso en el “Programa de Protección de Testigos”. Así que, para preservar el anonimato, la llamaríamos Nancy. ‘Cuéntenos la relación que ha tenido con el acusado –Charlotte comenzó así el interrogatorio– y cuánto duró’. ‘Sólo profesional. Nueve o diez meses. No sabría calcularlo’. ‘¿Podría ser más explícita?’. ‘Pues… Es que…’. ‘Conteste sin monosílabos para que este tribunal pueda entenderla’. ‘Yo trabajaba en un club de prácticas eróticas y él era de los habituales’. ‘Pero se veían también fuera del local, ¿me equivoco?’. ‘¡Protesto, señoría! –saltó el abogado defensor–. Con esa suposición la fiscal coloca la privacidad de mi cliente en un callejón sin salida’. ‘Denegada –indicó con autoridad–. Responda la testigo’. ‘Bueno. Sí. A veces. En su casa. En la mía. No sé. Ya me entienden’. ‘Reproduzca aquí lo que declaró al inspector Adam Walker’. ‘¡Protesto, señoría!’. ‘No ha lugar. Continúe’. ‘Habíamos bebido más de la cuenta. El Johnny estaba muy borracho y hablaba sin parar de los timos que hacían en el taller mecánico propiedad de su familia. Entonces, sin venir a cuento, dijo que había matado a su exesposa y que, haciéndolo, experimentó un placer sin igual. Yo me asusté tanto que desde ese día no volví a verle’. ‘Aguarde un instante. Eso no es válido si se ha expresado bajo los efectos de embriaguez. Por tanto, prot…’. ‘Ni lo intente –se oyó en tono contundente–, abogado’. ‘Señoría, permítame cederle los últimos minutos de esta intervención a Allison Morgan. No se arrepentirá’. Aunque accedió lo hizo con la condición de retirarme la palabra si lo veía oportuno. ‘Nancy, seré muy breve: ¿Identifica este teléfono móvil?’. ‘Sí, es mío–le enseñé el celular guardado en una bolsa de plástico–. Creí haberlo perdido’. ‘Por lo tanto: ¿es correcto afirmar que las fotos, videos y demás archivos que hay en el dispositivo están hechos por usted?’. ‘Supongo’. ‘Juez Franklin, señoras y señores del jurado, público en general, escuchen la grabación. –La voz inconfundible del reo reprodujo el regocijo de haber matado a Alexa–. Lo presentamos como prueba número cuatro. Todo suyo –dije con la boca pequeña al abogado defensor–, letrado’. ‘¿Qué entiende usted por “relación profesional”? ¿Acaso no rogó al señor García que la sacase de aquel mundo de lujuria, a cambio de convertirlo en su proxeneta?’. ‘¡Protesto, señoría! No juzgamos a la testigo y sí al procesado’. ‘Ms. Bennett, aunque tiene lógica que aceptara su protesta, creo que será enriquecedor para el caso conocer la opinión de Nancy. Adelante’. ‘Bueno, sí. Pero me prometió que sería por poco tiempo, el suficiente para ganar bastante dinero y marcharnos juntos a Los Ángeles –se puso tan nerviosa que Ethan Ross salió en su ayuda provocándose un ataque de tos–. Después supe lo del crimen y…’. ‘Conste que la testigo lo ha reconocido. No haré más preguntas. Llamo a declarar a John Alexander García’. Dentro de la sala se formó un gran revuelo, y me consta que fuera se vivieron momentos de verdadera ternura en la despedida del detective privado y la chica del sadomasoquismo.
Custodiada por cuatro agentes del FBI, colocados uno a cada lado de ella y dos por detrás, la chica del sadomasoquismo apareció con gafas oscuras de concha ancha, gorro de lana con cubreorejas y un abrigo hasta los pies que disimulaba la fragilidad de su estructura por haber permanecido escondida durante meses. Oculta, detrás del biombo, aunque con la suficiente visión como para buscar cobijo en Ethan Ross, deseaba que aquella pesadilla acabara cuanto antes y emprender la nueva vida prometida lejos de allí, a miles de millas de lo que había sido un auténtico calvario. Previo a su llegada, el juez Robert Franklin Jr., nos convocó en el despacho para recordarnos que, en la sala 3 The Carson City Justicie and Municipal Court, no se toleraba ninguna gilipollez y que tuviéramos mucho cuidado con descubrir la verdadera identidad de la declarante o mencionar su inmediato ingreso en el “Programa de Protección de Testigos”. Así que, para preservar el anonimato, la llamaríamos Nancy. ‘Cuéntenos la relación que ha tenido con el acusado –Charlotte comenzó así el interrogatorio– y cuánto duró’. ‘Sólo profesional. Nueve o diez meses. No sabría calcularlo’. ‘¿Podría ser más explícita?’. ‘Pues… Es que…’. ‘Conteste sin monosílabos para que este tribunal pueda entenderla’. ‘Yo trabajaba en un club de prácticas eróticas y él era de los habituales’. ‘Pero se veían también fuera del local, ¿me equivoco?’. ‘¡Protesto, señoría! –saltó el abogado defensor–. Con esa suposición la fiscal coloca la privacidad de mi cliente en un callejón sin salida’. ‘Denegada –indicó con autoridad–. Responda la testigo’. ‘Bueno. Sí. A veces. En su casa. En la mía. No sé. Ya me entienden’. ‘Reproduzca aquí lo que declaró al inspector Adam Walker’. ‘¡Protesto, señoría!’. ‘No ha lugar. Continúe’. ‘Habíamos bebido más de la cuenta. El Johnny estaba muy borracho y hablaba sin parar de los timos que hacían en el taller mecánico propiedad de su familia. Entonces, sin venir a cuento, dijo que había matado a su exesposa y que, haciéndolo, experimentó un placer sin igual. Yo me asusté tanto que desde ese día no volví a verle’. ‘Aguarde un instante. Eso no es válido si se ha expresado bajo los efectos de embriaguez. Por tanto, prot…’. ‘Ni lo intente –se oyó en tono contundente–, abogado’. ‘Señoría, permítame cederle los últimos minutos de esta intervención a Allison Morgan. No se arrepentirá’. Aunque accedió lo hizo con la condición de retirarme la palabra si lo veía oportuno. ‘Nancy, seré muy breve: ¿Identifica este teléfono móvil?’. ‘Sí, es mío–le enseñé el celular guardado en una bolsa de plástico–. Creí haberlo perdido’. ‘Por lo tanto: ¿es correcto afirmar que las fotos, videos y demás archivos que hay en el dispositivo están hechos por usted?’. ‘Supongo’. ‘Juez Franklin, señoras y señores del jurado, público en general, escuchen la grabación. –La voz inconfundible del reo reprodujo el regocijo de haber matado a Alexa–. Lo presentamos como prueba número cuatro. Todo suyo –dije con la boca pequeña al abogado defensor–, letrado’. ‘¿Qué entiende usted por “relación profesional”? ¿Acaso no rogó al señor García que la sacase de aquel mundo de lujuria, a cambio de convertirlo en su proxeneta?’. ‘¡Protesto, señoría! No juzgamos a la testigo y sí al procesado’. ‘Ms. Bennett, aunque tiene lógica que aceptara su protesta, creo que será enriquecedor para el caso conocer la opinión de Nancy. Adelante’. ‘Bueno, sí. Pero me prometió que sería por poco tiempo, el suficiente para ganar bastante dinero y marcharnos juntos a Los Ángeles –se puso tan nerviosa que Ethan Ross salió en su ayuda provocándose un ataque de tos–. Después supe lo del crimen y…’. ‘Conste que la testigo lo ha reconocido. No haré más preguntas. Llamo a declarar a John Alexander García’. Dentro de la sala se formó un gran revuelo, y me consta que fuera se vivieron momentos de verdadera ternura en la despedida del detective privado y la chica del sadomasoquismo.
Caminaba
con dificultad por las cadenas que limitaban las zancadas de sus pies. Las
manos, a la altura de los genitales, esposadas y enganchadas a los eslabones de
abajo, tampoco podía moverlas bien. Tanto es así que, de no ser por los
guardias, casi se cae al subir un escalón. No obstante, una vez acoplado, clavó
los ojos en la abuela e hizo un gesto como embistiéndola con unos cuernos
imaginarios. ‘Diga a esta corte dónde se encontraba el 24 de enero del
presente año’. ‘En el Carson Tahoe Regional Medical Center. Me llamó mi
hermano por teléfono porque habían hospitalizado a mamá con fiebres altas. Así
que, salí escopetado’. ‘¿Puede probarlo?’. ‘Sí. Hay una enfermera
del turno de noche que es inconfundible, tiene los pechos más grandes que jamás
haya visto. Le eché un polvo rápido en la escalera de incendios’. ‘¡Protesto,
señoría! Y lo hago en nombre de todas las mujeres, porque esa clase de lenguaje
atenta contra nosotras menospreciándonos como seres humanos y convirtiéndonos en
meros objetos sexuales o imágenes obscenas para mentes calenturientas’. ‘Admitida.
Letrado, aconseje a su cliente que cuide más el lenguaje’. ‘¿Es correcto
decir que meses antes de la muerte de su ex, Alexa Valdés, se la encontró
tirada en una carretera comarcal y la llevó a urgencias en estado grave?’. ‘Exacto.
Con un infarto de miocardio’. ‘¿Y el pronóstico?’. ‘No lo sé. Ya
no estábamos juntos, rellené los papeles en admisión y me fui’. ‘¿Se
considera usted un asesino?’. ‘¡Protesto, señoría! –estalló mi
colega–. Está desviando la atención del verdadero problema, ya que nadie en
su sano juicio lo reconocería’. ‘Denegada’. ‘Por supuesto que no.
Soy incapaz de matar una mosca’. ‘Ms. Bennett –le dijo a Charlotte–,
su turno’. Michelle se me acercó al oído y dijo que el abogado defensor no se
había lucido en las preguntas, lo que daba a entender como que quería perder el
juicio. ‘Por qué se casó si tanto repudiaba a la difunta?’. ‘Porque
la muy zorra me dijo que la había preñado, y yo quería hacerme cargo del niño’.
‘¿Podía explicar entonces por qué entregó este cheque a una famosa “abortera”
de Reno, por la cantidad establecida en sus tarifas, y cuya práctica a Ms. Valdés
por poco le cuesta la vida?’. ‘Esa rúbrica no es mía’. ‘Sí que lo
es. Y lo aportamos como prueba número seis, junto a la copia del extracto The Bank
of América que reconoce la firma como auténtica’. ‘Hay una cosa del
sumario que no me ha quedado clara: Si encuentran el cuerpo de la víctima
tirado en una cuneta, ¿cómo es posible que la policía científica hallara restos
de ADN en el presunto lugar del crimen y huellas de usted por todos los lados?’.
‘Me acojo a la quinta enmienda –el abogado defensor tiró el lapicero
sobre sus notas– una y mil veces’. ‘No haré más preguntas’.
‘Llamamos
al estrado a nuestra siguiente testigo –quise
sonar imponente–: doña Mayalen Valdés’.
‘Levante su mano derecha, –intervino el secretario–: ¿jura que el
testimonio que va a decir es la verdad, toda la verdad y nada más que la
verdad?’. ‘Sí, señor. Pues claro. Faltaría más’. ‘Ms. Morgan –interrumpió
el juez–, indique a su representada la fórmula correcta con la que ha de
responder’. ‘Por favor –indiqué a la anciana–, diga lo que habíamos
acordado’. ‘Perdone, doña Allison. ¡Qué cabeza la mía! Lo juro’. ‘Tranquila
–empecé suave ganando confianza–¿Qué parentesco le une a la víctima?’.
‘Soy la abuela –carraspeó y el magistrado le ofreció un vaso de agua que
aceptó gustosa– de mi Alexa’. ‘¿Cómo recuerda a su nieta? ¿Era una
persona introvertida o extrovertida? –Michelle me pasó una nota indicando
que utilizara palabras sencillas. Lo hice–. ¿Cariñosa, enfadada…?’. ‘La
niña fue muy feliz hasta poco antes de cumplir los siete años, cuando mi hijo y
su mujer murieron en el incendio de la fábrica textil donde trabajaban y tuvo
que venirse conmigo. A partir de ese momento todo fue muy difícil entre las dos’.
‘¿Por qué?’. ‘La orfandad siempre es un trauma y quizá yo no supe
cubrir los huecos que dejaron sus progenitores. Además, las malas compañías
influyeron alejándonos cada vez más –señaló al Johnny– y la suya la
primera’. ‘¡Vieja loca! –estalló– Ojalá te pudras en el infierno’.
‘Abogado –amonestación severa–, controle a su cliente o le expulso de
la sala. No se lo vuelvo a decir. Continúe’. ‘¿Cómo las definiría?’.
‘No comprendo?’. ‘Sí, lo lamento. ¿Calificaría dichas compañías como
malas, buenas…?’. ‘¡Protesto, señoría! La abogada de la acusación divide
en dos categorías a los miembros de la especie humana, borrando radicalmente el
“término medio” que entendemos el común de los mortales’. ‘Admitida’.
‘Tras las fuertes discusiones con su pareja, ¿en qué estado volvía a casa?’.
‘Lesionada: fractura de muñeca, supuesto ataque de ciática, brecha en la
frente que según ella se hizo con el pico de la ventana… Yo la cuidaba hasta
que aparecía ése y se volvía a marchar’. ‘¿Cuándo la vio por última vez?’.
‘En la cama de un hospital. Dormida por los calmantes. Tenía una pierna escayolada
y desprendimiento de retina a consecuencia de haber caído por las escaleras,
pero seguro que el Johnny la empujó’. ‘¡Protesto, señoría! La testigo no
está capacitada para asegurar algo así’. ‘Se acepta’. ‘¿Cómo supo
del fallecimiento?’. ‘En las páginas de un periódico vi la fotografía
borrosa de una mujer indocumentada que me pareció familiar. Fui al depósito de
cadáveres con la esperanza de que no fuera ella, pero... La tenían en una
habitación muy fría, desnudita y tapada sólo con una sábana. Mi tesoro, tanto
sufrimiento para terminar así, tendida sobre la mesa de autopsias por culpa de un
hijo de perra’. ‘Letrada, oriente a la testigo respecto a las pautas de comportamiento
a seguir, tal y como indiqué que era la política que se sigue en esta sala’.
‘Claro, por supuesto. No volverá a pasar. Señora Mayalen: ¿Por qué guarda
copia de los partes de lesiones, radiografías y denuncias puestas por su nieta?’.
‘Porque los pobres sólo tenemos la verdad como única herramienta de defensa?’.
‘Presentamos como prueba número cinco un manuscrito en el que Alexa Valdés
narra, con todo lujo de detalles, las vejaciones y agresiones sufridas mientras
vivió con el procesado. Junto a dicho documento adjuntamos el informe
grafológico que acredita la autoría de la caligrafía como perteneciente a la
persona antes citada. No tengo más preguntas’. Charlotte Bennet y yo acordamos
que no la interrogaría, pero el abogado de la defensa sí lo hizo. ‘Con la
venia. Esta buena mujer, de lágrima fácil, cuenta lo desgraciada que fue su
nieta desde que se quedó huérfana a la temprana edad de siete años, pintando un
cuadro donde se ve perfectamente a la chica cándida frente al ogro malvado que
la deshonra y lleva por mal camino. Sin embargo, olvida detallar algo tan importante
como que la muchachita era una yonqui que buscaba en mi representado el dinero
fácil. ¿Es cierto, señora Mayalen, que le robó pequeñas cosas que luego vendía
en el mercado negro para conseguir hachís?’. ‘¡Protesto, señoría! El
terreno privado de la testigo con su familiar no es relevante’. ‘Denegada.
Conteste al caballero –ordenó el juez–, por favor’. ‘No lo recuerdo’.
‘¿Ah no? ¿Entonces mintió en la oficina del sheriff cuando dijo que, a
veces, la encontraba revolviendo entre los cajones y que echó en falta una medallita
de la virgen de Guadalupe, regalo de un compatriota recién llegado de México
que compró para usted en la Catedral de la Basílica Menor, en Colima?’.
Miré a la anciana indicándole que debía contestar lo mismo. ‘Sí, lo dije’.
‘Que el jurado tenga en cuenta que la demandante ha reconocido el perfil ladrón
de la fallecida’. ‘¿A lo mejor tampoco recuerda haberle confesado a alguien
de su confianza los insultos que recibía cuando ella estaba bajo los efectos de
las drogas? ¿O que la levantó la mano a la salida de la iglesia delante de los
vecinos?’, Charlotte se quedó sentada, moviendo la cabeza de un lado para
otro. ‘Sí’. ‘No tengo más preguntas’. ‘Señoría: ¿permite que me
acerque al estrado –pedí y lo hicimos los tres–. Quisiera hacer una
última intervención’. ‘Está bien. Pero sea breve que tengo hambre’. Sabía
por Richard que esa estrategia se usaba con el fin de hacer un receso entre los
interrogatorios y el alegato final, para que el jurado tuviera tiempo más que
suficiente de asimilar lo primero para encajar sobre una base sólida lo segundo.
‘Tranquila, que estamos acabando –la sosegué–. Diga qué ocurrió en la
boda de Alexa con el señor García’. ‘Ya se lo dije, doña Allison. Se
casaron en secreto, y la noche de bodas, en lugar de ser un acontecimiento de
amor, experimentó el dolor de la fisura de costillas por los puñetazos –miré
al estrado y vi la consternación en los rostros de los asistentes– y las
patadas que recibió durante toda la noche’. ‘Hacemos un receso de dos horas
para comer. Señoras y señores del jurado, en la sala de deliberaciones se les servirá
un cáterin. Se levanta la sesión’.
Se acerca el desenlace, con dudas sobre si finalmente el Johnny será condenado, y a qué, o si, por el contrario, el jurado le declarará "no culpable". Los sistemas de justicia a veces te sorprenden con sus fallos. Feliz domingo.
ResponderEliminarAl final esta saliendo una historia redonda. Enhorabuena, nena. Un beso
ResponderEliminarSiempre te has mostrado documentada en lugares, situaciones y costumbres, pero lo de sadomasoquismo y otras prácticas extremas supera las expectativas de entrega a la causa.
ResponderEliminarEsperemos que el tiempo premie tu labor.
Gracias.
Gran trabajo! Lástima que se acerque el final pero a la vez impaciente por ver el desenlace. Gracias. Besos
ResponderEliminarEstoy seguro que nos reservas un final acorde con la calidad del texto y ello me tiene con los "gemelos" cargados... Agradecido siempre. Besos.
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