domingo, 3 de enero de 2021

No puedo respirar

9.

Si me paro a analizarlo tal vez Jeff Blocker sea el más disciplinado de todos nosotros y quien siempre tuvo bastante claro a qué quería dedicarse en la vida. Nacido cinco años antes de finalizar la Guerra de Vietnam, creció en un ambiente libre y distendido, en el seno de una familia que entendía el concepto universal de patria: como el conjunto de principios donde todos los seres humanos son iguales. Desde pequeño devoraba cuanto caía en sus manos sobre nuevas tecnologías, redes de comunicación y dos palabras que a menudo oía decir a los suyos: infraestructuras sostenibles. Junto a sus padres, comprometidos en lo social, asistió a importantes marchas por la paz y por los derechos civiles. El 6 de julio de 1973, siendo casi un bebé, presenció la reacción de cuatro monjas arrodilladas frente a la Casa Blanca orando contra la invasión de las tropas americanas en el país del sudeste asiático, acontecimiento que marcó la lucha pacifista. La primera etapa de la infancia la pasó viajando de un estado a otro, sin ataduras, en libertad y haciendo hogar allí donde encontraban un espacio agradable. Sin embargo, al comenzar la escuela media y viendo sus capacidades para el estudio establecieron la residencia en Los Ángeles, continuando la preparación académica en la Universidad de California donde se licenció en Ingeniería Informática culminando con un master para enriquecer su currículum. Los movimientos estudiantiles le mantuvieron pegado a todo aquello que consideraba justo, nombrándole portavoz en los comités de huelga. Su etapa profesional fue muy exitosa hasta que, en 2016, en Santa Mónica, en un simposio sobre desarrolladores de software, coincidió con una compañera nuestra The Climate Reality Proyect. En uno de los recesos ella le abordó y dijo admirarle por las declaraciones hechas a la prensa en contra de la venta libre de armas a consecuencia del atentado ocurrido ese mismo junio en la discoteca Pulse, un pub gay de Orlando, donde murieron muchos jóvenes y otros tantos resultaron heridos. Terminado el evento fueron juntos al entierro de Tom Hayden, ex marido de Jane Fonda y gran activista que posteriormente ganó elecciones a la Asamblea y el Senado estatales desde donde luchó por la educación y los derechos civiles para todos. Así fue cómo comenzó el vínculo con nosotros. Ahora, una vez apartado de su antiguo trabajo se ocupa de darnos cobertura online y facilitarnos documentación cuando estamos lejos.
          Tengo la sensación de haber dormido varios siglos seguidos debido a la pesadez de los párpados y los continuos calambres que siento en las pantorrillas como si fueran descargas eléctricas. El tono insistente de la videollamada interrumpe el silencio de la habitación. Me tiro de la cama, espabilo el sueño plomizo y arrugo los ojos para ubicar el presente. ‘Markel, tío. Llevo llamando más de una hora –dice Jeff, exaltado–. ¿Dónde te metes?’. ‘Atrapado entre mis fantasmas’. ‘Anda, déjate de gilipolleces y presta atención. Abre el e-mail que acabo de enviarte’. ‘Espera un momento que enciendo el portátil –sueno gangoso–, a ver si hoy va mejor la conexión porque ayer fue desastrosa’. ‘Mira, además de la zona muerta del golfo de México, adonde vais, he visto también estas otras: Bahía de Bengala, en el océano Índico. En el Mar Báltico hay una cuya extensión es igual a toda Irlanda, y también esa isla de basura que crece incontrolada entre Hawái y California’. ‘Estupendo. Ahora dame tu opinión’. ‘No es fácil. Yo diría que nos enfrentamos a una plaga oceánica de incalculable alcance. Fíjate, buscando datos en la herramienta Reality Drop encontré que la gente habla de la acumulación de algas que se observa en el Mar Arábigo, lo cual no sólo mata a las especies marinas, es que se expande hacia aguas dulces agravando todavía más la situación’. ‘¿Entonces?’. ‘Hombre, está claro, hay que llegar a la raíz del asunto y vislumbrar soluciones. Es decir: ¿Quién causa el aumento de la tasa de hipoxia en los mares? Las industrias que vierten sus sobrantes químicos. ¿Por qué hay tanto excedente de plásticos y otros materiales de un solo uso? Por el negocio multimillonario que gira alrededor y del que nadie quiere desprenderse. ¿Es rentable seguir comercializando contaminantes agrícolas? Sí, porque a mayor producción para entrar en el mercado de la exportación más cantidad de fertilizantes y pesticidas se utilizan. Con lo cual, los proveedores de dichos productos hacen caja. Pero son sólo algunos ejemplos, y en cualquiera de los casos con matices’. ‘Fantástico, pero explícate de manera sencilla para yo entenderlo’. ‘Estás espeso, ¡eh! Hay modelos que nos indican que algo tan simple como un cambio de costumbres minimizaría los problemas medioambientales. Háblalo con Glenn Clemmons, él es el experto’. ‘Gracias, compañero. Por cierto: ¿llamaste al oncólogo de Georgia?’. ‘’. ‘¿Y?’. ‘Pues nada, que ha sido una locura viajar con la quimioterapia recién puesta, aunque conociéndola no le extrañaba en absoluto’. ‘¡Qué jodía, algo así me olía. Cuídate, y no abandones el barco’. ‘No pienso hacerlo. Oye, Deanna Leone ha preguntado por ti’. ‘Gracias, ya la llamaré. Si vuelve, díselo’. ‘Descuida. Y tu madre ha pasado por aquí un par de veces. Dice que tiene que darte una noticia muy importante. Y que vengas inmediatamente de donde quiera que estés. ¿Qué hago?’. ‘Bah, ni caso’. ‘Vale. Hasta pronto, pues’. ‘Adiós’.
          Las escaleras de madera alfombradas llegan hasta la pequeña recepción The Andrew Jackson Hotel donde los dos últimos peldaños crujen avisando al distraído recepcionista de que alguien baja. Llevo el pelo aún mojado, el iPad sin wifi y un ejemplar de la prensa local abierto por la página donde pone que Estados Unidos es uno de los países que reúne el mayor número de negacionistas climáticos. Mis compañeros, aislados cada uno con sus dispositivos digitales, van ya por la segunda taza de café. El día está soleado y es agradable tomar el desayuno en el patio interior. ‘¿Y Georgia? –pregunto, disimulando la preocupación–. ¿Aún no se ha levantado?’. ‘Salió a correr temprano –responden los tres casi a la vez–, dijo sentirse eufórica’. Nueva Orleans se ha reconstruido sobre las cenizas del Katrina pese a las heridas que continúan abiertas. Las bocanadas de jazz callejero ponen color a las calles de espíritu sureño. ‘Chicos, ha sido maravilloso –dice, emocionada, empapada en sudor y luciendo el chándal que nos regalaron en un mitin de Obama con su foto en la espalda, mientras acerca a la mesa de hierro forjado un plato con crepes rellenas de Nutella y rodajas de pera caramelizada con guarnición de fresas y uvas negras, más un té rojo–. He subido en St. Streetcar’. ‘¿Eso qué es? –pregunta Nelson–: ¿Una iglesia, un museo o algún monumento desconocido?’. ‘Pero cómo puedes ser tan bruto –salta William, irónico–, es el tranvía estadounidense más antiguo que todavía funciona’. ‘Tenéis que ver la mansión privada con arquitectura del siglo XIX que acoge la Milton H. Latter Memorial Public Library –continúa ella–, y los vecindarios que abarca tanto del Barrio Francés como del Carrollton. Son espectaculares. Markel, hijo, ¿te encuentras bien? Estás pálido’. Prefiero no contestar y evito así entrar en discusión, sin embargo, digo: ‘Será mejor que nos preparemos, tenemos que ponernos en marcha. He alquilado un carro. Es amplio, iremos cómodos. Y trajes de buceo con todo su equipo, los vamos a necesitar para inspeccionar el terreno’. ‘Perfecto. No se hable más. Voy a ducharme. Seguid tocando vuestras cositas’. Sale disparada guiñándonos un ojo y provocando en nosotros una fuerte carcajada.
          Sin perder de vista los coches que se cuelan por cualquier hueco de Convention Center Blvd, Glenn conduce despacio. A consecuencia de las obras de asfaltado y mejoras en algunos edificios emblemáticos, el tráfico es infernal. Así que, sin saber muy bien si acierta o no, se mete por S Peters St en el cruce con St Joseph St, donde en una de sus fachadas destaca un grafiti a tamaño natural de Louis Armstrong. Ralentizados, hasta poner los nervios de punta, conseguimos salir a otra de las avenidas principales. ‘¿Eso de ahí es donde hacen las carrozas para el carnaval? –dice Georgia señalando hacia Mardi Gras World–. Creo que hay un mirador precioso donde el almuerzo es mucho más ameno. ¿Por qué no lo vemos?’. ‘¿Hemos venido a hacer turismo o por trabajo? –respondo molesto–. Mirad, no sé vosotros, pero yo me quiero ir cuanto antes’. En los veinte minutos escasos que dura el trayecto por mi cabeza pasan miles de cosas. Sentado en el asiento del copiloto y temeroso de que la lengua de agua se altere y pueda tragarnos, a ratos vuelvo el rostro hacia el cristal de la ventanilla para evadirme, cuando no refugio los huesos y la incertidumbre entre gráficos y mapas que Jeff preparó antes de venirnos y en los que ha acentuado la oceanografía química, física y biológica para tener una idea aproximada del grado de contaminación al que nos enfrentamos. Tomo notas, y a la vez imagino a Alaia feliz con sus padres haciendo el mismo recorrido que yo. Entonces, no puedo evitar que ciertas imágenes regresen del fondo de mi memoria. ‘¿Estás bien, Markel?’, pregunta uno de ellos mientras nos adentramos en la zona industrial a lo largo de la desembocadura del río Mississippi, donde destaca la fábrica de azúcar Domino, flanqueada por dos torres largas de chimenea y todo lo que conlleva el complejo empresarial del muelle.
          Oye, ¿seguro que hemos quedado aquí? –digo, saliendo del auto– ¿No te habrás confundido con tanto zigzaguear?’. ‘Que sí, coño. Mira la ubicación que nos enviaron’. Una posible descoordinación entre la organización y nosotros nos ha dejado en tierra por algunas horas. El olor a podrido se hace insoportable. Glenn saca de su mochila unos botes esterilizados que después sella con un cierre especial, y en los que toma muestras del líquido viscoso del que retira con pinzas restos de basura: minúsculos pedazos de lo que aparentemente pudieron ser gomas de caucho, preservativos, tornillos oxidados… ‘Nelson, por favor, llama y pregunta por qué no hay nadie esperándonos’. ‘Eso, hazlo –salta Williams–. Por saber si aguardamos o nos volvemos’. La noche se nos ha echado encima disminuyendo la actividad con apenas cinco o seis operarios faenando en los astilleros. Mis compañeros, aburridos, dormitan dentro del coche a la vez que se apodera de mí una sensación extraña a la que no quiero darle demasiada credibilidad no sea que presagie alguna desgracia venidera. A lo lejos, ajenos a todo, enarbolando la bandera que ondea a ritmo de blues y country, cientos de personas bailan bajo el paraguas brillante de las luces nocturnas que luchan día a día por sobrevivir. Camino despacio, me apoyo en la barandilla y dejo que Georgia se coloque a mi lado. ‘¿Todo en orden, compañero?’. ‘No’. ‘Dale unas caladas. Sí, no me mires así, es hachís, prescripción médica. Dice mi oncólogo que fumándolo con moderación es terapéutico’. ‘¡Venga ya!’. ‘Te lo juro’. ¿Y tú crees que me quitará la presión que tengo aquí en el pecho a punto de estallar?’. ‘No me cabe la menor duda’. ‘El Katrina ha destrozado mi sistema inmunológico emocional y no sé cómo resetearlo’. ‘Bueno, muy fácil: Dejándote querer’. El ruido de la lancha motor que se acerca nos pone sobre aviso y despierta a los demás.
 

7 comentarios:

  1. Leyéndote da la sensación que tienes a Greta Thunberg de secretaria por lo minucioso de las descripciones, vaya documentación.
    Si a ello se une como desgranas los sentimientos del protagonista, el resultado no podía ser mas que el que tenemos a la vista, una buena historia a seguir.

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  2. Suscribo todas y cada una de las palabras escritas por "nortxu". Es increíble la sensibilidad con la que describes las emociones, los paisajes y los tirones de orejas, ojalá tengamos capacidad para aplicarnos el cuento.

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  3. Es fantástico poder estar en lugares y situaciones que no conocemos de cerca gracias a tu minuciosa documentación. Gran trabajo. Gracias. Besos

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  4. Trepidante e intensa narración. Año nuevo, sí, pero me vuelvo a encontrar igual que el año pasado, viajando por lugares insospechados, observando cómo sienten personajes ya 'familiares', sintiendo con ellos y deseando que pasen dos semanas.
    Mayte, que 2021 venga con "buenas ideas". Gracias, suerte y salud. Besos.

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  5. Fabulosa descripcion de lugares y acontecimientos, minucioso y buen trabajo. Felicidades Mayte, un abrazo

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  6. Menudo trabajo el que hay detrás de esta admirable y concienciante historia. Gracias Mayte por compartirla, para que aunque sea a unos cuantos,nos vaya calando a la vez que entreteniéndonos. Un abrazote.

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