A la memoria de Joaquín Chamorro, Amalia Cuadra y
Ramón Cuadra Moreno (Imaginero).
Por el cariño que les tuve.
Por el cariño que les tuve.
Todo parecido con la realidad es pura
ficción.
Jaén, levántate brava
sobre tus piedras lunares,
no vayas a ser esclava
con todos tus olivares.
Andaluces de Jaén.
Miguel Hernández.
Jaén, levántate brava
sobre tus piedras lunares,
no vayas a ser esclava
con todos tus olivares.
Andaluces de Jaén.
Miguel Hernández.
Nada más ponerme el whisky con
hielo que había pedido, tomé una decisión tajante: dejé sobre la barra un
billete de veinte euros, y me fui sin esperar el cambio. Eran las cinco de la
mañana, tenía el estómago vacío, no estaba ebrio, y, si me daba prisa, llegaría
a Úbeda a la hora del almuerzo.
Cuando entré en casa encontré
todo como de costumbre, ordenado. En la habitación del despacho, al lado
izquierdo de la mesa, tal cual los había dejado, estaban los suplementos de la
prensa del domingo. Y en distintos montones, facturas por archivar, hojas con
esquemas, notas, frases que se me ocurren de momento, y un par de cuadernos con
tapa de diseño que un amigo recién llegado de Nueva York me había traído. En el
dormitorio, donde podría reconocer cada detalle sin encender la luz, puse encima
de la cama una maleta abierta donde guardé lo necesario para unos días, sin
olvidarme de coger el ordenador portátil, libros, y mis zapatillas de chinela
de paño gris.
La salida de Madrid no supuso
ningún problema. Había tráfico pero muy fluido, tan sólo se complicó en el
desvío para Valdemoro. Pero, en general, hice un viaje muy tranquilo. Llegando
a La Carolina, paré a
repostar, tomar otro café y estirar un momento las piernas. Poco después cogí
el desvío a Úbeda. Realmente la carretera no había cambiado tanto, a excepción
de que, en mi recuerdo, aún se pasaba por el Puente Ariza, sobre el río Guadalimar. Ahora, tras la construcción
del embalse de Giribaile, quedó
inundado e hicieron una variante salvando la cola del embalse con un nuevo
puente. Poco a poco, emocionado, me adentré en el paisaje jienense de aquellos
campos por los que tantas veces, de niño, había pasado. A pesar de haber estado
más de medio siglo fuera, no me resultó difícil callejear por mi pueblo;
simplemente dejé que la intuición me guiara:
Avenida de Linares hasta llegar a la plaza de Andalucía; de ahí, calle Real
abajo, Juan Montilla, y, por último, con los ojos humedecidos, detuve el coche
en la calle del Prior Monteagudo, donde nací setenta años atrás.
La casa olía ha cerrado. En
principio sólo levanté las persianas, habría tiempo de ventilar más tarde. En
el portal, a la derecha, aprovechando el hueco de escalera, hay una pila en la
que mi madre lavaba a golpe de nudillo. La primera puerta de la izquierda era
la del baño, aunque en sus orígenes fue la habitación donde mi hermano, once
años mayor que yo, taxidermista aficionado, disecaba los animales que, junto
con sus amigos, cazaba. A mí aquello me producía repugnancia. Posteriormente,
cuando dejó de realizar dicha actividad, el cuarto se dividió en dos, quedando
en una parte el pozo, y en la otra, como ya he dicho, el servicio. Conforme
subía a la primera planta, igual que hiciera de niño, conté los escalones en
voz alta hasta llegar al quince, donde una estrecha salita servía de descanso.
Los muebles, escasos, permanecían cubiertos con sábanas, como yo mismo los
dejé. Retiré la cortina que separaba ésta de nuestra habitación, una estancia
pequeña con armario de dos cuerpos para la ropa de los cuatro y una litera
llena de peleas, revanchas y fantasías amorosas… Doce peldaños más arriba,
conducían al dormitorio de mis padres, otra salita y la cocina.
Hacía frío. Me instalé en el
último piso. La cama que fue de mis padres era ancha y tenía el colchón
mullido. Acerqué la mesa camilla hasta el balcón con vistas a la iglesia de Santa
María. Saqué el ordenador y lo puse sobre la misma, junto con el teléfono móvil y demás material de escritura que
había traído conmigo, incluido un módem USB para conectar a Internet. De
adolescente me sentaba allí, en una banqueta, a escribir, mientras mi madre, arrancándose
por fandangos, cocinaba. Así se fue fraguando, dentro de mí, el deseo de ser
escritor. Mi padre, viajante, representaba encajes y todo tipo de puntillas,
recorriendo los pueblos de punta a punta: de Beas de Segura a Martos, de
Linares a Cazorla… Mi hermano trabajaba en una droguería por la plaza del
Marqués, adonde me mandaban mis titas
a por detergente y muestras, que nos daban gratis, de
esmalte de uñas, colonia, o pintalabios…
Nos tocó ser hijos de la
posguerra, etapa difícil en lo económico y en
cuanto a libertades se refiere. A las chicas las preparaban para el casamiento,
a nosotros para el servicio militar.
Con catorce años me eché una novia de dieciocho. Una guapa morena que vivía en la Torrenueva,
con quien experimenté distintos registros de la
pasión, en el cine de verano de La Cava,
–hoy desaparecido–, que se encontraba en los jardines del Alférez Rojas, al
final de la calle Rastro. Lamentablemente el flirteo no duró mucho. La enviaron a estudiar a un colegio mayor de Granada. No volví a saber de ella. Muchas tardes,
para superar su ausencia, acabadas las tareas de la escuela, iba al taller que mi
primo, famoso escultor ubetense, tenía en la plaza de San Lorenzo, donde estaba
ubicado el antiguo Palacio de la familia
Cuevas, del siglo XV o XVI, perteneciente
en la actualidad al Ayuntamiento, donde se acogen, exposiciones, conferencias,
etcétera, reservando una de las Salas
con el nombre de Ramón Cuadra Moreno, mi primo. Me gustaba ver cómo trabajaba
las imágenes, manejando con destreza los
pinceles, el formón, o las gubias: la plana, la de media caña, la
trincante…Al cabo de los años me dijeron que
falleció en mil novecientos noventa y nueve, en la madrugada del veintinueve al
treinta de marzo, de repente y mientras dormía. El Ayuntamiento tuvo a bien dar
su nombre a una calle de Úbeda. Siempre se le recordará como una buena persona,
y, cómo no, por su calidad artística. Cualidades que, quienes tuvimos el
privilegio de conocerle, elogiamos, sin duda.
Como he dicho antes, quería ser
escritor. Hacerme famoso y disponer de dinero suficiente para comprarle a mi
madre algunos de aquellos vestidos elegantes que salían en el Hola. Llenaba cuadernos con relatos, y
cuartillas con poemas. Supongo que en algún cajón de por aquí estarán
guardados. Un profesor de literatura, al que recuerdo muy bien, siempre me
instaba a presentarme a concursos y certámenes literarios. Gracias a él
descubrí a los clásicos: Pérez Galdós, Pardo Bazán, Dickens, Dostoievsky, Virginia
Wolf… Aquello me ocasionó más de una reprimenda, por mantener la luz encendida
hasta bien entrada la madrugada.
La tarde que mi madre se echó la
siesta y no despertó, mi hermano ya no vivía con nosotros. Se había casado,
tenía un niño, y estaba a punto de marcharse al Brasil, con un contrato de
trabajo. Nunca volvió. Antes de que llegaran las plañideras, colocaron el féretro
en el portal. Tras el entierro, caí en el abismo de la tristeza. Más aún,
cuando transcurrido poco tiempo, mi padre se encamó con otra viuda. Por un
lado, entendía su necesidad de no estar solo, pero, por otro, no soportaba la
idea de ver a otra ocupando el terreno que había pertenecido a mi madre: sus
cosas, su cama, su cocina… Estuvieron juntos lo que duró la atracción sexual.
Abandoné el deseo de estudiar una carrera, y ocupé el puesto que dejó vacante
mi hermano. El empleo no me gustaba; sin embargo, algo tenía que hacer con mi
vida. Escribía de noche, y vendía productos de limpieza por el día. Comencé un
relato corto, del que no avanzaba más que unas cuantas palabras, para volver
inmediatamente al principio: mi madre.
Dos años después me quedé solo.
El primer domingo de mayo, en vista de que mi padre no se levantaba, entré en su
habitación. Le toqué y estaba frío. Pronto sentí que
ya nada me ataba a Úbeda. Una vez dado sepultura, me marché de allí. El
profesor de literatura de mi infancia me dio una carta de recomendación para un
colega suyo de Madrid. Éste, otra para el diario Pueblo. Hasta su cierre en mil novecientos ochenta y cuatro estuve allí de redactor. Desde entonces, he sobrevivido como en mis comienzos:
realizando trabajos que no me gustaban, para financiar con ellos mis
necesidades, y escribiendo de noche. Escribir
para no morir, llegué a decir en una ocasión.
Aunque no sé por cuánto tiempo me
quedaré aquí, tomar la decisión de regresar a Úbeda no
ha sido fácil para mí, ni mucho menos. Pero ahora, asomado al balcón que tanto
he añorado, y reconociendo que seré un extraño para los paseantes, siento
dentro de mí que estoy en casa, en la cumbre más alta de este cerro, y protegido
por estas murallas.
He puesto en la lumbre un potaje de habas con berenjenas. Acabo de
rescatar, de la planta de abajo, un cuaderno de
escuela sin estrenar, y procedo a escribir la primera frase de mi próxima
novela: “Puede que mis suelas traigan el polvo de la gran ciudad, los rasgos de
mi cara la discreción de la vida, y las palmas de mis manos la necesidad de
volver al anonimato. Puede ser que me ahoguen los pequeños espacios, o que no
me guste que me reconozcan por la calle, pero si hay algo que me ha mantenido
vivo durante todos estos años, ha sido que jamás he dejado de tener un corazón de provincias”.
Cada vez argumentas mejor las historias. Estoy orgulloso. ¡Adelante!
ResponderEliminarQué difíciles son algunas vidas, qué tristes o qué extrañas. Qué caprichosos los que mueven los hilos del destino. Sin embargo, lo importante es la dignidad con la que se viven. La entereza. Como bien queda reflejado en este estupendo relato. Otro más.
ResponderEliminarUn relato muy "literario", distinto a otros, más reivindicativos o pegados al momento actual. Parece que dominas distintos "palos". Y muy referenciado en cuanto a las localizaciones.
ResponderEliminarDisfruta de la primavera,...cuando llegue. Un abrazo.
Bonita vuelta al sentimiento agridulce de la vida.
ResponderEliminarEl retorno a los orígenes siempre va cargado, irremediablemente, de recuerdos, de nostalgia. Asi es la vida.
ResponderEliminarLourdes
Has cambiado de forma de escribir Mayte..te diría que eres, con esta nueva faceta que nos has hecho, una escritora de por vida, lo de antes era un boceto de lo que querías...te felicito...grande...
ResponderEliminarprecioso......
Miguel Texeira
QUE GRANDE ERES MAYTE TU AMIGO GUTY
ResponderEliminarMantienes la atención en el relato todo el tiempo, no hay distracciones , eso solo lo saben hacer los buenos. Un beso Mayte.
ResponderEliminarPilar Pérez Martín
Has cambiado de escenario, pero sigues manteniendonos inmersos en tus relatos.
ResponderEliminarUn escrito lleno de añoranzas. La vuelta a sus orígenes, a su casa, casi hemos percibido con él los olores de aquella casa, hemos subido por aquella escalera, ...
Mayte, nos has metido de lleno en la historia.
Elena
Precioso mayte, no se puede escribir más bonito
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