15.
El tiempo pasaba muy deprisa, igual
que día a día se aceleraba el deterioro de Aretha: ojeras negras, clavículas
huesudas, mirada perdida, dificultad de concentración, lentitud en el lenguaje,
cambios bipolares del estado de ánimo, alteraciones del humor, manos
temblorosas, dificultad al caminar erguida y muchas cosas más que la
transformaban en un ser de difícil trato. Sus hermanos y ella esconden en los
bolsillos un poco de crack, papel de aluminio y un mechero. La casa, de estilo colonial, en Knoxville,
donde el doctor Crumpler atendía a personas al borde del umbral de la pobreza o
que, por otras circunstancias, como el color de la piel carecían de cobertura
médica, estaba en el centro de un paisaje idílico, rodeada de bosque. Una mujer
afroamericana de ojos risueños, dentadura blanco nieve y grandes caderas
marcando el territorio por donde pasaba, abrió la puerta dándoles la
bienvenida. El uniforme de enfermera impoluto, maquillaje discreto y una
perfecta manicura, era la cara visible que reunía confianza a aquellos que
llegaban al borde del desahucio humanitario.
–Somos
los O’Neal, tenemos cita a las 10:00 a.m. –dijeron.
–Sí,
les están esperando –afirmó la mujer–, aguarden un instante.
–¿Puedo
ir al lavabo? –preguntó Aretha.
–Claro,
cariño. Ven conmigo –avanzaron por el largo pasillo hasta desaparecer, dentro
abrió el grifo, tiró de la cadena y vomitó. Los padres, nerviosos, regañaban
constantemente al gemelo que, enredado en las travesuras propias de su edad,
tiraba revistas y papeles al suelo. Técnicos de AT&T, una de las
mayores empresas de telecomunicaciones de todo el mundo, configuraban los
dispositivos mientras comentaban:
–¿Recuerdas
que hace dos meses nos mandaron al Área de la Bahía de San Francisco, a la
ciudad de Oakland, porque tenían problemas con la red wifi en los locales de la
cadena de hamburguesas In-N-Out Burger?
–¡Cómo
olvidarse de sus Animal Fries (patatas fritas, con cebolla frita y queso
fundido)!
–Pues
han cerrado –informa uno de ellos.
–¡No
me digas! –exclamó mientras introducía unos códigos en el sistema–. ¿Qué pasó?
–Que,
tanto clientes como empleados, han sufrido multitud de robos violentos a manos
de adictos al fentanilo. Según dicen dicha sustancia en Estados Unidos
ha matado ya a más gente que en la guerra de Vietnam y Afganistán juntas.
–Me impresionó lo que contaban los camareros
del hotel donde nos hospedamos –dijo el jefe.
–No
caigo –contestó el otro.
–Lo
de las “cobayas humanas”.
–¡Ah
sí!, se prestan a experimentos con un tercio puro de fentanilo, mezclado
con anestésicos, para comprobar el efecto y así abaratar el coste, sacándole
mayor rendimiento a la venta. Muchos mueren en la calle, la mayoría malviven
entre ratas y basura, pero eso se silencia, son víctimas de un sistema que hace
aguas.
–El
hermano de mi cuñado –hablaban entre ellos sin dejar de realizar su trabajo–,
es consumidor y cuando está colocado pierde la mirada, parece estar flotando y
se amansa, pero cuando se le pasa vuelve a ser un peligro callejero. –Los
O’Neal escuchaban aquello, seguros de que algo así, a ellos nunca les pasaría,
sin embargo, el destino siempre guarda un as bajo la manga. La enfermera les
abstrajo de sus pensamientos y la siguieron.
–Disculpen
el desorden. Siéntense, por favor. –el médico adjunto al doctor Crumpler los
recibió en su consulta–. Mi colega ha tenido que ausentarse por motivos
personales y seré yo quien les atienda con mucho gusto. Veamos –leyó las
escuetas anotaciones que tenía y tapó con la mano la palabra “drogadicta”
remarcada con un círculo.
–Nosotros
no tenemos dinero, ya se lo dijimos a su compañero, así que, si él no está,
será mejor que nos vayamos.
–Tranquilos,
simplemente le sustituyo, las condiciones son las mismas, estoy dispuesto a
ayudarles, si quieren. Vamos a hacer una cosa, miro a la joven, estudio el
caso, doy un diagnóstico y después deciden si continuamos o no. ¿Les parece? –ambos
asintieron. Llamó a un auxiliar y se llevaron a Aretha–. No se alarmen, tan
solo quiero hacer una placa y analítica, es cosa de poco. ¿Cuándo empezaron a
notar un comportamiento extraño en su hija? –de nuevo narraron la historia.
–Yo
estoy preocupada porque no come, y cuando lo hace, vomita. Le ha cambiado el
carácter, siempre fue una niña muy buena –la mujer sonríe–, pero de un tiempo a
esta parte…
–¿Y
dice que todo empezó cuando llegaron los forasteros ofreciendo trabajo? ¿A qué
se refiere exactamente?
–Pues
que de repente comenzaron a traer dólares –contesta el padre–. Esa gente es
extraña, dijeron que montarían un negocio y el solar sigue tal cual, sin
embargo, nuestros hijos van a diario y regresan con el carácter cambiado.
–¿Les
han preguntado que de dónde sacan el dinero?
–¡Uf!,
y se ponen como fieras. Nosotros tenemos miedo, todavía son muy inocentes y nos
aterra que lo ganen en cosas ilegales… ¡Usted ya me entiende! –El médico se
quedó pensativo y consultó las notas de su colega atreviéndose a realizar una
pregunta bastante embarazosa.
–¿Han
oído la palabra fentanilo?
–No
–respondieron casi a la vez–. ¿Qué es?
–Una
droga de diseño que ahora está muy de moda.
–No
entiendo –Mr. O’Neal, revolviéndose en la silla, exteriorizó los nervios– ¿eso
qué tiene que ver con nuestra familia?
–Bueno,
esperemos a ver los resultados, pero les adelanto que la chica presenta un
cuadro clínico muy próximo al mundo de las drogas. –La analítica realizada a
Aretha y, ya de paso, a los dos mayores, vino a confirmar las sospechas del
sanitario: hallaron sustancias en su organismo y para eso lo único posible era
pasar el síndrome de abstinencia. Por el periodo de un mes largo no salieron de
casa, situación que se convirtió en un auténtico infierno, pero cuando creían
tener controlada la situación y los padres cedieron un poco, todo se fue a la
mierda…
Era
domingo, y Donna Hanks fue a la Iglesia Batista del vecindario, se sentó en los
últimos bancos, saludó con una inclinación de cabeza a las personas más
próximas, colocó la Biblia sobre las piernas, acarició la desgastada
encuadernación en piel y la abrió por el Evangelio de Marcos, uno de sus
favoritos. Buscó el capítulo 13 donde hablan de grandes construcciones que
serán destruidas, de terremotos, de pasar hambre, de guerras…, y pensó en el
cuarto de sus hijos, el pequeño, capataz de cuadrilla en Texas, una de las
ciudades que más ha sufrido los huracanes en los últimos días, así que,
reflexionó sobre los distintos avatares de la vida cotidiana, y pidió oraciones
para todos aquellos que sufren en ese momento. El sermón del reverendo, un tipo
eufórico y dinámico, donde los haya, levantó los aleluyas de los asistentes que
ya entonaban bellísimas canciones acompañando al coro.
–¡Parece
que hoy lloverá! –comentaban a la salida.
–¡Disculpe!
–exclama Donna Hanks.
–Dime.
–¿Sabe
algo de los O’Neal?
–¿De
quién? –se comentaba que el reverendo tenía problemas de memoria.
–Aquel
matrimonio de color que uno de los gemelos tuvo un accidente.
–No,
no sé quiénes son. ¿Y ya está bien? –inútil decir que había muerto.
–¿Para
qué quiere saberlo? –preguntó alguien cercano a Jordan Brady, el viejo
simpatizante del Klan y primo de los muchachos que estaban en Orlinda
intimidando a Aretha y sus hermanos.
–Por
nada en especial, simple curiosidad. ¿Usted los conoce?
–No,
que va, simple curiosidad, algo había oído decir respecto del atropello –Donna
Hanks y otras feligresas se quedaron pensativas porque en ningún momento habían
dicho la palabra “atropello”. Ahí quedó la cosa. Una vez en casa, escuchando su
disco favorito de Dolly Parton, las piernas subidas en alto y tapada con una
manta de viaje, cogió el plato combinado de la mesa que llevaba alubias canela,
una cebolleta entera, rodajas de pepino, huevo revuelto, patata cortada en
dados y pedazo de bizcocho, aunque justo con el primer bocado sonó el teléfono,
era el mayor de sus hijos, el pastor de la Iglesia Evangélica Luterana que
residía en Chicago. De pronto, una nube de agua salada inundó sus ojos, al
recibir la noticia de que una de las nietas que vive en Wisconsin, donde su
tercer hijo es monitor en una estación de esquí, estaba muy grave…
Al
llegar la madrugada y habiendo transcurrido buena parte de la noche evitando
hacer comentarios hirientes, la madre de Opal Nelson reanudó la conversación
consciente de que el tramo final de la misma supondría un punto y aparte entre
ellas, aun así, avanzó en su relato. En la chimenea apenas quedaban brasas
amontonadas protegiendo el calor bajo un caparazón de cenizas, pero bastaron
para calentar el café que compartieron junto a medio panecillo para cada una.
La chica comprobó cuánta batería quedaba en su celular, consultó el estado de
las carreteras y vio también que, de los muchos mensajes sin abrir, había uno
de Donna Hanks invitándola al Museo y Salón de la Música Country, en
Nashville, donde acababan de estrenar una exposición de Dolly Parton y otra de
Ray Charles, muy interesantes. Antes de responderla miró las noticias en los
periódicos, se alarmó de tantas catástrofes repartidas por el mundo, de los
genocidios que no cesaban, de la deshumanización de la especie, de tanto
sufrimiento, del descrédito al que nos someten algunos políticos y del hambre
infantil que muy pocos reparan. Las protestas estudiantiles en los campus
universitarios de las principales ciudades de Estados Unidos, por Palestina, la
recordó otro movimiento social, el de mayo del 68, cuando muchos activistas,
clandestinos o no, defendieron los derechos sociales y su oposición a la Guerra
de Vietnam. 1960 fue una década histórica, en todas se encuentran hechos
significativos, pero esta, quedó marcada por los asesinatos de John F. Kennedy,
Martin Luther King y el Che Guevara; por el movimiento hippie, el sexo
libre, la independencia de Kenia o la llegada del hombre a la Luna. Sin
embargo, no era momento de despistarse y sí, de instar a la madre para que
continuase y poderse marchar.
–Cuando
terminé de leer la carta que encontré aquí mismo, y cuya única intención era
conocer a la hija antes de morir, me sentí mal conmigo misma, pero enseguida
comprendí que lo mejor era dejar las cosas como estaban.
–Lo
mejor para quién, madre, ¿para ti?
–No,
para todos nosotros, no lo quieres entender, nuestra vida habría sido un
calvario.
–¿Y
el sufrimiento de la abuela no cuenta, no importa, no es penoso? Ni te imaginas
lo que esa pobre mujer ha padecido. Ahora, eso sí, siempre tuvo claro que era
una piel roja. No obstante, quiero pensar que, algún momento, tuviste algo de
lucidez para contárselo, ¿verdad?
–Pues
no –mintió. Una vez estuvo a punto de decírselo cuando por el periodo de dos
semanas Tillie tuvo unas fiebres altísimas, cuya causa no supo determinar el
médico que la visitó. Ella, temiéndose lo peor, se planteó la posibilidad de
acudir a uno de los curanderos de la tribu Cherokee más prestigioso de Carolina
del Norte, ya que quizá, con sus ungüentos tradicionales habría sanado, sin
embargo, de repente, una buena mañana la anciana despertó como si nada. Después
descubriría que Opal la llevó, a petición suya, unas hierbas que la nieta coció
a escondidas.
–¡Qué
pena!
–Pensarás
de mí que soy una mala persona.
–Hace
mucho que dejé de opinar. ¿Puedo preguntarte algo?
–Sí
–respondió cautelosa.
–¿Qué
sentías por ella? ¿La quisiste? –nada más formular las preguntas cayó en la
cuenta de su dureza, en cualquier caso: tarde para rectificar.
–¡Cómo
te atreves!
–Perdóname.
–No
hay un modelo concreto de afectos, cada persona los expresa a su manera, como
sabe o como puede.
–¿Te
has parado a pensar lo felices que habrían sido, padre e hija, si tú les
hubieses concedido el placer de conocerse? Mira, la abuela se sinceró tanto
conmigo que he cumplido casi todos sus deseos. Recojamos, volvemos a Lenoir
City, esta vez conduzco yo. –Años después, en el lecho de muerte, la madre de
Opal Nelson reconoció la terrible injusticia que había cometido con la abuela
Tillie, murió convulsionando.
Ya
en su autocaravana, llamó a Donna Hanks y se disculpó por no acompañarla al
museo de Nashville, paró en el mercado local de Oak Ridge a comprar alimentos y
fue en busca de Tayen McDaniel, miró en la guantera y comprobó que llevaba la
bolsita de cuero hecha por él y en la que puso una pluma de águila y semillas,
con la condición de que, si alcanzaba sus objetivos y hallaba rastros de sus
antepasados, la abrirían juntos. Las Smoky Mountains cubrían todo el
horizonte a la vista, el parabrisas se llenó de pequeñas e insignificantes
gotas que no impedían la visibilidad, en la radio daban el último boletín
informativo: miles de estudiantes acampados en los campus de las principales
universidades del país habían sido desalojados y detenidos. Mientras tanto,
bombardearon un hospital en Gaza…
Cuando iniciaste esta historia pensé: se ha metido en un callejón de difícil salida, hoy tengo que decir que admiro esa forma tan tuya de conseguir cuanto te propones. Un beso, nena
ResponderEliminarEstás cosiendo piezas para confeccionar el traje y utilizas como hilo la actualidad, uniéndola a los apuntes que ya tenías esbozados.
ResponderEliminarMaestría literaria.
Emotivo final en la entrega de hoy, eres una magnífica contadora de historias.
ResponderEliminarTu parte periodista solapa a la escritora; tu oficio de escritora acomoda muy bien a la periodista que llevas dentro. Brava.
ResponderEliminarMuy buen trabajo. Gran escritora, introduciendo hasta los últimos acontecimientos en la historia. Gracias. Besos
ResponderEliminarUna historia bonita, cuanta imaginación para desarrollar dicha historia, (bueno conociéndote no me extraña nada) sigue así guapa.
ResponderEliminarTras la lectura, me generan dos sentimientos, disfruto con este agradable regalo de tus periódicas entregas y por otro lado, sufro por lo que les ocurre a los personajes. Nos llevas con tus palabras a "sentir" sus sentimientos.
ResponderEliminarGracias
Sigues escribiendo bien.¿no te has planteado nunca salir de internet e intentar publicar un libro?.
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