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El 28 de junio de 2018 el destino cambió para Helen Wyner al incorporarse a la plantilla de una de las más prestigiosas escuelas en Foley, ciudad del condado de Baldwin, estado de Alabama, donde ocuparía la vacante dejada por jubilación del anterior secretario. Distribuir la correspondencia, ayudar a padres y alumnos con el papeleo burocrático en la inscripción de matrícula, atender otros asuntos de dirección y disponer de un despacho en el edificio principal, la hacían sentir importante. Así que, habiendo pasado por numerosos empleos en los que no cuajó, cruzó los dedos, apretó los párpados, se dejó llevar y puso todas las expectativas en éste. Era su primer día y los nervios ralentizaban los preparativos antes de salir. Hizo un esfuerzo por concentrarse y ahuyentar los pensamientos que la enganchaban a las bridas de sus inseguridades. Quería causar buena impresión, por eso, se esmeró limpiando los zapatos, planchando el uniforme y abrillantando la placa donde se leía su nombre. Imaginaba que la jornada sería larga y que lo mejor habría sido hacer un desayuno contundente a base de huevos, tocino crujiente, hamburguesa de salchichas, croquetas de patata y jugo de naranja. No obstante, aunque sí envolvió un sándwich de ternera con hojas de col, que guardó junto con la agenda, sólo pudo beber un café. Eran las 6:03 a.m. y en el horizonte la habitual pareja de halcones visitantes recortaba con su vuelo el inicio del amanecer. Mientras dejaba en el fregadero la taza con agua, puso la radio. En la emisora local daban la noticia del tiroteo masivo ocurrido en las oficinas de la editorial del periódico The Capital, en Maryland, donde murieron cinco personas y otras tantas resultaron heridas de gravedad y trasladándolas al hospital en estado crítico. Comprobó que uno de los grifos seguía goteando y anotó en la pizarra de la cocina un aviso para acordarse de llamar al fontanero. Se le aceleró el corazón con una mezcla de emoción y de respeto. Abrió el garaje con la palanca manual y puso en marcha el motor.
Conforme se alejaba en su Chevrolet de 1994 vio la sombra del columpio, en el que cada tarde se sentaba a leer, reflejada en el suelo de madera. Rodeada de prados verdes y de Azaleas que ella misma había plantado, se ubica su casa en el cruce de Liviana Ave con Chicago St., un rincón apartado, tranquilo, enmarcado en la sencillez de lo necesario y donde el silencio es quebrantado tan sólo por el generador de algún vecino y el festín que entre basuras se daban los roedores. Descendiente de aparceros, es la quinta de seis hermanos de los cuales sobreviven dos. Criada en el ambiente sureño de respeto a la bandera y aferrada a sus señas de identidad, la inculcaron la costumbre de visitar los cementerios donde estaban enterrados los antepasados caídos en la guerra. También se acostumbró a asistir a las representaciones de las batallas donde tuvieron lugar. De niña lo hacía cogida a la mano de su padre, un hombre fuerte al que la tuberculosis se lo llevó a muy temprano. A diario, asistía al templo baptista donde era reconfortada por el pastor, aún lo sigue haciendo. Una bella construcción de una sola planta en ladrillo rojo, escalinata con barandilla de hierro forjado a ambos lados, farolillo siempre luciendo sobre la puerta abierta a servicio de la comunidad y tejado simulando tiras grises ensambladas unas con otras, configuraban la estructura de una de las piezas más importantes para los lugareños. También es el punto de encuentro donde se desarrolla la actividad social. El coro, formado por miembros de casi todas las edades, además difunde el evangelio a través de la música que comparten con los feligreses y su presidente se ocupa de iniciar la oración cuando ensayan o justo antes de elegir el repertorio. Cumplió dieciocho años y la prepararon una gran fiesta a la que acudieron primos, amigos y compañeros de clase. Al término, antes de agradecer la asistencia a los presentes y los bonitos regalos, cogió la mano de su novio, propusieron un brindis y anunciaron el compromiso. Siete meses después él se enroló en la marina y nunca más se supo de su existencia. Había nacido para casada –o eso creía– al igual que las demás mujeres de la familia, educadas para cocinar y criar niños, limpiar habitaciones llenas de juguetes, zurcir calcetines, reinventarse para estirar la economía y levantarse al alba teniéndolo todo preparado. Pero asumió el contratiempo y poco a poco fue levantando cabeza. No lejos de esa fecha, su hermana Beth, dos años menor, la rebelde, la inconformista, la defensora de los derechos civiles, un alma libre, sin ataduras, independiente y feminista, tan distinta de ella, se casaba por sorpresa en Las Vegas. Tiempo después el idílico romance se tornó en pesadilla, ya que, aquel hombre encantador al principio, con un halo misterioso que inquietaba, movió los cimientos de la joven apartándola del núcleo familiar. Nadie pudo imaginar entonces el sufrimiento y el dolor irreversible que les causaría un escabroso suceso que estaba por llegar y cuya consecuencia les marcaría para siempre…
Elberta, donde reside, es un lugar tranquilo, de pocos habitantes, un costo de vida bajo en comparación al resto del país, dominado por el Partido Republicano y con la religión como su eje principal. Al igual que en todo el territorio, la gran mayoría de blancos portan el rifle sobre la ventanilla trasera de sus camionetas, hacen acopio de víveres no perecederos y poseen más de un arma. Saben que los escogidos serán pocos y subirán al cielo en cuerpo y alma, los que se queden en la Tierra hasta la segunda venida de Cristo, sufrirán ataques y hambre. La U.S. Ruta 98 que va de Mississippi a Florida, atraviesa el pueblo partiendo su perímetro en dos. Alabama se sitúa dentro del llamado cinturón de la Biblia que comprende la zona central, sur y este de USA. Su gen supremacista es tan poderoso que justifican el odio como única realidad y bloquean con su actitud la enseñanza de la biología evolutiva, los derechos civiles para las personas LGBTI, niegan el calentamiento global, discriminan a todo ateo que quiera acceder a un cargo público, rechazan la educación sexual, la igualdad de la mujer, las políticas inclusivas y la desmembración de la Iglesia respecto al Estado. Anclados en el ambiente que se creó a mediados del siglo XIX, cuando la esclavitud fue fundamental para alzar la economía, muchos alabameños siguen instalados ahí y tratan con desprecio y altanería a los afroamericanos. Sin embargo, ésta es también una región rica en agricultura donde destaca el ambiente rural sureño. Uno de los sitios más atractivos que hace de este lugar un punto de descanso para aquellos que quieran ir a las playas del golfo, es Roadkill Café, un restaurante de estilo buffet, famoso por su pollo frito y el puré de patatas. Pero, Sweet Home Farm, la granja familiar de quesos que se diferencian de los de venta en establecimientos convencionales al no llevar en su elaboración conservantes ni colorantes, es de obligada parada para el turista.
Apenas había tráfico, así que, las 43,1 millas hasta la ciudad de Foley las hizo casi en solitario. Aunque cumplía los requisitos para el puesto muy por encima de lo exigido los repasó mentalmente. Llegaba con tiempo suficiente y al inicio del curso le faltaban aún unas semanas, no obstante, apretó el acelerador. Aparcó junto a la hilera de los School Bus amarillos, y algún que otro auto que supuso sería del personal. Cogió la mochila y con paso firme se dirigió a la entrada. Paul Cox, el consejero escolar con más antigüedad del centro fue el encargado de darle la bienvenida. Gafas redondas de cristal grueso, sobrepeso, piernas cortas aunque ligeras, corbata ancha a medio anudar, pelo engominado peinado hacia atrás y una cara siempre sonriente componían el perfil de este compañero al que no le importaba atender a la gente aún fuera de horario.
–¿Helen Wyner? –lee en la ficha que llevaba en la carpeta–. ¿Qué tal? Nos sentimos orgullosos de tenerte con nosotros y espero que tu estancia sea grata.
–Gracias, y yo de estar aquí –se dan un apretón de manos.
–Siento que el director no haya podido recibirte personalmente, pero tenemos un problema logístico y andamos de cabeza. Ya sabes. De todas formas está impresionado con tu currículum.
–No importa, habrá ocasión de conocernos. ¿Por dónde empiezo?
–Instalándote. Hay mucha tarea atrasada que habrás de actualizar. Sígueme –señaló hacia la derecha adentrándose en una amplia galería con la bandera de los Estados Unidos de América al fondo–. Hemos llegado. Este será tu cuartel general. Cuánto necesites atraviesas esa puerta y lo pides al departamento de administración, sin ellos nada de esto funcionaría.
–De acuerdo, pero seguro que me las arreglaré.
–El almuerzo es a las 12:00 p.m. y aquí valoramos mucho la puntualidad.
–Jamás suelo llegar tarde.
–Y ahora, si me disculpas, he de asistir a una reunión.
–Claro, faltaría más. –Un centenar de expedientes polvorientos salvaguardando la privacidad de cada alumno, sus debilidades, aprobados, suspensos y algunas amonestaciones por faltar a clase esperaban ser archivados. Dos semanas después, cuando había enriquecido la mesa de trabajo con varios objetos personales, olía a un ambientador de suave fragancia difícil de definir y mantenía en el alféizar de la ventana dos macetas con Gerberas, comenzó el curso.
–Madre mía, Helen –dice Betty Scott, la jefa de comedor abriendo la puerta de golpe–, esto ya no parece lo mismo.
–No creas, aún falta por decorar algo más.
–¿Qué has traído hoy de comida?
–Nuggets con guisantes y una galleta de chocolate.
–¿Hace un poco de bagre con alubias de careta?
–¡Venga!
Una mañana, entrado ya el otoño, según aparcaba en la plaza que tenía asignada, coches de la policía patrullaban alrededor de la escuela y en el interior del recinto también. Aquello le resultó raro, más aún cuando las sirenas de las ambulancias se acercaban a toda prisa. Vio mucho alboroto en el pabellón de las aulas y entendió que sucedía algo porque estudiantes, maestros y personal de administración increpaban a los agentes dispuestos a emplear la fuerza si no se apartaban.
–Hay un tipo atrincherado en el gimnasio –aclara uno de los profesores–. Tiene secuestrados a una veintena de chavales y al conductor del autobús donde venían. Además, ha disparado contra uno de mantenimiento, no creo que sobreviva.
–Dice que como alguien se acerque –añade Betty Scott– matará a los rehenes.
–¿Y quién es?
–Un universitario con problemas psiquiátricos. Cursó dos grados de secundaria con nosotros, pero no completó el tercero al ser expulsado por violento. Supongo que está poniendo en práctica su venganza. –El alcalde y el director de la escuela, ante la avalancha de personas que se les venían encima pidieron calma y paciencia hasta esclarecer los acontecimientos.
–A ver, presten todos atención, por favor –Paul Cox alzó la voz–. Vamos a colaborar para que los inspectores realicen su trabajo.
–Compatriotas –comenzó así el discurso del sheriff Landon–, nos enfrentamos a un ser despiadado e imprevisible, somos un blanco perfecto ya que desde su posición controla cualquier movimiento que hagamos, por eso creemos que lo mejor es que os llevéis a vuestros hijos cuanto antes. Hagamos una salida escalonada siguiendo nuestras instrucciones y no os pasará nada, mis hombres le distraerán. –Todos, excepto los padres de los chicos retenidos abandonaron la zona de peligro protegiendo a los más pequeños que lloraban asustados por la llegada del FBI.
Helen Wyner se sentó en el césped con las piernas cruzadas, tenía la boca seca, le temblaba el labio inferior y necesitaba gritar. Alguien repartió agua y los perros guardianes dejaron de ladrar. Pensó en su hermana Beth que a esa hora estaría tendida en el sofá esperando que el día se acabara lo antes posible. Sacó el móvil y la llamó suponiendo que la noticia habría corrido como la pólvora e imaginando la preocupación que tendría por ella.
–¿Esta mamá contigo? –No respondió–. ¿Ha vuelto de pasear? –Silencio absoluto–. Tómate las pastillas y no te preocupes que todo está bajo control. Anda, apaga la televisión que en cuanto pueda voy. –Al otro lado del teléfono tan sólo se oyó el clic de colgar.
Suave despertar en principio pero luego ya nos pones el cebo para tenernos pendientes de la próxima entrega.
ResponderEliminarÉsto promete.
Buena entrada de curso��
Cómo no podía ser de otra manera: magnífico inicio y fiel a tu querido Estados Unidos. La historia promete. Enhorabuena una vez más. Un beso, nena
ResponderEliminarEsto promete! Me ha gustado mucho el comienzo de esta historia, me ha enganchado desde el principio. Muchas ganas de seguir leyendo. Enhorabuena! Besos
ResponderEliminarTu literatura es siempre escuela para mí
ResponderEliminarMagnífico, Mayte!!!
ResponderEliminarMe ha encantado Gracias Besitos
ResponderEliminarEste relato empieza con mucha fuerza.
ResponderEliminarSabes engancharnos.
Promete...y mucho.
Gracias,Mayte.
¿Qué pretendías, engancharme de entrada? Pues objetivo logrado, ya me tienes deseando que llegue la siguiente entrega.
ResponderEliminarSe lo he leído a mi hermano, ingresado con un ictus, ha levantado el pulgar y se ha llevado la mano al corazón. ¿Qué más te puedo decir, Mayte? Gracias, muchas gracias. Besos.
A por el segundo, es como las series que te gustan, en vez de esperar al siguiente, quieres leer al menos tres de golpe! Gracias!
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