2.
La noche anterior tuvieron una
fuerte discusión respecto a la elección de universidad para las hijas, dos
mellizas tan diferentes, como polos opuestos, criadas siempre dentro de un
ambiente intelectual y de ricos valores, por lo que, ni la de Chicago y tampoco
la de Temple, en Filadelfia, se ajustaban a su perfil, optando finalmente por
la Estatal de Montana, situada en Bozeman, condado de Gallatin. Entremedias
colaron también una discrepancia doméstica respecto a una pequeña obra de
mejora en la casa, por eso Diane y Larry Erickson, el veterinario del condado
de Sweet Gras, condujeron silenciosos las 158 millas que separaban Big Timber
de la capital de Helena por la I-90 W y US-287 N, adonde ella asistiría a una
conferencia sobre Nanotecnología en el campo de la medicina; y él a la cita
mensual con colegas para compartir experimentos y crecer profesionalmente.
Abstraídos por las espectaculares vistas montañosas de las avenidas, circularon
hasta el centro de la ciudad pasando por delante del Capitolio y de la Catedral
de Santa Elena. Un estampido de colores bañaba la zona comercial donde los
lugareños y turistas adinerados saciaban el deseo de dejar temblando la tarjeta
de crédito. Su arquitectura del siglo XIX es de las mejores del noroeste del
país. Las cornisas de metal de los edificios y fachadas de piedra decorativas
dan buena nota de elegancia, nada que ver con la parte más rural del Estado.
–Te
recogeré dentro de unas horas –la dijo.
–Mejor
ve a Goodwill Store, he de comprar ropa a las niñas.
–¿De
segunda mano? –preguntó algo sorprendido.
–Sí.
¿No abogamos por darle una segunda utilidad a las cosas? –soltó tajante
apeándose del coche mientras que él la observaba sonriente.
–Te
quiero –gritó giñándola el ojo.
–Lo
sé, my darlig –desapareció tras una puerta giratoria. Larry comprobó por
el reloj que tenía tiempo de hacer un par de cosas antes de almorzar con los
colegas.
En
Lewis & Clark Library compró algunos libros y números atrasados de Veterinary
Avances y Genética, así como bibliografía sobre las consecuencias de reses
muertas al nacer y fiebre aftosa tras la alarmante aparición de ampollas en las
pezuñas de búfalos semienterrados detrás de matorrales en un camino abandonado
que antaño conducía al rancho Maxwell; consultó también el archivo y adquirió
un poco de literatura para toda la familia. Todavía disponía de cuarenta y
cinco minutos, así que visitó el Animal Center Veterinary Hospital en
busca de historiales, respecto a las alarmantes malformaciones congénitas
detectadas en el ganado recién nacido, así como reses muertas en el útero de
las vacas. Tenía la esperanza de que la forense veterinaria tuviese ya los
resultados de las muestras que le envió para analizar. Una lluvia menuda
encharcó el suelo del aparcamiento exterior repleto de grandes automóviles.
Estacionó el Toyota 4runner de su esposa con tracción a las cuatro ruedas y
cogió la mochila de piel marrón muy desgastada. Atravesó el largo y gélido
pasillo de la planta baja hasta llegar a un espacio abierto donde un administrativo,
con actitud de enfado y sin levantar la vista del mostrador, indicaba, con un
ligero movimiento de manos, la flecha hacia los ascensores. Bajó hasta el
sótano 3 y rápidamente percibió el fortísimo olor a desinfectante y cloroformo,
además del lenguaje asustado de las cobayas encerradas. A izquierda y derecha
compartimentos acristalados, con técnicos ensimismados en sus experimentos,
daban la sensación de ir atravesando el tubo del futuro cada vez más
perfeccionado e incierto. Llegó al área del laboratorio y ahí estaba su amiga.
Ashley
Burris era una investigadora nata implicada a fondo en su trabajo, entendiendo
que en cada proyecto tenía que dar lo mejor de sí misma. Defensora a ultranza
de las especies animales, se especializó en veterinaria forense cuando halló a
su perrilla, en el porche de la casa de sus padres, asesinada brutalmente,
entonces comprendió la necesidad de encontrar respuestas en los cuerpos
fallecidos y, por consiguiente, descubrir y destapar cualquier maltrato e
irregularidad natural que mostrase la autopsia. Su talante, controvertido con
las decisiones tomadas muchas veces por los superiores, la han puesto, en
numerosas ocasiones, en el centro de la diana. Nacida en Lakota, un pequeño
pueblo de Dakota del Norte, tranquilo y rodeado de naturaleza, creció
respetando todo lo relacionado con la tierra. Hija única de un reverendo de la
Iglesia Baptist y una campesina, se enfrentó a ellos, aferrados a sus
ideas ultraconservadoras, demostrándoles que llegaría muy alto como mujer y
como científica, por lo cual desarrolló su carrera lejos del ámbito familiar
que nunca la comprendió. Los primeros años fueron difíciles, pero poco a poco
adquirió mucho prestigio, compaginando la jornada laboral en el hospital con
conferencia que daba en diferentes estados. Se divorció a los pocos meses de
contraer matrimonio con un biólogo molecular por incompatibilidad de
caracteres.
–¡Larry!
–exclamó besándole en la mejilla–. ¿Cómo están Diane y las niñas?
–Bien,
las chicas haciéndose mayores, muy guapas. ¿Qué tal tú? ¿Te dieron los
resultados de la biopsia?
–Sí,
era un bulto benigno, superficial, lo quitaron, y ya, ahora algún control
rutinario por si reaparece y listo. Oye, tengo algo interesantísimo para ti,
ven conmigo, entremos al despacho, no quiero que nos oigan. –Sobre la mesa
llena de carpetas y libros de consulta hacía equilibrio una vieja computadora,
retiró papeles manchados de grasa y a su vez, con un rápido movimiento de
dedos, migas, tal vez del almuerzo. De las paredes colgaban títulos y diplomas enmarcados,
así como también recortes de prensa donde aparecía junto a otras personalidades
del mundo de la ciencia y de la política, sobre todo del Partido Demócrata –en
el último selfi está con Kamala Harris–, además de una fotografía suya en la
Universidad de Harvard donde es considerada una eminencia–. ¿Estás al corriente
de que, por orden de la Administración Trump, quieren cerrar los laboratorios
de la Agencia de Protección Ambiental que miden, por ejemplo, los niveles de
veneno?
–Sí,
Diane me pone al corriente de cuantos atentados contra la democracia y el
sistema están haciendo.
–Pues
si los cierran ¿cómo sabremos si una carne está contaminada o en condiciones de
ser consumida?
–No
tengo respuesta, con estos estamos atados de pies y manos, cualquier
insignificante redistribución de los distritos electorales a su favor, nos
dejan con el trasero al descubierto, sin financiación y con fuga de talentos.
Me muevo por comarcas muy pequeñas cuyos habitantes consideran a Trump el
enviado de Jesucristo, el único que va a salvarlos. Trato de hacerles
comprender lo importante de innovar en la mejora y salud de los animales, por
el bien de ellos y el de los consumidores, pero no sirve de nada –concluyó algo
apenado.
–En
fin, tengo los resultados –anunció–. El carnero tuvo mala suerte y pasó a
engordar la estadística de la anomalía genética llamada policefalia, ya
sabes dos cabezas y un solo ojo, pero encontré en las vísceras de la vaca
sustancias químicas todavía sin identificar.
–No
entiendo –manifestó preocupación.
–Últimamente
llegan rumores sobre la contaminación del agua en aquella zona –buscaba algo
dentro del cajón atestado de cosas.
–No
fastidies ¿A consecuencia de qué? –preguntó intrigado.
–No
estoy segura, pero puede ser de la mina de cobre a cielo abierto de Berkeley
Pit –dijo Ashley.
–Actualmente
es un punto turístico, creo que hay un mirador desde el cual los visitantes
contemplan el pozo –recordó Larry que sus hijas quisieron visitarlo alguna vez
y al final ellos las convencieron para no hacerlo–. ¿En qué te fundamentas?
–Es
un sumidero de aguas subterráneas contaminadas, fácilmente llega a cualquier
lugar donde el ganado beba. Lo más alucinante es que la sustancia encontrada no
aparece en nuestra base de datos, por lo tanto, todavía no puedo ponerle
nombre.
–¿Cuál
es el siguiente paso a seguir? –Larry se puso en pie para marcharse, miró el
reloj y le quedaba el tiempo justo para llegar puntual a la cita.
–Recoger
agua en pequeñas botellas de aquellos lugares donde bebe o haya bebido el
ganado y traérmelas.
–Lo
comentaré con Susan, nos ayudará, también sospecha que algo extraño está
pasando no lejos de la propiedad de su familia.
–La
próxima semana viajo a Nueva York a un simposio sobre Genética Avanzada en
Mamíferos, estaré cinco o seis días, allí cotejaré con otros colegas, a la
vuelta contactamos. No obstante, si hay novedades nos comunicamos vía e-mail.
–De
acuerdo. Cuídate, la gente está muy desquiciada. Un tipo disparó hiriendo a
unos agentes y matando a otro en un edificio de Manhattan. –Se despidieron con
un par de besos en la mejilla.
Paul
Carter Junior, el capataz, sacó la correspondencia del buzón y la llevó a la
casa grande donde se encargarían de hacer el reparto entre los muchachos, menos
él que tenía autorización para coger lo suyo. Le llamó la atención un sobre con
el afiche en un extremo del TÍO SAM –creado por James Montgomery Flagg para la
Primera Guerra Mundial– y la bandera de los Estados Unidos de América debajo,
pero lo guardó en el bolsillo trasero del pantalón para seguir con la faena.
Ensilló su Mustang salvaje comprado en la Exposición Ganadera y Rodeo de
Houston años atrás. Cabalgó unas millas y, de camino al río Yellowstone, halló
veinte cabezas de ganado muertas, buscó la marca del herraje para cerciorarse
de que no era el escudo de los Maxwell, más allá había restos de vísceras y
huellas de lobos, mezclado todo ello en la balsa de agua sucia impregnando la
tierra cubierta de porquería. Con el celular tomó fotografías del escenario,
también lo hizo del abrevadero donde suelen beber los animales, pero al
acercarse el fortísimo olor a podrido le echó para atrás. No cabía duda de que
ahí estaba pasando algo bastante raro. Regresó al rancho y decidió contárselo
más tarde al amo ya que se le oía discutir con alguien dentro del despacho. Una
vez en la soledad de la cabaña, se puso un whisky, abrió la carta y recordó
parte del pasado del que apenas hablaba. A muy temprana edad sirvió a la patria
alistándose en el Ejército, además, lo hizo también por motivos de
supervivencia escapando de las garras de un padre violento, borracho y
maltratador que molía a la madre a palos hasta dejarla sin sentido. “¡No la
pegues más, bestia!”, gritaba impotente, pero en el casi fantasma pueblo de
Lusk, condado de Niobrara, en Wyoming, donde nació, nadie acudía a su súplica
desesperada. Por eso, una mañana, con muy pocas pertenencias, desapareció y
puso rumbo a Cheyenne donde se encontraba la Base de la Fuerza Aérea Francis E.
Warren, allí prestó servicio. Sin embargo, en una misión invadieron un país
oriental y al llegar a una aldea, aparentemente desierta, fueron choza por
choza, fusil en mano, disparando contra todo aquello sospechoso de esconder al
enemigo, hasta que, en una de ellas, asustados, alrededor de la falda de la
madre, seis criaturas miraban con los ojos abiertos como platos a los hombres
armados. Paul bajó la metralleta y, horrorizado, presenció la sangre fría de su
superior truncando la vida de aquellos inocentes. Abandonó el Ejército y cuando
volvía a su lugar de nacimiento se encontró con una caravana de hombres
trasladando reses, se unió a ellos y aprendió el oficio hasta que fue capaz de
manejarse solo. Con el segundo Whisky leyó atentamente la carta donde se le
pedía reincorporarse como voluntario. Al parecer, el Departamento de Seguridad
Nacional estaba reclutando gente para el Servicio de Inmigración y Control de
Aduanas. Es decir, para expulsar de manera masiva a aquellos que entraron
incluso de manera legal al país. La rompió en trozos muy diminutos y los echó
por el retrete. En los establos, Charly, el caballo al que salvó, reclamaba sus
cuidados.
–Yo
me ocupo de él –dijo apareciendo de pronto.
–Le
hemos administrado el antibiótico, pero lo escupe.
–¿Qué
pasa, amigo? –acarició al caballo y éste arrimó su hocico a Paul–. No te gusta el sabor, ¿eh? –sin dejar
de hablarle le masajeo la lengua con la jeringa para que la moviese de un lado
a otro y poder introducir la medicina bien dentro de la garganta.
–¿Se
va a morir, señor Carter? –preguntó el peón antes de salir de los establos.
–Procuraremos
que aún no sea, ¿vale campeón? –Charly salivaba agradecido tras haber recibido
la recompensa de un dulce de manzana, avena y cebada al no rechazar el
medicamento.
Susan
Maxwell descubrió que, entre otros muchos países, Estados Unidos era el segundo
consumidor de carne por detrás de China y a la par que Australia y Argentina.
Alarmada con el impacto ambiental que eso suponía, gastando grandes cantidades
de agua para la producción o contribuir, por ejemplo, a la deforestación del suelo,
destruyendo miles de hectáreas de bosque silvestre, despertaron en ella el
inicio de una lucha sin precedentes en la región para disminuir el consumo de
dicho alimento, reemplazándolo por pollo o pavo y proteínas vegetales como las
legumbres, tarea nada fácil en cuanto a cambiar usos y costumbres, empezando
por sí misma. Cuanto más leía al respecto, más consciencia tomaba del gravísimo
problema ya que nunca imaginó que el ganado vacuno, así como las ovejas y las cabras,
digieren los alimentos, conocido como fermentación entérica, emitiendo metano,
gas de efecto invernadero más potente que el CO2, contribuyendo así al
calentamiento global. Durante el transcurso de la investigación supo de alguna
ONG que hacía campaña contra la ganadería intensiva, tiró de esa hebra y chocó
con algo realmente serio: engordar compulsivamente al ganado con fines lucrativos.
En la hemeroteca online de Los Ángeles Times, dio con un artículo donde
Meredith Ellis, ganadera de Rosston, Texas, hablaba de algo tan sorprendente
como “la ganadería regenerativa”. Leyó con mucha atención, tomó notas, arrancó
la camioneta y se dirigió al rancho Maxwell. Por la U.S. Route 191 pasó por
delante de Bible Baptist Church y vio a la gente entrar contenta a su
sesión de aprendizaje de la Biblia, sintió envidia y pesar por no habérsele
despertado también a ella esa pasión de búsqueda de respuestas a todo en esos
textos divinos. El día estaba despejado y la carretera invitaba a disfrutar del
paisaje, tomó el desvío de la derecha, cruzó las vías del ferrocarril con la
angustia de siempre pasándolas a toda prisa por si la arrollaba el tren. Ya, en
el otro lado, el panorama cambió a un terreno hostil y despoblado, marca
inequívocamente norteamericana de las enormes distancias entre vecinos de las
zonas rurales. Paul terminó de atender a Charly y revisaba unos sacos de pienso
para perros, recién llegados, de una distribuidora desconocida y más económica
cuando fue sorprendido por Susan.
–No
te esperaba, ¿has venido a ver a la familia? –preguntó el capataz.
–No,
a ti –respondió ella metiendo la mano en el forraje y llevándose un puñado a la
nariz para olerlo.
–Pues
tú dirás –la temía, traía el gesto en su cara de crearle complicaciones,
–¿Has
estado alguna vez en Texas? –caminaba con las manos en los bolsillos y la
mirada en el horizonte.
–Sí,
claro. Antes de venir aquí trabajé allí en una granja.
–¿Conoces
la pequeña comunidad de Tosston, en el condado de Cooke? –manejaba muy bien el
arte del misterio con las palabras dejando al que escucha en suspense.
–Ni
idea, es un Estado muy grande, yo me moví por la parte de Río Rojo, hacia
Arkansas.
–Entiendo.
Pues verás, he descubierto que ahí vive una mujer cuyas prácticas agrícolas son
innovadoras.
–Susan,
¿a dónde quieres llegar? No estoy para perder el tiempo con tus fantasías.
–No
te pongas bravo y escucha. Mantiene la teoría de que la tierra y el ganado han
de ayudarse para abordar el cambio climático a través, como he dicho, de la
ganadería regenerativa.
–Explícate
porque no lo entiendo –pidió intrigado.
–Trasladando
al ganado de un pasto a otro para restablecer el suelo y que vuelva a dar
fruto.
–No
entiendo.
–Yo
creo que sí, es muy fácil, si castigas continuamente un mismo terreno acabará convertido
en hierba enfermiza.
–¿Sabes
lo que estás diciendo? En nuestro caso, harían falta más hombres.
–Claro que lo sé, eso, y reducir el número de
crianza y, por consiguiente, el consumo de carne.
–Tu
padre lleva mucha razón, tienes demasiados pájaros en la cabeza.
–¿Conoces
la leyenda de los 30 millones de bisontes cuyas pisadas retumbaron en los
estados de las Grandes Llanuras?
–No,
sorpréndeme –dijo al borde de la paciencia.
–Estos
rebaños destruían los pastizales comiéndose toda la vegetación y dañando lo que
quedaba con sus pezuñas, después cubrían el destrozo con sus propias heces
ricas en nitrógeno, de manera que pasado un tiempo prolongado el suelo volvía a
estar en condiciones para recibirlos a ellos u otras manadas.
–Como
utopía es perfecta, pero la realidad es muy diferente, llevar a los animales a
un entorno desconocido y desubicarlos afectaría, por ejemplo, a la calidad de
la leche o a la bravura de los caballos.
–La
tal Ellis ha subdividido los pastizales temporalmente con líneas electrificadas
confinando así al ganado en espacios todavía más pequeños.
–Bueno,
lo que me faltaba por oír, te has vuelto loca de remate, si ahora le digo a tu
padre que he pensado hacer lo que dicen me despide sin contemplaciones.
–Podemos
pedir consejo a Ecosystem Services Market Consortium, organización sin
fines de lucro que premia a los agricultores y ganaderos que se esfuercen en
mejorar el medio ambiente. –Decepcionada por el nulo apoyo recibido por parte
de Paul, decidió seguir esa línea de investigación, incluso no descartó viajar
a Rosston y visitar a Meredith para comprobar in situ los resultados. Él
se volvió de espaldas y contó los escalones que ella subiría hasta llegar al
porche donde su madre la esperaba con una jarra de limonada. Y pensó que, como
casi siempre, esa chiquilla tan revoltosa convertida en una gran mujer, madura,
llevaría razón…
La impotencia de una criatura al ver cómo pegan a la madre, marcará su futuro hasta el final de los días.
ResponderEliminarIngerir mucha carne vacuno en exceso es desaconsejable para el organismo, para el medioambiente y para la cría masiva y engorde acelerado del ganado. Apostemos por alimentos saludables.
ResponderEliminarLa caza de Trump contra inmigrantes es lo más ruin nunca visto.
ResponderEliminarImposible decidir cual de los temas que abordas es más interesante, la pena es que son de muy difícil solución.
ResponderEliminarEspero y deseo que el del sociópata megalómano sea el de más rápido desenlace antes de que encalle como los otros.