7.
En Carolina del Norte, dentro del
territorio encerrado en el límite Qualla, está la Reserva Cherokee –no
confundir con el pueblo–. A dos días de camino en la cara menos accesible de las
montañas, el hombre más longevo del lugar cuya edad exacta nadie conocía, habitaba
una sencilla cabaña. De piel marrón, largas trenzas de cabello blanco cayéndole
por los hombros, nariz estrecha custodiada entre los pómulos, vistiendo la capa
peculiar que le cubre todo el cuerpo y un gorro hecho de plumas, es respetado, recibe
el tratamiento de Gran Jefe y está considerado una leyenda. Tayen
McDaniel y Opal Nelson realizaron la travesía a pie por senderos angostos y desfiladeros
inseguros. Hicieron dos altos: el primero en el río Oconaluftee donde pescaron
para la cena, y el segundo acampando en un metido de la ladera donde estarían
más seguros en caso de ser atacados en mitad de la noche por animales salvajes.
Con absoluta destreza él hizo fuego golpeando dos piedras hasta que saltaron
chispas y prendió el combustible de hojas secas y pequeñas maderas amontonadas,
una vez que las llamas alcanzaron algo de altura, colocó en forma de pirámide troncos
más gruesos que aguantarían hasta el amanecer. Trueno veloz desató dos pieles
de oso y se las echaron por encima, insertó las truchas en unas varillas para
asarlas y calculó en silencio el tiempo exacto en que estarían listas. Llevaban
también un termo con café y el guiso de carne preparado por ella la víspera
anterior. Apenas pegaron ojo, el frío era intenso y la oscuridad casi completa.
Opal Nelson sentía un nudo en el estómago que la impedía comer.
–¿Tienes
miedo a lo desconocido? –preguntó él.
–Ninguno,
quiero saber cuáles son mis orígenes, mis ancestros y qué intuición especial me
trae aquí –responde.
–¿Y
si no te gusta o decepciona lo que descubras?
–La
abuela Tillie empleó hasta el último aliento en incorporar piezas sueltas a su
biografía, pero todo eran intuiciones nunca pudo corroborar nada y, aunque
carecía de medios, poseía un instinto y un olfato que la situaba siempre en el
lado correcto.
–Trata
de dormir un poco, mañana será un día muy emocionante –dijo tajante.
–No
tengo sueño, además es un lujo contemplar el espectacular salpicado de
estrellas esparcidas por el firmamento. ¿Has estado siempre aquí? –le pudo la
curiosidad.
–Mira
a tu alrededor, tengo todo cuánto necesito.
–Sí,
supongo que sí. ¿Hemos hecho la parte más difícil del camino?
–Queda
lo peor, podrás con ello, eres fuerte –giró la cabeza a la izquierda y levantó
la vista. Opal Nelson cerró los ojos, se dejó llevar y, sin saber muy bien por
qué, le vino la imagen de su madre: robusta y atareada, distante y ardiente,
desconfiada y celosa de la abuela Tillie hasta lo más hondo de las entrañas.
–He
buscado el significado de Tayen, luna nueva, en Internet y resulta que es
un nombre de chica.
–Sí,
bueno. Mis padres hicieron un pacto: él quiso que pasase de niño a adulto
siguiendo el ritual de los indios Cherokee, a cambio ella, que no era nativa, propuso
enviarme a una escuela en Memphis. Adaptarme resultó bastante duro, también lo
fue para los compañeros y compañeras, así como a maestras y maestros que no
entendían algunas de mis costumbres. A la mayoría les costaba muchísimo
pronunciar mi verdadero nombre, así que a alguien se le ocurrió llamarme Tayen,
McDaniel sí es mi apellido.
–¿Y
cuál es el verdadero? –preguntó intrigada.
–Oukonunaka,
que significa Búho blanco.
–¿Por
qué no lo usas?
–
No sé, aquí me conocen como luna nueva.
–¿Y
tu familia cómo te llama?
–Apenas
faltaban dos semanas para volver de Memphis, estaban hambrientos y mi padre salió
de caza a una zona poco frecuentada, consumieron carne de wapití en mal
estado y murieron.
–¡Vaya!,
lo lamento –él se entristeció.
–Insisto,
será mejor que duermas algo. –El indio Cherokee cogió la manta y se apartó un poco
del fuego dejándola espacio e hizo guardia con ayuda de los espíritus.
Reanudaron
la marcha a buen ritmo cuando aún en el horizonte no habían aparecido las
primeras luces de la mañana. Nada acostumbrada a dormir sobre superficies duras,
a Opal Nelson le dolían todos los huesos y notaba los músculos muy tensos. Casi
no podía despegar los párpados y las agujetas de la jornada anterior empezaban
a pasarle factura, algo que habría reparado muy bien con una buena ducha
relajante. Reconoció que echaba de menos el sabroso jugo de naranja recién exprimido,
el desayuno contundente y las noticias locales sonando en la radio, cosas que revisten
las paredes de su vida cotidiana, sin embargo, aquella paz, esa libertad, el contacto
directo con la tierra, los astros, la diversidad de elementos que proporcionan
la supervivencia al ser humano y el esplendor de la vegetación en los valles, suplían
lo material que añoraba. Llegaron a lo alto de un pico y se detuvieron,
entonces él alzó la vista, localizó un punto exacto del Sol sobre una roca de
color diferente al resto y dijo que habían llegado, hizo cueva con ambas manos
y emitió un sonido que repitió varias veces hasta obtener contestación con otro
similar. Ella estaba exhausta. El paisaje con el humo pincelando las cumbres
era de un azulado espectacular, húmedo, intenso, irrepetible. El anciano apareció
de pronto y les invitó a sentarse en el suelo con las piernas cruzadas. Opal
Nelson habló de su infancia, de las enseñanzas de la abuela Tillie, de la
negativa de su madre a indagar en el pasado y de lo poco que había descubierto
hasta el momento, fundamentalmente el documento que data de mediados
del siglo XIX y donde figura un nombre de varón, descendiente directo de los
nativos obligados a realizar el llamado Sendero de las Lágrimas.
–Ahí
murió mucha gente –intervino Tayen McDaniel mientras que el anciano permaneció
callado bastante tiempo.
–Este
lugar tiene algo muy especial –hizo intención de seguir expresando el aluvión de
emociones, pero se contuvo. El anciano, mirando a ambos, y en una lengua ininteligible
para ella, comenzó sus oraciones. Al acabar, encendió la pipa y los invitó a fumar
con él.
–Salali,
significa ardilla, y es un nombre muy común en nuestra tribu –el anciano rompió
así su silencio–. La fiebre del oro de Georgia trajo al hombre blanco,
invadieron nuestras tierras, violaron a nuestras mujeres y esclavizaron a
nuestros hijos. El presidente Andrew Jackson apoyó las deportaciones
amparándose en la Ley de Traslado Forzoso de los Indios a territorio
federal, al oeste del río Misisipi, lo cual, tras los miles de cadáveres que se
quedaron por el camino, originó la propagación rápida de muchas enfermedades,
así como también, el espíritu maligno de la hambruna provocó enfrentamientos sangrientos
entre nativos.
–¿Entonces
el hombre al que busco puede estar enterrado por ahí? –preguntó Opal Nelson a la
desesperada, aunque se dio cuenta de la torpeza cometida interrumpiéndole.
–¿Ve
aquella colina? –indicó–, detrás de la vegetación hay unas inscripciones, vayan
–dos millas más allá, y frente a la pared rocosa palparon con la yema de los
dedos las letras inscritas.
–Ven
aquí –dijo el indio Cherokee–, lee.
–¡No
puede ser! Entonces, la abuela… –En ese momento entendió la negativa de su madre
a remover el pasado y el miedo a destapar sus verdaderos orígenes.
Nikki
Haley tiene una cara amable característica de las buenas personas. Exgobernadora
de Carolina del Sur y exembajadora de Estados Unidos ante la ONU, se postula
como alternativa a Donald Trump o DeSantis. Bajo el respaldo de los
multimillonarios hermanos Koch, fundadores de American for Prosperity Action
y otros grandes donantes que inyectarán miles de dólares para financiar la campaña,
esta política de 51 años, 2 hijos y descendiente de inmigrantes llegados de India,
luchará para ganar las primarias republicanas y convertirse en la candidata
electa a la presidencia derrotando a Joe Biden. Los menos radicales del partido
Republicano se decantan por esta figura emergente dejando claro el mensaje de
renovación generacional que quieren mostrar ante la opinión pública nacional e
internacional, sin embargo, el ala más conservadora y radical, a pesar de los
problemas que tiene pendientes con la justicia, confían en el regreso del
expresidente y así, de una vez por todas, coloque a cada cual en el lugar correspondiente.
Alvin Evans va en esa línea, además de no soportar la idea de que sea una mujer
quien dirija el país, labor que, por derecho, considera sólo para hombres.
–¿Te
sirvo otra cerveza? –preguntó el dueño del pequeño pub, en Knoxville, adonde se
reúnen algunos granjeros de la comarca.
–Sí
–contestó Alvin.
–Es
raro que todavía no hayan venido los chicos –dijo el barman refiriéndose a los
muchachos que se sentaban en la misma mesa con él.
–Bueno,
no sé –escueto en palabras.
–¿Esperas
o te pongo la hamburguesa?
–Estoy
hambriento, prepárala –cortó tajante. Minutos después cinco personas vestidas
con tejanos y camisas de leñador se reunieron con Alvin Evans, cada uno con su
respectiva jarra de cerveza en la mano y, tras intercambiar unas breves
palabras, les comunicó lo que habrían de hacer: asustar a la hija del pasante,
una jovencita, muy desarrollada en todos los sentidos.
–Que
no se os vaya la mano –dijo.
–¿Y
si por casualidad se nos va?
–Pues
no pasa nada, pertenecerá al apartado de daños colaterales… –Se levantó y fue a
la vieja máquina de discos donde seleccionó un tema de Randy Owen, el principal
solista de la banda country-rock “Alabama”, que tanto le gustaba.
Cada
día, regresando de la escuela, Aretha O’Neal se ocultaba entre los arbustos y
vigilaba los alrededores de la casa por si a alguien se le ocurría atentar
contra los suyos. Desde la visita de los encapuchados el ambiente del hogar se había
vuelto más hostil. Desconfiaban de cualquiera y salían a lo meramente
imprescindible, preferiblemente acompañados. Una vez que estaban todos, sellaban
las ventanas con cierres de aluminio interiores hechos a medida, dejaban
encendida la luz del porche y aseguraban aquellos puntos vulnerables por donde
los gemelos podían escaparse. De repente dejaron de comentar cosas de la
jornada, anécdotas, ni los mayores movían las caderas al ritmo de Elvis,
tampoco el padre contaba ya esos chistes tan malos que no hacían reír a
ninguno, la madre miraba de reojo a un lado y otro, siempre sobresaltada,
regañando a los pequeños que no entendían por qué las cenas se convirtieron en
silencios rotos sólo por el choque de cubiertos contra los platos. Aretha
pensaba en las palabras susurradas por sus padres: genocidio, esclavitud,
limpieza étnica, destierro…, términos cuyos significados se escapaban, pero que
serían muy preocupantes para provocarles el llanto en la intimidad del
dormitorio. Con un golpe muy suave de nudillos tocaron en la puerta de la
habitación y eran los hermanos.
–¿Pasa
algo? –preguntó escondiendo detrás de la espalda una onza de chocolate.
–No,
nada en particular. ¿Qué guardas ahí? –se lo muestra
–Cuando
estoy preocupada necesito comer algo de dulce, pero como mamá siempre se enfada
conmigo lo cojo a escondidas.
–Bueno,
no se lo diremos.
–Gracias.
Y ahora decidme qué está pasando, resulta todo tan raro.
–Nosotros
nos vamos a trabajar con el tío John a Orlinda, aquí nadie nos va a contratar y
la familia empieza a necesitar dinero.
–Explicaos,
y no me digáis que soy joven, tengo derecho a saberlo –así lo hicieron.
–Pero
los abogados están para defender a cualquier persona, ¿no?
–Sí,
no obstante, papá es negro y eso lo empeora todo.
–¿Cuándo
os vais?
–Pronto.
–¿Lo
saben ellos?
–Todavía
no.
–¿Y
a qué esperáis?, se van a llevar un disgusto.
–Llevas
razón. ¿Estás teniendo problemas? ¿Te acosa alguien? –preguntaron. Negó con la
cabeza y ocultó que unos hombres merodean cada día las inmediaciones de la
escuela y después la siguen hasta el cruce con Manhattan Ave. Aretha O’Neal,
en ese preciso momento, ignoraba el giro radical que daría sus vidas. Como un
martillo golpeando un cincel resonaba dentro de su cabeza limpieza étnica, destierro,
esclavitud, genocidio, a cuál más asustadiza, a cuál menos grave.
–¿Matarán
a papá? –contuvieron la respiración al oír arañazos en la puerta, era uno de
los gemelos–. ¿Qué haces aquí? Vamos, a la cama –dijeron. A tres horas y media
de ellos, en la ciudad de Clarksville, a unos 80 kilómetros, al noroeste
perdían la vida dos adultos y un niño a consecuencia del último tornado.
Cuando
el hijo mayor de Donna Hanks subía sofocado la cuesta que conduce a la casa y
lo hacía apoyado en dos palos de senderismo, a ella le dio un vuelco el corazón
cayéndosele el alma a los pies, ya que, aquel hombre demacrado, con treinta
kilos menos, pómulos flácidos, dedos huesudos y pupilas opacas, no se parecía
nada al muchacho musculoso, de lustre sano y mirada penetrante, que partió con
destino a Riverdale, uno de los barrios más problemáticos de Chicago, para ser
el pastor de la Iglesia Evangélica Luterana. No pudo reprimir las lágrimas, sintió
haber sido una madre egoísta.
–¿Cuánto
te quedarás?
–No
sé, el suficiente como para que te hartes de mí…
–¡Qué
bobada! Voy a preparar tu cuarto, el de siempre, está tal y como lo dejaste, no
he tocado nada –avanzó por el pasillo ajena al acontecimiento tan tremendo que
se le venía encima…
De nuevo tu maestría con la mezcla de letras y temas, hace que nos quedemos pendientes hasta fin de año, al menos, de los tres temas expuestos hoy.
ResponderEliminarFelices Fiestas a tod@s.
Me gusta que, además de viajar por Tennessee, obligas al lector a hacerlo hacia dentro, buscándonos las cosquillas emocionales. ¡Adelante!
ResponderEliminarCorren tiempos tan fuera de sí que leerte es un bálsamo.
ResponderEliminarCada dos domingas llegas y lo alborotas todo, gracias por ayudarme a sentir
ResponderEliminarCuidémonos, creyentes y no creyentes, y en especial tú, Mayte, que eres imprescindible. ¡Menuda escritora! Salud para tod@s. Abrazo.
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