6.
Ahmad Abu-Abbad pulsó
la tecla de llamada en el móvil, rezando para que al otro lado de la línea
Ismael contestara rápido. ‘Salam aleikum.
Me pillas saliendo de una comida de trabajo. Te has adelantado a llamar,
pensaba hacerlo en un rato. ¿Qué ocurre, amigo?’. ‘Aleikum salam. Tengo buenas noticias: vuelven de la mar’. ‘Lo
ves, te lo dije. Parece mentira que no confiaras, hombre de poca fe’. ‘Anoche vino la chica de la oficina a
informarme. Un equipo de salvamento de la organización “Save the children”
interceptó por radio su señal de socorro, y, gracias a que activaron el
protocolo, aguardan la llegada del bunkering de servicio’. ‘¿El
qué? −interrumpió− Ah, sí, calla,
calla, la gasolinera flotante’. ‘Correcto.
Pues eso, que en cuanto solucionen las cosas se me ha terminado comer lo que me
venga en gana y acostarme a las tantas. Para Jasmin todo produce colesterol y
no debemos alterar los biorritmos. ¡Muy triste!’. −Rieron juntos−. ‘¿Ya sabes lo que ha pasado?’. ‘Bueno, más o menos, tampoco creas que con
detalle. Desviaron la ruta porque hubo un naufragio y fueron en su auxilio. Eso
hizo que se quedaran sin combustible en mitad del océano. Lo de desaparecer del
radar y perder la frecuencia es algo más complejo que tendrán que explicar
ellos, si quieren’. ‘Lo importante es
que no hay que lamentar pérdidas’. ‘Por
cierto, el piso de Abul Khan está libre, instálate cuando quieras. Las
condiciones las tratáis vosotros, no quiero influir’. ‘Tonterías, hay confianza para eso y más’. ‘¿Cuándo tienes previsto volver? Iremos a celebrarlo, el niño quedó
encantado con la excursión de senderismo. Habrá que repetir’. ‘Claro, no hay problema. Dile que vaya llenando la cantimplora. Tengo
que dejar resueltos un par de asuntos, en cuanto lo haga, voy’. Alargaron
la conversación, remolones, para que la esencia del momento no se evaporara, y
perdurara inmortal como el eco incrustado entre las hendiduras de la montaña.
No era la primera vez que Binta
ofrecía su casa a la organización y cobijaba a refugiados que por diversas
circunstancias necesitaban permanecer un tiempo en la clandestinidad, hasta
hallar la vía adecuada para legalizar su situación. La habitación tenía una
decorada bastante sencilla. Kesia, que había llegado con Jasmin bien entrada la
noche para no coincidir con los vecinos, entró en ella con la máxima cautela y
el mismo asombro de los ojos y oídos entregados a los cuentos de hadas. Todo le
resultaba desconocido: el orden en los armarios, los cubiertos, la cisterna, el
hornillo… Improvisaron una cuna, pero se resistió a poner a su bebé dentro de
aquel cesto inseguro y prefirió mantenerlo pegado al regazo. Y, aunque la cama
parecía confortable, se tumbó en el suelo en posición fetal. ‘¿Vais a trasladarla a Hamburgo habiendo
ninguneado los hotspots?’. ‘Sí, desde
luego, su deseo es llegar allí. Si no, ¿por qué habría arriesgado la vida?’.
‘Se la ve tan frágil’. ‘Uy, para nada, es muy brava. No queremos que
quede retenida en los centros a la espera de la solicitud de asilo. Podrían
deportarla, y eso sería como enviarla de cabeza al suicidio’. ‘Desde luego, merece la misma oportunidad que
cualquiera de nosotros. Ya sabes que se puede quedar cuanto haga falta’. ‘Tenemos un plan, aunque en realidad se le ha
ocurrido a mi padre. Nosotros andamos sellando los cimientos de la idea para
que no haya fisuras. Y si cuaja, y la persona que tiene que dar el visto bueno
lo acepta, pronto tendrá un contrato de trabajo y la posibilidad de ahorrar
dinero para reanudar el camino y reencontrarse con su hermana’. ‘Vale, pero mientras tanto conmigo estará
bien’. La melodía más elemental de la gramática francesa interrumpió la
conversación de ambas. ‘¡África, no!
¡África, no! Mujer, yo muerta, −golpea varias veces su pecho con la mano
abierta−. ¡África, no! Selva, cortar
cuello, y quitar hijo’, −ruega a Jazmín, quien la calma−. ‘No temas, sólo queremos ayudarte. Intenta
dormir, has vivido una experiencia muy dura y estarás agotada. Mañana vendremos
a contarte los planes’. ‘Señora, mi
país peligroso. África corre por aquí −señala las venas−, pero no volver, no volver, no volver…’,
−solloza con tanta fuerza que despierta al niño, un moreno precioso, de
potentes pulmones, que las mira, una a una, hasta regalarles una tierna sonrisa
y la sonora manifestación de un pañal listo para cambiar−. ‘Nadie te llevará contra tu voluntad’. Traía
la ruta a Alemania trazada en un papel, y respiró muy hondo y con alivio al
comprobar que todavía lo llevaba encima. Entonces intuyó que lo más complicado
del tormentoso periplo tocaba fondo…
Ismael y Abul Khan firmaron el
contrato de arrendamiento, rematándolo con un té sabor a hierbabuena y el
caluroso apretón de manos que confirma un compromiso entre caballeros. ‘Si no te importa me gustaría quitar las
cortinas, prefiero que la luz del sol bañe todas las piezas sin ningún
obstáculo. También quisiera sustituir la banqueta de la galería por mi
bicicleta estática. Ya me dices dónde llevo estas cosas. En fin…, y algunos
detalles más de decoración que forman parte de la personalidad del hogar que
habito’. ‘No hay problema. Enviaré a
alguien a recoger todo esto. Tú eres un inquilino excepcional, realiza los
cambios que consideres oportunos. Siéntete cómodo. ¿La chica vivirá contigo? Te
lo digo porque habría que acondicionar la salita para el niño y ella, ya que al
haber un solo dormitorio…’. ‘No,
viene como empleada de hogar, y concluida la jornada se marcha. Necesita
papeles, y yo alguien que me ayude. Cuando nuestro amigo común me lo propuso,
acepté sin pensarlo, no soy capaz de negarle nada. Después iré a la sede de la
ONG a informarme de todo’. ‘Lo comprendo,
es tan generoso que… Hablando del rey de Roma: ¡mira quién sube por la cuesta!’,
−dijo el bangladesí−. Hecho el saludo de los tres besos continuaron
tertuliando. ‘¿Qué tal los chicos?’,
−preguntó uno de ellos−. ‘Están bien,
agotados, pero bien’. ‘¡Ya ves!, tú
me dirás, después de haber estado bajo presión.
¡Qué quieres!’, −interviene el tabernero−. ‘Hay un proverbio de la sabiduría árabe que dice así: “Las cosas no valen
por el tiempo que duran, sino por las huellas que dejan”. Se recuperarán, lo
hacen siempre, y más pronto que tarde saldrán a navegar y otra vez la tensión
por las nubes y la zozobra y…’. ‘Calma,
compañero. Ahora toca reciclarse y afrontar las rutinas diarias’, −comenta el
otro−. ‘Seguro, −llegan clientes,
pero el dueño no abandona la mesa−. Tomar
tierra no es fácil habiendo manejado el sensible material de las vidas humanas.
Sin embargo, esta gente está hecha de una pasta especial, se reinventan y
reconstruyen rápido. ¿No es así?’, −pregunta a Ahmad−. ‘Si no eres un insensible, y te aseguro que
los míos no lo son, se sufre mucho y las pasas canutas. Aunque, por otro lado,
es lo que han elegido y una de las herramientas que da sentido a su existencia’.
‘La misión esta vez ha sido complicada,
¿no? Tengo entendido que perdieron incluso la comunicación, −sigue hablando
Abul ante la atenta mirada de Ismael−, al
menos eso se comentaba en el cafetín…’. Ahmad Abu-Abbad narró los
acontecimientos tal y como se los habían transmitido a él. Binta no llegó a ir
a Plaça de Sant Jaume, a la Casa de
la Ciudad de Barcelona, edificio donde se ubica el Ayuntamiento, porque casi
saliendo de la oficina llamó un colaborador de Médicos Sin Fronteras, al que
conocía de actos oficiales, para informarle de la localización del barco Sin Muros. La historia no deja de ser
algo rocambolesca: uno de los pilotos, días antes de zarpar, fue sobornado en
el puerto por una de tantas mafias captadoras de migrantes. Manipuló las
coordenadas llevándoles bastantes millas en dirección opuesta, pero lo que no
podía prever es que un naufragio, quedarse sin combustible, la testarudez de
Adrián y del resto del equipo, así como el compromiso del máximo responsable de
la expedición, dieran al traste con el negocio que presuponía iba a sacarle de
la pobreza, retirándole a cualquier playa caribeña.
‘Ocupaos
de que no salga del camarote. Bajaré en cuanto pueda, debo redactar un informe explicando
la gravedad del asunto. −Entristecido y perdida la mirada perdida en el
horizonte, añadió−: No permitiré que este
desalmado nos arrastre en su caída, ni que la honradez de todos nosotros quede
dañada por su avaricia’. Jasmin alzó la voz por encima del grupo: ‘Es un impresentable y carne de tiburón’.
‘Capitán −vocea el timonel−, será mejor que vengas, quieren hablar
contigo’. −Fue con igual lentitud que quien arrastra una pesada carga−. ‘Dígame, ¿quién es?’. ‘Déjese de formalismos. Llamo de la
Presidencia del Gobierno. ¿Se puede saber qué coño ha pasado, y por qué aparecemos
en todos los informativos como el hazmerreír del mundo?’. ‘Perdone, deje que me explique, y no juzgue
arbitrariamente o a la ligera a toda la ONG, y mucho menos a mis compañeros.
Igual que a la clase política no se la puede juzgar en su totalidad de
corrupta, nosotros tampoco somos delincuentes. Mi madre decía que por un
garbanzo negro no se jode el cocido completo, sólo había que retirarlo y dejar
al resto que cueza. Aquí lo que ha sucedido es que la codicia de un individuo por
poco nos lleva al resto a una muerte segura. Mi tripulación son hombres y mujeres
que se arriesgan por el bien de otros, no reparan en tiempo ni en esfuerzo, y
su objetivo es muy claro: salvar del agua a cuantos más mejor. Así que, le ruego
que los exima de toda responsabilidad y sospecha, respondo por ellos. Permita
que sea yo la cara visible, y, por supuesto, al delincuente que llevamos a bordo
aplíquenle la sanción que corresponda’. ‘En cuanto arribe a Barcelona venga rápidamente a Madrid a dar
explicaciones’. ‘Lo haré, pero cuando
pueda. Las cosas, a pie de obra, no se solucionan tan fácilmente como ustedes
allí, que con una reunión durante el almuerzo sientan las bases de sus tratados.
Lo primero para mí son mi gente, y después la burocracia’. Así de
contundente dio por finalizada la conversación. Ahora, lo verdaderamente prioritario
era limpiar el buen nombre de la organización restableciendo su credibilidad y,
por supuesto, dejar a los migrantes en manos de los profesionales cualificados,
que esperaban la llegada acodados en el muelle. Adrián irrumpió de golpe en sus
pensamientos como alma que lleva el diablo. ‘Será mejor que me acompañes: parto a la vista. Jasmin anda cosiéndole
el muslo a uno de los nuestros, y el médico está con diarrea, apenas puede
moverse. Me temo que sólo quedas tú para asistirla. Joder, macho, ¡qué bonito!,
¿no? Después de la angustia tan horrorosa que hemos pasado, te toca ayudar a
nacer a una nueva criatura’. ‘La
vida, mi querido libanés, la vida’. Hacía tanto que nadie le llamaba así
que el corazón se le empañó de nostalgia…
Lo he tenido que leer dos veces para asimilar la complejidad y crudeza de los hechos, y seguro que has bebido de buena fuente para documentarte.
ResponderEliminarEsta vez no es sólo la narrativa, sino la realidad de lo que tan bien describes, es lo que hace que cada 14 días vaya derecha al blog.
Gracias por tu esfuerzo.
Estoy impresionada y no encuentro las palabras adecuadas para expresar lo que siento. Bueno, quizá, tal vez...: No dejes de escribir. Enhorabuena por la magnífica narración de hoy.
ResponderEliminarCuántos sentimientos despiertas, gracia.
ResponderEliminar“Las cosas no valen por el tiempo que duran, sino por las huellas que dejan”... Eso es perfectamente aplicable a tus relatos. Mi admiración y agradecimiento, escritora.
ResponderEliminar¡Muchísimas gracias, Mayte!
ResponderEliminar¡Qué historia!
Un beso.
Magnífico. No dejes nunca de escribir. Besos
ResponderEliminarSeguramente, en el mundo hay más gente que ayuda a resolver los problemas que la que los crea. La pena es que mucho más dificdi construir que destruir, por la ley de la entropía, por lo que los esfuerzos de muchos se ven anulados por las negativas acciones de unos pocos. Pero hay que seguir...
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