Por un momento se dibuja
de forma nítida la palabra nosotros.
La intimidad compartida
tiene que ver con palabras bien elegidas,
historias puestas en
común y recuerdos que nos hacen coincidir
en una experiencia del tiempo.
Luis García Montero.
Las mesas estaban colocadas de tal manera que
los invitados pudieran ver con facilidad la tribuna. Ernesto Martínez Domínguez
había pasado los últimos cuarenta años de su vida trabajando para una gran
compañía de seguros, de la que hoy se despedía en una fiesta organizada por la
junta directiva. Al jubilarse dejaba no solo una vacante en el cargo de Mánager
de Dirección Comercial, sino también una huella profunda entre los compañeros
que tanto le estimaban. Al acto de despedida asistieron familiares y amigos del
homenajeado. Luciendo sus mejores galas fueron llegando todos poco a poco,
excepto su secretario y mano derecha, retenido en mitad de un atasco en la A6 sentido Madrid. Silvia, nieta
mayor de Ernesto, con grandes dotes para la fotografía ya desde niña, se situó
en el lado izquierdo de la sala, porque decía
que desde allí tenía mejor perspectiva. Pero el motivo era otro distinto: no le
apetecía sentarse con los suyos después de la bronca monumental que habían
tenido el día anterior, cuando soltó de pronto que pensaba irse por un año a
estudiar a Londres. Así que decidió compartir mantel con cinco desconocidos que
eligió al azar, lo cual también guardaba su parte de morbo, porque si ponían a parir al abuelo…
El primero de los
platos de la noche consistía en un cóctel de marisco en piña, regado con un
exquisito caldo blanco, de Rueda. Las muestras de aprecio, halago y
agradecimiento se sucedían a cada momento en un ir y venir de comensales que
apenas dejaban que se llevara el tenedor a la boca. Su mujer, de genética
amargada, mohína, seca y tiesa como un palo, había pasado sin su apoyo los
sufrimientos que la vida le trajo: las enfermedades de los niños, sus días malos de
escuela, la rebeldía de la adolescencia, las locuras de juventud y la triste
carencia de no tener un marido a su lado. Por eso, ahora que todos esperaban
que se consolidara realmente su relación, ella pensaba con ironía y algo de
regocijo en la cara que se les iba a quedar
cuando vieran la sorpresa que tenía preparada… La nieta la observaba a
distancia sin perder detalle. En el fondo sentía pena porque, en su opinión, la abuela llevaba una existencia
hueca, fundamentada en la convivencia construida a partir de fantasías o
sostenida con vulnerables tabiques de plastilina. Aunque quizá la subestimaba.
Pero esto daría para otra historia distinta. Sacó la cámara en contadas
ocasiones para fotografiar las manos del abuelo, inmortalizar al camarero pendiente
de rellenar las copas o captar a contraluz el perfil de su hermano pequeño con
la nariz más perfecta que jamás había visto.
A pesar de tener
delante un pescado a la crema de cilantro y un postre a base de pastelitos de
kiwi con frambuesa, se le quitó el apetito de repente, sintiéndose un extraño
entre conocidos. El presidente de la compañía tomó la palabra desmadejando los
objetivos alcanzados por la empresa en las últimas décadas. Ernesto buscaba con
los ojos la complicidad de la nieta para que lo sacara de allí lo antes
posible. Silvia era tan parecida a él en el carácter que
se compenetraban enseguida. Tan independiente, segura de sí misma y con
idéntica capacidad de decisión a la suya. Tenía más complicidad con ella que
con la mujer que había permanecido a su lado desde los catorce años y que hoy,
en el centro de aquella mesa presidencia, se mantenía sentada e indiferente. A
continuación estaban los tres hijos, con las
respectivas nueras, y uno de los nietos, embebecido jugando a saber qué
cosa en el teléfono de su madre. En lo que tarda en ocultarse el sol entre las
nubes, la vida de Ernesto pasó por delante de su frente con un balance a su
juicio más bien egoísta. Volcado de lleno en el trabajo descuidó las
preocupaciones de los suyos, los laberintos que atravesaron para alcanzar la
posición de ahora, los miedos e incertidumbres que en época de zozobra les
agazaparon. Se mantuvo al margen convencido de que con proporcionar estabilidad
económica el asunto estaba resuelto, pero las cosas del cariño y del corazón no
están en esa misma coordenada.
El último en intervenir
era él. Llevaba escritas unas pocas líneas que resumían el largo paso por la
empresa donde empezó desde abajo, vendiendo seguros de puerta en puerta,
insuflando la cartera de clientes que daban por perdida y llegando hasta donde
sabemos a cambio de haber entregado sus mejores años. Le tentaba la posibilidad
de salir huyendo, dejarles pagadas unas copas como ayuda para olvidarse de la
fiesta y pactar con el destino cinco añitos más de trabajo en activo. Pero el
estallido de un aplauso rompió en dos la cáscara de sus pensamientos. Al
retirar hacia atrás la silla dejó colgada en el respaldo la pereza que trajo
puesta. Subió a la tribuna, levantó el micrófono a su altura, se aclaró la
garganta, movió los folios de un lado para otro, volvió a doblarlos en cuatro
veces y sostuvo el suspense unos segundos hasta que al fin dijo: Me ha sugerido mi nieta que me deje llevar.
Habló con sencillez y
con brevedad a los compañeros, porque sin su
apoyo dijo que habría sido imposible sacar el
trabajo adelante, a los amigos, por haberle aguantado tantos desahogos, y, por supuesto, a su familia, por la paciencia y la
delicadeza de no hacerle nunca reproches. Silvia escuchaba emocionada al abuelo.
Reconocía muy bien la ternura con la que hablaba, la misma que usaba cuando le
decía cosas de la abuela y de aquellas ganas locas que tenía de abrazar y no se
atrevía a hacer por miedo al rechazo. Presintió la congoja que le invadía y
preparó la cámara para hacer el quite. Ernesto habría querido encontrar en esos
momentos el apoyo de su mujer, pero imaginó que estaba acostumbrada a
mantenerse dentro del escepticismo…
Cuando el secretario
llegó al evento todo sofocado, solo quedaban el abuelo y la nieta. Estaban abatidos porque, delante
de todos, la mujer le hizo el desplante de marcharse con un caballero al que
aparentemente nadie conocía. Vestido de esmoquin, muy elegante, fue a ella llamándola
por su nombre. Ésta se levantó y según iba a su
encuentro, con el rostro lleno de felicidad hasta ahora nunca visto, se cogió
de su brazo y sin rencores ni reproches le dijo adiós a Ernesto. Una de las
nueras que sabía la verdadera historia de la suegra, la doble vida que llevaba
manteniendo durante veinte años relaciones con aquel hombre, ejerció de
portavoz suyo comunicando que la abuela empezaba una nueva etapa junto a la
persona de la que estaba enamorada.
Dos semanas después,
por ver si el abuelo se reponía un poco del golpe recibido, Silvia se lo llevó
a pasar unos días de descanso al norte, eligiendo una bellísima joya de la
costa occidental asturiana, el puerto marinero de Viavélez. Acostumbrado a
levantarse muy temprano, mientras la nieta dormía hasta bien entrada la mañana,
Ernesto caminaba pensativo por el espigón y el faro, escuchando además del mar
sus propias voces de dentro. No tenía argumento alguno para culpar a su mujer; al revés, tenía la sensación de haberlo estropeado
todo, de haberse equivocado siempre y de no haber sabido priorizar. Sin
embargo, delante de aquel rompeolas que le proporcionaba una paz inmensa, supo
que debía emplearse a fondo en su nueva meta: conquistar el cariño de sus hijos
y mantener vivo en ellos el recuerdo de su madre. Sin culpables. Sin vencedores
ni vencidos. Solamente, apostando por vivir.
Te has superado! Una vida en tan pocas palabras.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo con Fabiola, pero yo quiero más. Puedes darlo y lo sabes. Me pongo de los primeros a la cola para leer tu esperada novela. Y tus artículos y todo lo que salga de esa cabeza, amueblada hasta el último de los detalles. Besos, nena.
ResponderEliminarReflotar a los náufragos a partir de los restos del naufragio que hemos provocado… magistralmente contado, como siempre.
ResponderEliminarQuiero ir a una librería y adquirir una novela tuya ya!
ResponderEliminarDespués de leer este relato que te atrapa desde el principio hasta el final y te deja con las ganas de más, lo tengo más claro que nunca: eres una gran escritora, Mayte.
Nos has mostrado con gran maestría una realidad tan matizada como cotidiana que cada párrafo tiene una frase de las de enmarcar, subrayar porque son como espejos reflejando ni más, ni menos que c'est la vie.
De cada escena de este relato, de cada pincelada --pues al leer veía un cuadro-- si tu quisieras, Mayte, podrías escribir una novela.
Por favor, no nos dejes con las ganas. Publica ya. GRACIAS.
Muy bonito. Besos Ely.
ResponderEliminarMuchas gracias Mayte. Un beso
ResponderEliminarCosas que pasan todos los dias perfectamente contadas.No hay que desesperar y dirigir nuestras vidas a los hijos,nietos y gente que te quiere.
ResponderEliminarFinal con sorpresa.
Un beso.
Me encantó el fondo y la forma, Mayte. Una preciosa historia bien escrita en pocos párrafos.
ResponderEliminarAbrazos desde Málaga.
Estas que te sales Mayte. Enhorabuena.Un beso
ResponderEliminarUn hermoso relato con un aire denso y muchos olores. Un gustazo leerte Maite.
ResponderEliminarDespués de leer tu relato se afianza una certeza, lo que cada uno lleva de verdad dentro. El escenario del homenaje pone de relieve los triunfos, las carreras ejemplares, envidiadas o denostadas, por los que no fueron capaces. Pero cada uno va armando su yo y toma decisiones que conducen a un lugar, que nos ponen en nuestro lugar, como empieza a sentir Ernesto cuando hace resumen de todo lo pasado. La nieta Silvia, como fotógrafa tiene todavía un recorrido que aprender, pues no ha terminado de captar la imagen real de la situación hasta desvelarse los acontecimientos. Es difícil el arte de la fotografía, pero retratas muy bien el momento de soledad en que todo ha quedado cuando llega el secretario y pones de relieve el estado de ánimo. Excelente fotografía.
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