5.
Ismael regresó a
Madrid para la inauguración de un restaurante rehabilitado en la calle
Echegaray, cuya campaña de marketing
dirigió meses atrás. Desde primera hora de la noche anterior la policía acordonaba
un amplio perímetro de la zona centro, ya que, según datos filtrados a la
prensa, un posible caso de parricidio y el hallazgo de otra mujer asesinada
presuntamente por su pareja sentimental, en una travesía adyacente a la Puerta
del Sol, levantaban adoquines de repulsa entre la ciudadanía que se agolpaba
alrededor. El taxista luchaba para ningunear al GPS que le mandaba en dirección
contraria. Furgones de la Guardia Civil, atravesados en batería, impedían el
paso excepto a residentes acreditados y ambulancias. ‘Oiga, ¿no puede ir un poco más deprisa?, es que llego tarde’. ‘Como ve, desde aquí, todo está cortado. Si
consigo ir en paralelo a la Gran Vía intento dejarle lo más cerca posible’.
Tuvo que caminar un buen trecho, así que, mientras lo hacía, aprovechó para hablar
con Ahmad Abu-Abbad. ‘Salam aleikum. No
te pongas en lo peor, amigo. Ha de haber un motivo lo suficientemente potente
como para que no se pongan en contacto’. ‘Aleikum salam. Es que han pasado muchos días sin saber de ellos y no
soportaría perder también a Jasmin’. ‘Óyeme,
no lo digas ni en broma’. ‘El niño
está asustado. No pregunta, pero su comportamiento es de angustia’. ‘Sal con él, llévale a Montjuic, al cine, a
comer pizza. No sé, coño, eres su abuelo y se supone que conoces los gustos del
chico’. ‘Ya veremos. Luego pasaré por
la oficina a ver si hay novedades’. ‘De
acuerdo. Escucha, ahora tengo un evento de trabajo, en cuanto acabe hablamos y
me cuentas. Si todo sale como espero, el fin de semana vuelvo a Barcelona.
¿Sabes si Abul Khan ha alquilado ya la pequeña vivienda anexa a la tetería?’.
‘No lo sé, pero me acerco y le pregunto’.
‘Te lo agradezco. Si está libre, dile que
me la quedo yo…’.
‘Sigue
intentándolo, por favor, Jordi −Adrián al piloto−. Alguien habrá a la escucha, digo yo. Binta sabe las últimas
coordenadas y seguro que remueve cielo y tierra hasta dar con nosotros y enviar
ayuda, pero para eso no podemos abandonar la radio. ¡Venga, tío, no pares!’.
‘¿Quién te crees que eres para darme
órdenes?, no estoy jugando a la maquinita? −señala el cuadro de mandos con
muy malas pulgas−. Hay que empezar a
racionar los alimentos o las vamos a pasar putas. No corras la voz, solo
faltaba un motín a bordo’. ‘¿Dónde
cojones se ha metido el buque con voluntarios de ACNUR que salía en el radar?’,
−exclama al cielo−. En otro extremo de la embarcación, en el improvisado
hospital de campaña, algunos compañeros se arremolinaban alrededor de alguien
tendido en el suelo. ‘Va a ser difícil
entendernos, porque sólo habla suajili −dice Jasmin, examinando al hombre,
de complexión fuerte−. No le baja la
fiebre, y lo peor es que no sé a qué se debe, porque aparentemente no veo nada
significativo. Ojalá que no sea una epidemia que venga a rematar la ley de
Murphy’. ‘Pero sí tratarás de
descubrirlo, ¿no?’, −preguntan desde fuera−. ‘Haré lo que esté en mi mano, aunque por ahora la temperatura no baja de
40ºC’. Fue al quitarle el pantalón para sustituirlo por otro seco cuando
descubrieron una herida bastante fea en la pantorrilla, de la que sobresalía
una punta incrustada en ella. Retiraron el clavo oxidado y respiraron
profundamente, porque al fin las cosas alcanzaban niveles normales. ‘Mayday. Mayday. Mayday. Les habla el capitán
del barco Sin Muros. Llevamos náufragos y nuestra situación es de extrema
gravedad. Mayday. Mayday. Mayday. No lo entiendo, la verdad. ¿Estamos más cerca
de Alejandría o de Jerusalén?’. ‘Del
infierno, sin lugar a duda’, −contestó el cocinero, a la vez que preguntaba
si se había terminado el brandy−. ‘Busca
por ahí, alguna botella ha de quedar’, −sonó con voz insustancial.
Crecía la preocupación, no sólo por la
cruda realidad inestable que vivían, sino también porque la suerte jugaba en su
contra para llegar a tiempo a la costa de Siria, donde les esperaban como agua
de mayo. Cuando las obligaciones se lo permitían a Jasmin, no se perdía el
inicio del amanecer tuneado en el horizonte desde un espacio privilegiado en
cubierta. Sabía que evadirse achicaba el miedo amargo. Así que, se dejó llevar
por el impacto de los flecos del viento contra el mar y eso le permitió situar
la cabeza en Beirut, en el escenario de su infancia, corriendo la inocencia por
las calles caóticas, llenas de contrastes, de colores pastel junto a edificios
que habrán sucumbido ya por culpa del abandono, de cafetines donde la
tolerancia se hacía patente conviviendo musulmanes y cristianos sin estorbarse.
Pensaba en sus hermanos, y en lo convencidos que estaban todos creyendo que la
separación duraría hasta que remitiera la enfermedad de la madre. Qué fácil
sería cerrar los ojos y encajarse de nuevo en aquel pasado libre de ausencias.
Sin embargo, pensar en su hijo la trajo de vuelta al presente, consolidando la
necesidad de buscar una solución al problema. ‘Adrián, ¿quién está al mando de la radio?’. ‘Ahora mismo creo que nadie. ¿Por?’, −ciñe las cejas−. ‘¿No te resulta extraño que no podamos
establecer comunicación ni siquiera por la frecuencia segura?’. ‘Sabes que a veces esto ocurre, y más en
misiones tan delicadas como lo es ésta’. ‘Sí. No obstante, fíjate que faltaban pocas millas, se hunde una patera,
vamos a por ellos y, de repente… Voy a ver si aclaro algo’. ‘Oye, ¿cómo sigue la africana?’. ‘Se llama Kesia, que significa: favorito. Va
mejor. Tenemos que ayudarla’. ‘¡Uy...,
te temo!’. ‘Pediremos autorización a
la organización. Piensa que, si la dejamos, la llevarán de cabeza a un
campamento de refugiados para finalmente deportarla. Merece una oportunidad, como
la tuvimos nosotros, como deberían de tenerla todos’. ‘No es a mí a quien tienes que convencer, cuentas con mi apoyo y lo
sabes’.
Colgó las bolsas del supermercado en
el respaldo de la silla, y, ajena a la llamada de socorro producida minutos antes,
siguió redactando el documento dejado a medias por la visita imprevista de
Ahmad Abu-Abbad. ‘Perdona si te molesto,
pero estoy desesperado. ¿Has sabido de ellos?’. ‘Todavía no. Quizá sea pronto. Envié un correo electrónico a otra ONG
que también tienen a su gente dispersa en el mismo lugar. Seguro que en breve
se ponen en contacto’. ‘Es una
pesadilla, no duermo imaginando cosas horribles y al rato me regaño por hacerlo’.
‘Yo le aviso, no se preocupe. Todo se
arreglará’. Le acompañó hasta la puerta, y, casi al cerrarla, el hombre se
giró como si quisiera compartir algún otro pensamiento más. Sin embargo,
abatido, en silencio y sin perder ese aire de generosidad que tanto le
identificaba, se fue pasando el rosario con disimulo. Binta se sentía en deuda con
aquella familia que confió en ella poniendo a su disposición todas las
herramientas necesarias para asentar los cimientos de lo que sería su futuro en
la ciudad. Ahora tocaba arrimar el hombro y demostrar que la inversión en su
persona había merecido la pena. Jasmin le había enseñado una extraordinaria
lección: hay que luchar con la misma pasión por cada cosa, como si fuera la
última hora, y hacerlo con criterio, en base siempre a la opinión que se tenga.
Por eso, y habida cuenta de lo raro de la situación, cogió su bolso y el móvil
y se plantó delante del Palacio Municipal, diciendo al guardia: ‘Quiero hablar con la alcaldesa…’.
‘Abuelo,
¿han matado a mis padres?’ ‘¡Qué
disparate es ese! No, por supuesto que no’. ‘Entonces, ¿van a volver pronto? En casa de un compañero de clase dicen
que, como son amigos de negros y vagabundos, les habrán tendido una emboscada
para fusilarlos. Yo le di un puñetazo, él a mí una patada, y nos castigaron sin
recreo’. ‘Bueno, las diferencias no
se arreglan a golpes, pero está bien que defiendas lo tuyo −recapacitó sus
palabras, sabía que no habían sido las más correctas, pero cuando te tocan las
narices…−. Además, están trabajando,
verás cómo enseguida los tenemos por aquí. ¿Sacamos una pizza del congelador y
la rellenas a tu gusto?’. ‘Vale’.
‘Entonces ve, y lávate las manos’,
−dijo, introduciendo los dedos en el pelo ensortijado del niño, de igual
volumen que el de su esposa, salvo en la recta final, que se volvió lacio y quebradizo−.
‘Jo, qué rollo. −Se paró en seco
frente al abuelo, arrugó los ojos y preguntó−: ¿Lloras?’. ‘No, hijo, el
abuelo es un viejo tonto, no hagas caso’. Se quedó mirando a la nada y
pensando en que Jasmin heredó el temperamento potente de su madre, la capacidad
de decidir sobre la marcha, la lucha incansable por el feminismo −con las
complicaciones que añadía ejercer dicha defensa desde Oriente Próximo− y esa
elegancia conjugando la estilizada silueta con el despliegue conciliador en
forma de sonrisa. En esas horas longevas de rancio silencio e incertidumbre de
corte grueso, recordó la soltura con la que su hija resolvía cada obstáculo
cuando llegaron a España, para que ellos padecieran lo menos posible. Ese
pensamiento, y desde luego el poder soberano de intuición, pusieron en pie toda
su vida, y la esperanza empezó a cobrar fuerza dentro de él. Ya anochecido,
cuando no esperaban a nadie, tocaron al telefonillo y el niño gritó desde el
pasillo. ‘Es Binta, que quiere que bajes…’.
Me tienes impresionada y absolutamente enganchada a una historia que crece como tú: consolidada. Sigue, nena.
ResponderEliminarQue pena que con lo bien que describes el magnicidio no llegue a más gente y sobre todo a los que pueden acabar con el.
ResponderEliminarBien parece que te has enrolado en el Open Arms o en el Aita Mari por como describes la situación a bordo, espero que el relato arrive a buen puerto guiado por tu experta prosa.
Cómo sabes meterte en la piel de los protagonistas. Empatizas tanto con ellos, cobran vida propia.
ResponderEliminarAbrazo desde Málaga
Sigo la historia como en una película: veo el barco, y lo demás.
ResponderEliminarY me entristece tanto sufrimiento innecesario, por los egoísmos de muchos. Seguimos. Un beso.
El sábado asistí a la proyección de "STYX", en el Festival de Cine Europeo de Sevilla. La angustia e impotencia que me provocó la situación desesperada de un barco de refugiados, hacinados, y la indiferencia de las autoridades, fue de una intensidad similar a la que me has provocado con tu relato. Demoledor. Y no digo más.
ResponderEliminarTotalmente enganchada y esperando que llegue el domingo para seguir la historia
ResponderEliminarDescribes la situación como si realmemte hubieses estado allí y nos haces vivirla con intensidad. Gracias.
ResponderEliminarBesos.
Gracias por este relato.Ojalá despierte consciencias.Está pasando.
ResponderEliminarun beso