Cuando menos lo
esperamos, la vida nos coloca delante un desafío
que pone a prueba
nuestro coraje y nuestra voluntad de cambio.
Paulo Coelho.
A Jose
La puerta de la habitación de Desi estaba
cerrada. A través de ella se oían constantes notificaciones de chat que llegaban a su ordenador. A
Basilio, su padre, le extrañó que no tuviera música, pero no le dio mayor
importancia, pensando que a lo mejor había tenido un pronto de responsabilidad
y estaría estudiando. Entró en su dormitorio a quitarse las botas, la ropa de
faena y darse una ducha antes de ponerse a preparar la cena. Trabajaba en el
Metro, en mantenimiento y, a veces, si tocaba meterse en los túneles, regresaba
con fuerte olor a humedad. Precisamente ese día había sido uno de ellos. Hubo una incidencia entre estaciones y permaneció dentro
del paso subterráneo durante horas. Así que no
quedaba más remedio que exfoliar el hollín de la piel dentro del agua. La casa
era pequeña, de poco recorrido; apenas
cincuenta metros cuadrados en cuatro piezas, contando con que la cocina y el comedor
son una sola. Repartió las acelgas en los platos y sacó de la sartén la última
rodaja de pescadilla. Hizo amago de abrir una segunda lata de cerveza, pero lo pensó mejor y sirvió dos vasos de leche
sobre la mesa. Desi, a cenar, ve a
lavarte las manos. Transcurridos los diez minutos de rigor que siempre le
daba, y porque no se enfriara la verdura, llamó con los nudillos y dijo: venga coño, que tengo hambre, sal de una vez.
Aguardó unos pocos segundos más y, con un
movimiento seco de picaporte, abrió, sospechando
que no la hallaría. Sobre la cama encontró los blíster del antidepresivo que
tomaba y una nota que ponía: Lo siento
mucho, papá…
Un
domingo en Madrid, donde ni siquiera el corsé de las nubes suavizaba la sensación de frío, Basilio y Almudena
se conocieron haciendo cola en un establecimiento de comida rápida al finalizar
una manifestación de apoyo al pueblo saharaui. Tres meses más tarde se fueron a
vivir juntos y, cinco años después, la
perseverancia de él por ser padres condujo sus
pasos hasta Barcelona, a una clínica de reproducción asistida donde consiguieron que naciera su preciosa hija: una pelirroja de cabellos ensortijados y piel
salpimentada de pecas. Desirée fue una niña buscada en el marco de una familia
con presunto perfil desnortado. Armado de paciencia, cualidad que no le
escaseaba a Basilio, vivió los primeros años de la pequeña lleno de emociones,
pero el brote de la adolescencia trajo consigo una plaga de problemas difíciles
de extinguir.
Episodios
de pánico injustificable, tendencia depresiva y amenorrea, obligaron a acudir al médico. Desi no soportaba la idea de tener
que hacerlo acompañada solo de su madre, así que, lustrando sus mejores armas
de seducción, convenció al padre para que fuera con ellas. En la sala de
espera, Basilio y Almudena aguardaban junto a su hija. La chica había perdido
peso y palidecido bastante últimamente. Estaba rara. A la doctora de cabecera
le bastó la exploración y unas pocas preguntas para hacerse una idea aproximada
del mal que destrozaba la mente y el cuerpo de Desi. Pidió analítica sanguínea
rutinaria y electrocardiograma, concertando consulta para diez días después.
Basilio
cambió el turno con un compañero, pero a Almudena le fue imposible dejar sola
la mercería estando su jefa enferma. Padre e hija ocuparon sendas sillas frente
a la doctora, quien permaneció concentrada sobre el teclado hasta terminar de
escribir. Después, dirigiéndose a Desi con amabilidad,
dijo: ¿Cómo te encuentras? Bien
–respondió la chica–. ¿Qué tal duermes?
Quedó un momento pensativa, buscando entre las posibles respuestas la menos
desnuda. A veces me cuesta y tardo, pero
bien… Hemos encontrado que tienes una
bajada importante de potasio, pérdida en el esmalte dental, lesiones en la
garganta y abrasiones en el dorso de las manos. La doctora se refería a
alteraciones electrolíticas –fundamentalmente hipopotasemia– y alteración de la
función renal –insuficiencia renal que se traduce en un aumento de la
creatinina en sangre–, tanto lo uno como lo otro se
objetivan en analítica sanguínea rutinaria. También manejaba la información que
ofrecía el ECG –electro– descubriendo un descenso del segmento ST. Dirigiéndose
al hombre preguntó: ¿Han notado
trastornos de alimentación en su hija? Basilio, bloqueado, no supo qué
decir… Creemos que sufre bulimia, quizá
está en la fase inicial, pero aconsejo contactar con psicoterapeutas
especializados en este tipo de problemas. No había escapatoria, reflejaba
el rostro de Desi. ¡Qué estúpida! La habían descubierto. Mientras que el de su
padre se ahogaba en arcadas de culpabilidad.
Desde
entonces Basilio estuvo más pendiente de la chica. Los episodios nocturnos de
voracidad atacando la nevera eran muy frecuentes, acompañados de bajada de
autoestima y provocación de vómito –de ahí las marcas en las manos–. El hombre
establecía turnos de vigilancia en la cocina, pero su agotamiento físico no
siempre le dejaba hacerlo. Desi laceraba constantemente su organismo con la
ingesta de diuréticos, laxantes e inhibidores del apetito. Remedios que pensaba
infalibles contra la gordura inexistente, unas curvas que distorsionaba su
cerebro. En varias ocasiones la cosa se complicó y hubo que hospitalizarla para
meterle el alimento a la fuerza.
Las
peleas entre madre e hija aumentaron tras el diagnóstico. Almudena no entendía
que la chica fuera incapaz de controlar sus impulsos. Acusaba a Basilio de
haberla mimado en exceso, consentido y contribuido al desarrollo de una
personalidad bipolar. Incapaz de tratarla evitó desencuentros que agravaran aún
más la situación, aceptando la propuesta de sus jefes de poner en marcha otra
mercería en Canencia, en la vertiente sur de la sierra de Guadarrama. Al
principio venía los viernes y regresaba los domingos, pero con el tiempo lo
espació. Seguramente su desapego no era más que miedo escénico a enfrentarse
con esa realidad.
Lo siento mucho, papá… Habían pasado
ocho años desde que encontrara esa nota. La pena agujereaba a Basilio
envejeciéndole aceleradamente. Y, aunque ahora las cosas entre Almudena y él
eran muy diferentes y vivían separados, iban juntos cada tarde al centro donde
ingresaron a su hija cuando las autolesiones fueron llamativas y aparecieron
otras patologías de corte psiquiátrico. Desirée apenas se mantenía en pie y
recibía alimentación enteral, es decir, por sonda. La fragilidad de su salud con
la intranquilidad de que en algún momento pudiera
rompérsele la vida, tenía a sus padres fuera de sí. Las visitas sucedían dentro
del doloroso patrón de ver cómo la hija se les iba sin
que pudieran hacer nada…
La
soledad viajaba con ellos en el autobús de regreso. Como una rueda de molino
imposible de mover, cada uno soportaba la carga del propio aislamiento. Todos
eran culpables de la situación y ninguno en concreto. Un cúmulo de
circunstancias o de coincidencias les llevaron ahí: lo irregular de una
personalidad vulnerable, las figuras esqueléticas de las modelos de moda, o la
idea equivocada de que para gustar y ser atractiva, había que lucir hueso y
pellejo en lugar de carne… Esto es lo que rondaba en las cabezas de Basilio y
Almudena, y también la pesadumbre de haber hecho algo mal; causas desconocidas
para ellos, las que empujaron a Desirée a arruinar una existencia, la suya,
prometedora.
(Mi agradecimiento a la doctora Marta Fuentes
por la orientación en los términos médicos).
Conozco de cerca el problema de la bulimia y lo has retratado bastante bien. Un escrito sentido, bien desarrollado y como siempre: directo al corazón.
ResponderEliminarBesos.
La Bulimia, enfermedad causada por un desorden alimentario (al igual que otras) y que pasa por nuestro lado sin que le prestemos la atención que necesita. Es mucho lo que da que pensar este relato, en el que cada palo de la baraja que está en juego son desplegados para que tomemos conciencia que éste no es un drama con un único culpable, ni una sola víctima. Todos estamos implicados y todos somos sufridores. De todos los personajes retratados, el de la madre es el que, personalmente, más me llega al corazón. Una madre que jamás se perdonará el no haber oído ese ruido de la cisterna y luego el del agua del grifo, siempre después de comer ... Estremecedor, por la gravedad del desenlace, Mayte. Ojalá que nos sirva para reflexionar e implicarnos para que con la carta que a cada uno nos toca demos lugar a la jugada maestra de poder cambiar el final de todas las Desi del mundo y sus puertas permanezcan abiertas.
ResponderEliminarInteligente y demoledor. La angustia y lo cotidiano. Estupendo relato.
ResponderEliminarMe asombra de este tema, y de otros similares, hasta qué punto de distorsión de la realidad puede llegar la mente humana, hasta el de llegar a acabar con la propia vida. No me cabe en la cabeza. Un indicador más de las muchas cosas que fallan en nuestra sociedad, los valores dominantes,... Un relato más para la reflexión.
ResponderEliminarPrecioso relato, Mayte. ; )
ResponderEliminarYo he conocido un caso y lo veía claro, pero la persona que tenía que decírselo estaba ciega o no quería verlo. Menos mal que al final salió de nuestras vidas por que hubiera sido un sufrimiento.
ResponderEliminarMe imagino que si es dificil detectarlo cuando tienes a la persona en casa, no digo nada de las chicas, que bien por estudios o por que quieren independizarse viven lejos de la familia.
UN BESO
Excelente artículo, Mayte.
ResponderEliminarTengo razones de peso para calificarlo, y para no comentarlo. Sólo decir que es muy difícil detectar a la persona que la padece, pero si esa persona reconoce que padece una enfermedad y colabora con los médicos que la tratan (en Málaga hay una unidad de trastornos alimenticios) sí se puede salir de ella. Que este comentario sirva para transmitir fuerza, porque merece ese esfuerzo. Se sale de ese pozo sin fondo.
Un abrazo.