4.
El rancho Maxwell se preparaba para
la inminente llegada de invitados que asistirán a la boda de la hija mediana
comprometida con un alto cargo del ejército recién trasladado a Chicago. Entre
los comensales estaban las mejores amigas y amigos de la pareja, primos y
primas llegados de otros estados, el sheriff, los comisionados del condado, el
médico, el veterinario, los ganaderos de la comarca, el Gobernador y algún
empresario agrícola que fue con la intención de recabar nuevos clientes. Un ir
y venir de gente contratada para dicho acontecimiento, invadía el hábitat de
los animales, inquietándoles, reduciendo su espacio para poner mesas
engalanadas con los mejores manteles y cuberterías, distribuir sillas, preparar
el escenario donde la orquesta amenizará el evento y la molesta y continua
llegada de camionetas cargadas de flores y regalos que ya no sabían dónde
colocar, aunque quizá lo peor fue convivir, incluso de noche, con el despliegue
de operarios contratados para la instalación del alumbrado alrededor de la
casa, realizando infinitas pruebas hasta que la enredadera de bombillas, con
forma de corazón, no dieran fallos, además de crear un pasillo nupcial
bellísimo y luminoso, con lazos en las esquinas de los bancos. En paralelo a
los músicos pusieron la barra y bien visible el recipiente de Moonshine,
whisky de elaboración casera. La novia, según el padre, era un ser angelical,
su preferida y, tal vez, la de carácter y sentimientos fríos, igual a los
suyos. Educada para convertirse en fiel esposa y madre de familia numerosa,
nunca les dio disgustos ni causó problemas como alguno de los otros hijos. Supo
mantenerse al margen de los asuntos más controvertidos, seguramente por falta
de empatía o porque el futuro marido, machista, dominante, neoconservador y
supremacista la manejase emocionalmente. Siempre correcta en sociedad,
interpretando el papel de recatada, mohína, en segundo plano, discreta y
melosa, aunque por detrás las mataba callando, tanto fue así que sugirió que el
hermano mayor se abstuviese de ir a la ceremonia dada su dependencia con el
alcohol y la posibilidad de que metiese la pata dejándola en ridículo delante
de los suegros. Susan, en solidaridad con el muchacho amenazó con no ir tampoco
ella, pero terció la madre y todos se comportaron correctamente. El reverendo
ofició el enlace y, a cambio, recibió un sobre abultado con billetes que, según
manifestó, entregaría a los feligreses que vivían por debajo del umbral de la
pobreza. Finalizado el acto religioso dio comienzo el banquete amenizado con
música y el alboroto de las chicas y los chicos correteando entre los
comensales, lo cual aprovechó Susan para pasar desapercibida y, con la ayuda de
Larry, descubrir qué escondía su familia dentro del cobertizo.
–Acompáñame
–le pidió a Larry cuyo aburrimiento era notorio. Diane no le acompañó al evento
porque apuraba los últimos días con las niñas antes de que se fueran a la
universidad.
–¿Adónde?
–preguntó dejándose llevar.
–Ahora
lo verás –contestó toda misteriosa. Apartados de la zona donde el público
disfrutaba de jugosas y grasientas hamburguesas de media libra de carne, se
aproximaron por la parte trasera de la finca hasta el cobertizo.
–¿No
tienes llave del candado? –preguntó preocupado de verse involucrado en algo
delictivo.
–No,
pero se me da muy bien abrir cerraduras con una horquilla, además están lo
suficientemente borrachos como para fijarse en nosotros –respondió sarcástica y
sonriente–. Vamos, entremos, cuidado con ese escalón, está roto.
–Oye,
aquí huele raro –comentó el veterinario–, como a restos de plaguicidas mezclado
con aguarrás.
–Pues
sí, pero mi olfato no es tan preciso, aguarda un instante que alumbro con la
linterna –justo lo dijo cuando el otro ya se había chocado con algo que fue a
parar al suelo haciendo algo de ruido.
–Joder,
nos van a oír –Susan temió que los pillasen.
–Lo
siento –añadió torpemente
–Tú
mira por ese lado y yo por este –le dio guantes, ella se puso otros y ambos
mascarillas, nunca se sabe lo que podrían encontrarse. El especio era amplio,
no en vano, tiempo atrás, sirvió de granero.
–¿Llevas
algo afilado? –pidió el hombre sin apartar la vista del borde de la tapadera.
–Claro,
mi navaja multiusos –se la dio acercándose a mirar.
–Cuidado
con ese bidón, voy a coger un poco de la corteza adherida en el borde, a ver si
puedo despegarla –dijo sacando del bolsillo una bolsa esterilizada de las que
siempre llevaba encima.
–Fíjate
en esto Larry, la textura parece diferente al resto de la pastosidad. ¿Quieres
que desprenda algo y nos lo llevamos también? –preguntó intrigada e inquieta
porque temía descubrir que su familia estuviese implicada en algo ilegal.
–Aguarda
un momento, deja que eche un vistazo, puede ser tóxico. Espera –puso el dedo a
la altura de la boca en señal de silencio, callaron palpitándoles el corazón.
Afuera, pisadas acercándose deprisa, desmoronando la hierba con la suela de los
zapatos, les instaron a apagar las linternas y mirar a través de la rendija
abierta en la pared de madera. Un sudor frío empedró sus frentes hasta
comprobar que era una pareja de enamorados buscando intimidad. Larry se ajustó
la gafa redonda de culo de vaso y terminó de tomar muestras de aquello que le
pareció mejor para enviar al laboratorio.
–¡Uf,
casi nos pillan! –exclamó Susan.
–Vámonos
ya, por favor –pidió él.
–Vale,
pero antes veamos qué hay ahí –enfocó unos sacos que parecían vacíos, sin
embargo, destacaba uno de distinto color y algo más pequeño, lo movieron un
poco y dieron un respingo hacia atrás para no ser atacados por una rata de
enormes dimensiones que fue vista y no vista. Salieron palpándose las
extremidades y comprobando que no faltaba ninguna.
–¿Conoces
a aquel tipo que habla con tu padre? –preguntó Larry mientras guardaba las
muestras de la cabaña.
–No,
¿quién es? –frunció el ceño haciendo memoria.
–Alguien
bastante peculiar que tiene un laboratorio clandestino donde utiliza sin
control los PFAS (perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas).
–Ahórrate
los tecnicismos y dilo claro.
–Son
un grupo de sustancias químicas sintéticas que se utilizan en tejidos
impermeables, productos electrónicos, cosméticos, así como ollas y sartenes, lo
grave es que ahora se detecta en el suelo, en los océanos y en la cadena
alimentaria. Dicen las malas lenguas que el ganado de los amigos de ese hombre –señaló
al invitado que charlaba con la familia– están todos afectados y, en
consecuencia, su leche, la grasa o el músculo, llegando a morir en algunos
casos, de manera que, si nadie pone remedio, podría convertirse en una pandemia
de infinita magnitud y, por consiguiente, un atentado contra la salud humana.
–¡Andáis
conspirando, eh! –Paul les cogió por sorpresa.
–¡Qué
guapo te has puesto! –alagó Susan.
–Muchas
gracias. ¿Os traigo algo de beber? –les ofreció.
–Para
mí no, en realidad me marcho ya, he de hacer un par de visitas antes de ir a
casa y no quiero llegar tarde –explicó Larry–. Entonces, en tres semanas vamos
a Butte, ¿no? –preguntó a Susan, ella asintió y se despidió de ellos.
–¿Cómo
se llama aquel hombre que está con papá? –quiso coger al capataz con la guardia
baja.
–Samuel
W. Roberts, últimamente viene mucho por aquí, supongo que tendrá negocios con
el amo, pero lo ignoro. Por cierto: ¿qué hacíais en el cobertizo?
–Rescatar
de la memoria recuerdos de la infancia, de repente me puse nostálgica. ¿Tú
nunca entras?, hay un olor bastante peculiar.
–Rara
vez, a por alguna herramienta de las antiguas si se tercia, pero por lo general
lo hace tu padre.
–¿Te
suena esto de algo? –anotó en el buscador del celular PFAS, nombre técnico
dicho por Larry, y se lo enseñó.
–Ni
idea, no lo he oído jamás. ¿Has visto a Charly? Estoy preocupado por él.
–Sí,
si le he visto, y no cambies de tema, sabemos que algo está matando al ganado
de buena parte de la comarca y me dolería mucho descubrir que los míos estén
implicados, pero si así fuera, lo denunciaría igualmente –abandonaron la
conversación, Paul se excusó y regresó a los establos. La madre de Susan la
llamó para presentarle a unos empresarios muy importantes cuyo hijo mayor
permanecía soltero, de manera que ahí había doble intención por parte de la
señora Maxwell, lo hizo e interpretó el papel de hija obediente, sin embargo,
en cuanto pudo, se escabulló, aunque…
–No
irás a rechazarme hoy también un sabroso filete de arce a la brasa, ¿verdad? –la
abordó su progenitor con un plato lleno de comida, un beso en la frente y sin
tiempo para reaccionar.
–Sabes
que ingiero muy poca carne roja.
–¿Todavía
andas a vueltas con esa tontería? –preguntó enfadado. –Deberías
unirte al movimiento de la Granja a la mesa, Farm to table, con tu
capacidad para sacar dólares hasta de las piedras te forrarías –dijo
sarcástica. Localizó a los novios, se despidió de ellos deseándoles mucha
suerte y giró sobre los talones, a punto de subirse en la camioneta, se armó
mucho revuelo al producirse un tiroteo. Apareció Paul como de la nada y,
obligándola a agacharse, se tumbó junto a ella.
–¡Al
suelo, al suelo! –gritó el sheriff mientras sus hombres perseguían a dos
individuos que intentaban colarse y acceder al dueño del rancho, pero otro de
los agentes, con un rifle AR-15, semiautomático, vació el cartucho y ambos cayeron
desangrándose. Entonces, con un hilo de voz, confesaron que eran dos humildes
campesinos buscando trabajo. Pasado el episodio, limpiada la sangre y retirados
los cadáveres, la fiesta continuó. El señor Maxwell, al que no se le escapaba
una, preguntó a Paul qué hacían su hija y el veterinario en el cobertizo, el
capataz dijo ignorarlo.
Todavía
en shock, Susan estuvo tentada de abrir el debate de la venta y uso de
armas con absoluta libertad, pero prefirió salir de allí cuanto antes a su zona
de confort. Llegó cansada y con mucho sueño, el trayecto de veinte millas hasta
el centro de Big Timber, lo hizo acompañada de la voz de Loretta Lynn, hacía
una temperatura suave, así que bajó la ventanilla y apoyó el codo en el borde
del cristal. En el hall The Grand Hotel, el recepcionista pedía
oraciones por el alma del influencer ultraconservador Charlie Kirk,
asesinado de un tiro en el cuello, en el campus de la universidad de Utah
Valley. Susan subió a la habitación, puso la televisión y, en ese momento, ante
cientos de micrófonos, hablaba el gobernador de Utah, Spencer Cox, quien
aseguró que todo el peso de la ley recaería sobre el culpable, trasladando
también a la opinión pública las palabras del presidente Trump pidiendo la pena
de muerte para el asesino. Navegó un poco por las redes para saber más de la
víctima, aunque lo que descubrió… Creó Turning Point USA, organización
juvenil de extrema derecha cuya cantera sale directamente de universidades e
institutos, apoyó a Trump; fue crítico con los derechos de gays y trans,
con la separación de Iglesia y Estado, respaldó la Teoría del Gran Reemplazo,
que consiste en afirmar que los migrantes de color desplazarán a los
estadounidenses blancos, defensor a ultranza la Segunda Enmienda de la
Constitución de los Estados Unidos, aunque esa vez la adquisición y el uso
individual de armas le haya costado la vida. Bajó el volumen y se metió en la
cama, el día había sido agotador. De fondo, manifestaciones improvisadas en
todo el país protestaban contra las políticas migratorias del Presidente, otros
en apoyo a Kirk y lo que representó para la ciudadanía que le seguía, al tiempo
que, en la región del Cinturón de la Biblia y pequeños pueblos de tinte
conservador, gritaban: ¡Dios salve a América!
En
las muestras de agua recogidas por Susan de los abrevaderos y analizadas en el
laboratorio del Animal Center Veterinary Hospital, hallaron restos de
metales pesados muy tóxicos, identificados como arsénico y cadmio que, al
encontrarse en el ambiente, lo contaminan prácticamente todo. Sin embargo, para
Larry Erickson, aunque podría ser una de las causas, a su juicio no era la
única consecuencia de las muertes del ganado y tampoco del nacimiento de reses
con malformaciones congénitas, sobre todo desde que resonaba en su cabeza el
nombre de Samuel W. Roberts, pendiente de indagar algo más sobre él. No obstante,
recordó haber escuchado el rumor de que en el garaje de su casa tenía montado
un equipo clandestino para realizar experimentos, pero tan solo eran
habladurías entre colegas, tal vez sin mucha credibilidad. Terminadas las
visitas a ranchos y granjas, con la preocupación añadida de haber encontrado
varias cabezas de ganado muy enfermas y moribundas en tierra de nadie, quería
disfrutar de la cena familiar y comentar los chismorreos de la boda, quiénes
asistieron y cómo iban vestidas y vestidos, anécdotas o enfados habituales en
los Maxwell, rivalidades entre las candidatas a ser próximas casaderas, pero
una videollamada parpadeaba en el celular. Entró hasta la cocina e hizo un
gesto de perdón por llegar tarde y tener que retrasarse todavía un poco más,
prometiendo recompensarlas.
–¿Qué
tal compañera? ¿Ya estás en Helena? –preguntó ampliando la sonrisa y
aflojándose el nudo de la corbata.
–Sí,
ha sido un viaje muy enriquecedor, he aprendido muchas cosas y conocido a gente
muy interesante, además, la Facultad de Medicina Veterinaria, de Washington, me
invitó para dar tres conferencias, he disfrutado muchísimo.
–¡Cuánto
me alegro! En la misma fecha que tú también estuvo allí Diane.
–Habría
sido fantástico encontrarnos en la capital y habernos tomado… Ahora no lo
recuerdo, ¿cómo se llama la bebida refrescante hecha ginebra o bourbon, con
jugo de lima fresca y agua con gas?
–¿Rickey?
–dijo rápidamente.
–Exacto.
¿Cómo está ella?
–Bueno,
ahí va, luchando para que le compren su reportaje versado en “Creación de
cultivos resistentes a las inclemencias meteorológicas”, pero ya sabes que ser freelance
y crítica no converge. En fin, espero que tenga más suerte porque es realmente
buena.
–Sí
que lo es, a lo mejor le encargo unos artículos, pero aún no digas nada.
–No,
no lo haré. Estará encantada.
–¿Has
leído el correo que te envié? –preguntó la forense mientras movía papeles de su
mesa, preocupada como de haber perdido algo muy importante.
–Todavía
no, pensaba hacerlo después. Pero, dime, ¿algo destacable? –quería terminar
cuanto antes y unirse a las risas de las chicas que llegaban desde la cocina.
–He
puesto un resumen del análisis del agua, puedes mirarlo más tarde, es un poco
complejo y si cabe descorazonador.
–Ya
lo tengo delante. ¿Crees que la clave está en el hallazgo del arsénico y
cadmio? –preguntó Larry–. Es decir, ¿se muere nuestro ganado a consecuencia de
eso?
–Podría
ser una de las razones, pero no la única –respondió ella sin mirar a la
pantalla.
–No
me encaja, debe de haber algo más letal –afirmó categórico.
–Y
lo hay –confirmó Ashley.
–Venga,
suéltalo –el veterinario empezaba a ponerse nervioso.
–En
los tejidos del parto que asististe, en el rumen de la vaca, primer
compartimento del estómago animal había nitratos y nitritos –soltó con los ojos
entornados.
–¿A
dónde quieres llegar? –intuía que se avecinaba una tormenta sin precedentes, no
obstante, prefirió que ella lo confirmase.
–Pues
que los pastos están contaminados.
–Explícate,
por favor –por un momento se le vino a la imaginación la cara de Paul y las
fundamentadas sospechas de Susan.
–Lo
diré a las claras, por un uso excesivo de fertilizantes nitrogenados, filtrados
por el suelo y emponzoñando así las aguas –dijo Ashley–, pero también, y es
quizá lo más preocupante, hemos encontrado pesticidas, en eso no podemos
descartar la mano intencionada del hombre.
–¿Sabes
cuál? –de repente, Larry empezó a encajar algunas piezas.
–No,
no he tenido tiempo, además, quiero cotejar los datos con la computadora
central, a ver qué encuentro.
–Tú
conocías a una investigadora del FBI, ¿verdad? –el veterinario se puso
misterioso.
–Sí,
¿por?
–A
ver qué te puede decir referente a Samuel W. Roberts.
–¿Quién
es? –a la forense no le gustaba pedir favores, así como así.
–No
lo sé, por eso no me quiero precipitar.
–Vale,
hablaré con ella.
–Hoy
se ha casado una de las hijas de los Maxwell, fui a la boda y Susan me metió en
una cabaña que al parecer llevaba cerrada años, había un bidón con un líquido
espeso cuyo borde del recipiente presentaba una corteza sospechosa, mañana te
enviaré por correo las muestras que hemos recogido.
–De
acuerdo, pero no prometo hacerlo rápido, estoy de trabajo hasta arriba.
–No
importa, quiero conocer tu opinión, estoy muy confuso, ahí juegan con fuego y
se van a quemar…
–Bueno,
pues en cuanto tenga información, te cuento. Dale un beso a las niñas y a Diane
de mi parte. Veniros un día a Helena y cenamos en casa.
–De
acuerdo. Buena noche.
–Bye.
–Colgaron y con las mismas, Larry llamó por teléfono a Susan.
–Creo
que ha llegado el momento de darnos una vuelta por Butte y visitar la mina de
cobre a cielo abierto. ¿Vienes?
–¿Acaso
lo dudas?
Diane
y las niñas trajinaban de un sitio a otro colocando platos y un pastel de
espinacas con salsa de guisantes secos que Larry había preparado la noche
anterior. Aunque los dos se consideraban afines al budismo, interesados
fundamentalmente en la meditación, el desapego a las posesiones y una libertad
interior que nunca dan las religiones, ni lo material, jamás influenciaron en
las hijas, dejándolas elegir su propio camino y creencias. Un fuerte zumbido
del viento, ensordecedor, dejó todo el condado a oscuras, entonces, el arranque
de los generadores y la precariedad del sistema demostró lo vulnerable que es
la primera potencia del mundo, cuando una simple chispa salta por los aires y deja
a la Nación paralizada, desnuda de progreso, de tecnología, mano sobre mano,
esperando a que el salvador, el enviado, el Mesías, el inquilino The White
House, apriete el interruptor y todo vuelva a la casilla de salida…
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