domingo, 16 de noviembre de 2025

En peligro de extinción

4.

El rancho Maxwell se preparaba para la inminente llegada de invitados que asistirán a la boda de la hija mediana comprometida con un alto cargo del ejército recién trasladado a Chicago. Entre los comensales estaban las mejores amigas y amigos de la pareja, primos y primas llegados de otros estados, el sheriff, los comisionados del condado, el médico, el veterinario, los ganaderos de la comarca, el Gobernador y algún empresario agrícola que fue con la intención de recabar nuevos clientes. Un ir y venir de gente contratada para dicho acontecimiento, invadía el hábitat de los animales, inquietándoles, reduciendo su espacio para poner mesas engalanadas con los mejores manteles y cuberterías, distribuir sillas, preparar el escenario donde la orquesta amenizará el evento y la molesta y continua llegada de camionetas cargadas de flores y regalos que ya no sabían dónde colocar, aunque quizá lo peor fue convivir, incluso de noche, con el despliegue de operarios contratados para la instalación del alumbrado alrededor de la casa, realizando infinitas pruebas hasta que la enredadera de bombillas, con forma de corazón, no dieran fallos, además de crear un pasillo nupcial bellísimo y luminoso, con lazos en las esquinas de los bancos. En paralelo a los músicos pusieron la barra y bien visible el recipiente de Moonshine, whisky de elaboración casera. La novia, según el padre, era un ser angelical, su preferida y, tal vez, la de carácter y sentimientos fríos, igual a los suyos. Educada para convertirse en fiel esposa y madre de familia numerosa, nunca les dio disgustos ni causó problemas como alguno de los otros hijos. Supo mantenerse al margen de los asuntos más controvertidos, seguramente por falta de empatía o porque el futuro marido, machista, dominante, neoconservador y supremacista la manejase emocionalmente. Siempre correcta en sociedad, interpretando el papel de recatada, mohína, en segundo plano, discreta y melosa, aunque por detrás las mataba callando, tanto fue así que sugirió que el hermano mayor se abstuviese de ir a la ceremonia dada su dependencia con el alcohol y la posibilidad de que metiese la pata dejándola en ridículo delante de los suegros. Susan, en solidaridad con el muchacho amenazó con no ir tampoco ella, pero terció la madre y todos se comportaron correctamente. El reverendo ofició el enlace y, a cambio, recibió un sobre abultado con billetes que, según manifestó, entregaría a los feligreses que vivían por debajo del umbral de la pobreza. Finalizado el acto religioso dio comienzo el banquete amenizado con música y el alboroto de las chicas y los chicos correteando entre los comensales, lo cual aprovechó Susan para pasar desapercibida y, con la ayuda de Larry, descubrir qué escondía su familia dentro del cobertizo.
          –Acompáñame –le pidió a Larry cuyo aburrimiento era notorio. Diane no le acompañó al evento porque apuraba los últimos días con las niñas antes de que se fueran a la universidad.
          –¿Adónde? –preguntó dejándose llevar.
          –Ahora lo verás –contestó toda misteriosa. Apartados de la zona donde el público disfrutaba de jugosas y grasientas hamburguesas de media libra de carne, se aproximaron por la parte trasera de la finca hasta el cobertizo.
          –¿No tienes llave del candado? –preguntó preocupado de verse involucrado en algo delictivo.
          –No, pero se me da muy bien abrir cerraduras con una horquilla, además están lo suficientemente borrachos como para fijarse en nosotros –respondió sarcástica y sonriente–. Vamos, entremos, cuidado con ese escalón, está roto.
          –Oye, aquí huele raro –comentó el veterinario–, como a restos de plaguicidas mezclado con aguarrás.
          –Pues sí, pero mi olfato no es tan preciso, aguarda un instante que alumbro con la linterna –justo lo dijo cuando el otro ya se había chocado con algo que fue a parar al suelo haciendo algo de ruido.
          –Joder, nos van a oír –Susan temió que los pillasen.
          –Lo siento –añadió torpemente
          –Tú mira por ese lado y yo por este –le dio guantes, ella se puso otros y ambos mascarillas, nunca se sabe lo que podrían encontrarse. El especio era amplio, no en vano, tiempo atrás, sirvió de granero.
          –¿Llevas algo afilado? –pidió el hombre sin apartar la vista del borde de la tapadera.
          –Claro, mi navaja multiusos –se la dio acercándose a mirar.
          –Cuidado con ese bidón, voy a coger un poco de la corteza adherida en el borde, a ver si puedo despegarla –dijo sacando del bolsillo una bolsa esterilizada de las que siempre llevaba encima.
          –Fíjate en esto Larry, la textura parece diferente al resto de la pastosidad. ¿Quieres que desprenda algo y nos lo llevamos también? –preguntó intrigada e inquieta porque temía descubrir que su familia estuviese implicada en algo ilegal.
          –Aguarda un momento, deja que eche un vistazo, puede ser tóxico. Espera –puso el dedo a la altura de la boca en señal de silencio, callaron palpitándoles el corazón. Afuera, pisadas acercándose deprisa, desmoronando la hierba con la suela de los zapatos, les instaron a apagar las linternas y mirar a través de la rendija abierta en la pared de madera. Un sudor frío empedró sus frentes hasta comprobar que era una pareja de enamorados buscando intimidad. Larry se ajustó la gafa redonda de culo de vaso y terminó de tomar muestras de aquello que le pareció mejor para enviar al laboratorio.
          –¡Uf, casi nos pillan! –exclamó Susan.
          –Vámonos ya, por favor –pidió él.
          –Vale, pero antes veamos qué hay ahí –enfocó unos sacos que parecían vacíos, sin embargo, destacaba uno de distinto color y algo más pequeño, lo movieron un poco y dieron un respingo hacia atrás para no ser atacados por una rata de enormes dimensiones que fue vista y no vista. Salieron palpándose las extremidades y comprobando que no faltaba ninguna.
          –¿Conoces a aquel tipo que habla con tu padre? –preguntó Larry mientras guardaba las muestras de la cabaña.
          –No, ¿quién es? –frunció el ceño haciendo memoria.
          –Alguien bastante peculiar que tiene un laboratorio clandestino donde utiliza sin control los PFAS (perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas).
          –Ahórrate los tecnicismos y dilo claro.
          –Son un grupo de sustancias químicas sintéticas que se utilizan en tejidos impermeables, productos electrónicos, cosméticos, así como ollas y sartenes, lo grave es que ahora se detecta en el suelo, en los océanos y en la cadena alimentaria. Dicen las malas lenguas que el ganado de los amigos de ese hombre –señaló al invitado que charlaba con la familia– están todos afectados y, en consecuencia, su leche, la grasa o el músculo, llegando a morir en algunos casos, de manera que, si nadie pone remedio, podría convertirse en una pandemia de infinita magnitud y, por consiguiente, un atentado contra la salud humana.
          –¡Andáis conspirando, eh! –Paul les cogió por sorpresa.
          –¡Qué guapo te has puesto! –alagó Susan.
          –Muchas gracias. ¿Os traigo algo de beber? –les ofreció.
          –Para mí no, en realidad me marcho ya, he de hacer un par de visitas antes de ir a casa y no quiero llegar tarde –explicó Larry–. Entonces, en tres semanas vamos a Butte, ¿no? –preguntó a Susan, ella asintió y se despidió de ellos.
          –¿Cómo se llama aquel hombre que está con papá? –quiso coger al capataz con la guardia baja.
          –Samuel W. Roberts, últimamente viene mucho por aquí, supongo que tendrá negocios con el amo, pero lo ignoro. Por cierto: ¿qué hacíais en el cobertizo?
          –Rescatar de la memoria recuerdos de la infancia, de repente me puse nostálgica. ¿Tú nunca entras?, hay un olor bastante peculiar.
          –Rara vez, a por alguna herramienta de las antiguas si se tercia, pero por lo general lo hace tu padre.
          –¿Te suena esto de algo? –anotó en el buscador del celular PFAS, nombre técnico dicho por Larry, y se lo enseñó.
          –Ni idea, no lo he oído jamás. ¿Has visto a Charly? Estoy preocupado por él.
          –Sí, si le he visto, y no cambies de tema, sabemos que algo está matando al ganado de buena parte de la comarca y me dolería mucho descubrir que los míos estén implicados, pero si así fuera, lo denunciaría igualmente –abandonaron la conversación, Paul se excusó y regresó a los establos. La madre de Susan la llamó para presentarle a unos empresarios muy importantes cuyo hijo mayor permanecía soltero, de manera que ahí había doble intención por parte de la señora Maxwell, lo hizo e interpretó el papel de hija obediente, sin embargo, en cuanto pudo, se escabulló, aunque…
          –No irás a rechazarme hoy también un sabroso filete de arce a la brasa, ¿verdad? –la abordó su progenitor con un plato lleno de comida, un beso en la frente y sin tiempo para reaccionar.
          –Sabes que ingiero muy poca carne roja.
          –¿Todavía andas a vueltas con esa tontería? –preguntó enfadado.          –Deberías unirte al movimiento de la Granja a la mesa, Farm to table, con tu capacidad para sacar dólares hasta de las piedras te forrarías –dijo sarcástica. Localizó a los novios, se despidió de ellos deseándoles mucha suerte y giró sobre los talones, a punto de subirse en la camioneta, se armó mucho revuelo al producirse un tiroteo. Apareció Paul como de la nada y, obligándola a agacharse, se tumbó junto a ella.
          –¡Al suelo, al suelo! –gritó el sheriff mientras sus hombres perseguían a dos individuos que intentaban colarse y acceder al dueño del rancho, pero otro de los agentes, con un rifle AR-15, semiautomático, vació el cartucho y ambos cayeron desangrándose. Entonces, con un hilo de voz, confesaron que eran dos humildes campesinos buscando trabajo. Pasado el episodio, limpiada la sangre y retirados los cadáveres, la fiesta continuó. El señor Maxwell, al que no se le escapaba una, preguntó a Paul qué hacían su hija y el veterinario en el cobertizo, el capataz dijo ignorarlo.
          Todavía en shock, Susan estuvo tentada de abrir el debate de la venta y uso de armas con absoluta libertad, pero prefirió salir de allí cuanto antes a su zona de confort. Llegó cansada y con mucho sueño, el trayecto de veinte millas hasta el centro de Big Timber, lo hizo acompañada de la voz de Loretta Lynn, hacía una temperatura suave, así que bajó la ventanilla y apoyó el codo en el borde del cristal. En el hall The Grand Hotel, el recepcionista pedía oraciones por el alma del influencer ultraconservador Charlie Kirk, asesinado de un tiro en el cuello, en el campus de la universidad de Utah Valley. Susan subió a la habitación, puso la televisión y, en ese momento, ante cientos de micrófonos, hablaba el gobernador de Utah, Spencer Cox, quien aseguró que todo el peso de la ley recaería sobre el culpable, trasladando también a la opinión pública las palabras del presidente Trump pidiendo la pena de muerte para el asesino. Navegó un poco por las redes para saber más de la víctima, aunque lo que descubrió… Creó Turning Point USA, organización juvenil de extrema derecha cuya cantera sale directamente de universidades e institutos, apoyó a Trump; fue crítico con los derechos de gays y trans, con la separación de Iglesia y Estado, respaldó la Teoría del Gran Reemplazo, que consiste en afirmar que los migrantes de color desplazarán a los estadounidenses blancos, defensor a ultranza la Segunda Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, aunque esa vez la adquisición y el uso individual de armas le haya costado la vida. Bajó el volumen y se metió en la cama, el día había sido agotador. De fondo, manifestaciones improvisadas en todo el país protestaban contra las políticas migratorias del Presidente, otros en apoyo a Kirk y lo que representó para la ciudadanía que le seguía, al tiempo que, en la región del Cinturón de la Biblia y pequeños pueblos de tinte conservador, gritaban: ¡Dios salve a América!
          En las muestras de agua recogidas por Susan de los abrevaderos y analizadas en el laboratorio del Animal Center Veterinary Hospital, hallaron restos de metales pesados muy tóxicos, identificados como arsénico y cadmio que, al encontrarse en el ambiente, lo contaminan prácticamente todo. Sin embargo, para Larry Erickson, aunque podría ser una de las causas, a su juicio no era la única consecuencia de las muertes del ganado y tampoco del nacimiento de reses con malformaciones congénitas, sobre todo desde que resonaba en su cabeza el nombre de Samuel W. Roberts, pendiente de indagar algo más sobre él. No obstante, recordó haber escuchado el rumor de que en el garaje de su casa tenía montado un equipo clandestino para realizar experimentos, pero tan solo eran habladurías entre colegas, tal vez sin mucha credibilidad. Terminadas las visitas a ranchos y granjas, con la preocupación añadida de haber encontrado varias cabezas de ganado muy enfermas y moribundas en tierra de nadie, quería disfrutar de la cena familiar y comentar los chismorreos de la boda, quiénes asistieron y cómo iban vestidas y vestidos, anécdotas o enfados habituales en los Maxwell, rivalidades entre las candidatas a ser próximas casaderas, pero una videollamada parpadeaba en el celular. Entró hasta la cocina e hizo un gesto de perdón por llegar tarde y tener que retrasarse todavía un poco más, prometiendo recompensarlas.
          –¿Qué tal compañera? ¿Ya estás en Helena? –preguntó ampliando la sonrisa y aflojándose el nudo de la corbata.
          –Sí, ha sido un viaje muy enriquecedor, he aprendido muchas cosas y conocido a gente muy interesante, además, la Facultad de Medicina Veterinaria, de Washington, me invitó para dar tres conferencias, he disfrutado muchísimo.
          –¡Cuánto me alegro! En la misma fecha que tú también estuvo allí Diane.
          –Habría sido fantástico encontrarnos en la capital y habernos tomado… Ahora no lo recuerdo, ¿cómo se llama la bebida refrescante hecha ginebra o bourbon, con jugo de lima fresca y agua con gas?
          –¿Rickey? –dijo rápidamente.
          –Exacto. ¿Cómo está ella?
          –Bueno, ahí va, luchando para que le compren su reportaje versado en “Creación de cultivos resistentes a las inclemencias meteorológicas”, pero ya sabes que ser freelance y crítica no converge. En fin, espero que tenga más suerte porque es realmente buena.
          –Sí que lo es, a lo mejor le encargo unos artículos, pero aún no digas nada.
          –No, no lo haré. Estará encantada.
          –¿Has leído el correo que te envié? –preguntó la forense mientras movía papeles de su mesa, preocupada como de haber perdido algo muy importante.
          –Todavía no, pensaba hacerlo después. Pero, dime, ¿algo destacable? –quería terminar cuanto antes y unirse a las risas de las chicas que llegaban desde la cocina.
          –He puesto un resumen del análisis del agua, puedes mirarlo más tarde, es un poco complejo y si cabe descorazonador.
          –Ya lo tengo delante. ¿Crees que la clave está en el hallazgo del arsénico y cadmio? –preguntó Larry–. Es decir, ¿se muere nuestro ganado a consecuencia de eso?
          –Podría ser una de las razones, pero no la única –respondió ella sin mirar a la pantalla.
          –No me encaja, debe de haber algo más letal –afirmó categórico.
          –Y lo hay –confirmó Ashley.
          –Venga, suéltalo –el veterinario empezaba a ponerse nervioso.
          –En los tejidos del parto que asististe, en el rumen de la vaca, primer compartimento del estómago animal había nitratos y nitritos –soltó con los ojos entornados.
          –¿A dónde quieres llegar? –intuía que se avecinaba una tormenta sin precedentes, no obstante, prefirió que ella lo confirmase.
          –Pues que los pastos están contaminados.
          –Explícate, por favor –por un momento se le vino a la imaginación la cara de Paul y las fundamentadas sospechas de Susan.
          –Lo diré a las claras, por un uso excesivo de fertilizantes nitrogenados, filtrados por el suelo y emponzoñando así las aguas –dijo Ashley–, pero también, y es quizá lo más preocupante, hemos encontrado pesticidas, en eso no podemos descartar la mano intencionada del hombre.
          –¿Sabes cuál? –de repente, Larry empezó a encajar algunas piezas.
          –No, no he tenido tiempo, además, quiero cotejar los datos con la computadora central, a ver qué encuentro.
          –Tú conocías a una investigadora del FBI, ¿verdad? –el veterinario se puso misterioso.
          –Sí, ¿por?
          –A ver qué te puede decir referente a Samuel W. Roberts.
          –¿Quién es? –a la forense no le gustaba pedir favores, así como así.
          –No lo sé, por eso no me quiero precipitar.
          –Vale, hablaré con ella.
          –Hoy se ha casado una de las hijas de los Maxwell, fui a la boda y Susan me metió en una cabaña que al parecer llevaba cerrada años, había un bidón con un líquido espeso cuyo borde del recipiente presentaba una corteza sospechosa, mañana te enviaré por correo las muestras que hemos recogido.
          –De acuerdo, pero no prometo hacerlo rápido, estoy de trabajo hasta arriba.
          –No importa, quiero conocer tu opinión, estoy muy confuso, ahí juegan con fuego y se van a quemar…
          –Bueno, pues en cuanto tenga información, te cuento. Dale un beso a las niñas y a Diane de mi parte. Veniros un día a Helena y cenamos en casa.
          –De acuerdo. Buena noche.
          Bye. –Colgaron y con las mismas, Larry llamó por teléfono a Susan.
          –Creo que ha llegado el momento de darnos una vuelta por Butte y visitar la mina de cobre a cielo abierto. ¿Vienes?
          –¿Acaso lo dudas?
          Diane y las niñas trajinaban de un sitio a otro colocando platos y un pastel de espinacas con salsa de guisantes secos que Larry había preparado la noche anterior. Aunque los dos se consideraban afines al budismo, interesados fundamentalmente en la meditación, el desapego a las posesiones y una libertad interior que nunca dan las religiones, ni lo material, jamás influenciaron en las hijas, dejándolas elegir su propio camino y creencias. Un fuerte zumbido del viento, ensordecedor, dejó todo el condado a oscuras, entonces, el arranque de los generadores y la precariedad del sistema demostró lo vulnerable que es la primera potencia del mundo, cuando una simple chispa salta por los aires y deja a la Nación paralizada, desnuda de progreso, de tecnología, mano sobre mano, esperando a que el salvador, el enviado, el Mesías, el inquilino The White House, apriete el interruptor y todo vuelva a la casilla de salida…

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