12.
‘¿Qué tal compañeros?
–la prudencia de Jeff evita preguntas de incómoda respuesta–. Celebro que hayáis venido tan rápido’. ‘A ver, dinos
qué ha pasado exactamente’. ‘Pues que la Comisión Reguladora Nuclear aprueba
vender la legendaria planta Indian Point Energy Center, ubicada a 24 millas al
norte de Manhattan’. ‘¿Cómo te has enterado? –interrogo
mientras reviso las cartas de correo que aún permanecen sin abrir sobre mi mesa–. ¿Quién la compra?’. ‘Por la prensa local. Una
empresa de Nueva Jersey’. ‘Holtec Decommissioning International se
encarga del desmantelamiento, ¿no?’. ‘Sí, ¿por?’. ‘Conozco a
alguien que puede proporcionarnos información de primera mano –suelto
sonriente–. Es un fotógrafo amigo de Alaia que maneja con mucha
mano izquierda estos asuntos y está muy bien relacionado. Después le localizo,
igual hasta nos puede adelantar algo’. ‘Estupendo. Hace tiempo
publicaron la noticia de su pronta desaparición –continúa
nuestro crack informático–, pero ya sabéis que la carrera a
la presidencia de los Estados Unidos lo ha acaparado todo. Por suerte con el
equipo que está configurando Biden estas cosas van a cambiar’. ‘Ahora que lo dices es verdad, el reactor de la Unidad 2 a lo largo
del río Hudson –interviene William– lo cerraron por la
presión ecológica que recibieron’. ‘Cierto, el grupo
ambientalista Riverkeeper –contesta el otro– ha denunciado últimamente la muerte de peces así como la contaminación del suelo y del agua’. ‘¿Qué posibilidades hay de meter ahí las narices? –dirijo la
conversación para concretar–. ¿Y cómo lo podríamos plantear
para que a los jefes la idea les resulte atractiva?’. ‘Hombre, ya que tienes un posible contacto veamos qué cuenta. Y con
respecto a los de arriba yo creo que están muy sensibilizados con todas las causas
que presentamos’. ‘Muy bien. Ponte a ello, por favor. Iremos en mi coche’.
‘Son casi diecisiete horas de camino. ¿Y por qué no en avión?’. ‘Hay
que dar ejemplo y usar aquellos transportes que ensucian menos la atmósfera’.
Se queda ocupándose de la logística que vamos a necesitar y nosotros nos
salimos a la calle digo: ‘Cógete un vuelo para Ecuador, iré yo solo, es la
única manera que se me ocurre de ayudarte sin levantar sospechas. ¿Te parece?’.
‘Claro, y te lo agradezco muchísimo’. Antes de despedirse confiesa que
está muerto de miedo por la paternidad.
‘Mamá, perdona la tardanza –mis
palabras suenan a culpabilidad–, acabamos de llegar
del Golfo de México y tenemos todo el material por organizar. ¿Cómo estás?’. ‘Ahora bien, cuando intenté contactar contigo, mal. Tu padre resbaló
en el supermercado y tiene el hombro roto. Pero claro, eso para ti es insignificante
ante la posibilidad de convertirte en el adalid del medioambiente, ¿verdad?’.
‘Joder, eres tremenda –sus palabras envenenadas de rabia y disgusto
caen sobre mí despertando la zozobra que tantas veces me noquea–. ¿Por qué no dijiste el verdadero motivo? ¡Habría venido!’. ‘No me hagas reír. ¿Tú crees? –se carcajea–. ¡Venga ya, hijo!’. Incapaz de réplica ante tal afirmación me dejo
tentar en el mercado negro de la falsa calma: quebradiza, irreal, amurallada…
No obstante, decido ir a verlos. Así pues, agarrado fuertemente al volante para
que no se me escape la vida, cruzo la ciudad sobrecogido, náufrago con las heridas
abiertas y la sensación de no estar allí donde me necesitan porque siempre hay
algo que me distrae, que me aleja, que me dispersa… Quizá sea una manera de evitar
lo vulnerable que siempre nos deja a la intemperie. No lo sé. Observo el vacío
de las calles parecido al de mi corazón en estos momentos, el clamor atenuado
de los escaparates sin reclamo, los semáforos que cambian sin espectadores impacientes
pisando el acelerador. Hay luna llena, una camada de pájaros la cruza partiéndola
en dos, cual juncos adheridos al dique seco de la supervivencia que migra a
otro hemisferio. Según avanzo reconozco la casa donde viven mis padres, ubicada
en W Center St con la 18 Ave NW, está rodeada de mucho césped, árboles de ramas
apretadas, estrechos caminos de grandes baldosas que te adentran a pie de un
bosque en mitad de lo urbano conectándote con la tierra. Bajo el alfeizar de la
ventana de la buhardilla, enganchada en un mástil horizontal, hondea la bandera
de las barras y estrellas. Recuerdo que siendo niño estuve muy enfadado porque
no me dejaban colgar una canasta de baloncesto en la parte de atrás y en cambio
ellos sí podían tener aquel palo absurdo con ese trapo. Si cierro los ojos y
reduzco la velocidad soy capaz de detener el motor justo delante de la fachada
pintada de amarillo chillón, el color preferido de mi familia. Excepto mío. Respiro
al ver el garaje abierto, señal que papá anda restaurando alguna cosa antigua,
como aquella cámara de fotos que consiguió para Alaia y que hoy es toda una
pieza de coleccionista. ‘Hola –nadie responde–. ¿Hay alguien? –digo, para que no se asuste–. No te enfades
mucho conmigo, ¿vale?’. El ruido de herramientas entrando y saliendo de su caja
es ensordecedor. ‘Markel, ¿eres tú? –entre los trastos viejos asoma la
cabeza del vecino–. Aquí estoy, con estas maderas. He llevado la corta
sierra a reparar y tengo que terminar de montar unas estanterías. ¡Cuánto tiempo
sin verte! ¿Cómo te va?’. ‘Bien, ¿y a vosotros? Aumentó
la familia, ¿no?’. ‘Sí, mi niña me ha hecho abuelo y estoy como loco, es
un sentimiento maravilloso. Bueno, me voy. A ver si acabo pronto –señala los
tablones que sostiene bajo la axila–, que tenemos que ir a
la iglesia. Un gusto saludarte. Diles que volveré mañana’. ‘Por mí no lo hagas’. ‘Tranquilo, no es por ti –antes de
desaparecer pregunta–: ¿Crees que el planeta se va a hacer puñetas si no
hacemos algo pronto?’. ‘¿Estás interesado en el tema?’. ‘¡Qué
va!, es que el mediano de mis hijos, no hace más que darnos la lata con lo que,
según él, hacemos mal. Y como sé que tú estás metido en ese berenjenal… Pues
eso’. ‘Toma el número de teléfono, si quiere que me llame a la oficina’.
La mira con recelo y pasa junto a mí sin rozarme.
‘No regañes al chico, ¿me oyes?’. ‘Eso, ponte de
su parte. Ya podréis: dos contra una. ¿No te das cuenta?, pero si no nos hace
ni caso’. ‘Eh, ¿qué pasa? –apaciguo–, parecéis críos’. Callo y compruebo que el aparatoso accidente de papá
es tan sólo un desgarro muscular a consecuencia de la caída. Dicho de otro
modo: mamá ha ejecutado una maniobra perfecta para llamar mi atención. ‘¿Cómo
te va, muchacho? –dice él–. ¿En qué andas metido?’. ‘Bueno, ya sabes que nuestra lucha no tiene descanso. En breve tengo
que viajar a Nueva York’. ‘¿Sabes que te ha salido competencia?’. ‘¿Quién?’.
‘El hijo de Eugene –me guiña un ojo y comprendo que lo hace para provocar
a su esposa–. Creo que no para de hablar del efecto invernadero y del
acuerdo que han de alcanzar los países para subsanar la contaminación’. ‘Ahora
estaba en nuestro garaje y ya me ha contado. Le he dado una tarjeta para él
porque es muy interesante que la gente joven se implique’. ‘Me alegro, son
buena gente’. ‘¿Cuántos años tiene?’. ‘Exactamente no lo sé, unos
veinte más o menos’. ‘¿Cómo se llama?’. ‘Steve. Toma –me da
unos recortes de prensa con las conclusiones finales de los recuentos de votos
y el reconocimiento y felicitación a los demócratas por parte de líderes
republicanos por su triunfo en las elecciones–, para que lo guardes’. ‘Gracias.
Tenemos puestas bastantes esperanzas en el presidente electo en cuanto a
políticas ecológicas’. ‘Entonces, ¿Gina McCarthy y Michael S. Regan te
parecen buenas apuestas?’. ‘Sin duda. Ella, que ahora será Asesora
Nacional del Clima, ha dirigido la Agencia de Protección Ambiental de los Estados
Unidos, cargo que pasa a él, un afroamericano que ha trabajado estrechamente
con el gobernador de Carolina del Norte quien lo califica como un tipo
dispuesto siempre a consensuar. Por tanto, nuestras expectativas son grandes al
respecto’. ‘Muy acertado lo de incorporar al equipo a personas de color
después de la repercusión que las agresiones raciales están teniendo en la
sociedad’. ‘Mamá –digo, para integrarla en la conversación–,
¿vosotros no teníais invertido en un Fondo de Pensiones?’. ‘Hombre, al
fin te dignas a hablar conmigo. Hace tiempo que lo contratamos. ¿Es que quieres
tu parte de herencia?’. ‘No seas “sinsorga” –expresa papá con marcado
acento vasco– y escúchale’. ‘Quizá sea momento de vender y poner el
dinero a buen recaudo’. ‘Pues no se hable más –concluye tajante él–,
así lo haremos’. ‘¿Te duele? –refiriéndome al brazo–. ¿Cuánto has
de llevarlo en cabestrillo?’. ‘En principio quince días, pero todo dependerá
de cómo esté. La próxima semana tengo cita con el traumatólogo. Estoy bien, no
me molesta demasiado, es que tu madre es una exagerada y te ha hecho venir’.
‘¡Qué va! Pensaba hacerlo, sabéis que estoy encantado. Además: ¿qué hay de
cena?’. ‘¡Serás bandido! A la cocina los dos – ordena enfadadísima, a
la vez que da un golpe suave sobre el sillón–. ¡Vamos!’. Mientras corto
la col en juliana para la ensalada americana, se me despierta un apetito feroz
con las albóndigas suecas que mi madre prepara como nadie. Sobre todo la salsa
a base de puré de patata, mermelada de arándanos rojos y pepinillos. El vino es
exquisito y la velada transcurre intensa, aunque breve. Sugieren que duerma en
mi antiguo dormitorio porque se ha hecho tarde para atravesar la ciudad, lo
pienso ya que cuando me abrigan esas cuatro paredes parece que el tiempo se
detiene y me lleva a escenarios muy felices, pero la responsabilidad y todo cuanto
he dejado pendiente hacen que, tras el segundo whisky, regrese a mi solitaria y
austera burbuja.
A
la mañana siguiente, tendido sobre la cama y con la ropa de la jornada anterior
a medio quitar, despierto con la lengua pegada al paladar y la resaca áspera como
la lija. Me tiro de la cama, son las 6:45 a.m., hora de salir a correr por el
vecindario, pero apenas me responde el cuerpo y lo más que llego es hasta la licuadora
donde introduzco un surtido de zanahorias y remolacha que bebo casi sin
respirar. En televisión, un locutor con voz hueca y falto de empatía, hace un
resumen de algunos acontecimientos ocurridos sin mención alguna a George Floyd
que murió asfixiado por la presión de una rodilla anclada en su cuello, Greta
Thunberg que puso cara a toda una generación de jóvenes preocupados por la
salud del planeta o Ruth Bader Ginsburg jueza de la Corte Suprema nombrada por
Bill Clinton y acérrima defensora de los derechos civiles a la que tanto echaremos
de menos. Sin embargo, es poca la atención que le presto ya que repasando los
e-mails acumulados sin leer o pendientes de contestar, encuentro uno del equipo
The Climate Reality Proyect, de Colombia, en el que muestran gran preocupación
por el relevo de Julia Miranda quien ha estado durante 16 años al frente de los
Parque Nacionales Naturales, lo cual provoca incertidumbre en cuanto a lo que
deparará el futuro a las áreas protegidas sin su supervisión. ‘Good Morning,
Glenn’. ‘¿Cómo te va, querido?’. ‘Oye, ¿aceptarías ir a Bogotá o
tienes planes?’. ‘No, ninguno. ¿Cuándo salimos?’. ‘Lo siento,
esta vez irás solo, no puedo acompañarte’. ‘De acuerdo’. ‘¿No
quieres saber los motivos?’. ‘Me lo pides tú y es suficiente. Por cierto,
he visto a Deanna Leone y está enfadadísima contigo’. ‘Es verdad, la tenía
que haber llamado. Hoy lo hago sin falta. ¿Te paso por correo electrónico toda
la documentación que tengo respecto al lugar adónde vas?’. ‘Claro’. ‘Bueno,
pero para que vayas abriendo boca te diré que viajarás a Chiribiquete’. ‘¿A
la cadena montañosa en medio de la meseta amazónica? Me encanta la propuesta. Voy
a hacer la maleta’.
Nunca dejas de sorprenderme. Un beso
ResponderEliminarComo siempre, un placer poder disfrutar estos ratitos de lectura. Gracias. Besos
ResponderEliminarNo hace falta comprobar para saber que los datos que aportas en cuanto a localizaciones o personalidades son tal cual los describes. Chapeau por el trabajo que te tomas para nuestro enriquecimiento.
ResponderEliminarEl cuidado lenguaje, la exhaustiva documentación, las relaciones de los personajes y sus luchas... Muy buen trabajo en un mundo de urgencias e improvisaciones.
ResponderEliminarGracias y, como bien dices, cuídate. Besos.
¡Buen trabajo Mayte!de documentación, concienciación y entretenimiento. Besitos.
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