domingo, 27 de octubre de 2024

La otra Florida

4.

De lunes a viernes, a las 6:00 a.m. el bus escolar recogía a los niños de la zona para llevarlos a Everglades City. Tracy Garber se levantaba dos horas antes para preparar el desayuno de Ernesto y algunos bocadillos que también metía en su cartera con un termo de café, rescatado del garaje. Teniendo en cuenta que nunca fue un buen estudiante, adaptarse al Sistema de Enseñanza Americano le costó un triunfo y, aunque pasaba muchas noches en vela hincando los codos para entender determinados conceptos, aprobado por los pelos el noveno grado, completó la escolarización obligatoria y pudo abandonar los estudios para ocuparse de aquello que más le gustaba: pescar y, a la misma hora del atardecer en Cuba, cuando en las calles se baila al son de la salsa y los boleros, cerrar los ojos y mover los pies igual que lo haría su gente, pero todo era producto de su imaginación, ya que Andrew, dado que vegetaba con la mirada perdida en la Bahía de Chokoloskee, incapaz de abrocharse por sí solo un simple botón, hablar o manifestar síntomas de dolor, dependía prácticamente de él, ocupándose del cuidado personal: bañarle, arreglarle la barba, cortarle las uñas, limpiarle los hilos de comida masticada o líquidos estampándose contra el enorme babero que le cubría casi medio cuerpo y contarle cosas de su patria mientras esperaban el regreso de Tracy que unos días estaba navegando y otros a saber… Sin embargo, en cuanto Hank Williams comenzaba a sonar en el viejo tocadiscos, con temas muy legendarios, se perfilaba una sonrisa de relajo en sus labios llevando el compás con la punta de los dedos. Entonces, el morenito sentía mucha ternura por aquel ser vulnerable e indefenso al que la vida le había jugado una mala pasada. No obstante, un suceso inesperado vino a ponerlo todo patas arriba.
          –¿Cuánta fiebre tiene? –preguntó el muchacho.
          –Mucha –responde ella– y ya no sé cómo bajarla.
          –Metámoslo en agua fría, mami y la abuelita lo hacían –se le ocurrió.
          –¡Ni hablar! –sonó bastante rotunda.
          –Pero es una posibilidad como otra cualquiera, además lo he visto hacer a menudo y funciona, vaya que si funciona.
          –He dicho que no y punto final al asunto –frase con la que Tracy acababa cuando era reacia a realizar algo.
          –Tú mandas, mi viejita –dijo en castellano con tono caribeño.
          –Llama a emergencias –pidió ella al borde de las lágrimas sin saber muy bien cómo comportarse.
          –No sé el número –él empezaba a perder los nervios.
          –911 y que vengan deprisa, por favor –así lo hizo y, a pesar de que se atraganto un poco dando la dirección y el motivo del aviso, supo resolver con prontitud. Aunque a veces no comprendía determinadas reacciones de los adultos, intuyó que Tracy, al igual que él, estaba muerta de miedo porque Andrew llevaba más de una semana muy congestionado y con episodios de calor y frío repentino manifestado a través de violentas tiritonas, también rechazaba cualquier tipo de alimento vomitándolo rápidamente, incontinencia fecal y la aparición de heridas bastante feas en glúteos y tobillos, a consecuencias de permanecer tumbado.
          –Saldrá de esta, ya lo verás –quiso tranquilizarla.
          –Supongo, pero se me parte el corazón al verle así.
          –Y a mí –corroboró el chico–. ¿Lo oyes? Parece una sirena que viene hacia aquí.
          Hora y media después, seguida de cerca por Ernesto y Tracy conduciendo la camioneta, la ambulancia iba a toda velocidad por la US-41, conocida también como Tamiami Trail. En ese momento la carretera soportaba mucho tráfico, gente que volvía o se dirigía a su puesto de trabajo. Las 41 millas que separaban Chokoloskee con el Naples Comprehensive Health, organización sin ánimo de lucro, situado en la ciudad de Naples, se les hicieron interminables, como si alguien a mala fe alejase la entrada al recinto. El amanecer abría paso a un día despejado de nubes, idóneo para pescar tardón y róbalo. En la sala de espera para acompañantes, una chica bastante joven, aparentemente sola, acababa de romper aguas mientras aguardaba noticias de su pareja recién ingresado por accidente laboral. Al morenito le agobiaban las batas blancas desde que una vez, en Puerto Escondido, siendo muy niño, le operaron de amígdalas y, aunque le pusieron anestesia, pasó mucho miedo. Andrew permaneció ingresado una semana y veinticuatro horas, hasta que la bronquitis remitió, durante dicho tiempo el estado físico empeoró mucho más.
          –Buenos días. Veo que está usted muy bien acompañado, señor Garber –en la identificación de la persona que irrumpió en la habitación ponía doctora Bening, una afroamericana que en el océano de su piel negra resaltaba la blanca dentadura perfectamente alineada.
          –Hola ¿Qué tal? –respondió Ernesto algo nervioso.
          –Buenos días –saludaron ellos.
          –Según leo en el informe, los pulmones del paciente evolucionan bastante bien, por suerte lo hemos cogido a tiempo y no ha tenido neumonía.
          –Es un tipo fuerte –interrumpió Ernesto bajo la mirada de desaprobación de Tracy.
          –¿Eres el nieto? –preguntó el médico rompiendo el hielo.
          –Algo así –afirmó tímido.
          –Bien, como decía: la crisis respiratoria está salvada, pero en cuanto al deterioro cognitivo, como se habrán dado cuenta, se ha disparado –continuó.
          –Sí, poco queda del hombre que fue –aseguró la hermana.
          –Podemos ayudarles a encontrar un centro donde recibirá atención especializada, porque ya les digo yo que la cosa, de aquí en adelante, se pondrá muy difícil.
          –No pienso meter a mi hermano en ningún manicomio. ¡Faltaría más! –la vista de Andrew estaba fija en la pared.
          –¡Y yo tampoco! –saltó el morenito.
          –Lo entiendo, aunque no es ninguna institución psiquiátrica, no obstante, si cambian de opinión, hasta mañana que le damos el alta, podemos verlo. –Max movía el rabo de lado a lado en señal de alegría cuando vio asomar el morro de la camioneta por el camino de tierra. Metieron a Andrew en camilla hasta su dormitorio y, como ya les anticiparon, en lo personal, vivieron momentos complicadísimos.
          En casa de los Garber se multiplicaban los problemas económicos al tener cada vez menos recursos de donde tirar. Ernesto Acosta, a sus catorce años, casi quince, era todo un experto en enfermería: desde sacar flemas, hasta poner muy lentamente un enema cuando era necesario. Corría el año 1978 y en Estados Unidos, bajo la presidencia de Jimmy Carter, Israel y Egipto firmaron los Acuerdos de Paz de Camp David. Sin embargo, alejados de dichos tratados políticos, los ciudadanos de a pie sufrían las injusticias de quienes habían perdido el norte. Por ejemplo, los habitantes de Florida estaban consternados cuando Ted Bundy, asesino en serie, entró por la puerta cuyo cerrojo estaba roto a la residencia universitaria donde vivía Kathy Kleiner Rubin, atacándola a ella y a su compañera de habitación que resultaron gravemente heridas. Anterior a eso, el tipo pasó por los aposentos de otras chicas golpeándolas con un palo hasta ocasionarles la muerte. En Rockford, Illinois, seis niños de edades comprendidas entre 3 y 12 años, abandonados por la madre, fueron asesinados por su propio padre vengándose así de la esposa que le había pedido el divorcio. Pero, sin duda, como hecho macabro reseñado en los libros de Historia de Estados Unidos, figura el suicidio colectivo de 918 personas, de la secta Templo del Pueblo, empujadas a beber un vaso de cianuro por el pastor evangélico Jim Jones, que pregonaba poco más que el apocalipsis. Después, las autoridades hallaron su cadáver con un tiro en la cabeza, nunca se esclareció si disparó él o una tercera persona.
          –¿Trajiste todo de la farmacia? –preguntó Ernesto mientras diluía en un vaso con agua diez gotas de vitaminas para darle.
          –Creo que sí. Acuéstate un rato, yo me quedo –sugirió la mujer, desbordada de emoción, introduciendo los dedos entre el cabello de su hermano, que apenas reaccionaba a casi ningún estímulo.
          –No tengo sueño, además hay que ponerle un pañal limpio, comprobar que la sonda esté bien y cambiarle de postura, lleva ya dos horas del mismo lado –dijo tajante.
          –Como prefieras, pero luego no te quejes –nunca lo hacía. Le observó desenvolverse y comprendió que ella no lo hubiera hecho mejor.
          –Tracy.
          –Qué –levantó la mirada y le vio lágrimas en los ojos.
          –¿Tú crees que Andrew está padeciendo? –preguntó con congoja.
          –No lo sé, hijo.
          –¿Oirá nuestras conversaciones?
          –Oír, estoy convencida de que oye, fíjate cómo se inquietó cuando teníamos puestas las noticias de la radio, otra cosa muy distinta es que lo entienda.
          –¿Qué pensará de nosotros cuando dudamos a la hora de suministrarle el tratamiento y manifestamos en voz alta las posibles consecuencias que eso acarreará a su organismo?
          –Pues que somos rematadamente tontos.
          –¿Y si no lo estamos haciendo bien? –las palabras del muchacho transmitían verdadero cargo de conciencia.
          –Anda, subámosle las almohadas –propuso, evitando responder. Bajo el marco de esa rutina continuaron dos años más donde las palabras sueño y descanso quedaron atrapadas en el exterior de la casa sin poder entrar.
          Una noche muy cálida y templada de 1980, con bastante humedad típica del clima subtropical, Ernesto Acosta tuvo una pesadilla con sensación de paro respiratorio incluido, al sentir que uno de sus pies quedó atrapado en el Caribe, entre plantas invasoras y, no pudiéndolo liberar, sufrió la agonía del ahogamiento. Sudoroso, saltó de la cama y comprendió que había sido un sueño, comenzó a vestirse, tenía que preparar la medicación y las cosas de aseo. Coincidiendo con la erupción del monte Santa Elena, en el condado de Skamania, Washington, cuya catástrofe fue devastadora tanto en pérdidas humanas como materiales, Andrew Garber no despertó. Su hermana se quedó traspuesta en el sillón y nadie le acompañó en el tramo final de la vida. El morenito entró en el dormitorio para relevarla y se encontró con el fatal desenlace, la zarandeó y determinaron que, por la expresión laxa en su cara, había hecho el tránsito con absoluta tranquilidad. Arrodillados, rezaron juntos. Tras la incineración, junto a un reducido grupo de pescadores que a veces navegaban con él, emprendieron viaje: primero en barca y después por tierra donde pondrían las cenizas de Andrew. Adentrándose en el manglar la expedición encabezada por Tracy y el muchacho, tropezó con un árbol atravesado que, pese a estar acostumbrado a las condiciones del suelo salino, tenía las raíces enfermas y despedía un desagradable olor a leña podrida. A Ernesto le desbordaba la emoción, no sólo por la especie de ceremonia a la que iba a asistir, sino también por la belleza del paisaje que les rodeaba.
          –Nunca habíamos venido por aquí –dijo el morenito.
          –Era el lugar preferido del viejo capitán –contestó uno de los hombres que iba con ellos en la barca.
          –¿Qué es aquello que se mueve por allí? Parece una roca desprendida de algún sitio –preguntó el muchacho con preocupación.
          –Es el gran cocodrilo americano, en algunos tramos de Tamiami Trail están quietos en el arcén de la carretera, pero por lo general se camuflan entre la vegetación para atacar sin ser vistos.
          –¿Y tenemos que ir por ahí? –preguntó angustiado.
          –Sí, anda no seas cobarde –bromeó el hombre.
          –Cuidado con eso Tracy –advirtió el chico que ya entendía muchísimo de navegación–, hay poca profundidad y podemos encallar.
          –Hazle caso, mujer, sabe lo que se dice, ha tenido un buen maestro.
          –Sí, se ha espabilado bastante –aseguró ella.
          –¿Alguien quiere un trago de agua? –ofreció el morenito.
          –Ernesto, mira allí –dijo Tracy–. ¿Ves aquel sendero?, siendo Andrew muy joven quiso atacarle un puma, pero le hizo frente y sin más retrocedió muy manso.
          –¿Falta mucho para llegar? –el chico quiere saber.
          –No –responde y hace señas a las otras barcas para que reduzcan la velocidad.
          –¿Dónde vamos exactamente?, nos estamos alejando mucho.
          –Calma, chico –interviene un desconocido–, la ocasión lo merece.
          –No te comportes como un niño, Ernesto –le reprendió Tracy– y disfruta de esta tranquila marina donde a mi hermano le gustaba venir a reflexionar o tomar decisiones. Un manto de hojas y ramas empapadas en posteridad amortiguaban el silbido del viento. Ahí, donde persona y naturaleza son dos piezas solitarias que se complementan, ondeando la bandera de los Estados Unidos en lo alto de los mástiles y conscientes de que otra circunstancia igual no se iba a repetir, cada uno de los asistentes pronunció unas breves palabras de elogio hacia el fallecido.
          Cuando desembarcaron, la última parte de la expedición la realizaron a pie, agudizando el oído para identificar en qué dirección venía el sonido de la fauna salvaje, con su indescriptible lenguaje de aullidos y quejidos, siempre al acecho cuando el olfato identifica carne humana. El estrecho puente de láminas de madera que cruza las aguas pantanosas y humedales de juncos apretados los llevó hasta un lugar paradisiaco, estaban en el Sendero Anhinga Trail, donde unos pájaro serpiente, llamados así por el fino y largo cuello en forma de ese, sobresaliendo del agua cuando nadan con el cuerpo sumergido, les dieron la bienvenida posados sobre la barandillas. Antes de abrir la urna y esparcir las cenizas en la tierra, una pareja de pelícanos alzó el vuelo, exhibiendo con elegancia, planeando en círculos. El morenito avanzaba con torpeza a través del camino rodeado de árboles, del limbo de gumbo, resistentes a huracanes, cuya corteza de color rojizo y ramas crecidas en zigzag dan la imagen de libertad. Cuarenta y cinco minutos después, Tracy supo que había dado con el sitio idóneo, quienes iban delante retiraron algunos arbustos, bajaron unos cuantos metros hasta donde el suelo comenzaba a empaparse y ahí, la hermana melliza de Andrew, con un acto de absoluta generosidad, dio un paso atrás y cedió el testigo a Ernesto para que presidiera el acto.
          –¿Te encuentras bien, querida? –preguntaron al verla cada vez más pálida.
          –Es sólo un pequeño mareo, enseguida se me pasa –apoyada en Ernesto regresó a la barca conducida por él. En el asiento trasero de la camioneta y abrazada a la urna ya vacía, se puso en marcha el contador de la cuenta atrás que pondría fin a su propia existencia…
          Recordando ahora aquellos primeros años, con el álbum fotográfico sobre las piernas y el eterno agradecimiento hacia aquellos mellizos que le dieron todo, buscó en su corazón alguna señal de resentimiento hacia una de las dos patrias: la que le arrojó al estrecho de la Florida y la que le puso en tierra firme, sin embargo, no lo encontró porque durante toda la vida tuvo claro que las dos habitaban su corazón. La buena noticia es que si ahora Kamala Harris se convierte en la Presidencia de los Estados Unidos de América, puede que las relaciones con Cuba mejoren sustancialmente, más que en el ámbito político, en el humanitario, para que así, sus compatriotas, opten a un futuro más digno sin necesidad de vaciar la isla.

7 comentarios:

  1. Qué delicadeza y sensibilidad manera de conducir el tránsito de la vida a la muerte.

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  2. Dolor y Gloria. Yo llamaría así, como la película de Almodóvar, a este post.
    No creo que tenga que explicar el porque.
    Gracias

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  3. Estos días en los que me avergüenza la actualidad machista en personas/personajes públicos de mi género, leerte es quedarse en paz. Si me lo permites quiero hacer desde aquí un llamamiento a los hombres para que reflexionemos.

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  4. María Doloresoctubre 27, 2024

    Remanso, inteligencia, sensibilidad, valentía...

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  5. Gracias por este nuevo relato. Momentos trascendentes en la vida de Ernesto con la pérdida de los hermanos mellizos que le rescataron tras el terrible naufragio y pérdida de sus seres queridos.
    Acabas el relato aludiendo a la posible presidencia de Kamala Harris.... Esperemos que sea así. La alternativa es lamentable. Tengamos esperanza hasta el final.
    Hasta el próximo capítulo.

    Cuídate, que ya hacer fresquito.😱

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  6. Bella y delicada manera de tratar temas como el tránsito final, los cuidados, las dudas e inseguridades . Belleza poética en tus palabras.
    Gracias. Besos

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  7. Muy bien guapa, cada vez son más seguidos, eso quiere decir que estás iluminada, pero los hermanos mellizos no están teniendo buena suerte, sigue así 😘👍💪

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