10.
‘Hello’, –dijeron con acento
latino–. ‘Quisiera hablar con Ms Mayalen, please’. ‘¿De parte de
quién, por favor?’, –preguntó desganada–. ‘De su abogada’. ‘No se
retire. Enseguida se pone al teléfono’, –dijo, ya con tono emocionado–. ‘Dígame.
¿Qué ha pasado?’. ‘Escúcheme con atención: en treinta minutos pasaré a
recogerla. Por fin ha llegado el momento. Todo irá bien, confíe en nosotros’.
Un tímido sollozo y algunas palabras difíciles de descifrar, fue lo único que oí.
A punto de salir repasé de memoria el sumario que habíamos elaborado. Estaba
lista. Cogí una libreta nueva y unos lápices y puse rumbo a su casa. No sabría concretar
la razón que me incitó a subir las ventanillas y accionar los seguros de las
puertas cuando pasé el límite de las calles que tan bien conocía y me adentré
en zona hispana, cuya música estridente, sus restaurantes con griterío y el
olor a comida grasienta no formaban parte de mi hábitat natural. Giré por una
esquina a la derecha, otra a la izquierda, de frente y aflojé la velocidad. Entonces,
como de la nada, apareció la anciana, tirando de la pesada losa de su
existencia y la misma expresión de esperanza de quién cree haberse librado del
exterminio. Apartó del camino un balón de fútbol y alborotó el pelo de los
pequeños que se le abalanzaron con los brazos extendidos, buscando el caramelo
que siempre les daba. Se sentó en el lado del copiloto y me sonrió desdentada. ‘Buenos
días. Perdone la tardanza de esta torpe vieja’. ‘Pero si es muy puntual.
Además, no se apure, tenemos tiempo’. ‘¿A dónde? Disculpe la indiscreción’.
‘Tranquila, está en su derecho. ¿No se lo imagina?’. ‘No, soy muy
corta’. ‘Vamos a poner la primera piedra que encausará al Johnny en el
asesinato de Alexa’. ‘No comprendo’. ‘Enseguida lo entenderá’.
‘¡Ay, doña Allison, por fin! Si me lo hubiera dicho le habría puesto una velita
al Altísimo’. ‘Bueno, así ha estado más relajada’. Callé para no
decir que de nada servirían sus rezos, si el juez que nos tocara no era empático.
‘Espero no dejarla en ridículo’. ‘No diga tonterías, mujer’. Me
concentré en el volante y, reconociendo ya el paisaje urbano, recuperé el
control de las cosas…
El
edificio donde se ubican las dependencias del sheriff de Carson City
estaba semioscuro, porque, a última hora de la mañana, se produjo un cortocircuito
que el equipo de mantenimiento aún no había podido resolver. Con lo cual, el
caos informático era también considerable. Apenas media docena de personas
esperaban para ser atendidas por el agente que, al otro lado del mostrador y
con absoluta parsimonia, entregaba el formulario de denuncias. Mayalen subió los
escalones de entrada cogida de mi brazo, mientras que en la otra mano llevaba una
fotografía de su niña pegaba al pecho. Estaba nerviosa y caminaba como tirando
hacia atrás al temblarle todo el cuerpo. Aunque intentamos pasar con sigilo,
fue inevitable atraer las miradas hacia nosotras. ‘Perdón’, –dije, pero nadie
se dio por aludido–. Me dieron un impreso y lo rellené con los datos de la
denunciante, su parentesco con la víctima y los hechos ocurridos detalladamente.
Adjunté las fotocopias que llevábamos, añadí la fecha, ella lo firmó y se lo entregué
al Law Enforcement Officer que, malhumorado, maldecía por seguir todavía
allí. Estampó el sello y, entre dientes mascando chicle, entendí que
aguardáramos junto al resto. Poco a poco nos fuimos quedando solas, hasta que,
una hora y cuarenta y nueve minutos después, subimos a la planta de arriba y buscamos
el tercer despacho donde Adam Walker, segundo responsable del departamento de
investigación, estaba de guardia. He de decir que la primera impresión que tuve
fue muy positiva. Sin embargo, había que esforzarse, porque era a él al primero
que tenía que convencer con argumentos contundentes sobre la culpabilidad de
nuestro sospechoso y su conexión con la reciente violación ocurrida de noche en
Carson City y la práctica de sadomasoquismo sufrida por nuestra principal
testigo. Es decir, constatar que había indicios suficientes para tirar del
hilo. ‘¿Y dice usted que Johnny García mató a su nieta hace unos meses?’.
‘Sí’. ‘¿Y por qué no lo denunció en su momento?’. ‘Lo hice’.
‘En la página once, párrafo cuarto –intervine yo–, se explican los
motivos’. ‘¿Por qué lo archivaron?’ –se dirigió a mí–. ‘Según
consta, por falta de pruebas, aunque no me lo creo’. ‘¿En qué fundamenta
su duda?’. ‘Hombre, pues es muy sencillo: mujer de avanzada edad, inmigrante,
con ingresos mínimos y peleando por sacar a la luz un suceso de violencia de
género’. ‘No obstante, y suponiendo que fuera verdad lo que dice, ¿cómo
puede asegurar que la muerte de su nieta y los delitos recientes han sido
cometidos por la misma persona?’. Describimos la escena de la lavandería,
así como el testimonio de nuestra protegida, a la que Ethan ya había convencido
para ir a la policía y contar lo suyo. Y, por supuesto, la intuición, que nunca
me había fallado. ‘No seré yo quien le diga cómo ha de hacer su trabajo,
pero si pide las grabaciones de las cámaras de seguridad comprobará que no mentimos’.
Nos marchamos de allí optimistas, con buenas vibraciones y con la certeza de
que nos había tocado alguien dispuesto a implicarse y que contactaría
rápidamente con la oficina del fiscal del distrito, para poner en marcha el protocolo
que nos llevaría a la cumbre de nuestros propósitos. Acompañé a Mayalen y me
fui directa al bufete, donde encontré al yerno de Richard apoyado en el escritorio,
con el teléfono aún descolgado, la mirada perdida y una extraña palidez que le
había dejado el rostro como de cera…
Dos
años después de morir mi padre regresé a Jackson en vacaciones. Acababa de comprar
una camioneta de segunda mano y quería comprobar que no me habían dado gato por
liebre. Así que, planifiqué ese viaje para disfrutar del entorno y reconciliarme
conmigo, ya que los últimos meses, en todos los sentidos, habían sido bastante
convulsos, tanto que llegué incluso a pensar que no podría responder a las expectativas
que se tenían sobre mí. Por eso, supuse que, enmarcada en el paisaje de mis
raíces, ahuyentaría las preocupaciones que tanto me inquietaban. Como no tenía
prisa hice noche en la ciudad de Twin Falls, a menos de doscientas cincuenta
millas de mi destino final. Alquilé una modesta habitación en Capri Motel,
y a la mañana siguiente, muy temprano, visité las Cascadas Shoshone, en la
parte más salvaje del río Snake. Había leído en una revista que surgieron tras
la catástrofe conocida como Boneville Flood, ocurrida a finales de la
última Era de Hielo, cuando se inundó buena parte del sur de Idaho y la gran ola
erosionó el valle dejándolo como ahora está. Dicen que son más altas que las del
Niágara, y no me extraña en absoluto, porque para alguien como yo, que se ha
relacionado básicamente en ambientes muy rurales, la espectacularidad de esa
belleza es una estampa única. Desde el mirador, tal y como contó una vez el tío
James, pude escuchar la música country del cowboy que por ahí se
despeñó en su caballo persiguiendo a su diosa. Respiré profundamente, retomé mi
camino, y llegué al rancho no muy entrada la tarde. En el comedor tuve cuidado de
no pisar sobre la tabla rota que dio más de un disgusto a quienes venían a
visitarnos. Todo estaba como lo dejé, excepto que se había caído la mitad del
tejado del establo. Ya lo arreglaría. Me senté en el porche. La niebla rozaba
los picos de las montañas como si fuera la melodía que surge de las cuerdas del
arpa. A lo lejos, los aullidos de los lobos me daban la bienvenida.
Inconscientemente, volví la cabeza hacia la butaca vacía de papá y le ofrecí
tabaco. Desde ese día no he vuelto…
‘Tendrías
que comer un poco más, hija’, –dijo Ethan con preocupación a la muchacha
que testificaría en contra del Johnny–. ‘Ya no tengo apetito. Quizá más
tarde lo haga. Lo prometo’. ‘Estás floja y lo sabes. El mareo de ayer
fue por debilidad, y ahora es cuando necesitas estar más fuerte que nunca,
porque en cuanto comience el juicio esto será un no parar’. ‘No sé qué
hacer, me asaltan muchísimas dudas’. ‘Haces lo correcto. ¿Acaso no
quieres que pague por el daño que te hizo? Recuerda que sufriste desgarros
vaginales, palizas y humillación’. ‘Decía que me quería’. ‘¿Tú
crees?’. ‘Tengo miedo, usted no sabe cómo es en realidad. Es capaz de
torturar hasta los límites del dolor’. ‘Pero nosotros no lo vamos a
permitir. Además, una vez que todo acabe, entrarás en el “Programa de
Protección de Testigos”, con lo cual las posibilidades de dar contigo son cero’.
‘¿En qué consiste exactamente?’. ‘Finalizado el proceso, tendrás una identidad
anónima, integrándote en otro Estado o, si lo prefieres, en un país diferente.
Si fuera así, te aconsejo Canadá, no es mal lugar para empezar una nueva vida. Se
incluye también un empleo, salario digno, vivienda, apoyo psicológico. En fin, cosas
básicas y fundamentales para partir desde cero’. ‘Ya, pero no ver más a
mi familia es un punto discordante entre dar el paso o no’. ‘Eso se puede
estudiar. A veces, si se considera que peligra la seguridad de los que quedan,
hay posibilidad de que entren en el mismo proyecto’. ‘No le quepa duda de
que irían a por ellos con tal de hacerme regresar y retractarme de lo dicho. Hay
mucha gente a su alrededor que delinque y se ocupan del trabajo sucio con tal
de no defraudarle’. ‘Se puede intentar. Deja que lo comente con la abogada
que lleva el caso, a ver qué opina ella’. ‘Hágalo, y dígale que, si no les
garantizan a los míos lo mismo que a mí, desapareceré para siempre’. ‘Bueno,
no adelantes acontecimientos. Quiero que trates de dormir. Mañana te tomarán
declaración y has de estar bien despejada. Cualquier cosa que precises estoy en
la habitación de al lado. Que descanses’. ‘Buena noche, señor Ethan’.
Al detective le conmovieron esas palabras y se dejó llevar por la ternura,
besándola en la frente. La puerta de la habitación quedó un poco abierta, viéndose
una luz de emergencia encendida en el pasillo. Entonces, de repente, recordó un
dato que leyó en algún sitio, una similitud que les ayudaría.
Michelle
llevaba una semana encamada con molestias en el estómago. A menudo padecía crisis
por el estilo, pero esta vez se le complicó con un virus intestinal que la
estaba deshidratando. En la oficina la echaba de menos, todo iba manga por hombro,
por no hablar del caos que reinaba encima de mi mesa. En los ratos libres la
visitaba con botes de zumo recién exprimidos, ya que para esos males la mejor
medicina era beber mucho. Nos habíamos hecho grandes amigas. ‘¿Qué tal te
encuentras?’. ‘Igual que si una manada de bueyes me hubiera arrullado
durante un siglo entero’, –reímos a carcajadas–. ‘Te traigo un batido de
limón con aguacate y remolacha. Tómatelo entero, dicen que es muy bueno’. ‘Pero
si están todos asquerosos’. ‘Anda, anda. No seas quejica’. ‘¿Cómo
va todo?’, –preguntó–. ‘Bueno, ya sabes’. Le conté los últimos avances
y lo del bufete. ‘Joder, ¿entonces se ha suicidado la mujer de Anderson hijo?’.
‘Eso me dijo el jefe la otra noche cuando fui al despacho. Tenías que
haberle visto, estaba desencajado’. ‘¿Se conocen los motivos que la
empujaron a hacerlo?’. ‘No, solo rumores. Supongo que abrirán una
investigación, o puede que los socios prefieran mantenerlo en secreto para que
no trascienda a la opinión pública’. ‘Uy, más vale que me incorpore lo
antes posible, porque esto se pone interesantísimo’.
Construir un texto es como un edifico seguro: hay que contar con buenos materiales, una mano de obra con mucho oficio y unos cimientos bien asentados. Tu estilo literario reúne estos elementos y algunos más que admiramos quienes te conocemos bien. Un beso, nena.
ResponderEliminarExpresas lo que el pintor en el lienzo, lo que el fotógrafo capta con su ojo, lo que el actor realiza con su cuerpo. Sin duda que escribir es mágico, es imaginación... Como siempre digo, gracias escritora. Besos.
ResponderEliminarIncreíble que en tan poco quepa tanto.
ResponderEliminarPoco porque, por lo menos a mí, se hace corta la lectura y tanto por el detalle al describir situaciones y sobre todo lugares que hacen impensable no haberlos vivido y visto en persona.
Gracias.
Me gusta eso de "La niebla rozaba los picos de las montañas como si fuera la melodía que surge de las cuerdas del arpa". Seguimos... Un besote.
ResponderEliminarTestigo protegido...pero no ver más a mi familia es un punto discordante entre dar el paso o no’
ResponderEliminarEstructuras y escribes muy bien.
Big hug Mayte