2.
–Procure
que no salgan de sus habitaciones y que hagan el menor ruido posible, vienen invitados
importantes y no queremos jaleo. –Entonces, dirigiéndose a nosotros mamá
remataba–: Portaos bien ¿Entendido?
–No
se preocupen –decía la criada–, no habrá ningún problema.
Mi
hermana Dakota era la más atrevida de los tres, apenas le hacíamos caso, así
que, a menudo enredaba por la cocina buscando un poco de atención, un público entregado
a reír sus gracias y que al final de la representación aplaudiera con
entusiasmo. Siempre fue muy peliculera, disfrutaba inventando revolcones de
alcoba, historias de infidelidades que, según su versión, susurraban tras la puerta
las señoronas de la alta sociedad mientras tomaban el té en casa y, a veces, lo
hacía tan creíble y tan detallado que se corrían las voces por el vecindario,
en el mercado de verduras adonde compraba el servicio y, por supuesto, también en
la Motors Carson Company, lo cual avergonzaba a papá ante los empleados
hasta que, dando media vuelta entraba en cólera y llevándola de una oreja la obligaba
a pedirle perdón a los afectados, además de dejarla sin el cine de los
domingos. Jaslene, nuestra doncella puertorriqueña, gozaba de mucho desparpajo
y era quien pasaba más tiempo con ella peinando su rubia y rizada cabellera,
ordenaba el dormitorio y, sobre todo, cubriéndola las veces que, enamoradiza como
una boba, volvía a las tantas colándose por la puerta de servicio.
–Por
favor, señorita –rogaba echándola una toalla por encima al salir del baño–, cuénteme
otra vez lo del caballero que cruzó los campos en guerra para salvar a su amada
de las garras de los sicarios. –Y la otra cambiaba fechas, nombres, contexto,
lo primero que se le ocurría para hacer la historia todavía más misteriosa e
inverosímil.
Ambas
tenían mucha complicidad e incluso cuando no estaban solas se hablaban al oído escapándoseles
la risa floja, miradas picaronas y pellizcos en el brazo si alguien soltaba
alguna palabra malsonante. Sin embargo, tal confianza no estaba bien vista en
el seno familiar, así que, de repente se vieron obligadas a colocarse cada una
en su lugar correspondiente. Pasados unos meses y preocupada por la única persona
a la que consideraba amiga de verdad, mi hermana inició poco a poco un disimulado
acercamiento.
–¿Qué
te pasa? –pregunta Dakota
–Nada.
Por favor, no complique más las cosas –responde Jaslene.
–¡Pero
si no nos ve nadie!, sólo está Chul-Moo y como es coreano y está atareado en
sus guisos ni se entera –decía mi hermana muy zalamera–. Anda, vayamos a dar un
paseo y te cuento los últimos amoríos –soltaba la joven caprichosa toda indignada.
–Déjeme,
señorita, tengo mucha tarea.
–¿Sabes
que la sobrina de los…?
–Cállese, por favor o me meterá en un lío.
–Y
si te ordeno que dejes todo.
–Pues
tampoco lo haría, lo siento.
–Eres
una desagradecida, jamás te atrevas a pedirme nada, con lo que he hecho por ti.
–Y
le estaré eternamente agradecida, pero no puede ser. Y ahora si me disculpa he
de continuar con lo mío –daba media vuelta y, cayéndosele las lágrimas, desaparecía
por el largo pasillo.
Una
tarde, Emily, el ama de llaves, acompañada de una misteriosa mujer, cerró la
puerta del despacho para hablar en privado. Las voces de papá y las plegarias
de mamá a un Dios que parecía no escucharla resonaron por la planta hasta que
la puerta se abrió de golpe.
–¡Brody!
¡Brody! ¡Brody!
–Disculpe,
señor. Estaba en el jardín.
–Pues
cuando te llame atiendes a la primera y vuelas que para eso te pago.
–Sí,
señor.
–Prepara
el auto pequeño y espera en la parte de atrás.
–Hace
mucho que no se usa y puede ser que el motor falle.
–¿Acaso
no he sido lo suficientemente claro?
–Por
supuesto que sí, señor. ¿Cuántas personas serán? Lo digo para coger mantas de
viaje, está apretando el frío.
–Haz
lo que te digo y no preguntes ni pienses tanto.
Jaslene,
acompañada por la otra dama a la que nunca habíamos visto y resultó ser su prima,
se metieron en el coche y regresaron tres días después. El ambiente que se respiraba
en la cocina era de mucha tristeza y absoluta rabia.
–Pobre
chica. Y que siempre pasa igual –comentó Dominic, el jardinero–, el señorito se
cuela en la cama del servicio y luego si te he visto no me acuerdo.
–Cambiará
nuestra suerte, habrá una revolución pacífica y… –añadió el chofer con mucho
suspense– nos trataremos de igual a igual.
–¡Ah,
sí!, no me digas. Pues ya has visto que sigue por aquí tan campante. Ni una
amonestación, ni un solo castigo, ni una reprimenda, ni una simple disculpa, ni
un amago de responsabilidad. Nada de nada.
–Callaos
–pidió Emily–. Y disimulad delante de la criatura que bastante mal lo tiene que
estar pasando. En cuanto al comportamiento de los señores, nosotros ver, oír y
callar, ¿estamos?
–Sí,
mi comandanta –decían en broma.
Mi
hermano Colorado Sprint era débil de bragueta, se había acostado con medio condado
de Wayne. En su extensa lista figuraban esposas despechadas, hijas que
querían llegar al matrimonio con algo de experiencia y casi todas las criadas
que se deshacían ante sus encantos. Pero con Jaslene, la doncella tímida y
hermosa que una noche tocó la luna con la yema de los dedos fue distinto y
puede que, a partir de ese instante, sintiesen algo especial el uno por el otro.
Él volvía borracho de una de sus juergas habituales, ella se levantó a por un vaso
de leche, oyó ruidos y se agazapó detrás de la cortina hasta que el tremendo
golpe de un cuerpo desplomado en el suelo la hizo reaccionar.
–¡Ay!,
señorito, menudo susto me ha dado.
–Estás
muy sexi con ese camisón, ¡eh!
–No
me diga eso, por favor, que me pongo nerviosa.
–Acércate
a ver si puedes levantarme –lo hizo y lo que ocurrió a continuación fue la
consecuencia de su preñez que resolvieron llevándola a una clínica abortiva.
Según
recuerdo este episodio me viene a la memoria que nos dejó al poco tiempo para
casarse con el guardés de la finca de una selecta familia por la zona de Balmoral
Dr., con solarium donde los señores pasaban largas horas en verano y ella
no paraba de preparar limonadas. Tuvieron cinco hijos y supongo que trabajaron
duro para sacarlos adelante. Por el contrario, mi hermano Colorado Sprint, en una
de esas noches de juerga y lujuria, propias en él, contrajo una enfermedad venérea
que le dejó estéril y casi se lo lleva a la tumba. Hoy, la suerte de Jaslene,
como la de tantas otras mujeres sin recursos que han de arriesgar sus vidas en
sitios insalubres, sin higiene ni medios, habría sido muy diferente y puede que
estuviese en la cárcel o haberse ido a uno de los pocos lugares donde aún no está
prohibido, ya que, tras revocar la Corte Suprema el derecho constitucional al
aborto, la sociedad ha retrocedido a un periodo anterior a 1973, cuando Jane
Roe ganó el litigio judicial contra Henry Wade, fiscal del distrito
de Dallas, dictaminando que la Constitución de los Estados Unidos de América
protegía la libertad a interrumpir voluntariamente el embarazo.
Si
nos trasladásemos a otra época, cuando son las 5:45 a. m. y el reloj biológico
de mi vejiga dice que he de levantarme, los puestos ambulantes de café no darían
abasto repartiendo lo acostumbrado a la clientela que, apresurada, correría a coger
el tren o el tranvía.
–¡Doctora
Reynolds, que se deja el panecillo de mantequilla! –diría el vendedor echando a
correr tras ella.
–Gracias,
Rudy. ¡Ay, cualquier día pierdo la cabeza!
–Good
morning, mister –saludaba al jefe de estación
–Serán
para ti, porque yo me había quedado en la cama el resto de la vida.
–¡Anímese,
hombre! ¿Ponemos lo de siempre?
–Sí.
–¡Hola
preciosidad!
–¿Qué
tal, zalamero? –contestaba la hija del candidato a alcalde–. Dame un vaso de
cacao y el donuts.
–Marchando.
Aquel
hombre de dentadura blanca, al frente del legendario quiosco, cuidaba así de la
clientela que hacía un alto en su camino. Las avenidas empezarían a colapsarse
de carros lujosos tocando constantemente los cláxones, con carrocerías
impolutas donde los ejecutivos cerraban acuerdos multimillonarios aumentando la
facturación en sus negocios. Todo resultaba frenético y a la vez ficticio, pero
era la colmena con paneles de éxito y fracaso de nuestro hábitat, esa frontera
que después conocimos entre el todo y la nada. Algo más allá de donde vivo ahora,
en Lafayette Blvd, el First Independence Bank, único banco de
propiedad afroamericana que hay en Michigan, también tendría mucho tránsito de personas.
El día que lo inauguraron, 11 de mayo de 1970, yo tenía 12 años y pensaba que
la vida consistía en arrebatarles territorio a las tribus indias y hacerse
limpiar los zapatos por los esclavos de color. Chul-Moo, nuestro cocinero
coreano, iba a sorprendernos en la cena con un verdadero manjar: cola de langosta
con tiras de wontón crujientes, pero su buena intención se fue al traste.
–¿Es
cierto que han abierto los negros una entidad bancaria en el mismo centro de Detroit?
–preguntó mamá mientras que Emily, el ama de llaves, comprobaba que no faltase
de nada en la mesa y los cubiertos estuviesen bien colocados–. ¿De dónde diablos
habrán sacado inversores?
–De
las plantaciones de algodón desde luego que no –aseguró papá–. Veremos qué
ocurre.
–¿Nos
afecta?
–Desde
el punto de vista empresarial cuantos más ciudadanos dispongan de créditos para
cambiar de coche mayor será la venta que hagamos y por tanto aumentaremos la producción.
–¿Entonces
cuál es el problema? –preguntó ella–. Niños, no deis patadas por debajo que
tiraréis las copas.
–Pues
que el poder les hará fuertes y eso no nos interesa.
–Señor,
llaman de la oficina –irrumpió Brody con la cara descompuesta–, quieren hablar
con usted.
–¿Te
han dicho el motivo?
–Será
mejor que se ponga, es muy urgente.
–¿No
habíamos quedado en que durante el desayuno no habría interrupciones –mamá elevó
el tono– y respetaríamos este espacio para estar juntos?
–Lo
siento, querida. Y vosotros –nos señaló con su dedo acusador– haced el favor de
obedecer. Enseguida vuelvo. –No lo hizo, y le vimos salir en su auto a toda
velocidad.
Apostados
en la verja de la entrada a la Motors Carson Company, un despliegue de medios
de comunicación con sus equipos a punto para conseguir en exclusiva las primeras
imágenes o entrevistas colapsaban el acceso principal a la fábrica.
–¿Se
puede saber qué ha ocurrido –preguntó papá malhumorado– y quién coño ha llamado
a la prensa? –El jefe de sección se encogió de hombros y comentó la fealdad del
asunto al correrse las voces de que la pieza causante del accidente hacía tiempo
que estaba fuera de servicio.
–Eso
es imposible, no puede ser. Haga el favor de callarse y no repetir tal barbaridad,
puede oírlo quien no debe. Ha sido un fallo humano, ¿me oye? Y ni se le ocurra
contradecirme delante de nadie. ¿Entendido? –El obrero asintió sumiso.
–¡Dios
castigará a los culpables! ¡Dios castigará a los culpables! –repetía alguien en
cuclillas junto a su caja de herramientas, mientras que otros lloraban
desconsolados y alguno, impotente, daba patadas al vacío amansando la rabia. Próximo
al departamento de montaje los uniformes del FBI y de los servicios de
emergencia se mezclaban formando un muro de contención.
–Vuelvan
a sus puestos –dijo papá levantando la voz al grupo de personas que estaban de
brazos caídos–. ¿Acaso creen que el sueldo se regala?
–Disculpe
–intervino el inspector al mando–, eso lo
tendremos que decidir nosotros, de momento, y hasta que no se aclaren los hechos,
han de permanecer aquí. Supongo que es usted el máximo responsable.
–Exactamente
el dueño de todo esto.
–Pues
tendrá que acompañar a los agentes para que le tomen declaración.
–Primero
díganme de qué se me acusa, no sé qué ha pasado.
–¿Ah,
no? ¡Venga ya! ¿Acaso no le han informado que según el testimonio de los
compañeros que estaban con el fallecido en el instante del suceso, de repente,
aunque subido en la grúa no había ninguna persona, esta giró y, al hacerlo, una
pieza de gran tonelaje se soltó del gancho aplastándole de cintura para abajo? Eso
descarta, aunque ustedes traten de hacernos ver lo contrario, la teoría de la
negligencia por parte de quien ya no se puede defender.
–Oiga,
yo estaba en casa, tan campante, desayunando con la familia y, en cuanto me han
avisado, he venido deprisa y corriendo. ¿Qué más quieren que haga?
–Entonces
no tendrá inconveniente en facilitarnos la documentación actualizada respecto a
la maquinaria, permisos de importación y exportación, revisiones, licencias,
contratos… Ya sabe a lo que me refiero: ese papeleo que gusta tan poco a
ustedes, los empresarios.
–Claro,
la secretaria se lo facilitará, pero le adelanto que esta compañía es muy seria
y legal.
–Identifique
al fallecido, por favor.
–Mejor
que lo haga mi segundo, son muchos y a la mayoría no los conozco personalmente,
él se encarga de las entrevista de trabajo y de la selección.
–No
perdamos más tiempo y hágalo.
–Es
que no…
–¡Ahora!
–Abriéndose paso entre las miradas de desprecio que le culpaban de todos los
males que allí ocurrían, se acercó inseguro, cegado por la cobardía de tener
que hacer frente a una realidad que le pisaba los talones. Apretó los párpados e
hizo lo imposible para despertar de aquel terrible sueño en otro lugar, pero el
esfuerzo fue en vano ya que tuvo que reconocer al que yacía tumbada sobre un
charco de sangre. Era el operario más veterano en la cadena de montaje ensamblando
motores. Hombre fiel, entregado al oficio y con el listón de la responsabilidad
muy alto. Le faltaban unos meses para su retiro y le había expresado al patrón
su intención de no hacerlo puesto que aún se encontraba en forma, lástima que
sus deseos se truncaran tan pronto.
La
llegada del juez para el levantamiento del cadáver trajo consigo el silencio de
los presentes, en el mismo instante en que un furgón fúnebre se lo llevó a la Oficina
del Médico Forense del condado de Wayne, para realizarle la autopsia. A su
vez, el FBI metió en bolsas precintadas las pruebas que recogió y tomó huellas de
las superficies. Antes de irse les comunicaron que serían llamados a declarar.
–Lo
siento, señor –se disculpó el abogado de la empresa–, estaba en el Tribunal y
hasta ahora no he podido salir.
–Vayamos
pues a mi despacho –dijo papá– y rece para que su ausencia no me perjudique.
–Ahí
fuera hay montada una buena y hablan hasta de intento de asesinato –comentó el
letrado–, ya sabe cómo son estas cosas, se corren las voces y no hay quien lo
pare, además activistas en pro de los derechos de los trabajadores están
manifestándose.
–Que
los de seguridad los desalojen. Lo primero encárguese de los gastos de entierro,
mande una corona de flores y asegúrese de que los allegados reciben este cheque
–lo extendió según subían las escaleras–. Contacte con todos los amigos
influyentes que nos deben favores, quiero que muevan sus traseros y se esfuercen
para que el accidente aparezca en la opinión pública como un descuido de quien
ya no tenía sus cualidades físicas a pleno rendimiento y, por consiguiente,
tampoco los reflejos. La Motors Carson Company no puede permitirse
escándalos de esta índole, estamos a punto de cerrar un acuerdo importantísimo en
el mercado Oriental y eso nos perjudicaría bastante, no sólo en la actualidad,
sino a futuro.
–¿Y
usted cree que con un manojo de dólares va a callar a la viuda y huérfanos? Creo
que no lo debe de hacer porque es como reconocer la culpa, y eso es lo último
que queremos, ¿no?
–Los
de abajo andan siempre pasando la lengua por el suelo a ver si se les pega
alguna moneda que a los de arriba se nos caiga por un roto del pantalón –soltó
sin percatarse del desprecio que despertaba en sus semejantes.
–No
sé, deje que lo estudie y pregunte a la gente del taller, es mejor ir sobre
seguro que tener que improvisar en el momento.
Transcurridos
seis meses llegó al departamento de administración una carta a nombre de papá
en la que lamentaban las molestias ocasionadas hasta esclarecer los hechos del
accidente y en cuyo informe notificaban que la causa de la muerte del obrero
fue por infarto de miocardio y no tras caérsele encima un embalaje con salpicaderos
y sistemas de dirección, algo debido simplemente a una circunstancia fortuita.
Y así, tal cual, salió una nota de prensa. Sin embargo, de haber ocurrido a
finales de ese mismo año, cuando el presidente Richard Nixon firmó la Ley de Seguridad
y Salud Ocupacional para la mayoría de los trabajadores de Estados Unidos,
quizá la investigación habría ido por otro camino. En cualquiera de los casos, ahora
recuerdo que la familia no se quedó quieta…
Salgo
de casa y voy por la Avenida Michigan hasta Washington Blvd, hace frío, olvidé
la bufanda y una capa de polución que se mastica hace de falso techo entre la
tierra y el cielo. Frente a mí hay un hombre suspendido en el aire limpiando los
grandes ventanales de apartamentos que aún no han sufrido el desahucio, lleva
un arnés fluorescente y va sujeto por un cable de acero, me pregunto qué
pensará de nosotros al vernos cual trashumancia humana. Según avanzo evito
pasar por delante de los sórdidos callejones donde quedan restos de sangre y
semen o el destrozo de cualquier ajuste de cuentas en la noche anterior. Un
poco más allá observo que la fachada de uno de los edificios más antiguos de la
ciudad tiene una estructura de hierro que la sujeta por dentro, donde todo está
demolido evitando así que lo ocupen maleantes y delincuentes. Movido por lo que
un día fui y tuve, sigo con el olfato a un grupo de personas que saborean una
salchicha metida en un panecillo untado con frijoles, chili, mostaza amarilla y
cebollas crudas que muerden delicadamente para no mancharse el traje, lo mismo
que hacía yo cuando creía que ser uno de los tipos más importantes de Detroit era
parecido a tener las llaves del Universo. Sin embargo, la mala baba del tiempo
con toda su crudeza vino a demostrarme lo contrario…
Me gusta mucho interactúan los personajes y lo bien ubicados que están. Sigue por ahí que vas muy bien.
ResponderEliminarNunca había oído lo de "Oficina del Médico Forense Principal", lo que estoy aprendiendo contigo.
ResponderEliminarHace muchos años viajé por Estados Unidos y doy fe de muchas de las cosas que cuenta
ResponderEliminarMe encanta el relato. Me ha enganchado desde el primer momento. Gracias. Besos
ResponderEliminarMe encanta el relato. Me ha enganchado desde el primer momento. Gracias. Besos
ResponderEliminarLeer tus relatos es evadirse de la realidad actual, lo que a veces es hasta curativo.
ResponderEliminarIntuyo que, con todos estos detalles costumbristas de la época, nos estás llevando hacia el meollo de la historia.
Gracias por todo lo que nos das.
Esta nueva novela tiene muy buena pinta. Me sorprende la capacidad para describir a los personajes así como la riqueza de detalles para contextualizarlos. Ofreces muchos datos y detalles que nos ayuda a visualizar el entorno en que se desenvuelven y a situarnos espacialmente.
ResponderEliminarPor supuesto, ya quedo pendiente de tu cita quincenal.
Uno de tus dones es el del conocimiento profundo del comportamiento humano. Admiro tu estilo propio y auguro una obra sobresaliente. Gracias por tu generosidad. Besos
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