domingo, 2 de noviembre de 2025

En peligro de extinción

3.

Diane trabajaba desde hacía meses en un delicado reportaje sobre la creación de cultivos resistentes a las inclemencias meteorológicas que pretendía vender a la televisión pública, y para ello se trasladó por unas semanas a Washington donde se hallaba la sede central de la Corporación de Radiodifusión Pública de Estados Unidos, pendiendo ahora de un hilo tras el anuncio de cierre a consecuencia del recorte de financiación aprobado por el Congreso que dejará en el aire el futuro de cientos de emisoras en lugares tan remotos como Alaska y otros, también muy aislados, donde la única información que reciben sus habitantes llega a través, tan solo, de los viejos transistores en torno a los cuales los comensales se reúnen a la hora de la cena y escuchan las noticias locales. Ella conocía muy bien las dificultades del gremio ya que, como freelance, lo sufría a menudo. Los contrastes de las grandes ciudades con Big Timber pronto le trajeron a la memoria su vida anterior en Boston, por tanto, mientras durase su estancia en la capital recuperaría antiguas costumbres, por ejemplo, madrugar para salir a correr mucho antes del amanecer y de que los barrios tomen el pulso de lo cotidiano. A esa hora, cuando por la delgada línea del horizonte aún no ha despuntado el sol, recorrer la 401 9th Street, NW de la capital era todo un lujo, sin embargo, ahora la paz de esa calle se vio interrumpida por las unidades móviles de las cadenas de radio y televisión emplazadas hasta las puertas de la CPB en busca de la mejor exclusiva. Diane llevaba siempre consigo la acreditación de periodista, eso la permitió mezclarse entre ellos. Conversó con colegas de National Public Radio y de Public Broadcasting Servicie, y todos, más o menos, opinaron lo mismo: han declarado la guerra a los derechos y las libertades de los ciudadanos. Un grupo numeroso de personas vinieron a apoyar las protestas, pero rápidamente la policía local los dispersó. Una famosa entrevistadora, entrada en años, se acercó a los jóvenes reporteros a pedirles que no abandonasen la lucha, ya que esa era una de las profesiones más hermosas del mundo al servicio de los demás. Diane optó por apartarse. En Pennsylvania Ave NW, con el skyline de la Casa Blanca al fondo, compró un café americano en vaso grande, desechable, un perrito caliente con mucha mostaza y un donuts, estaba hambrienta, se sentó en un banco a comer y de paso llamó a casa.
          –Diles a las niñas que se pongan –dijo con la voz medio ronca.
          –¿Antes dime qué está pasando? –quiso saber Larry preocupado.
          –¿No has visto la noticia? –preguntó Diane.
          –No sé. ¿Cuál de ellas? –entonó distendido para suavizar la tensión.
         –Es una locura, van a despedir a cientos de empleados y en los rincones más inhóspitos del país la gente se quedará sin la única fuente de información.
        –Sí, he leído que cierran la Corporación. ¿Y ahora qué vas a hacer? ¿Dónde colocarás el reportaje que tanto te ha costado hacer? –mostró mucha empatía.
          –No lo sé, cariño, de momento me voy a quedar unos días más, después ya veremos. Todo anda muy revuelto pero, si me voy ahora, perderé la mejor oportunidad de darle salida al reportaje, son muchos meses recopilando datos como para tirarlo por la borda. ¿Cómo siguen las cosas por allí?
          –Igual, con mucho trabajo. Susan está recogiendo para Ashley muestras de agua de varios sitios donde bebe el ganado, hemos encontrado más reses muertas y otras en muy mal estado, no obstante, según Paul, en el rancho no hay nada raro.
          –Por muy bien que se lleve con vosotros, nunca irá en contra del patrón. Ándate con cuidado.
          –Eso mismo te digo, no te metas en jaleos.
          –¿Has oído lo de la NASA? –preguntó al marido –. Los trabajadores protestan, a través de una carta, contra los recortes de Trump que reducen a la mitad el presupuesto de ciencia lo cual debilita la seguridad humana. El manifiesto lo firman también más de veinte premios Nobel, científicos relevantes y miembros de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, así como otras personalidades. Es decir, a partir de ahora, cuando pidamos una hamburguesa gigante de carne de buey, no sabremos si estará en buenas condiciones para el consumo humano.
          –No, estoy leyendo el informe de la autopsia que Ashley J. Burris me envió por e-mail respecto a la muerte del ternero y la vaca donde los Maxwell –respondió él con tono preocupado.
          –¿Alguna cosa destacable? –se involucró como siempre hacían entre ellos.
          –Eso es lo preocupante, que aparentemente no hay nada hasta que profundizas y sacas en conclusión que puede haber algo escondido.
          –¿Y ella qué opina?
          –Lo mismo.
          –¿Lo sabe Susan? –continuó interesándose.
          –Claro –respondió tajante.
          –¿Y…?
          –Tampoco se lo cree. Fíjate, cuando Paul dejó a la intemperie algunos trozos de carne por si los buitres se los llevaban o no, puesto que planeaban por encima, fue muy significativo, elevaron el vuelo y pasaron de largo, suponemos que percibieron el olor putrefacto impregnando el ambiente.
          –Presiento que quieres ir más allá y te temo.
          –Sí, pero lo haré cuando vuelvas –se mostró cariñoso–. Ya tengo el presupuesto de la avería del automóvil, es bastante porque han de cambiar varias piezas.
          –Estarás cuidando mi Toyota 4runner, ¿no? –dijo en broma.
          –Por supuesto –rieron con ganas.
          –En fin, pásame a las niñas.
          –¡Te echo de menos! –entonó melancólico.
          –Y yo a ti –las chicas le quitaron el teléfono al padre y se lo llevaron para hablar con la madre en intimidad. Larry subrayó con un círculo la nota que venía escrita a mano en uno de los márgenes: agua contaminada, metales pesados, filtración…
          Ashley Burris miraba, por los grandes ventanales de la habitación que ocupaba en la planta cuarenta y cinco del Hotel Riu Plaza Manhattan Times Square, a New York, la metrópoli que nunca duerme y pensaba en todas las veces que rechazó ofertas de trabajos muy tentadoras para trasladarse allí y abandonar Montana, lo que implicaría también dejar a su equipo, a su gente y la tranquilidad con la que investigaba sin presiones. Años atrás estuvo a punto de dar el salto a la ciudad de los rascacielos al mantener una relación con un químico afincado en Harlem, y al que conoció en un congreso internacional de ciencia y nuevas tecnologías, pero no se atrevió a hacerlo por temor a otro fracaso sentimental. Sobre la cama, cubriendo la sábana de seda color teja a juego con el almohadón algo más oscuro, tenía informes del simposio al que asistía sobre Genética Avanzada en Mamíferos, fundamental para entender la evolución que han alcanzado especies de larga duración. Abrió la computadora portátil y el documento donde escribía desde hacía meses el ensayo cuyo título era: ¿Llegarán los humanos a ser inmortales con la alteración del ADN? Interrogante que destapa el debate en el campo de la ciencia así como controversias éticas y filosóficas. Hay futuristas que mantienen la teoría de que reparando el daño celular podría alcanzarse la perpetuidad; otro, incluso todavía más fuera de la realidad, lanza la fecha de 2045, como el año en el que el hombre será inmortal y envejecer una enfermedad curable. Ashley sintió verdadero pánico de dichas predicciones aunque no les daba crédito, ya que el progreso lo entendía para mejorar el día a día en la vida de las personas, perfeccionando la investigación en terapias personalizadas que utilizan el sistema inmunológico del paciente combatiendo determinados cánceres. Un escalofrío recorrió su espalda y volvió a sentir un terror similar al de cuando era pequeña y se acercaban los lobos al límite del rancho. Antes de darse una ducha, perdió la mirada entre el tráfico y se dejó llevar por la imaginación hasta los alrededores del edificio Dakota, donde Mark David Chapman asesinó a John Lennon. Era pronto, y el acto no comenzaba hasta las 3:00 p.m., alargándose hasta la cena, así que, no se entretuvo demasiado y decidió ir a la Biblioteca Pública, de estilo arquitectónico Beaux-Arts, ubicada en Bryant Park en la 476 5th Ave, donde consultaría algunas publicaciones que le interesaban.
          –¿Dónde puedo encontrar estos títulos? –le enseñó los títulos a la persona que estaba libre en el mostrador.
          –Fondo derecha; en la zona de estudio está prohibido comer encima de los libros, beber haciendo ruido, hablar en voz alta y mascar chicle y tiene que silenciar el móvil –esa mujer es tonta, dijo para sí, dio media vuelta y se alejó por la galería.
          –¿Señora Burris? ¿Ashley Burris? –alguien pronunció su nombre por detrás.
          –Sí –se giró.
          –¿No me recuerda? –preguntó una simpática pelirroja con la cara llena de pecas, montones de carpetas bajo el brazo y una sonrisa de oreja a oreja.
          –Lo siento, pero no.
          –Hice las prácticas en Animal Center Veterinary Hospital y el último examen fue con usted.
          –¿Aprobaste? –trataba de hacer memoria.
          –Sí, sobresaliente –vocalizó orgullosa.
          –Sois tantos los que pasáis por allí, además de la incorporación cada poco tiempo de nuevos compañeros que es casi imposible quedarse con la cara de todos. Lo lamento.
          –Comprendo, sin embargo, la hice caso y, gracias a sus consejos, me especialicé en Patológica Veterinaria, es una rama apasionante, fundamentalmente por mantener constante la investigación y precisar más diagnósticos y nuevas enfermedades.
          –El mundo avanza deprisa –hizo intención de alejarse, pero la otra lo impidió.
          –Pues sí, y si además lo haces de buen agrado y rodeada de un equipo también estupendo, ayuda una barbaridad.
          –¡Aguarda un momento! ¿Tú escribiste en la revista nuestra el artículo: “Prolapso del pene en reptiles que fue muy comentado?
          –Exacto, yo misma –extendió la mano para saludarla.
          –¡Vaya, vaya! La armaste buena, ¿eh? –rio con ganas–. ¿Qué haces aquí?
          –Trabajar sin descanso, eso me da la vida. Dirijo un departamento de Patología Molecular en búfalos, además de colaborar allá donde se me reclama. ¿Y usted?
          –Participo en unas conferencias basadas en Genética Avanzada en Mamíferos, ya sabes, eventos cargados de mucha teoría y muy poco compromiso. Has hecho muy bien en haberme abordado. Oye, ¿dónde podemos charlar tranquilamente y cambiar impresiones, si tienes tiempo?
          –Será un placer. Acompáñeme, mrs Burris.
          –Llámame Ashley, ¿cuál es el tuyo?
          –Madge Campbell. –Bajaron las escalinatas de la entrada, compraron un café y se sentaron en una de las mesas redondas en las que también había estudiantes tomando un sándwich frío. Rodeadas del verde de los árboles y la lona de las sombrillas el tráfico infernal quedaba amortiguado. Conversaron como dos viejas amigas que no se veían en años, y lo hicieron de la vida, de política, de los últimos descubrimientos científicos hasta aterrizar en el tema que a Ashley Burris le interesaba.
          –Échale un vistazo a esto y dame una opinión –sacó otra copia igual a la enviada a Larry Erickson.
          –¡Ahora! –exclamó sorprendida.
          –Claro, tan solo dispongo de algo más de hora y media y no dudo en que lo harás en menos. –Mientras Madge se concentraba, ella contempló las torres colindantes, el bullicio de la gente caminando apresura el olor a alcantarilla con chillido de ratas tan grandes como conejos. Su celular no paraba de recibir mensajes, pero le pareció descortés mirarlos. Poco antes de alcanzar los sesenta minutos, dijo: ¿Y bien?
          –Fíjese en estos valores, parecen iguales, pero varían justo al nacer el ternero. ¿Por qué la vaca muestra esa irregularidad? No lo sabemos, sin embargo, está bastante claro que, tanto en la placenta como en sus análisis, se hallan sustancias no identificables de insecticidas. Mándeme las muestras que conserves en laboratorio y lo averiguaremos. A veces la clave está más cerca de lo que suponemos: en una industria química que vierte residuos, en la lucha descontrolada contra plagas, en las aguas residuales o como bien apuntas en las notas anexas, en el pozo de la antigua mina de cobre a cielo abierto.
          –Estoy impresionada. ¿Tienes prisa?
          –No, nadie me espera –lo dijo con nostalgia.
          –¿Te gustaría asistir al simposio? –propuso.
          –Por supuesto, será un verdadero placer para mí. –Sin dejar de hablar caminaron por la Quinta Avenida hasta el Hotel Riu Plaza Manhattan Times Square donde Ashley se cambió de ropa y cogió sus apuntes. Finalizado el acto se fueron juntas.
          –Y bien, ¿qué te ha parecido? –preguntó mientras salían por una de las puertas laterales para pasar desapercibidas.
          –Una experiencia fantástica de aprendizaje, conocer otras formas de diagnosticar más directas y sofisticadas –respondió Madge. Las dos mujeres intercambiaros direcciones de correos electrónicos y números de teléfono emplazándose a seguir en contacto y, por supuesto, colaborar juntas en algunos estudios.    Ashley J. Burris concluyó su estancia en Nueva York, sin embargo, no regresó de inmediato a Montana, ya que la Facultad de Medicina Veterinaria, de Washington, la invitó para dar tres conferencias. Al finalizar cada una de ellas salía a despejarse caminando por el downtown de la ciudad. De repente, asustada por el despliegue de la Guardia Nacional por si se trataba de una amenaza de atentado, torció hacia calles aledañas donde se enteró que cumplían órdenes del presidente Trump quien tenía pensado expulsar a los homeless, bajo el plan titulado: “liberar la capital de personas sintecho y delincuentes”. Ashley Burris y Diane Erickson, no coincidieron en la gran metrópoli, la primera regresó a Helena de madrugada, el vuelo salió del Aeropuerto Nacional Ronald Reagan de Washington con veinticuatro horas de retraso, emocionada por todo lo vivido en Nueva York apenas había dormido, así que, en la sala de embarque dio una cabezadita; la segunda pensando en un próximo reportaje, permaneció unos días más visitando Anacostia y otras áreas donde la pobreza y tasa de no escolarización infantil ha aumentado sobre todo al este del río. Contrastes de casi todas las grandes urbes donde la brecha de la desigualdad se dispara.
          –Soy el comandante, abróchense los cinturones, despegamos –dijo por megafonía una voz ronca, la mayoría de los pasajeros cerraron los ojos con la tranquilidad de volver a casa.
          Susan Maxwell ha descubierto que Meredith Ellis ha dejado a Ecosystem Services Market Consortium, organización sin fines de lucro, que examine su granja y comprueben que, gracias a la técnica de ir cambiando los sitios donde pasta el ganado, se ha capturado anualmente unas 2.500 toneladas de dióxido de carbono atmosférico. También el profesor de agronomía Randy Jackson, en la Universidad de Wisconsin, campus de Madison, defiende iniciativas iguales o parecidas que moderen en la medida de lo posible la aceleración del cambio climático. Sin embargo, otros científicos como Rainer Roehe, en el Rural College de Escocia, ahondan en el terreno de la genética animal utilizando la cría para reducir las emisiones de metano en un 17% por generación hasta conseguir el 50% durante 10 años; también Ann Staiger, de la Universidad de Texas A&M. en Kingsville, versa su investigación en averiguar qué raza produce menos gases de efecto invernadero. Así que, con todo el material recopilado, puso rumbo al rancho con la esperanza de que el padre no estuviese allí y pasar un rato con Charly, ese viejo caballo aguantaba rayos y truenos.
          –Hola Paul –dijo sorprendiéndole de espaldas.
          –Hola. No te he oído llegar –dijo guardando rápidamente un papel en el bolsillo.
          –Pues es raro porque la camioneta tiene un ruido bastante fuerte –memorizó la marca de unos sacos de pienso para buscar después referencias en internet.
          –Si quieres luego le echo un vistazo, a veces es polvo que se adhiere en el tubo de escape, nada importante.
          –De acuerdo. ¿Cómo está Charly? –sacó el móvil y escribió en Google Sorghum company and other components S.A.
          –Hoy no ha querido salir de los establos –dijo Paul–, yo creo que le está llegando la hora. No obstante, se alegrará de verte.
          –¿Le vais a sacrificar? –preguntó entristecida.
          –Llegado el momento, sí, está sufriendo mucho –respondió tajante.
          –Entonces, mejor que Larry le inyecte algo, será menos doloroso.
          –¿Recuerdas?, por él estoy aquí –perdió la mirada hasta los límites de la propiedad–, quién me iba a decir a mí que después de salvarle la vida se la tendría que quitar.
          –Sí. En fin, parece que haya pasado un siglo –añadió ella nostálgica.
          –Apenas unos años, pero tú no has venido a recordar el pasado, ¿qué quieres? –la conocía muy bien.
          –Podías acompañarme, voy a llenar estos tubos y no conozco bien los lugares donde bebe y pasta el ganado.
          –Trae un mapa y marco algunos –respondió contrariado.
          –Preferiría disfrutar de tu compañía y contrastar opiniones.
          –Tu padre ha salido y yo no puedo dejar esto solo, no queda ningún vaquero, todos se fueron a la cantina, hoy ha sido día de cobro y ya sabes que la mitad de la paga se gasta en tragos con los compañeros –intuyó que el hombre mentía o no quería comprometerse, de momento, ya que tenían más en común de lo que él pensaba.
          Se dejó llevar por los pliegues de la imaginación y recordó las travesuras de la infancia y adolescencia, suyas y del hermano mayor escondiéndose en el granero a pasar de la borrachera, o la vez en que los gritos de la madre se oyeron por toda la hacienda al encontrar al muchacho tendido al pie de las escaleras ahogándose en su propio vómito. El sonido lejano del ferrocarril la trajo a la realidad, entonces miró hacia el cobertizo, aquella cabaña que guardaba el secreto de años atrás cuando uno de los jornaleros se quitó la vida y la familia lo mantuvo en secreto haciendo desaparecer el cuerpo una noche sin luna y sellando el lugar con un candado. Entornó bien los ojos para enfocar de frente y, a través de la ventana, palpitándole el corazón, vio varias sombras que se movían en su interior…

3 comentarios:

  1. María Doloresnoviembre 02, 2025

    El primer párrafo tan reivindicativo da visibilidad a la lucha de tantos periodistas que se juegan el tipo para informar de lo que ocurre, aunque eso a veces les cueste la vida.

    ResponderEliminar
  2. Pues a mí toda la parte de la conversación entre Larry y Diane me parece una narración con mucha sensibilidad.

    ResponderEliminar
  3. Gracias por recordar a John Lennon

    ResponderEliminar