8.
Madeline Smith finalizó su ciclo vital
en una residencia privada en Minden, condado de Douglas, aquí, en Nevada. Las
veces que fui a visitarla siempre la encontraba alejada de los demás compañeros,
sentada en los butacones de mimbre en la galería, frente a la cristalera que
daba al jardín, con la vista perdida en el infinito de su quebrada memoria y
esa expresión de soberbia tan suya que echaba para atrás. ‘Hola, mamá. ¿Cómo
estás? –me miró desafiante–. He visto un cartel a la entrada donde
anuncian que va a haber una fiesta para la noche de Halloween, organizada por los
trabajadores de aquí. ¿Te apetece que venga y vamos juntas?’. ‘Métete en
tus asuntos, y déjame de tonterías’. No supe qué decir, salvo permanecer en
silencio durante una hora larga, levantando entre las dos un muro cuya grieta
fronteriza se hacía cada vez más ancha. Con el tiempo comprendí que su actitud
conmigo se fundamentaba en los celos que tenía de mi padre y en la frustración
de vida que ella arrastraba desde muy joven, principalmente por casarse con un
hombre del que no estaba enamorada, que, por otra parte, le duró muy poco por
su débil salud. Continuamos así, observándonos de soslayo y sin cruzar
palabra, hasta que se me agotó la paciencia, la besé en la mejilla y apresuré
el paso para salir a respirar aire fresco. Pero, casi en la calle, me llamó el
director del centro y tuve que entrar a su despacho. ‘Tome asiento, por
favor. –dijo, muy educado–. Hemos observado en su madre algunos cambios de
comportamiento y quiero ponerla al corriente’. ‘Pues, dígame’. ‘La
otra tarde agredió a la persona encargada en repartir el desayuno y tiró de los
pelos a su vecina de la habitación contigua. Pero ahí no queda todo: ahora se
dedica a robar pendientes, sortijas, collares, y otros complementos que hemos
encontrado en sus cajones. Como comprenderá estoy en un compromiso, porque si
continúa en esa línea me veré obligado a expulsarla’. ‘Entiendo su
postura y malestar, sin embargo, habría que investigar las causas de dicha
conducta. Puede que sea un problema neurológico, de desubicación, o para llamar
la atención. No lo sé. ¿Han consultado con un especialista?’. ‘No, mi
deber es informar antes a la familia y que sea ésta quién decida’. Activaron
un protocolo de seguimiento, pero empeoraba tan deprisa que, de repente, el
cuarto jueves de noviembre, Día de Acción de Gracias, se le paró el corazón. Hoy
recuerdo esa etapa mirando de soslayo las antigüedades que compré en Red
Barn Antique, un lugar muy especial de Minden, donde las manos artesanas de
quienes llevan el negocio crean verdaderas obras de arte reutilizando maderas
de viejos establos.
Había
encontrado un clavo ardiendo al que me agarraría como un náufrago. Resulta que,
en 2012, en el estado de California, y más concretamente en la ciudad de Los
Ángeles, Brown contra Hedison llegaron a los tribunales por agresión, acoso y
violación tras la denuncia presentada por la víctima, quién, intentando huir
del verdugo, recibió una tunda de golpes en la espalda con un bate de beisbol,
fracturándole algunas vértebras. Pero las triquiñuelas manejadas por el abogado
del acusado tambalearon la historia, consiguiendo que desestimaran el caso. Dos
años después, la familia luchó para que lo reabrieran, gracias al testimonio de
una de las hermanas, inquieta tras la desaparición de la mujer, a la que
hallaron degollada en la habitación de un motel abandonado. El proceso fue
desagradable, sobre todo para los padres, que tuvieron que escuchar la
narración de los hechos macabros que acabaron con la vida de su pequeña. Al
final, por la empatía de una jueza de la Corte Superior, se rearmaron los
testimonios y declararon culpable al asesino, sentenciándole a cadena perpetua.
Aquello
me sirvió de brújula, porque se asemejaba mucho a la situación de la abuela.
Llenaba de notas un bloc cuando Michelle me asustó entrando eufórica. ‘Allison,
estamos de enhorabuena’. ‘¿Y eso?’. ‘Tengo el informe técnico del
grafólogo: hay un margen de error mínimo, las caligrafías coinciden en un
noventa y siete por ciento. Así que, con toda seguridad pertenecen a Alexa’.
‘Lo sabía. Regístralo como prueba número 1 para el juicio. ¡Ah!, y llama a
Mayalen para que te facilite los originales que tiene, escanéalos y abre una
carpeta con todo. Otra cosa –retrocedió desde la puerta–, si necesitas a
alguien más en el equipo, dímelo’. ‘De momento puedo arreglármelas sola,
gracias’. ‘De acuerdo, como quieras. Busca esta información –le di un
papel escrito con apellidos, un año concreto y dos barrios de Miami–: Rodríguez
y Díaz, 2017, Liberty City y Coral Gables’. ‘¿Ricos y pobres? ¿Buenos y
malos? ¿Exitosos y vulnerables? ¿Qué son?’. ‘No estoy segura, pero
encuentra conexiones. El más insignificante de los detalles puede ser
importante’. ‘Ahora mismo me pongo con todo, no te preocupes’. ‘Tenemos
un largo camino por delante y te quiero fuerte, ¡eh! Ya habrá tiempo de llorar.
Oye, acuérdate que nos espera el detective’. ‘Sí, no me olvido. A las
seis en el aparcamiento’. ‘Eso es. Espera –le di unos folios impresos
con lo que había encontrado–, pon esto también en la carpeta’. Asintió,
y silenciosamente cerró la puerta y se marchó.
Según
subíamos las escaleras oímos a Ethan silbar una canción que aún no he sido
capaz de identificar. ‘Sentaos, queridas. ¿Una copita?’. ‘No, gracias.
Vayamos al grano, hemos tenido un día complicado y estamos cansadas’. ‘Un
momento, Allison, que lo importante ha de saborearse despacio’. ‘Como el
buen vino y los libros profundos, ¿verdad?’, –soltó la becaria–. ‘¿Nos
centramos, por favor?’. Desde donde estaba en la mesa me lanzó un sobre
abultado que cogí al vuelo. ‘Ábrelo y mira lo que hay dentro. Este Johnny no
tiene ningún desperdicio: múltiples denuncias por robo con arma de fuego,
órdenes de alejamiento, tráfico de drogas, proxeneta, sospechoso de la muerte
de su primera esposa, involucrado en el secuestro de una menor en Montana.
Lástima que archivaran la causa, ya que el principal sospecho era el hijo de un
pez gordo. Como veis, el tipo tiene un currículum completito’. ‘¡Le
tenemos! ¿Con todo eso podemos enviar al muy cabrón a la cárcel?’, –dijo
Michelle encolerizada–. ‘No tan deprisa. Los jóvenes sois muy impulsivos y
lo queréis todo de inmediato, –aclaró el hombre sobrado de sabiduría–. Por
lo pronto tomamos posiciones para situarnos en el punto de salida. Durante unos
días le he seguido y creo que está metido en algo sucio. Fijaos en el
testimonio de una de sus novias, lo tengo por aquí –buscó un magnetofón y
lo puso en marcha–. Escuchad –así lo hicimos. La chica narraba una sesión
de sadomasoquismo intenso que al parecer practicaban en una nave–. Sufrió desgarros
vaginales por la introducción de objetos agresivos, y cuando quiso abandonar, porque
aquello no le satisfacía, nuestro amigo se lo impidió. Pero logró escapar y ahora
anda escondiéndose, convencida de que en cualquier momento aparecerá muerta y
mutilada’. ‘¿Dónde has contactado con ella?’, –le pregunté, esperando
la respuesta sin sorpresas–. ‘Ese dato no te lo puedo revelar. ¿Por qué me
lo preguntas?’. ‘Me gustaría interrogarla’. ‘Imposible’. ‘Entonces,
ofrécele protección y todo cuanto necesite hasta el juicio. Si crees oportuno
que cambie de estado, por su seguridad, no lo dudes y facilítaselo. –Saqué
del monedero el dinero que llevaba encima y se lo di–. Toma, para cubrir sus
gastos. Mañana iré al banco y te daré más’. –Ambos me miraron incrédulos–. ‘No
tienes por qué hacerlo. Pídeselo a WILSON, ANDERSON & SMITH, tenían un
apartado para estas cosas’. –No le hice caso. El móvil de mi compañera sonó,
era su amigo el policía–. ‘¿Recuerdas el episodio que nos contó la abuela cuando
estaba en la lavandería? Han revisado las cámaras de seguridad y, adivina…: se
ve claramente al Johnny…’.
Aunque
si tuviera que elegir preferiría una sabrosa hamburguesa de buey, al más puro
estilo de Wyoming, gigante y en su punto, me había aficionado últimamente a la
cocina italiana, disfrutándola en sitios donde apenas me conocían, lo cual era
una ventaja para pensar sin interrupciones. Mayalen pasó por delante del
escaparate de Flat Earth Pizza, donde yo estaba comiendo, mientras
contemplaba ensimismada las nevadas cumbres de las montañas que veía al fondo. La
llamé con los nudillos por el cristal y entró pusilánime. ‘Siéntese. ¿Desea alguna
cosa?’. ‘No, muy amable. Ya almorcé’. ‘Lo supongo. ¿Quizá un té o
café? Empieza a refrescar –antes de que se opusiera pedí para ella un vaso
de leche caliente y una buena ración de bizcocho–. ¿Cómo está?’. ‘Voy
tirando, a ratos: unos mejores y otros peores, ya sabe’. ‘No se
desespere, paso a paso se hace el camino’. ‘Me ha citado su ayudante. ¿Qué
ocurre?’. –No quise adelantar lo que habíamos descubierto, por si
acaso–. ‘Nada por lo que deba preocuparse. Es sólo que necesitamos hacer
copias de algunos de sus documentos’. No pareció muy convencida, sin
embargo, se dedicó en cuerpo y alma a saborear esa especie de merienda elegida
por mí. ‘Se preguntará que hago por aquí’. ‘No, ni mucho menos’, –mentía–.
‘Esta zona está repleta de restaurantes, y yo soy buena lavando platos,
fregando suelos, limpiando retretes… Busco trabajo, porque ahora tendré más gastos.
Ustedes tienen que cobrar y con lo que gano no me llega. Por cierto, ¿Cómo va
lo de mi niña?’. ‘Por nosotros no se preocupe, hasta el final no nos
habremos ganado el sueldo. Y con respecto a la pregunta que me hace, hemos
adelantado bastante’. ‘Sea sincera conmigo, doña Allison’. ‘Lo
soy. Le doy mi palabra. Verá, estamos en el proceso de reunir pruebas
concluyentes y, aunque parezca que no avanzamos, cuando menos se lo espere la
llamaremos para iniciar el procedimiento por vía judicial. Sólo ha de tener un
poquitín más de paciencia’. ‘Dios la oiga, doñita’. Abandonamos el
establecimiento y me ofrecí a acercarla en coche, pero no quiso y no insistí.
Desde el interior de la furgoneta la observé ir cabizbaja, introduciéndose en
un mundo ajeno a la realidad, un espacio o dimensión fagocitada por el
sufrimiento de su pena.
Dejé
encendida la luz del porche. El viento soplaba entre las ramas de los árboles
creando una melodía de suspense. Tenía el corazón en Jackson: podía sentir la
presencia de los borregos cimarrones, oír el rugido de los lobos, notar el revuelo
de los coyotes al acecho de su presa, el galope de los caballos, el vaivén del
río Snake, el descanso de la vaca cuando la ordeñaba y la voz de mi padre
discutiendo con el herrero. Podía recorrer de memoria cada acre de tierra, y
hacer que la esencia de mis raíces tomase forma…
Tu capacidad para meter al lector en situación es admirable. No sé si aguantaré hasta el 12. Feliz año 2020, nena. Un abrazo
ResponderEliminarIncreíble como el relato va increscendo. Empieza recordando hechos familiares y al final te encuentras metida en el meollo de la trama pensando que la narración va a seguir hasta la resolución, pero no, ahí nos dejas con el runrún hasta la próxima, en este caso lejana, entrega.
ResponderEliminarQue el 2020 te siga iluminando al menos tanto como este año que acaba.
Más que para una película, creo que la historia daría para una serie de intriga, por la cantidad de personajes y relatos secundarios, aparte de los principales.
ResponderEliminarSeguimos en el 2020.
Gracias una vez más por tan grata lectura. Permíteme compartir con las amigas y amigos del blog la felicitación que te envié.
ResponderEliminarCompartiendo esperanzas construimos futuro. ¡Ojalá 2020 nos permita seguir soñando!
¡Salud!