16.
Los primeros síntomas de la
enfermedad dieron la cara en el rango de lo cotidiano: no encontrar las llaves
ni acordarse de si había comido, o confundir la fecha de ayer con la de hoy. En
cuanto los problemas de orientación y el peligro de no saber regresar a casa se
hicieron evidentes, un nieto de Naima tuvo que irse a vivir con ella. Al morir el
marido, en un bombardeo a la salida de la mezquita, quedó atrapada
voluntariamente en la guarida del abandono. ‘¿Hace mucho que está así?’, −dice conmovido Ahmad Abu-Abbad,
acariciando la mano de su consuegra, sujeta entre las suyas−. ‘Menos de dos años’, −contesta el joven−.
‘No sabía nada. ¿Alzheimer?’. ‘Sí, bueno, algo similar. Una clase de
demencia que no acaban de diagnosticar con claridad. Tras enterrar al abuelo se
encerró en sí. Apenas hablaba, hasta que un día, antes de darnos cuenta, se
desmayó en la calle al haber dejado de comer. Permaneció hospitalizada un mes
largo, aquejada de “Anemia aguda con deshidratación”, o eso dijeron’. ‘¿Y te viniste aquí?’. ‘No, yo trabajaba fuera, y el médico dijo que
estaba muy recuperada. Así que, cuando le dieron el alta, se quedó sola. Al
poco perdí el empleo y su situación empeoró, con lo cual desde entonces nos
hacemos compañía mutua’. Un mechón blanco de cabello encrespado se escapó
del pañuelo, el joven lo colocó en su sitio con mucha ternura, y la anciana en
agradecimiento le regaló el resplandor de una sonrisa desdentada. ‘Te preguntarás a qué he venido después de tanto
tiempo, ¿verdad?’, −sin ningún interés el chico se encogió de hombros, y el
beirutí, ansioso de respuestas, continuó hablando con sencillez−. ‘Yo no sé nada, mis padres murieron hace
bastante tiempo y mis hermanos andan dispersos. Somos nuestra única familia’, −la señala−. ‘Quizá oyeras algún comentario que me sirva de ayuda. Piénsalo, es muy
importante para mí encontrar pistas que me lleven hasta donde esté mi hijo’.
‘Nos vino a ver −refiriéndose a la
nuera−, y se le notaba la tristeza y la preocupación.
Además, recuerdo que repitió varias veces algo sobre cárceles kurdas y Siria.
Lo siento, no sé más’. Ismael, observando a cierta distancia, intuyó que el
chico no era del todo sincero…
El
misionero viajó a la población de Tamanrasset, en las montañas de Ahaggar, al
sur de Argelia, para ultimar la salida de su joven protegido con el grupo de
activistas que ayudan a migrantes refugiados a alcanzar el deseo de pisar
tierras europeas. Mauritania se había convertido en la ruta elegida por más
personas, aun siendo una de las más duras y peligrosas. ‘Siéntese, por favor −dice quien le atendió en un cobertizo hecho de
adobe−. ¿Él es consciente del riesgo que
corre? Nosotros no garantizamos la seguridad de la gente, sólo ponemos los
medios a su alcance para avanzar en el peregrinaje. Durante algunos tramos del
camino proporcionamos algo de alimento o asistencia sanitaria si se precisa. Pero
nada más. Se lo aclaro porque después hay quien nos echa en cara determinadas
cosas, sobre todo cuando salen mal’. ‘Sí,
no se preocupe, lo sé. Y en cuanto al muchacho, está dispuesto a lo que sea con
tal de llegar a Barcelona, donde le esperan’. ‘Perfecto. Entonces activaré nuestro protocolo interno y, en dos o tres
semanas, nos pondremos en contacto con usted’. ‘De acuerdo, −aunque hizo intento de levantarse siguió hablando−. Verá, vengo de una comunidad muy pobre que
se mantiene gracias a la solidaridad de las ONG con las que cooperamos. Así
que, es imposible hacer frente a los gastos que esto genere’. ‘Eso no es problema, hombre. Los inversores
anónimos adscritos a nuestra causa lo cubren todo’. El monje se fue esperanzado
y con ganas de llegar cuanto antes para explicar su ausencia y la gestión
realizada. Sin embargo, en el campamento, mientras tanto… Jamal Kundu, ajeno a
los planes del otro, y habiéndose reestablecido sus fuerzas, se puso ropa
limpia, dejó una nota escrita encima de la cama y se unió a la caravana que emprendió
la marcha hacia el desierto.
Abul
Khan no se movió del lado de Salma, cuyo corazón seguía latiendo a pesar de la
gravedad del mal que padecía. Pasaban los días y la mujer se aferraba a la vida,
quizá estimulada por la voz de su hermano, que le contaba peculiaridades de la
tetería, de los clientes más queridos y del país que le acogió cuando, desesperado,
lo daba todo por perdido. Algunas mañanas entraba el médico a pasar visita. ‘¿Cree que oirá lo que digo, doctor Rahman?’,
−pregunta al facultativo, fijándose en el nombre que pone en la identificación−.
‘Puede, −responde éste−. Hay estudios que apuntan a una audición casi
total, aun estando sedado el paciente, como le ocurre a ella. Identifican los
sonidos por separado, familiarizándose con ellos. Por tanto, es muy posible que
sí’. ‘Comprendo, aunque me preocupa el
hecho de que pueda sufrir o emocionarse’. ‘Bueno, habrá que probar, y pensar que dicho ejercicio va a ser positivo
para una mejoría, al menos parcial, ¿no le parece? Se dan casos en los que rescatar
de la memoria anécdotas o viejas historias estimulan el cerebro hasta recuperar
el conocimiento, lamentablemente parece que esta vez no va a ser posible. Pero estoy
seguro de que tiene más paz desde que usted está aquí −le da unas palmaditas
en la espalda y gira sobre sus talones−.
Resignación, hermano. Resignación’. Esas palabras calaron hondo en él. Se
colocó en la cama medio tendido, recostó la cabeza en la almohada y siguió
susurrando al oído de ella. ‘No lo digas,
estás pensando que estoy tonto, pero te juro que ahora mismo es como si viera a
mamá de nuevo preñada, y, a los diez meses justos, de luto por el recién nacido,
y vuelta a empezar. No cabe duda de que con nosotros dos echaron sus mejores
semillas, ya que seguimos adelante. Por eso, no te rindas, por favor. No te
rindas’. A partir de una cierta hora apagaban las luces. El bangladesí tomó
un ligero tentempié y se puso en el sillón para estirar las piernas y dar una
cabezada, pero, a punto de cerrar los ojos, una de las alarmas de los aparatos
a los que estaba conectada saltó con un pitido estridente…
‘Siento llegar tarde. Oye, qué buena pinta
tiene este guiso’. ‘Es pollo estofado
con verduras’. ‘Pues si sabe tan rico
como huele, me harás engordar un par de tallas’, −dice Binta, riendo con ganas−.
Kesia continuaba sin alterar sus rutinas. Tampoco manifestaba los verdaderos
planes que, con suma delicadeza, tejía
paso a paso, a escondidas, ya que lo último que querría hacer era herir los sentimientos
de quienes creyeron en ella dándole la oportunidad de construir un futuro con
su hijo. No obstante, la primera toma de contacto con su familiar de Alemania
se llevará a cabo cinco días después de esa cena…
Durante
tres jornadas consecutivas, las mismas que duró el difícil parto, la mar estuvo
violenta y picada. En mitad de la nada, donde el agujero de la desesperación te
hace pensar que está llegando el fin del mundo, el viento traía y llevaba la
frase tan repetida a bordo y reproducida por el eco: ‘Empuja. No te duermas, coño. Empuja’. Adrián subió a cubierta, liado
en una sábana, el cuerpo del bebé fallecido, y la rabiosa duda de no tener
seguro si la madre sobreviviría a la complicadísima intervención que, con tan escasos
recursos, acababan de realizar. El tiempo corría en su contra y urgía tomar una
decisión rápida. Así que, le practicaron una cesárea. Sin embargo, la sorpresa
vino al encontrar la bolsa de la placenta rota y, por consiguiente, a la
criatura ahogada dentro del vientre. ‘Se
ha complicado todo muchísimo, compañeros’, −dice consternado el enfermero
mientras alcanza el último peldaño−. ‘¿Está
consciente? Debería de explicarle lo que ha pasado’, −opina el patrón−. ‘No, todavía sigue bajo los efectos de la
anestesia, −aunque el sanitario titubea prosigue−. Me preocupa que la fiebre no remita, porque no cuento con medicinas
para hacer frente a una infección’. ‘Pues,
apliquémosle el método del agua fría, −suelta el cocinero−. ‘¡Mira que eres bestia!’, −se le oye al
oficial−. ‘Nunca debí aceptar este tipo de
misión, ni implicaros a vosotros’. ‘Jefe,
déjate de gilipolleces, que aquí somos uno’, −vocea el piloto y asiente el
resto−. ‘Bájate el cadáver, porque hasta que ella no lo vea no es posible
deshacernos de él. Podrían acusarnos de secuestro, e incluso de tráfico ilegal
de seres humanos’. Navegaban lento, a pocos nudos, contrariados por la
pérdida y bien despiertos para avistar el barco que había de llevársela. ‘Atención −emitían por radio−, les hablamos de Médicos Sin Fronteras.
Necesitamos saber su posición para acercarnos’. ‘Aquí el capitán del Sin Muros, nuestras coordenados son…’.
El
hijo de Jasmin hacía los deberes tumbado en el sofá cuando ella llegó de
trabajar. Restos de gotas de leche con cacao y migas de pan o galleta se
colaban entre los ejercicios de lógica del libro de matemáticas. La televisión del
comedor encendida, y la cama deshecha en el dormitorio, eran señales clarísimas
de que algo funcionaba mal. ‘¿Qué te pasa,
cariño?’. ‘Déjame, tengo que estudiar’.
‘¿Repasamos juntos?’. ‘No, que no sabes y la lías’. ‘¿Qué te apetece cenar?’. ‘Un bocadillo de queso, que no me gusta cómo cocinas.
Y ahora deja de molestarme’. Le conocía muy bien, siempre había sido un
niño muy sociable, pero de poco tiempo acá, se comportaba con rebeldía. Al
principio lo asoció al cambio hormonal de la adolescencia, hasta que, siendo
los enfados cada vez más a menudo y su carácter irritable en extremo, consultó
con un psicólogo de la organización. Éste, analizando el perfil que presentaba
el chico, le puso sobre aviso respecto a que el problema podría ser todavía más
grave, de no afrontarlo lo antes posible. ‘¿Qué
tal te va en el colegio? ¿Hay algo que quieras contarme?, −se acercó por
detrás y, al abrazarlo, notó que temblaba−.
A mamá puedes decirle cualquier cosa sin miedo’. La rapidez con la que se
levantó de la silla hizo que ella casi perdiera el equilibrio, quedándose
pálida con la reacción disruptiva de él, quién, dando un fuerte portazo, roto
de dolor, se encerró en su cuarto con la lengua mordida, el ceño fruncido y la desesperación
endureciendo la almohada antes tan mullida. Sólo el retumbar de los vasos
dentro de la vitrina y el llanto compulsivo del muchacho alteraron el sopor del
silencio. A la mañana siguiente, y sin haber dormido en toda la noche, Jasmin
se presentó en el colegio y pidió ver a la profesora…
Tan importante como el día de hoy es el texto que nos regalas. Siempre haces que me sienta orgullosa de ti
ResponderEliminarNo tenía previsto ir a votar, pero leyéndote se me ha removido la conciencia. Gracias, salgo pitando
ResponderEliminar"... atrapada voluntariamente en la guarida del abandono". "El resplandor de una sonrisa desdentada..."
ResponderEliminar¡Qué bien escribes! ¡Cómo remueves los sentimientos! ¡Cómo conoces al ser humano...! Gracias.
Mil gracias Mayte, siempre a ti.
ResponderEliminarCuanto más avanza más estremece y conmueve, y aumenta la expectativa.
Besos
Esta lectura es el broche de oro al dia de hoy, es como el descanso del guerrero después de una ardua batalla.
ResponderEliminarSiempre mostrando tu profesionalidad y bien hacer.
Las tramas se suceden hiladas y al final sabes dejarnos expectantes hasta la próxima entrega.
Gracias.