11.
En la oficina del sheriff de
Carson City llevaban meses doblando turno dos veces en semana, algo que al agente
Adam Walker no le suponía mayor esfuerzo, ya que adoraba su trabajo de servicio
público a la comunidad. Sin embargo, esa noche llegó a casa más abatido que
otras veces. Su esposa le esperaba junto a la chimenea tejiendo el jersey que iba
a regalarle por su veinticinco aniversario de boda. Alejada del centro de la
ciudad, la zona donde vivían era muy tranquila, con un vecindario de gente
mayor que nunca había protagonizado ninguna clase de escándalo, pero en el que,
tal y como estaba aumentando la delincuencia en todos los estados, cualquier
precaución que se tomara era poca. ‘Hola, querido. En el horno te he dejado
un trozo de pastel de carne, puede que aún esté caliente’, –dijo–. ‘Gracias,
se me ha quitado el apetito. Bebí unas cervezas con los compañeros y no me
apetece comer nada’, –mintió él–. ‘Como quieras’. ‘Prefiero
acostarme. Hemos tenido un día bastante complicado’. ‘Entonces, descansa’.
‘Hasta mañana’, –agachó la cabeza, se detuvo, volvió a mirarla y con
resignación entristecida se dedicaron mutuas sonrisas–. Se quitó los
calcetines, los metió arrugados dentro de las botas y fingió dormir cuando ella
entró sigilosa al dormitorio y, para no despertarle, se tendió con mucho
cuidado a su lado, ajena al desvelo de su marido, que no pegó ojo en toda la
noche, dándole vueltas al asesinato de Alexa y su complicada historia personal
narrada por la abuela Mayalen y su abogada Mrs. Morgan. Repasaba de memoria
cada detalle, visualizando la escena del crimen, las presuntas negligencias que
según la letrada se cometieron en los primeros registros, así como la pérdida
de una muestra de tejido del agresor entre las uñas de la víctima, que aparece en
un primer informe y después ya no. Por su experiencia, sabía que, conforme
pasaba el tiempo, se hacía más difícil localizar ADN en entornos expuestos a
diversas inclemencias, o que hayan sido limpiados concienzudamente. A la mañana
siguiente, mientras tomaba un café negro en la cocina y con el expediente
abierto sobre la mesa, retuvo los rasgos de la joven dentro de sí e imaginó el
sufrimiento que pasaría esa diminuta persona durante su trágico final. Fue entonces
que un gélido escalofrío le recorrió la espalda, pensando que sus hijas de 15 y
16 años podrían haber corrido una suerte parecida. De vuelta al despacho, y
tras poner al corriente a sus superiores, activó el protocolo de investigación
que comenzaría con el interrogatorio del presunto culpable.
En
el taller mecánico propiedad de su familia, Johnny García realizaba trabajos
eventuales sólo cuando necesitaba dinero para saldar las deudas que adquiría en
el juego o en sus trapicheos de contrabando. Manchado de grasa hasta las cejas
y hurgando en las tripas de un Ford Thunderbird de los años setenta, reconoció
la voz del padre gritándole desde la calle. ‘Ya voy, coño. Espera un
momento. ¿No ves que estoy ocupado? ¿A qué tantas prisas, viejo tonto?’, –masculló,
lanzando un trapo sucio contra las herramientas–. Del coche patrulla, estacionado
en la puerta del local, se apearon dos policías musculosos, con una de las
manos sobre la culata del arma enfundada en el cinto, y la otra mostrando la placa.
‘A ver: ¿qué has hecho esta vez, desgraciado? Siempre nos traes problemas, chico’,
–exclamó uno de los hermanos que dirigía el negocio–. ‘Buenos días, agentes’,
–le devolvieron el saludo y llamaron por su nombre y apellido–. ‘Tiene que
acompañarnos’. ‘¿De qué se me acusa?’. ‘Nosotros cumplimos órdenes’.
‘Pues no pienso moverme de aquí, ni ir a ningún sitio, mientras no se me dé
una explicación’. ‘Eso tendrá que hacerlo el inspector encargado. Apresúrese
y no nos obligué a llevarle por la fuerza’. ‘Al menos dejen que me cambie
de ropa’. ‘Bueno, pero sin demora’, –respondieron–. ‘Si yo fuera
ustedes no me fiaría de éste. Es probable que se escape’, –dijeron desde dentro–.
‘Dejadle en paz y ocupaos de vuestras cosas’. ‘No te preocupes, mamá.
Enseguida vuelvo’, –dijo, besando la mejilla de la mujer–. ‘¡Eh!, ustedes.
Mucho cuidado con lo que le hacen al muchacho’. ‘¿Nos está amenazando,
señora?’. La miraron con temeridad e indiferencia y se metieron en el auto
sin más.
‘Allison,
la chica no declarará contra el Johnny. Además, amenaza con destruir la grabación
que guarda de una sesión de sadomasoquismo si no sacamos también a los suyos
del país’. ‘Ya, pero eso no depende de nosotros. Tú lo sabes y tendrás
que hacérselo comprender’. ‘¿Recordáis el caso de Morris contra Rogers?’,
–dijo Michelle–. ‘En estos momentos no, refréscanos la memoria’, –contesté
yo–. ‘Pues que nos llamó muchísimo la atención el jaleo que se formó en
Salem, la capital del estado de Oregón, cuando la prensa sacó a la luz el caso del
tiroteo que se produjo en un instituto en el que resultó muerto uno de los
profesores. El jardinero del centro, que andaba por allí, lo vio todo, con lo que
su testimonio era crucial para acusar al exalumno que sembró el pánico con una
recortada. Sin embargo, el hombre puso como condición que lo haría siempre que
su esposa e hijos entraran en el mismo programa que él. Las autoridades se
resistieron hasta que, fue tal la presión ciudadana, terminaron accediendo’.
‘Es verdad. Hubo grandes manifestaciones a lo largo del valle de Willamette
apoyando a la familia’. ‘Joder, letrada. Esta mujer parece que tiene una
computadora en la cabeza’, –soltó el detective–. ‘Ahora que lo refieres,
hay muchos puntos de conexión entre aquello y esto. Investiga lo que puedas al
respecto –indiqué a la becaria–. Habla con alguien del entorno de la víctima
y que te cuenten, así como con el abogado defensor y el director de la escuela.
En cuanto lo tengas les hacemos una visita’. ‘Perfecto, jefa. Me pongo a
ello’. ‘Os invito a unas cervezas’, –me salió de repente, supongo que
lo dije por no quedarme sola–. ‘Venga’. ‘Vamos’.
The
Beer City, en el cruce de S Curry St con W 5th St, conservaba el ambiente
del viejo oeste concentrado en un espacio para solitarios al final de la
jornada. Una de las paredes estaba cubierta de pantallas de televisión emitiendo
cada una de ellas canales diferentes que embobaban al grupo de granjeros en edad
fértil que hacían tiempo para acudir a la cita semanal en el burdel. Enfrente
de ellos, los más ancianos, exentos ya de cualquier necesidad erótica, acodaban
su soledad sobre la frágil cuerda de la nostalgia mientras la vida se esfumaba
delante de sus narices. Había también una de aquellas máquinas de discos en las
que, introduciendo una moneda de menos de cincuenta centavos, uno elegía
canción. Me acerqué a ella, y, tras pensarlo un buen rato, seleccioné Unwound,
de George Strait, uno de los más grandes intérpretes country
contemporáneos. La camarera, sujetando el lápiz en el borde de la oreja y asomando
el cuaderno de comandas por el bolsillo del delantal, mascaba chicle enfurecida.
Nos sirvió tres generosas jarras de cerveza y unas hamburguesas gigantes con
pepinillos, cebolla y doble ración de mostaza y kétchup. ‘¿Cuándo crees que comenzará
el juicio?’, –pregunté a Ethan cogiéndole desprevenido–. ‘Uy, pues no
sé. Con un poco de suerte a finales de año, creo yo’. ‘¡No es posible! ¿Tanto?’,
–clamó la becaria–. ‘No sé si Mayalen podrá soportarlo entero. Ya sabes las
estrategias que utilizamos para destruir a la parte contraria, y con ella lo
harán’. ‘Sí, pero es una mujer muy fuerte –soltó Michelle, a
la vez que le hincaba el diente a la porción de carne jugosa y braseada–, lo
ha demostrado llegando hasta aquí’. ‘Estoy de acuerdo. Sin embargo,
escuchará cosas desagradables respecto a su nieta’. ‘En fin, confiemos
en que todo salga bien’. La conversación dio un giro radical cuando se enredaron
en la discusión sobre abolir o no la pertenencia de armas de fuego en civiles,
ya que uno decía que prohibirlas iba contra la Segunda Enmienda a la
Constitución de los Estados Unidos de América, que blinda el derecho de cada
individuo a adquirirlas libremente, estableciendo que el gobierno federal, al
igual que los estatales y los locales no pueden infringir dicho privilegio. El
otro, más contestario, argumentaba que su posesión era un atentado contra la
vida. ‘No te equivoques, querida –gritó el detective–, gracias a la National
Rifle Association se han evitado múltiples desgracias’. ‘Muy bien, es tu
opinión y la respeto, pero discrepo contigo rotundamente porque, estando las
armas fácilmente al alcance de todos, cualquier desequilibrado, fusil en mano,
ejerce de mensajero de la justicia’. ‘Bueno, eso sólo pasa de vez en
cuando. ¿Acaso si te atacaran de noche no irías más segura con una pistola en
el bolso?’. ‘Sinceramente: no. Son elementos peligrosos que alteran la
convivencia entre personas. ¿Imaginas que se te acerque un inocente, que tú
sospeches de él por lo que sea y dispares…?’. Me mantuve al margen del
debate porque nunca tuve una postura clara al respecto, ni siquiera cuando papá
y el tío James trataban de convencerse el uno al otro.
Charlotte
Bennett, persona muy competente y ordenada en su trabajo, era una prestigiosa
profesional que formaba parte del equipo de la Oficina del Fiscal del Distrito
de Carson City, extendiéndose su fama a todo el país por la defensa a ultranza
que hizo del sistema de salud universal durante el mandato de Bill Clinton. Por
su perfil próximo al Partido Demócrata, la solidez y fidelidad a sus principios,
le adjudicaban casi siempre casos con fuerte peso social. Adam Walker, que la
conocía muy bien, se alegró muchísimo cuando supo que sería ella la encargada del
proceso. ‘¿Y dices que la abuela de la víctima es quien pone la denuncia?’.
‘Sí. Vino con su abogada’, –respondió el inspector–. ‘Espera un
momento que vea quién es –buscó el nombre de la letrada en las páginas del
expediente–. ¿Allison Morgan?, no me suena de nada. ¿Y a ti?’. ‘Ella
puede que no, pero el bufete donde está verás cómo sí’. ‘¿Cuál?’. ‘WILSON, ANDERSON & SMITH’. ‘¡Acabáramos! De los selectos del estado de Nevada.
Aunque puede que de mí no guarden un buen recuerdo’. ‘¿Por qué?’. ‘Perdieron
un juicio de mucho dinero. Su cliente era un tipo importante del sector del
petróleo y el denunciante un pobre hombre que sufrió repetidas intoxicaciones.
Cuando el juez anunció la indemnización a pagar, se llevaron las manos a la
cabeza, y uno de los socios fundadores dijo que jamás me perdonaría’. ‘Me
acuerdo de aquello, pero ahora es diferente, jugáis en el mismo campo’. ‘Centrémonos,
pues’. El inspector compartió con ella la información que tenía. ‘Supongo
que ya estará todo en marcha. ¿No?’. ‘Sí. Una patrulla va de camino…’.
Desde que Mayalen se quedó sola, la noche de Santa Claus era muy triste. Alexa nunca la vivió con intensidad, ni apreció los esfuerzos que hacía su abuela por complacerla de niña. Los recuerdos de entonces que acudían a su memoria eran distorsionados o quizá irreales. Pero, aún ahora sabiendo que ya nunca volvería, seguía poniendo bajo el árbol un paquete para ella.
Desde que Mayalen se quedó sola, la noche de Santa Claus era muy triste. Alexa nunca la vivió con intensidad, ni apreció los esfuerzos que hacía su abuela por complacerla de niña. Los recuerdos de entonces que acudían a su memoria eran distorsionados o quizá irreales. Pero, aún ahora sabiendo que ya nunca volvería, seguía poniendo bajo el árbol un paquete para ella.
Tengo la intuición de que Adam Walker promete ser un personaje bien armado. Dará bastante juego, estoy convencida.
ResponderEliminarCapítulo tranquilo en teoría ya que entra en escena una de las protagonistas clave a mi entender, la persona que deberá determinar la culpabilidad, o no, de Jhonny.
ResponderEliminarSe va cerrando el círculo, esperamos con expectación la confluencia de las líneas curvas.
Está muy interesante el relato. Tengo muchas muchas ganas de ver que pasa. Besos
ResponderEliminarEl suspense va in crescendo y más interesante se vuelve tu relato.
ResponderEliminarAbrazos Mayte.
Nunca fui de apoyos incondicionales ni "juegos florales"... Si te digo que me atrapa lo que escribes y cómo lo escribes es porque lo siento. ¡Ah!, y deseando que pasen los días hasta la próxima entrega.
ResponderEliminarTe camelo, niña.
Me ha gustado especialmente la descripción de "The Beer City". Seguimos adelante,
ResponderEliminarcon la investigación y la psicología de los distintos personajes. Buen trabajo.