6.
Hace mucho que Donna Hanks vive con
la sensación de estar en el tiempo de descuento y eso la hace más sensible ante
determinadas cosas de la vida. Poco dada a las relaciones sociales nunca imaginó
que compararía la soledad con un peso hundido en los hombros. Un día con otro
se sucedían monótonos, desmotivados, como piezas construidas en serie: aquietadas
y sobrias, aburridas y tristes, mates y grumosas. La voz de Dolly Parton colándose
por los grandes ventanales acompañaba la estampida repentina de pájaros anunciando
la inminente llegada de lluvias, algo que ella ya notó la noche anterior por molestias
de rodilla, a pesar de no haber rechazado la prótesis puesta. Lejos, a incalculables
millas, máquinas cortacésped de algunos vecinos hacían añicos el silencio
espantando a las ardillas. Dos o tres personas, distanciadas entre sí, con ropa
apropiada y zapatillas especiales para running, corrían por un lado del
camino. La pantalla del celular mostraba más de cuarenta llamadas perdidas, algunas
del hijo mayor, pastor de la Iglesia Evangélica Luterana, en Riverdale, uno de
los barrios más pobres de Chicago, el resto de Opal Nelson y números
desconocidos.
–¿Dónde
te habías metido? –preguntó el muchacho acelerado.
–No
lo escuché –salió del paso.
–Estaba
preocupado.
–A
mi edad perdemos oído, además de casi todas las facultades –dijo en un susurro.
–Celebro
que estás bien –trató de sonar lo más natural posible.
–Llevamos
meses sin hablar –soltó ella medio regañándole.
–He
estado enfermo. En India contraje el virus del dengue, fuimos a llevar ayuda
humanitaria y todo el grupo tuvimos fiebres muy altas y síntomas parecidos a la
gripe –tragó saliva y aguardó unos segundos para que ella lo asimilara–. Por
suerte nos cogió en Nueva Delhi donde hay más recursos gracias a Médicos sin
Fronteras, nos tuvieron varios días en un hospital de campaña, bien atendidos y
vigilando continuamente para que no tuviésemos complicaciones.
–¿Tus
hermanos lo sabían? –preguntó con un pellizco en el corazón.
–Sí.
–¿Y
por qué nadie me ha dicho nada?
–Yo
se lo pedí para no intranquilizarte.
–Soy
tu madre y tengo derecho a saberlo, y a decidir cuándo he de preocuparme, y cuándo
no –soltó rotunda.
–Claro
mamá, perdona. Ya hablaremos, dentro de unas semanas iré a Tennessee y quizá
pase por Oak Ridge. Te avisaré, tengo muchas ganas de comer pollo frito y panecillos
de maíz, nadie los prepara tan rico como tú.
–De
acuerdo, cuenta con ello –cortaron la comunicación y Donna Hanks quedó
pensativa. En el exterior recogió las hojas para que el viento no las metiese
en la casa. La alarma del reloj de muñeca avisaba de la toma del
antiinflamatorio, era amargo y antipático de tragar. Disolvió una cucharada pequeña
de azúcar en agua y, a sorbos, fue pasando la pastilla machacada. Bajó con
cuidado las escaleras al saloncito de abajo, la chimenea estaba templada,
reavivó el fuego, buscó los viejos álbumes de fotos y, sentada en el sofá, cubriendo
las piernas con una manta a cuadros, de viaje, recordó viejos tiempos…
A
lo lejos, donde se pierde la línea del horizonte en zigzag, una columna de
polvo en forma de tornado empaña el azul intenso del cielo. A escasa distancia el
rugido de motores de varias camionetas captó la atención de Alvin Evans, quien
en ese momento evaluaba las pérdidas de la cosecha tras la virulenta tormenta que
azotó el Centro Sureste, arrasando a su paso con casi todo en Mississippi,
Alabama y especialmente en Tennessee, donde efectivos del departamento de bomberos
de Nashville y Memphis realizaron múltiples intervenciones para achicar agua, apuntalar
árboles antes de lamentar desgracias y retirar aquellos elementos urbanos que fuesen
un peligro para las personas. Los hermanos Sowell encabezaban la caravana
formada por diez vehículos en manos de conductores temerarios. Apeándose de los
dos últimos reconoció también a dos ancianos muy polémicos que le compraban verduras
y a otros jóvenes habituales de la iglesia baptista del vecindario adonde acudían
los miércoles a la lectura de la Biblia y que él reclutó para la causa.
–¡Alvin!
–exclamó Jordan Brady, un histórico de la organización supremacista
estadounidense–. ¿Tienes algo que contarnos?
–¿Qué
tal, señor? Bueno, en realidad, poca cosa. Los muchachos han estado indagando –dijo
sin levantar la mirada del suelo, molesto por no haber podido terminar de limpiar
el barro de las botas– y resulta que el bufete está en Market Square y
los socios viven muy cerca, a la altura del trescientos y pico de Union Ave.
–Tiene
gracia que sea precisamente ahí –apuntó otro
de ellos.
–¿Acaso
hay algo en especial? –preguntó Alvin Evans.
–Bueno,
es una de las pocas zonas, por no decir la única, que es peatonal. La gente
suele ir a las terrazas de los restaurantes a tomar vinos, cerveza, ya sabes, a
socializar…
–¡Y
qué! –exclamó el mayor de los Sowell–, démosles un escarmiento, cuantos más testigos
lo presencien, mucho mejor.
–Jefe,
¿se imagina aparecer con la vestimenta del Klan y propinarles una paliza destrozando
el local? Aquellos tiempos quedaron atrás, pero no por eso hemos de actuar con
menor contundencia, hay que buscarles el punto débil, donde más les duela y no
se resistan, eso nunca falla –se atrevió a expresar el más tímido. Sin embargo,
ninguno hizo alusión a lo verdaderamente significativo de que la oficina estuviese
en el mismo lugar donde luce el Monumento al Sufragio Femenino de Tennessee.
La escultura de bronce fue obra del escultor Alan LeQuire y representa a las
activistas Elizabeth Avery Meriwether, Lizzie Crozier French y Anne Dallas Dudley.
Este Estado fue el último en ratificar la Decimonovena Enmienda de la
Constitución de los Estados Unidos, a favor del voto femenino, aprobado en agosto
de 1920.
–¿Y
el pasante? –preguntaron.
–¡Uf!,
pan comido –dijo Alvin–. Es un afroamericano con esposa e hijos, vulnerable y
accesible si sabemos apretarle las tuercas. La mujer es maestra, tienen una hija
adolescente, dos chicos creciditos y unos gemelos de corta edad, resultará muy fácil
amedrentarle.
–Entonces,
no se hable más: ese es nuestro hombre: la familia es siempre un punto débil e
infalible –concluyeron.
Alvin
Evans, granjero, viudo, aficionado a las carreras de coches, al Béisbol, a
comprar camisetas de venta en gasolineras con foto de mujeres cuyos pechos y
glúteos se muestran exuberantes, dirige algunas de las intervenciones que los racistas,
xenófobos y radicales realizan en la comarca. Cuando mataron en Afganistán al único
hijo que tenía y la esposa se suicidó, él podría haber tomado otro camino más
sereno dedicándose sólo y exclusivamente a labrar la tierra, criar gallinas,
conejos o rehacer su vida con otra pareja, sin embargo, movido quizá por el
sentimiento de impotencia eligió el lado vengativo que resurge con fuerza en casi
todos los seres humanos según determinadas circunstancias. Así que, para no
defraudar a los suyos y compensar la debilidad de cuando dejó escapar al niño
negro que robó del granero unas manzanas, convocó al grupo y salieron de cacería…
Aretha
O’Neal retiró de la lumbre el cazo de leche y se sirvió una taza generosa a la
vez que media docena de salchichas terminaban de hacerse en la sartén y también
dos tostadas para acompañar los huevos revueltos. El piso de arriba olía a
colonia infantil para después del baño, los gemelos iniciaban la batalla campal
diaria que consistía en arrebatarle al otro su juguete para estamparlo contra
el suelo. La madre, paciente y conciliadora, ponía paz mientras les enderezaba
el pelo ensortijado hasta que, desesperada, no le quedaba más remedio que
imponer su autoridad. El resto de los miembros estaba cada uno en sus respectivos
dormitorios arreglándose para acudir a la iglesia y atender al sermón del
reverendo con su visceral forma de decir las cosas y pidiendo oraciones para quienes
lo necesiten o hayan caído en las tentaciones del mundo. Ella seguía en la cocina,
puso en el fregadero los recipientes sucios y limpió algunas salpicaduras de
grasa, en la radio rendían homenaje a Roy Claxton Acuff, violinista y compositor
que en 1962 entró a formar parte del Salón de la Fama como el primer artista
vivo en hacerlo. A través de la ventana observó el columpio de los gemelos,
estaba vacío, pero en movimiento. Entonces, varias sombras con pasamontañas huían
tras haber clavado un cartel en el roble cercano a la puerta. Del susto se le
cayeron las cosas de las manos, salió aprisa por la parte del porche y arrancó el
anónimo del árbol, a continuación, sin comprender realmente el mensaje escrito
con tinta roja, empezaron a temblarle todos los músculos del cuerpo.
–¡Por
favor, venid deprisa! –gritó, mientras caminaba llorando de un extremo a otro, desesperada.
–¿Qué
ocurre, cariño? ¿Por qué te pones así? –preguntó el padre recogiendo el papel
tirado en el suelo.
–¡Pero
qué escándalo es este! –irrumpió la madre reprendiéndolos, aunque al ver al
esposo comprendió.
–Mira
–mostró él.
–¡No
puede ser! ¡Entrad, venga! –exclamó ella regresando apresurada por el alboroto
de los gemelos.
–¿Por
qué rodean tu cara con un círculo rojo y una equis, papi? –aunque lo intuía
Aretha no quería oír la respuesta.
–Bueno,
se habrán equivocado, no me parezco nada a ese tipo, además, ¿no crees que soy
mucho más guapo? –así logró restar importancia y provocar una sonrisa en la
chica. –La mujer, desencajada, doblaba y guardaba la ropita de los gemelos,
cuando él entró se fijó en la bolsa de viaje que había junto a dos montones de
ropa exactamente iguales.
–¿Qué
haces, no ves que yéndonos se saldrán con la suya?
–No
pienso quedarme y que nuestros hijos presencien el asesinato de su padre.
–Eso
no va a pasar, querida, no hay que ponerse en lo peor.
–¿Puedes
asegurarlo? –preguntó ella con congoja–. ¿El Klan no ha desaparecido?
–¿Crees
que son ellos? –dice evitando mirarla a los ojos.
–Los
dos sabemos que sí, pero no entiendo por qué. ¿Puedes explicarte?
–Hemos
tenido un cliente gay que recibió una brutal paliza y al que el juez declaró
inocente y libre de cargos.
–Claro,
y como los abogados del bufete son unos señores blancos muy respetables, démosle
su merecido al negrito que trabaja con ellos, ¿me equivoco?
–Guardemos
la calma delante de los niños, ya encontraré una solución.
–¿Cuándo?
No te enteras de nada, ¡eh! El ambiente está muy caliente, lo veo en la escuela:
supremacistas contra afroamericanos, se producen peleas diarias y la dirección
apenas hace algo para evitarlas.
–No
es lo mismo, en el bufete estoy muy bien considerado.
–Tú
verás, pero si esto continua, nos volvemos a Orlinda.
–Sobre
todo no nos precipitemos –determinó el hombre. Aretha O’Neal sabía de siempre
que no estaba bien escuchar las conversaciones de los adultos, pero esta vez lo
hizo y fue como asistir al derrumbamiento de los pilares que la sostenían,
cayendo como un castillo de naipes frágiles e inestables. Entonces tomó la
firme decisión de salvarle ella…
Kentucky
lloraba la muerte de un trabajador atrapado junto a sus compañeros mientras
demolían una mina de 11 plantas. El gobernador, muy afectado, pidió oraciones a
los ciudadanos declarando el estado de emergencia y enviando efectivos para el
rescate. También, otro incidente mortal, aunque de distinto calado, enturbiaba
las noticias locales al saber que, un hombre de 33 años fue tiroteado en plena calle.
Según la Oficina del Sheriff del condado de Knox arrestaron al sospechoso acusado
de homicidio voluntario. Tayen McDaniel vivía ajeno a todo lo que ocurriese
fuera de la reserva Cherokee. Era sábado y la zona comercial se llenaba poco a
poco de turistas deseosos de ver a los nativos enfundados en sus pieles de animal
y plumas adornando las largas cabelleras. Antes de irrumpir el alba, bajó media
docena de conejos y otro tanto de aves a uno de los restaurantes donde lo canjeaba
por whisky y tabaco. Opal Nelson llevaba semanas investigando la identidad de
una persona cuyo nombre encontró entre las pertenencias de la abuela Tillie,
ahora en su poder. El documento, con fecha de mediados del siglo XIX, había
pasado desapercibido a pesar de las muchas veces que lo repasaba todo. Los
pocos datos apuntaban a que el hombre en cuestión era descendiente directo de nativos
obligados a realizar el llamado Sendero de las Lágrimas. ¿Qué vínculo le unía con
la abuela Tillie? ¿Por qué nunca lo mencionó? Esperaba encontrar respuestas.
–Mire
bien donde pisa, el sendero por ahí es traicionero, parece firme, pero no lo es
–dije Tayen McDaniel a la mujer que reconoció enseguida.
–¡Ay!,
me ha asustado –tropezó sonrojándose.
–Perdone,
no era mi intención. Si busca la zona de tiendas va en dirección contraria, pero
es pronto, aún no están abiertas.
–No,
no me interesa nada hacer turismo consumista.
–Entonces, ¿qué la trae por aquí?
–Estoy
hecha un lío, busco mis orígenes, aunque no tengo claro si los quiero saber.
–El
conocimiento reside en el espíritu y la curiosidad en el corazón, ambos penden
del mismo hilo.
–¿Qué
quiere decir?
–Pues
que sus raíces están ligadas a los Cherokee, ya que tantas vueltas como dé, la
traerán siempre aquí –mientras subían una cuesta empinadísima le contó el
descubrimiento y el impulso que la llevaba allí.
–Me
siento como en un callejón sin salida, por un lado, sé que quizá ahondando en
la vida de ese hombre me conduzca a despejar alguno de los misterios que han
rodeado a la abuela Tillie, pero no sé si tendré fuerzas.
–Las
tendrá, estoy convencido.
–¿A
usted le suena de algo?
–No,
pero le presentaré al anciano con más edad del territorio, vive en las montañas
y cuenta historias muy interesantes, quien sabe si entre ellas esté la suya...
Que decir que no se haya comentado ya por cualquiera de los que te seguimos.
ResponderEliminarImposible perder el hilo aunque a veces el intervalo sea largo.
Atrapas.
Muchas gracias por tu generosidad.
Pues sí, atrapas y consigues sacarnos por unos minutos de la triste realidad, aunque tus historias estén pegadas a ella. Enhorabuena y, no tardes.
ResponderEliminarLos últimos días han sido para mí muy emocionantes, tanto como abrir el correo hace un rato y encontrarme contigo. Magnífica técnica narrando y ese toque sensible tan tuyo. Sigue
ResponderEliminarDespués de leer esta entrega más de tres veces, he llegado a la conclusión de que tengo que ahorrar dinero y viajar a Tennessee. Gracias por despertar en mí las ganas de saber y conocer.
ResponderEliminarCuando describes te imagino en pleno trávelin, cámara en ristre. Siempre sensible a los movimientos sociales y gran conocedora de la condición humana. Y cómo creas los climas... Una gozada leerte. Gracias una vez más, escritora. Besos.
ResponderEliminarNos mantienes en vilo con cada una de tus entregas.Es una lástima q la realidad q nos muestras pongan de manifiesto la maldad de algunos "seres inhumanos"
ResponderEliminarMuchas gracias por ese bonito regalo q nos lleva a viajar con la imaginación.