9.
En casa de Donna Hanks, Santa Claus
tuvo una noche ajetreada colocando los paquetes bajo el árbol, además de dulces
y monedas para toda la familia, en las botas-calcetín colgadas en la chimenea.
Contenta de que hubiera tantas mujeres en la cocina y feliz de estar juntos,
las dejó preparar el desayuno según la costumbre de cada una. La esposa del
segundo hijo, enfermera como él, tenía intolerancia a muchos alimentos, con lo
cual, los seleccionaba exhaustivamente, incluso alguno, como la leche y el pan,
los traía ella. Las nietas y nietos pequeños, impacientes y nerviosos por abrir
los regalos, despertaron a los mayores saltando en sus camas. En pijama y
sentados en la alfombra frente al ventanal, una orquesta de onomatopeyas, desde
el asombro a la exclamación, pintaron los tabiques del hogar con la inocencia y
la ilusión de la infancia. Rápidamente montaron los juguetes que eran de
construcción: el tren eléctrico arrastraba los vagones con ganado y carbón de
plástico hacía tierras desconocidas, las bicicletas de 20 pulgadas comenzaron
el rodaje por el jardín, la melodía saliente de la armónica recordaba otros
tiempos quizá más saludables y, a lomos de los caballos del Ejército, con toda
la artillería, aguardaban a los Apaches para vencerlos. Ms Hanks, pletórica, les
contempló con la mesura de quien sabe que la felicidad son gotas diminutas absorbidas
con inmediatez por el suelo de la realidad. En el saloncito de abajo los cuatro
hermanos escuchaban a Ricky Van Shelton, uno de los cantantes de gospel y country
preferidos de toda la familia que, junto a Dolly Parton, deleitó sus días de
adolescencia. Conversaban de la vida y la muerte, de la paz y la guerra, del
ayer y del presente, de lo bueno y de lo malo, lo que les separa y les une. En
definitiva, un ejercicio de buenas intenciones para ponerse al día tras varios años
sin verse. Sin embargo, por encima del cariño primaba la forma de ser de cada
uno de ellos, fundamentada, tal vez, en la frialdad de la carga genética que
transportaban. Sin pretenderlo cayeron en la discusión recordando el accidente ocurrido
hacía 15 años, cuando cedió un dique en la planta de Kingston de la Autoridad
del Valle de Tennessee, derramando cenizas de carbón.
–Los
ecologistas sois unos exagerados, alarmáis al mundo con vuestro discurso de cambio
climático y no os dais cuenta de que el clima siempre está cambiando –dijo el mayor
de los Hanks.
–Entonces,
tú que estás tan cerca de Dios, ¿te parece aceptable que murieran alrededor de
36 trabajadores que prestaron servicio en tareas de limpieza a consecuencia de
tumores cerebrales, cáncer de pulmón, leucemia…, y que la mayoría de los
supervivientes tengan ampollas en la piel por arsénico y no puedan despegarse
de los inhaladores de bolsillo? ¿Lo apruebas? –argumentó el tercero de los
hijos, monitor de esquí, en Wisconsin.
–No,
por supuesto que no, pero la Central Eléctrica de la Autoría del Valle de
Tennessee es un motor muy importante para nuestro Estado –siguió el pastor.
–Aquello
fue una desgracia que puede pasar en cualquier otro lugar –intervino el segundo,
médico en una prestigiosa clínica de Billings.
–¿Por
qué habéis cambiado tanto? –preguntó el tercero de los hermanos–, antes los
votantes republicanos teníamos otra perspectiva de las cosas, recordad que en
la campaña presidencial de 2008, John McCain dijo: “la misma actividad
económica que ha traído libertad y oportunidades a miles de millones de personas,
también ha incrementado el volumen de dióxido de carbono en la atmósfera”.
Tipos así hacen mucha falta.
–¡Y
qué! –exclamó el segundo– ¿Vas a darnos ahora lecciones de comportamiento
cívico?
–No
soy quién para hacerlo, pero estoy viendo cambios tan alarmantes, y no sólo en la
estación de esquí donde trabajo, sino en el conjunto de Wisconsin, que me
parece importante insistir en esta realidad presente, ya no se puede entender a
futuro.
–Pues
yo estoy muy de acuerdo con Jeb Bush cuando dijo que no hay suficientes
evidencias de que eso sea natural o provocado por el hombre –concluyó el
enfermero.
–Chicos,
no os calentéis más la cabeza, yo me guío del ganado –metió baza el pequeño de
todos, capataz de cuadrilla, en Texas–, si está alterado, anuncia tornados y
tormentas, si pasta tranquilo y se aparea, señal de que el cielo está en calma.
–Eso
esa es una buena e indiscutible filosofía, querido hermano pequeño –entre
guiños opinó el pastor de la Iglesia Evangélica Luterana.
–Considero
muy preocupante que se rompiera el dique cerca de Kingston, en el condado de
Roane, que el lodo de ceniza de carbón cubriera 300 acres de tierra llevándose
por delante casas y que este país sea tan poco dado a reconocer que hay deudas con
la humanidad pendientes de saldar –sentenció el monitor de esquí. Donna Hanks,
a pie de escalera, escuchaba los distintos puntos de vista de los hijos y, en
parte, estaba de acuerdo con todos y cada uno de ellos.
A
las afueras de Lenoir City, en un área poco transitada, entre caminos que
llevan directos al bosque, estacionó la autocaravana durante varios días
seguidos, tiempo suficiente para organizarse y planificar la ruta con detalle. Faltaba
poco para amanecer y sintió dolor en los huesos, el frío se clavaba en los
tendones como puntas de alfileres, así que, se abrigó, bebió café instantáneo y
masticó galletas de mantequilla mientras digería la cantidad de pensamientos
que la embargaban. Antes de emprender viaje de 160 millas, aproximadamente, a
la ciudad de Stevenson, en el estado de Alabama, trató de contactar con la oficina
de Kimberly Teehee, delegada de la Nación Cherokee en la Cámara de
Representantes, pero debía seguir un protocolo larguísimo que tampoco garantizaba
poderla ver. De modo que, con toda la cautela se puso en marcha. Lo primero sería
buscar la dirección escrita en el reverso de la partida de nacimiento de la
abuela Tillie e investigar si el apellido Gunter, el suyo de soltera, era de
los más comunes por aquella zona. La Interestatal 75 estaba despejada, condado
a condado, pueblo a pueblo, disfrutó del paisaje que, para todo tenesiano y
tenesiana, es único en el universo. Por la radio, varios comentaristas, hablaban
de la soledad que sufren los estadounidenses. Por lo visto, en 2023, un
especialista lo identificó como “crisis de salud”, como consecuencia de sustituir
las relaciones presenciales por las virtuales y culpando concretamente del
aislamiento a las redes sociales que han hecho de nosotros personas más
introvertidas. Con los cinco sentidos puestos en la carretera y sin la zozobra
de la prisa metida en el cuerpo, se desvió a comer algo en Charleston, ciudad
de gran belleza y cuya alcaldesa es una mujer afroamericana. En el restaurante
apenas había gente, excepto algunos hombres con ropa de obrero. Pidió alitas de
pollo con salsa búfalo, tiras de apio, zanahoria y cerveza para acompañar. Una televisión
de grandes pulgadas presidía el salón, en la pantalla negra se reflejaban los
rayos del sol hasta que el camarero de detrás de la barra la encendió y aparecieron
unas imágenes de cowboy a caballo y dirigiendo las reses por los
estrechos desfiladeros. Opal Nelson consultó el mapa y las notas que añadía en
su cuaderno cuando recordó la última conversación que mantuvo con Tayen
McDaniel.
–Vente
conmigo –le propuso.
–Este
viaje debes hacerlo sola.
–Me
gustaría hacerlo juntos.
–Vas
a profundizar en tus raíces y será una experiencia inolvidable, además no me
siento cómodo fuera de aquí –miró a su alrededor– y así cuando regreses tienes
la excusa de venir a verme.
–Entonces,
dices que, cuando haya un gajo de luna a mi izquierda, tú estarás en las
montañas y el gran espíritu frente a ti, entonces será señal de que todo me ha ido
bien.
–Exacto.
–Trueno veloz no estaba acostumbrado a socializar con nadie tan directamente,
sin embargo, tuvo un gesto que ella recordará hasta el final de sus días. Sacó
del bolsillo un colgante–. Toma, lo he hecho para ti, llévalo puesto.
–Es
precioso, muchísimas gracias.
–El
cordón es de piel de oso y la bolsita también, dentro hay una pluma de águila y
una combinación secreta de semillas que te darán suerte, no la pierdas, y después,
una vez conseguido tu objetivo, lo abriremos y verás cómo ha quedado –ella
asintió con la cabeza y el indio Cherokee se fue a pescar al río Oconaluftee.
Le vio alejarse y, para sus adentros, le prometió volver.
Con
el último bocado de las alitas de pollo en la boca y algunos enseres adquiridos
en la gasolinera, reanudó el viaje. La ciudad de Stevenson y Alabama en sí
estaba llena del apellido Gunter, tras mucho preguntar y dar más vueltas que
una peonza, detuvo la camioneta en el cruce de la 3rd St con Kansas Ave, donde
le dijeron que vivía el hombre más longevo de toda la comarca, pero entre unas
cosas y otras se le echó la noche encima. Aparcó en un descampado y, a la luz
de la linterna de camping, abrió una lata de conservas, saboreó un brik de leche
y convocó al sueño mirando fotografías...
Dos
días antes de la vuelta al colegio, en la recta final de las vacaciones de invierno,
un descuido en casa de Aretha O’Neal, facilitó que la desgracia entrase por la
puerta trasera. Acababan de dar las 12:00 p.m. cuando uno de los gemelos,
probablemente el más travieso, aprovechó para salir a jugar al aire libre.
Primero lo haría en el jardín llenándose los bolsillos del pantalón con
puñaditos de arena, puntas de hojas partidas y un pedazo del papel con la lista
de la compra; después, en mitad del camino, se entretuvo mirando unas ardillas
que trepaban veloces hasta visualizar el horizonte; y por último, le tentó la infinita
línea recta de la carretera en la que, como si fuese un amplio campo de fútbol
le dio patadas al balón, cuya esfera, redonda, se alejaba más y más. Al principio
nadie se percató de su ausencia, atareados en sus cosas, ignoraba que cada
minuto que pasaba era crucial. Cuando la madre empezó a llamarlo para sentarse
a la mesa, y la criatura ni aparecía ni contestó, se dispararon todas las alarmas
y el hogar quedó a oscuras… Desde la noche anterior, hasta bien entrada la
mañana, en la granja de Alvin Evans se corrió una juerga de esas que hacen
historia, a base del Moonshine elaborado por él mismo, también hicieron
prácticas de tiro, pidieron oraciones para uno de los miembros del klan,
aquejado de cáncer terminal y acordaron recaudar dinero para su entierro. Poco
a poco se fueron yendo menos una pareja de granjeros recién llegados de Mississippi
y devotos de la bandera confederada.
–¿Os
llevo? –se ofreció Alvin. 12:34 p.m.
–Muchísimas
gracias –dijeron agradecidos mientras nadaban en solitario por una espesa marea
con resaca. 12:35 p.m.
–Aunque
si queréis quedaros, no tengo inconveniente –trató de ser hospitalario, sin
embargo, rezaba para que no aceptasen. 12:38 p.m.
–No
entiendo cómo el primo Jordan Brady –histórico de la organización supremacista–
se ha podido ir sin nosotros –12:40 p.m.
–Pues
no se hable más, vámonos –12:41 p.m.
–No
hay problema, suban a la camioneta, enseguida llegamos. –12:40 p.m.
Apenas
encontraron tráfico y todo parecía estar tranquilo. De la guantera sobresalían todo
tipo de objetos y aquellas viejas cajitas de plástico llamadas cassette.
12:45 p.m. Los pasajeros del asiento trasero se habían quedado dormidos, así
que, Alvin pisó a fondo el acelerador para deshacerse de ellos lo antes
posible. Repasó mentalmente lo que compraría en la tienda: un poco de azúcar,
algo de café y cigarrillos. 12:52 p.m. El sol pegaba de frente y les deslumbró,
entonces los viajeros se espabilaron. En el cruce de Manhattan Ave, con
Northwestern Ave, hay un STOP, pero no lo vio porque en ese momento se despistó
buscando una cinta de Randy Owen, su cantante preferido. 12:55 p.m. De repente,
algo pisó la rueda trasera derecha que le obligó a hacerse con el volante.
12:56 p.m.
–¿Qué
ha sido eso? –preguntó uno de los jóvenes granjeros mientras miraba por la
ventanilla.
–¡A
saber! Cualquier cosa, algún animal muerto, hay gente muy desaprensiva que los
abandona –suelta restando importancia al suceso.
–No
sé, me ha parecido oír un grito –manifiestan ambos.
–Estamos
llegando, es al final de esta calle –informa Alvin aliviado. 1:10 p.m.
Aretha
O’Neal, y la familia en pleno, salieron en busca del miembro que faltaba. Nadie
del vecindario fue a ayudarles. Cada vez más alejados, el padre sugirió
dividirse, unos continuar y otros regresar a la casa por si aparecía por allí. De
repente, uno de los muchachos encontró el peluche y la zapatilla del pequeño, y
más allá, tendido en el suelo, su cuerpo diminuto manchado de sangre. 1:23 p.m.
El 911 atendió rápido el teléfono y enseguida llegó el equipo médico que, tras
la primera valoración evaluando el estado del herido, se lo llevaron bastante
grave al Methodist Medical Center. La ambulancia pasó por delante de la
casa de Donna Hanks y detrás un automóvil que le resultó conocido. Entonces, se
le cayó un plato de ensalada de las manos. 2:18 p.m.
Abrir el correo cada dos domingos es un complemento más al desayuno relajado porque te voy a encontrar. Felicidades, un texto magnífico
ResponderEliminar¡Qué buena narración del atropello! Enhorabuena, querida
ResponderEliminarUna lectura relajada de domingo por la mañana, acompañada de un café solo.
ResponderEliminarGracias por la nueva historia, aunque con la tristeza que queda en el cuerpo. tras su lectura.
Hasta la siguiente
Para alguien que como yo no hemos viajado a los Estados Unidos de América, recorrer contigo la explosión de paisajes que nos regalas, es un lujo y una gozada. Gracias por el pasaje en zona VIP.
ResponderEliminarMe quedo con la miel en los labios como siempre y expectante por las historias que nos traerán tus personajes que, seguro, engarzarán.
ResponderEliminarGracias.
Me quedo con el alma encogida con este final de capítulo y como siempre, esperancon ganas el siguiente. G
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