9.
‘¿Puede rebobinar la cinta hasta el principio y pasarla otra vez, por favor?’, –pregunté al policía, amigo de la becaria–. ‘Claro’. En los primeros minutos de la grabación apenas se apreciaban sombras, tan sólo un gato sigiloso colándose por un agujero y algún mendigo invisible rebuscando entre las basuras algo que llevarse de cena. Diez minutos después de ese episodio surgió de la nada una mujer portando bolsas con la compra del supermarket. Avanzó unos centímetros y se vio rodeada por varios individuos que le cortaron el paso hasta bloquearla. Sujetándola con fuerza, le metieron un pañuelo en la boca para amortiguar los gritos y, uno a uno, con chulería y agresividad, eyacularon alardeando de su hombría. Cuando el último terminó, se giró y miró fijo a la cámara, desafiándola. ‘¡Ahí! ¡Pare, pare! Congele la imagen y, si no le importa, amplíela un poco. Perfecto –saqué el móvil y tiré una foto–. ¿Sería posible darme una copia?’. ‘No. Sin una orden judicial, imposible. Además, si los de arriba se enteran de que está usted aquí se me cae el pelo. Esto lo hago por Michelle’. ‘Una cosa más: ¿qué antecedentes pone en su ficha?’. ‘Sabe que tampoco puedo facilitarle esa información sin que…’, –le interrumpí antes de acabar–. ‘Ya, ya. Sin el papelito con la firma del juez’. De debajo de un montón de expedientes extrajo uno y lo dejó visible. Se levantó y dijo que volvía enseguida. El nombre del Johnny destacaba en la portada. Lo ojeé deprisa, tomé algunas notas y un par de instantáneas. El texto no tenía desperdicio. Regresó secándose las manos con un pañuelo y, como si nada, volvió a ponerlo en su sitio. Nos despedimos. Puse la camioneta en marcha y decidí visitar al detective.
‘¿Puede rebobinar la cinta hasta el principio y pasarla otra vez, por favor?’, –pregunté al policía, amigo de la becaria–. ‘Claro’. En los primeros minutos de la grabación apenas se apreciaban sombras, tan sólo un gato sigiloso colándose por un agujero y algún mendigo invisible rebuscando entre las basuras algo que llevarse de cena. Diez minutos después de ese episodio surgió de la nada una mujer portando bolsas con la compra del supermarket. Avanzó unos centímetros y se vio rodeada por varios individuos que le cortaron el paso hasta bloquearla. Sujetándola con fuerza, le metieron un pañuelo en la boca para amortiguar los gritos y, uno a uno, con chulería y agresividad, eyacularon alardeando de su hombría. Cuando el último terminó, se giró y miró fijo a la cámara, desafiándola. ‘¡Ahí! ¡Pare, pare! Congele la imagen y, si no le importa, amplíela un poco. Perfecto –saqué el móvil y tiré una foto–. ¿Sería posible darme una copia?’. ‘No. Sin una orden judicial, imposible. Además, si los de arriba se enteran de que está usted aquí se me cae el pelo. Esto lo hago por Michelle’. ‘Una cosa más: ¿qué antecedentes pone en su ficha?’. ‘Sabe que tampoco puedo facilitarle esa información sin que…’, –le interrumpí antes de acabar–. ‘Ya, ya. Sin el papelito con la firma del juez’. De debajo de un montón de expedientes extrajo uno y lo dejó visible. Se levantó y dijo que volvía enseguida. El nombre del Johnny destacaba en la portada. Lo ojeé deprisa, tomé algunas notas y un par de instantáneas. El texto no tenía desperdicio. Regresó secándose las manos con un pañuelo y, como si nada, volvió a ponerlo en su sitio. Nos despedimos. Puse la camioneta en marcha y decidí visitar al detective.
Ethan
Ross no era persona de respuesta rápida ni opiniones a la ligera. Se guiaba por
los tiempos que le marcaba su reloj interno. Por eso, mientras veía el material
y yo añadía mis comentarios, se pasó una mano por la frente, cruzó ambas
alrededor de la nuca y, tras beber unos tragos de cerveza arrojando la lata a
la papelera, dijo: ‘Sabes que nunca podrás utilizar esto delante de un
jurado. Ninguna sala lo admitiría, porque no se ha conseguido legalmente’. ‘Ya
lo sé. Pero te gustaría ver al tipejo entre rejas, ¿sí o no?’. ‘¡Ya lo
creo!, y que recaiga sobre él todo el peso de la ley. No obstante, hemos de ser
cuidadosos con estos asuntos, ya que, a veces, lo visceral nos ciega el sentido
común’. ‘Eso díselo a quiénes han perdido a sus seres queridos por culpa
de un desalmado y verás lo que te contestan’. ‘Lo sé. Sin embargo, ¿dónde
situamos el discurso de la reinserción que tanto proclamamos con traje de
activistas?’. ‘Coño, es que hay asesinos en serie que, por mucho esfuerzo
que se haga, no tienen cabida en la sociedad. Y no pienses que hablo de emplear
sus mismos métodos, si no de aplicarles la cadena perpetua’. Esos
comentarios suyos me cabrearon bastante, porque buscaba apoyo y no una lección
de moralidad. ‘¿Qué diferencia hay entre privar a alguien de libertad y quitarle
la vida? ¿Acaso no es una forma de morir lentamente con los ojos abiertos?
Explícamelo, porque no lo entiendo’. ‘Fíjate que ese fue uno de los principales
motivos que me empujaron a entregar mi placa de policía. No soportaba los
envíos masivos al corredor de la muerte sin haber evaluado el delito cometido
por cada uno’. ‘Mira, lo único que quiero es que mi cliente duerma
tranquila, sabiendo que ha honrado la memoria de su nieta. Y, por supuesto,
hacer justicia’. ‘¿Y piensas que yo no, Allison? Eres una buena abogada,
y no quiero que te pase como a muchos que se han quedado anclados en la
soberbia del éxito. Tienes una historia muy delicada y has de manejar bien las
estrategias’. ‘Vale. ¿Entonces me ayudarás o qué?’. ‘Lo dudas? Estudiaré
la manera de usar esta información. Y vete planteando que la denuncia hay que
ponerla ya’. ‘Por cierto, ¿y la chica del sadomasoquismo?’. ‘A
salvo’, –más tarde supe que le dio cobijo en su casa hasta finalizar el
juicio–. ‘¿Cuándo podré verla?’. ‘Pronto’. ‘¿Querrá declarar en
contra del Johnny? ¿Se lo has insinuado?’. ‘Llegado el momento lo
sabremos’. ‘Está bien, no más preguntas. Hablaré con la abuela’. Antes
de meterme en el automóvil, observé las montañas. Vi que la niebla que
descendía desde los picos eclipsaba las últimas luces del día. Silbaba el viento,
el mismo que espabiló en la lejanía a los fantasmas, mientras que el jadeo de
dos perros apareándose tres cuadras más allá preludiaba los cambios que estaban
por llegar…
El
día que Michelle compartió conmigo las tremendas vivencias de su pasado, nos
bebimos botella y media de vino, sin algo sólido en el estómago. Según avanzaban
las horas me sentía cada vez más ridícula, aturdida y con una pesadez
grandísima en los párpados que me impedía fijar la vista en un punto concreto.
Además, tenía la lengua pastosa y un calor sofocante que dejaba al descubierto
ronchones rojos en mis mejillas. Ella, tambaleándose, fue hasta el váter, donde
vomitó y orinó. Regresó muy pálida, pero aún así sacó fuerzas para seguir
conversando. ‘¿Sabes qué concepto tenía de mí cuando presenciaba el
parricidio?’. ‘No, ni idea’, –respondí–. ‘Pues que era una
auténtica mierda. Piénsalo: papá mata a mamá, luego él se estrella y a mí, todavía
una adolescente con la personalidad no definida y en shock, me llevan a identificar
su cadáver. A continuación, se desencadena una serie de tsunamis que me revuelven
las tripas’. ‘Esto último no lo entiendo, ¿a qué te refieres?’, –obvió
el comentario–. ‘¿Crees en Dios?’. ‘No. Nunca he sido la típica
americana de domingo de misa y Biblia con párrafos subrayados, que se tira la
tarde anterior haciendo una tarta de queso para el ágape en la parroquia. Mi
apuesta se fundamenta en las cosas que puedo ver y palpar. El más allá no es
más que una maniobra para engordar determinados intereses’. ‘A mí me
gustaría que existiera para curiosear lo que ocurre en la tierra’. ‘¿Puedo
hacerte una pregunta?’. ‘Sí’. ‘¿Qué pasó después de quedarte
huérfana?’. ‘Pues que llegó el tiempo de orfanato, de familias de
acogida, discriminación, maltrato y vuelta a empezar, hasta que ingresé en un correccional
donde comprendí que urgía hacer algo con mi futuro’. ‘¿Y estudiaste
Derecho?’. ‘No’. ‘¿Entonces?’. ‘Faltaba menos de un mes
para acabar la condena –no me atreví a preguntar los motivos– cuando un
matrimonio de avanzada edad fue a los servicios sociales porque querían
colaborar. Tras explicarles mi delicada situación les propusieron adoptarme.
Aceptaron y, como ves, no desaproveché la oportunidad. He llegado aquí gracias
a ellos, a su generosidad y valentía, arriesgándose a que la jugada les saliera
mal. Me dieron un techo, herramientas para formarme académicamente y, sobre
todo, mucho cariño’. ‘¿Viven aún?’. ‘Qué va. Murieron hace poco
en una residencia a la que fueron por voluntad propia. Les visitaba a diario y esperaba
hasta que les acostaban y se dormían. Una mañana que amaneció con un sol
espléndido no despertaron más’. No soy consciente del momento exacto en que
nos quedamos dormidas, pero sí de la resaca del día después.
Había
pasado toda la noche en el bufete. Eran las seis a.m. cuando el termostato de
la calefacción se conectó con su habitual rugido mientras leía sobresaltada lo
siguiente: Estados Unidos se preparaba para celebrar a lo grande el 4 de julio.
Corría el año 2017, y en el Diario de las Américas, en páginas
interiores, apenas visible, aparecía la noticia de que el ejecutivo Nelson Díaz,
residente en el barrio de clase media alta Coral Gables, en Miami, había sido
detenido acusándole del asesinato en 2015 de la hija de Carmela Rodríguez, su empleada
de hogar, natural de Santa Clara, Cuba. En el informe general figuraba que la adolescente
vio abortadas sus expectativas de futuro, mientras caminaba por el área de
suburbios donde vivía, en Liberty City. Entonces, un coche elegante se detuvo
en la acera de enfrente. El conductor bajó la ventanilla y dijo que era el jefe
de su madre, y que venía a buscarla porque ella había sufrido un desfallecimiento
trabajando. Angustiada, tiró al suelo la carpeta con los apuntes de la escuela secundaria
Northwestern donde estudiaba y entró en el vehículo sin saber que lo hacía
en el mismísimo infierno. Forzada a practicar en numerosas ocasiones sexo sin consentimiento
hasta quedar inconsciente, perdió la vida de forma tan salvaje que aún no se han
hallado los miembros superiores e inferiores desmembrados del cuerpo, tan sólo el
tronco y la cabeza aparecieron en un vertedero, ya casi descompuestos. Sin
embargo, la perseverancia de los padres, y la empatía del abogado defensor público
que les asignaron fueron determinantes para capturar al verdugo de su pequeña, quien
cumple condena en el condado de Bradford, en Florida State Prison, una
de las cárceles más grandes del estado, donde espera la inyección letal. ‘Pues
sí que madrugas. Good morning’ –dijo el yerno de mi padrastro,
recostado en el quicio de la puerta–. ‘Es que todavía no me he acostado’,
–respondí–. ‘¿Hace una taza de cacao caliente?’. ‘¡Venga! Echa un
vistazo a esto –giré el monitor para que lo viera más cómodo– y dame tu
opinión’. Se tomó su tiempo. Era un hombre muy tranquilo que apenas se
alteraba, con buen carácter y demasiado bueno como para pelear con algunos individuos
que a veces le tocaban en suerte. ‘¿Has contrastado que los datos sean correctos?’.
‘Sí, por eso no he dormido. Tanto Brown contra Hedison, en Los Ángeles, como
en el último caso que reseño, fueron los familiares quienes llegaron a los tribunales
en representación de las víctimas muertas’. ‘Digamos pues que el caso de
Mayalen tiene el mismo perfil, ¿me equivoco?’. ‘No, en absoluto. Por eso
necesito disponer de la maquinaria para empezar’. ‘¿Qué harás primero?’.
‘Pues ir con la abuela para que presente la denuncia correspondiente
aportando las pruebas que vamos consiguiendo. El tipejo tiene un buen historial’.
‘Está bien. Adelante, pero mira qué te digo: no tomes ninguna decisión sin consultarlo
antes conmigo’. ‘¿Desconfías de mí?’. ‘No, coño, pero, por si se
te ha olvidado, soy tu superior’, –reímos con ganas–. En cuanto se fue descolgué
el teléfono y marqué un número…
Buen comienzo de año, nena. Felicidades por la historia.
ResponderEliminarSiguiendo el rumbo de los post anteriores y no decae la intensidad ni el interés en el relato.
ResponderEliminarEsperemos continúe así.
Recuperamos la intriga de la investigación de los hechos brutales cometidos, con el detalle en las descripciones y el estado de ánimo y las reflexiones de la principal protagonista en cada momento. Seguimos...
ResponderEliminar¡Qué alegría comprobar que el año es nuevo pero tu estilo el mismo! Cómo me gustaría conocer a tus personajes, ya nuestros, y hacerles notar la cercanía que siento hacia ellos... ¡Cuánta magia, amiga!
ResponderEliminarGracias por ello.
Muy interesante! La historia engancha totalmene. Intrigada espero la siguiente entrega. Besos
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