8.
Aunque el discurrir en el barrio
pesquero de Guet NDar seguía siendo muy tranquilo, Saint Louis se había
convertido de un tiempo a esta parte en una ciudad peligrosa para el turismo:
robos, agresiones y un creciente rechazo hacia el llamado toubab dejaban en mal lugar la imagen hospitalaria que en general
se tiene del senegalés. En la intimidad de su dormitorio, sentada en el suelo y
con el portátil sobre las rodillas, Binta leyó por enésima vez el correo
electrónico: “Ha pasado una desgracia, tienes que volver”. Pero hacerlo no era
tan fácil como coger un AVE a Córdoba o volar a las Islas Pitiusas. Había
desobedecido las leyes musulmanas, y el castigo sería que, una vez dentro, le
resultaría imposible abandonar de nuevo el país. El resto del texto, en su
opinión, sólo contenía chantaje emocional, y así se lo expresó a Jasmin,
conversando en la oficina al día siguiente. ‘Mi hermano pequeño, al igual que yo, era de espíritu libre y muy suyo. Tanto
que rompió con la tradición de ser pescador, como son los hombres de nuestra
familia’. ‘¿Y a qué se dedicaba?’.
‘Pues fue dando tumbos hasta decidirse
por una profesión que verdaderamente le llenara: guiar grupos, no muy
concurridos, por el desierto de Lompoul’. ‘¿Y tiene demanda?’. ‘Claro, a
la gente le atraen las inmensas dunas, tan espectaculares en su largo recorrido
frente al océano, y lo exótico de pasar la noche bajo las estrellas. Buscan, en
definitiva, aventuras diferentes, menos convencionales’. ‘Entonces, ¿dónde está el problema?’. ‘En la última expedición que organizó,
mientras los demás dormían en jaimas dentro de las carpas, salió del campamento
para comprobar en qué estado se encontraba el terreno y calcular la distancia
que les separaba de la fuerte tormenta que según los pronósticos se acercaba’,
−un nudo en la garganta le obligó a parar−. ‘Tranquila, todo irá bien. Cálmate’, −le puso una mano en el
hombro−. ‘Pasado un tiempo
−prosiguió−, y preocupados por la
tardanza, alguien del equipo fue en su busca. Horas después, a lo lejos, lo que
en principio parecía un espejismo resultó ser la silueta de un dromedario. La
persona que venía encima, llena de polvo, se bajó, con la cara descompuesta, y
dijo haber encontrado al jefe degollado a mitad de camino. Se alteraron
muchísimo, cundió el pánico y abortaron el viaje’. ‘Joder’. ‘El e-mail acaba
responsabilizándome a mí de cuantos males les acechan’. Cerró los ojos
cuando los recuerdos de la infancia emergieron de la memoria. Caía la tarde
como un pañuelo de seda a cámara lenta. Ramas variables en tono rojizo y tierra
perfilaban en el horizonte una franja sin fin. Su hermano y ella repartían a
los visitantes diminutos vasos de té a la menta, con los que se ganaban algunos
francos. El chico se giró hacia el oeste, elevó el dedo índice y, señalando
hacia donde suponía estaba la libertad, gritó: “algún día te llevaré ahí”. La
voz de Jasmin la devolvió a la realidad. ‘¿Y
qué piensas hacer?’. ‘Pues no ir,
sería un suicidio’. ‘Nosotros podemos
garantizar que tu salida de España sea con retorno, pero una vez allí nada es
seguro’. ‘Ni hablar. Todavía no he
perdido el juicio. ¿Qué adelantaría yendo? Nada. Además, en unas semanas partís
hacia Libia y mi sitio está aquí, dándoos cobertura’.
En
plena inauguración del alumbrado en diciembre, Ismael regresó a Madrid para
atar algunos cabos sueltos que aún tenía en la agencia publicitaria Plaza’s Intercontinental, antes de
firmar el despido voluntario. El director general, que conocía sus planes,
trató de disuadirle con un apetitoso aumento de sueldo más incentivos. Pero lo
suyo no era una cuestión económica, sino de valores que le daban otro sentido a
su existencia. Se sentía muy cansado de la competencia desleal entre colegas,
de discursos basados en la prepotencia que dejan al descubierto el plumero del
adversario, de tanta ignorancia capaz de cubrirnos de mierda, de la sociedad de
consumo que abduce la energía individual de cada uno y de tanta tontería que…
Es posible que estuviera a punto de equivocarse, sin embargo, cuando abandonó
el despacho del jefe dejándole hundido en el sillón de cuero con incrustaciones
de su propia sombra y disimulando con los dedos la raya mal planchada en el
pantalón de Armani, de repente se sintió liberado. La siguiente tarea en mente
sería seleccionar qué cosas y cuáles no se llevaría a Barcelona, pero prefirió
hacerlo después de ver a Ahmad Abu-Abbad, que también vino a la capital a una
consulta médica. ‘¿Estás seguro de lo que
vas a hacer? Mira que no es lo mismo colaborar de forma puntual con una ONG que
trabajar en ella’, −dijo el beirutí−. ‘Sí,
está decidido, no te digo que me quede para siempre, pero de momento es lo que
me apetece hacer. Conoceros ha sido estupendo, y quizá incorporarme a la
organización sea bueno, desde luego para mí lo será’. ‘Me recuerdas mucho a nosotros al principio de llegar’. −Conversaban
rumbo a un local donde daban buen té−. ‘¿Por
qué no te trasladas definitivamente a Catalunya?’. ‘Aquí están los últimos recuerdos de mi esposa. Algún día te contaré
cómo sucedió todo’. ‘Te escucharé con
gusto cuando quieras’. ‘Ay, marinero…’,
−rieron con ganas−. ‘¡Qué va!, eso son
palabras mayores, todavía no estoy preparado para echarme a la mar, aunque lo
haré. Por ahora me quedo en la oficina. Oye, ¿qué te ha dicho el urólogo? ¿Todo
bien?’. ‘Disfrutemos del paisaje’.
Un sol mate de finales de otoño, con nubes no apretadas, se colaba por detrás
de los edificios de la nueva Gran Vía, moderna y cosmopolita. Sus amplias
aceras, con mobiliario renovado y espectacular amplitud, alfombraban la entrada
a las pocas salas de cine que aguantaban en pie sin sufrir el impacto por otras,
a las que la irrupción de los grandes almacenes arrancó de cuajo sus entrañas. Ahmad
e Ismael se perdieron entre la multitud charlando.
Hacer
entender a Kesia que ya no era esclava de nadie, ni su amo ninguno de los
presentes, fue una labor delicada que Binta consiguió con esfuerzo y paciencia.
‘¿Es para mí?’. ‘Oui, madame’. ‘Dibujas muy
bien’. ‘Merci’. Apenas juntaba
más de dos palabras en castellano sin llevarlas traducidas del francés y
escritas para saber lo que decía. ‘¿Aprendiste
en la escuela? −absurda pregunta, rápido cayó en la cuenta− ¿Cómo conseguías el material?’ −ésta sobraba−.
Supuso que no se explicaba lo suficientemente claro. Pero, para su sorpresa, la
otra sacó un lapicero del delantal, un cuaderno de la despensa y, hoja a hoja,
con trazo maestro sin temblores ni pudor, resumió lo que la dificultad del
lenguaje no le permitía. En una perfiló un fuego de leña al aire libre con
puchero conteniendo algo que hervía dentro, la siguiente un puñado de chozas
bastante separadas entre sí, a continuación, la playa solitaria y después una
mujer arrodillada con un palito en la mano, formando con él en la arena
imágenes, objetos extraños que tomaban diferentes formas y completaban así un collage de lo que fue su vida hasta
entonces. Y para finalizar: la lona desinflada de una balsa vacía, con chalecos
rotos, juguetes mutilados, un remo partido en dos, algunas mantas hechas
girones y… Ambas mujeres se abrazaron y compartieron el intenso dolor de la
angustia, de la desesperación que no parece tocar fondo, del agua que llega al
cuello cuando poco más se puede perder. Continuaron con la rutina como si nada,
protegiendo con intimidad lo que habían compartido. ‘Joder, Binta, llegas tarde −dijo el capitán que llevaba rato
esperándola−. Toma, esta es la ruta, tenla
a mano por si hay problemas. ¿Estás bien?’. ‘Sí, no te apures, es un asunto personal, nada que interfiera en mi
trabajo’. ‘Que no, coño, que no te lo
digo por eso, pero si te quieres desahogar aquí estoy’. ‘Muchísimas gracias, lo tendré en cuenta’.
Nueve
días de navegación y el Mediterráneo, haciendo alarde de toda su personalidad,
parecía un espejo sin fin: inofensivo, inabarcable, tolerante. Los tripulantes,
en su tiempo de descanso, jugaban a cartas, se tumbaban en cubierta pensativos
y fumaban, sin quitar la vista del horizonte, eso sí, por si aparecía alguna
patera. Adrián era el encargado esta vez de coordinar el operativo de la misión,
distribuir los turnos de guardia, suministrar los víveres de manera equilibrada
cuando tuvieran refugiados a bordo y vigilar a menudo los patrones meteorológicos
que Salvamento Marítimo hacía llegar constantemente a los barcos que anduvieran
por la zona. Acudió a la llamada del timonel. ‘Ese frente que se acerca no me gusta nada’ −indicó−. ‘¿Tú crees? En cambio, mira que despejado
está por ahí’ −señaló el lado opuesto−. ‘Ya, pero me duele la rodilla, y la cabrona nunca falla. Se avecinan
cambios violentos, muy a vuestro pesar’. ‘¿Activo el protocolo de borrasca?’. ‘No estaría de más desembalar los impermeables’. Informó por radio
de que el Sin Muros, y su tripulación,
se preparaban para fuerte tempestad. Ordenó, también, amarrar bien todo lo que
fuese susceptible de desaparecer con el viento, y cada uno tomó su posición. En
cuestión de minutos la mar se embraveció, con olas gigantes de montaña rusa que
casi llevaban a provocar el vómito. Todos alerta, luchando contra esa fuerza
sobrenatural, creyeron que asistían al simulacro del fin del mundo. ‘¿Aguantará la embarcación?’. ‘Esperemos’. El capitán alzó la voz: ‘¿Dónde está el enfermero? Que alguien mire
abajo a ver si se ha mareado’. –Lo hizo el cocinero−. ‘Aquí no hay nadie’, −gritó−. ‘¡No me jodas!, le advertí que era peligroso
y que no se separara de nosotros. Verás cómo para ser su primera vez la cagamos’.
Entonces, en el ojo del huracán que da la esperanza por perdida, reconocieron
un plástico amarillo, y dentro de él, al chaval intentando mantenerse a flote. A
pesar de que la situación era complicadísima, ya que la persona que fuera a
ayudarle corría el riesgo de ahogarse, Jasmin se lanzó al océano sin calcular
el peligro. A la vez que ella entraba en el agua, a miles de millas de allí, en
tierra firme, su padre ponía la casa patas arriba buscando el rosario
extraviado. Se paró en seco y, a través del cristal de la ventana, vio cómo un
salpullido de gotas de sudor frío le cubrían la frente. Mal presagio…
Joer, hasta el 13 mordiéndome las uñas. Has hecho un texto redondo. Un beso
ResponderEliminarGenial literatura comprometida, te esperamos impaciente s
ResponderEliminarMuchísimas gracias, Mayte.
ResponderEliminarLa esperanza para Kesia, la desazón de Binta, Ismael...
Las dunas junto al mar, el paisaje de Senegal, sus historias, su vida, la tormenta.
Que tengas un feliz solsticio de invierno,
un tiempo sosegado en afecto de cálidos corazones.
No dejes de escribir!
Un beso muy fuerte
Me tienes muy intrigado con esta historia Mayte. Creces como escritora, eres atrevida por la elección del tema y al tiempo por contarlo sin caer en los estereotipos que nos circundan y nos malean. Muchas Felicidades... quedamos a la próxima entrega.
ResponderEliminarSobrecogedor el panorama que pintas e inmenso el trabajo de localización que haces para regalarnos estás lecturas, vuelvo a repetir, dignas de mayor exposición.
ResponderEliminarNo sé si porque has metido un poco más de espíritu novelesco a la entrega, se me ha hecho menos duro de leer, aunque el problema de fondo siga en primera línea.
Deseo que pases buenas fiestas, que el próximo año te mantenga al menos con la misma fuerza creativa y que ésta obtenga el premio que se merece.
Tus fieles seguidores seguimos disfrutando de la lectura de tu novela (para mí lo es), aunque tristes por el fondo de la historia. Descansa y disfruta en estas semanas de inicio del invierno. Un abrazo.
ResponderEliminarGran relato, lleno de una emoción que hará la espera interminable... Y un deseo para 2019:
ResponderEliminar¡Ojalá nada ni nadie nos impida seguir soñando!
Salud, amiga.