A veces podemos pasarnos
años sin vivir en absoluto,
y de pronto toda nuestra
vida se concentra en un solo instante.
Oscar Wilde.
A Damián le faltaba menos de un año para acabar
la carrera de arquitectura con unas notas excelentes. Poco antes de que entrara
en la universidad, su padre falleció de repente. Se indispuso, entró al váter
de una cafetería y le dio un infarto. Todo en poco más de treinta minutos. Su
madre, exageradamente posesiva, acaparó toda la atención del chico con
distintas artimañas: chantaje emocional, crisis depresiva, miedos infundados…
En cuanto se olía que el chico tenía planes, encontraba la manera de
fastidiárselos… La situación era muy desagradable para el joven. Por un lado
quería mucho a su madre y le dolía dejarla sola, pero por otro la necesidad de
relacionarse con gente de su edad, irse de juerga, tener experiencias amorosas
y polarizar la energía que le dejaban los estudios en divertirse, despertaban
en él un cierto rechazo hacia ella, aunque nada que durara más allá de un
instante…
El
último curso de su vida académica prometía ser definitivo, ya que un prestigioso despacho de arquitectos en
Madrid quería ficharle. En esa época la sociedad estaba muy sensibilizada por
el estallido del envenenamiento con aceite adulterado de colza. Continuamente
pasaban por la facultad activistas convocando
protestas en la calle de solidaridad para los
afectados y de denuncia contra los culpables. Los tablones de anuncios
presentaban un lleno completo, con información
variada de distintas actividades. Entre ellas
destacaba una que llamó la atención del joven: licenciados de la
Escuela de Hostelería gallega juntan a profesores y otros profesionales y recorren
España dando a conocer los productos y las recetas típicas de la tierra.
Arrancó la nota y se la guardó. Le apetecía la
idea de probar berenjenas rellenas de pimientos
de Oimbra, queso de Cebreiro, de San Simón Da Costa…, jamón de A Cañiza, un
vino de Valdeorras y, por supuesto, para rematar, una queimada. Manjares que
conocía a través del cine o de las novelas y que ahora tendría oportunidad de
opinar desde la cultura del paladar.
Ese
día apenas comió en casa. Damián estaba nervioso. Para evitar que la madre le
interrogara, dijo que regresaría tarde, porque iba a estudiar con otros
compañeros. La degustación tuvo lugar en el Campus, en una zona retirada donde
habilitaron una carpa para el evento. Una de las personas que formaban parte de
la comitiva se fijó en el joven, quien, haciendo
gala de su timidez, observaba todo desde una esquina. La mujer colocó un poco
de cada en una bandeja y fue a su encuentro. ¿Te apetece probar algo de esto? –Dijo mientras le ofrecía–. Sí. Gracias –respondió–. Soy Juana. El chico, impactado por la elegancia de la mujer, tardó en reaccionar. Damián, me llamo Damián. Estudiante de
arquitectura. En realidad ya estoy en el proyecto de fin de carrera. Y
luego siguieron hablando de urbanismo, restauración de edificios de valor
histórico; punto exacto de pochar la cebolla, ajo y puerro, como base a un
guiso con coles de Betanzos…
Establecieron
comunicación frecuente a través del teléfono y, en cuanto tenía libre, Juana venía a pasar unos días con él. Se alojaba en la
calle de la Cruz,
en una pensión baratísima donde desfogaban su pasión como dos adolescentes. Una
de las veces, pensó que era hora de presentarla en casa. La madre iba a
preparar la comida, no esperaba visita y menos aún que aquella mujer, diez años
mayor que su hijo, pudiera convertirse en su futura nuera. Se saludaron con
respeto, guardaron las distancias y a partir de ese momento, hasta su traslado a Galicia, la vida de Damián fue
un verdadero infierno. Una hembra enamorada y una madre con mucha personalidad tiraban de él, cada
una hacia su terreno. Juana intentaba ser comprensiva, pero los desencuentros
surgidos entre ellos hacían la situación
insostenible. Tanto que decidieron darse un tiempo…
Fueron
seis meses de sufrimiento para los dos. Él abandonó los estudios y logró
colocarse de recepcionista en un hotel. Ella
continuó cocinando pero sin recorrer el país. Cada pocas semanas, a Damián le
tocaba turno de noche y cuando llegaba a casa lo que menos le apetecía era
discutir, pero su madre era experta en sacarle de sus casillas. Una mañana regresó
bastante irritado. Habían tenido un problema con un cliente y la camarera de
planta, y no estaba para tonterías. Sin embargo, ella empezó con la misma
retahíla de siempre. Entonces estalló y dijo todo cuanto tenía guardado… Con la
maleta en la mano, cuando fue a besar a su madre en la mejilla, ésta le dijo: si te
vas con ella, por aquí no vuelvas…
Damián
y Juana trabajaron duro unos pocos años. Ella dando clases de cocina donde la
contrataban; él en Vimianzo, en una empresa dedicada al sector de los suelos
pulidos de hormigón. Para tomarse unas vacaciones, en una ocasión contrataron
en una agencia un viaje a los Estados Unidos, pero dos madrugadas antes de la
partida, el ruido del teléfono truncó sus sueños. La madre de Damián se había
roto una cadera y la estaban operando. Juana acompañó a su marido. Cuando la
mujer despertó de la anestesia y los vio a los dos montó en cólera. El
diagnóstico médico abría muchas dudas respecto a
su recuperación, ya que un notable deterioro de los huesos entorpecería la rehabilitación
a la que tendría que someterse. Otra muy distinta era la mala leche, para eso
no había arreglo. Algunas semanas después, Damián intentaba que su madre entrara
en razón y se fuera con ellos a Galicia, en vista del alta inminente y el
problema que ello acarrearía. Pero ni por esas,
así que, con arreglo al deseo de la mujer, junto al médico y los servicios
sociales, encontraron un lugar de reposo que costaba una pasta al mes aunque
por tiempo limitado…
La
huelga de controladores aéreos, coincidiendo
con la de Renfe, obligaron a Damián a realizar el viaje de A Coruña a Madrid en autobús. Un trayecto pesado de casi ocho horas
que parecían no terminar nunca. Cuando a las 14:20 pisó suelo en la Estación
Sur, en Méndez Álvaro, no cabía un solo alfiler
en el recinto. Traía poco equipaje, lo imprescindible para tres o cuatro días.
Llamó a Juana, al despacho y a un cliente que, aunque les dejaba mucha pasta,
era un auténtico gilipollas. Indicó al taxista la dirección, en San Lorenzo de El Escorial, de la casa de reposo
donde llevaba su madre ingresada siete largos meses. Leyó otra vez en el
dispositivo móvil el correo electrónico que la
directora del centro le había remitido sugiriendo la posibilidad de concertar
una entrevista a la mayor brevedad posible, para tratar asuntos burocráticos.
La
madre había sufrido un empeoramiento y llevaba encamada varias semanas. La
retirada de determinadas subvenciones les obligaron a prescindir de personal
cualificado y el que quedaba no tenía suficiente preparación para llevar un
caso como el suyo. A Damián se le cayó el mundo a los pies, no por el hecho de
hacerse cargo de su madre, ya que tanto Juana como él lo tenían asumido llegado el momento, sino por la reacción de
ésta.
Damián
pasó a la habitación y besó en la frente a su madre. Acababan de cambiarle el pañal y los vendajes de los tobillos. Desde la
ventana se veía a lo lejos el Monte de Abantos y una hilera de nubes que
colgaban de las montañas como guirnaldas.
Sentado en el borde de la cama, mirándola, la puso al corriente de la
situación. Ella permanecía en silencio, abstraída por el paisaje que tanto
había amansado su carácter. Buscó la mano del hijo y la apretó contra su pecho,
y, por primera vez mirándole con ternura y
sensibilidad, le dijo: vete tranquilo con
Juana, todo irá bien… Cayeron algunas lágrimas sobre la almohada, cerró los
ojos y dio el último ronquido…
Se pueden decir muchas cosas de ti, pero hay dos fundamentales: 1. cada vez escribes mejor; 2. la melancolía con la que van envueltas tus palabras, son tu mejor carta de presentación. ¿Y la novela?
ResponderEliminarElvira, me apunto a lo que que te dice y pregunta Elvira. Un beso, maestra :)
ResponderEliminarJ.G.
El perdió a su padre, importante referente en la vida de un hijo. Ella, a su compañero de camino y ya no quiso viajar más; disfrazó su infinita soledad de manipulación y amargura que, a duras penas, cierto, lograron forjar la fortaleza de él. Por ello, la madre sólo alcanzó la paz cuando vislumbró su objetivo: el convencimiento de que su hijo sí tenía un camino por recorrer y a una compañera de viaje... todo lo que en un maldito instante a ella se le arrebató. Y también fue un instante el que hizo que él comprendiera y cayera en la cuenta, por fin, del "porqué" de su madre: las últimas lágrimas brotadas de ella fueron el espejo que reflejó su maquillada y escondida verdad, la que ella no supo asumir...
ResponderEliminarMayte, manejas muy bien la amalgama de los sentimientos y actitudes humanas. Lo haces sin gritar, cierto, pero de manera eficaz apuntas a la diana y en ella hay diferentes círculos en los que consigues que nos paremos para reflexionar antes de lanzar la flecha.
Gracias ESCRITORA-
Siempre consigues que me tome un "café con lágrima".
«…Y luego siguieron hablando de urbanismo, restauración de edificios de valor histórico; punto exacto de pochar la cebolla, ajo y puerro, como base a un guiso con coles de Betanzos…». Cada domingo una congoja: directa al centro de la emoción.
ResponderEliminarA veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto,
ResponderEliminary de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.
Oscar Wilde.
Cosas de la vida.Este relato desarrolla magnificamente la gran frase de Oscar Wilde.....Mayte,siempre consigues darnos un pellizco en el corazón.
Un beso.
No tengo palabras Mayte, para describirte lo que he sentido al leer tu relato, por un momento me he sentido identificada con la aptitud (madre-hijo), aunque por supuesto no es ni parecido, pero también a veces las madres se aprovechan del chantaje psicológico a sus hijos y bla bla bla ......... Besos
ResponderEliminarA mi juicio, uno de los textos en que mejor has retratado distintas actitudes humanas, como ya han señalado otros lectores, en función de sus peripecias vitales, y los cambios que pueden experimentar. Un abrazo.
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