Minutos antes de las diecinueve
horas y a punto de echar el cierre al local, Binta recibió un SOS de sus
compañeros avisando de la situación límite que sufrían. Esa vez no iban
preparados para soportar una sobrecarga de personas, ni tampoco llevaban
suficientes alimentos sólidos ni líquidos como para saciar el hambre y la sed
de todos los rescatados, además de la tripulación. La nota enviada por el
capitán precisaba que de no llegarles pronto ayuda ocurriría una desgracia. Ella
hizo un par de llamadas y averiguó que el buque de un magnate altruista
transportaba hasta Siria a voluntarios de ACNUR que se incorporaban a un
proyecto social. Contactó y los puso al corriente confiando en que desviarían
el rumbo e irían a auxiliarlos. Era fin de semana y como cada viernes pensaba
acercarse al Barrio de Besòs, donde la pequeña comunidad senegalesa a la que
pertenecía se reunía a cenar y tratar temas referentes a las oleadas diarias de
migrantes que llegaban a nuestro litoral, especialmente al Mar de Alborán, pero
a mitad de camino la actualidad caprichosa desbarató sus planes. Sintonizó la
frecuencia por la que establecían comunicación segura y les informó de los
pasos que acababa de dar…
‘Tranquila,
al bebé lo tienes ahí, a tu lado. Ha comido y ahora duerme’, dijo Jasmin en
francés a la mujer africana, a la que preguntó si tenía familia o amigos en
Europa y hacia dónde se dirigía. Dedujo con alguna dificultad que iba a Hamburgo,
al barrio de Wilhelmsburg, donde su hermana realizaba un curso en La Cantina de los Refugiados. Alguien
que lo escuchó explicó que se trataba de un plan integrador, nacido bajo la
dirección de Hannah Hillebrand, puesto que quienes participan en él tienen la
posibilidad de conseguir un empleo de pinche en el mismo lugar en que
realizaron las prácticas. La preguntaron los motivos que la habían hecho emigrar,
contó que un día, al regresar de lavar la ropa en el río, hizo un alto para
amamantar al pequeño, y que eso salvó la vida de ambos, ya que al entrar en la
choza encontró al esposo asesinado. Nada la ataba allí, y en cambio sí urgía
ponerse a salvo lo más pronto posible y darle a su hijo un hogar estable donde
crecer en paz y en libertad, transmitiéndole también las costumbres y la
cultura de su pueblo para no perder las raíces que han pasado de generación en
generación. Huyó valientemente adentrándose en la selva sin prever que se toparía
con una chusma de delincuentes que, de no haber volcado la patera donde iban,
ahora estaría prostituyendo su cuerpo en las cloacas corrosivas que anulan los
sueños y la prosperidad…
Durante el tiempo que el nieto
permanecía en la escola, Ahmad
Abu-Abbad e Ismael, apartados del mundanal ruido, pasaban las horas en la
tetería del bangladesí. ‘No te vayas a
creer, eh, comprendo muy bien que cuando ocurren cosas con implicación
islamista la gente nos mire raro’. ‘¿Pero
qué gilipollez acabas de soltar?’. ‘Por
ejemplo, aquí ha ocurrido. Las últimas agresiones en El Raval han echado lodo
sobre el tejado que identifica nuestros rasgos físicos procedentes de otros
países, en este caso el agresor’. ‘Entonces,
desde ese punto de vista, ¿qué opinión te merece comentarios del tipo “habrán
sido los moros”?’. ‘Negros, indios,
gitanos, indígenas, amarillos, primitivos…, da igual el calificativo que se use
si se hace en tono despectivo. Tenemos la fea costumbre de solapar con
desprecios la valía humana’, −determina entristecido Ahmad−. ‘Bonito discurso, colega. Pero no me creo que
en momentos así no te cagues en la madre que parió a todos’. ‘Claro que sí. Sin embargo, intento tener
empatía preguntándome cuál sería mi reacción en el caso contrario’. ‘Si me permitís sólo una cosa −dijo Abul
Khan, tras ofrecer más té y los otros negarse−, despertar el odio beneficia a los poderosos que buscan nuestro
enfrentamiento para destruir la pluralidad y esa convivencia universal que
algunos creemos nos hace más libres’. ‘Cojonudo,
vaya par de poetas que estáis hechos’. ‘Venga,
Ismael, si en el fondo tú opinas igual, aunque vayas de duro… −Miró el
reloj, se hacía tarde, en breve irían al colegio−. Pasemos por La Boquería, quiero comprar hojas de menta para hacer
tabulé, y carne de vacuno muy picada. ¿Has probado nuestro plato estrella
Kibbeh?’. ‘No, no tengo ni idea. Oye,
que yo no soy muy de experimentos culinarios. Advertido quedas’. Se
marcharon satisfechos del coloquio a tres que habían tenido, pero la
tranquilidad duraría poco…
Vivían otra jornada dura y larguísima
en el mar, el enfermero había participado en varios rescates bastante
complicados en intervalos de horas, pero esta vez se prolongó aún más porque le
acompañaba el grupo partidario de agotar todas las probabilidades de búsqueda,
antes de irse y dejar a alguien con vida. ‘Regresemos,
aquí ya no queda nadie’, −dijo el sanitario−. ‘Aguarda un momento, echemos un último vistazo, creo que ahí hay algo.
−Adrián a los otros−. Estoy casi seguro.
Fijaos en las burbujas de alrededor, son más continuas, como si una respiración
las empujara’. ‘Está muy oscuro, no
parece, me resulta imposible determinarlo’, −concluyó otro compañero que
completaba la expedición−. ‘Arrancamos o qué?’, −preguntó el piloto−. 'Silencio,
oigo un susurro. Acércate muy despacio, y apaga la linterna, ¡hostia!, o nos
pondrás a todos en peligro, ¿no sabes que las narcolanchas aparecen por
cualquier parte? −continuaron hasta que dijo−: ¡Allí, allí…!’. En esta ocasión tampoco le falló el olfato. Pararon
el motor, se ajustó la correa de los guantes, comprobó también las del chaleco
y se sumergió dentro del agua. El chico puede que tuviera tres o cuatro años
más que su hijo, tiritaba de frío y de miedo. Le hablaba en inglés con palabras
tranquilizadoras: ‘No te preocupes, te
sacaremos de aquí, somos de la ONG española Sin Muros, y hemos venido a
ayudarte’. Pero al chaval no le salía ni el aliento, y, aunque los brazos
exiguos apenas le sostenían, enganchado a una maleta de cuero que le hacía las
veces de tabla de natación, mantenía el cuello erguido y esa mirada de
resignación y de agradecimiento que transmiten los generosos. El auxiliar buceó
profundo y, ya en la superficie, dijo en castellano que de cintura para abajo
estaba atrapado por un objeto imposible de desenganchar, porque al hacerlo
corrían el riesgo de seccionar al muchacho en dos. Superados por la impotencia,
y sin saber cómo resolverlo, se les ocurrió tenerlo distraído masticando pequeños
pedazos de una barra energética… Transcurrió el tiempo tan pausado como si
fuera una eternidad, y el frío del Mediterráneo se les metió en los huesos y en
las entrañas. Los cuatro hombres, rotos de dolor, pudieron liberar finalmente
al joven de las garras malditas del entramado de hierros que le jodió la vida,
falleciendo finalmente durante el traslado. Jasmin fue la primera en
abrazarlos, y como conocía la delicada sensibilidad de los compañeros, que regresaban
atribulados, quiso darles calor y apoyo. Su marido, recostando la espalda en un
rincón de popa, cayó hasta quedar sentado en el suelo con la mirada perdida y
el envoltorio de una chocolatina que arrugaba con rabia entre los dedos. Ella,
a pesar de lo mucho que ahora les separaba como pareja, le puso la mano sobre
el muslo y dijo: ‘Estoy orgullosa de ti,
sé que has hecho todo lo posible por él. Cálmate, ya pasó’. Pero sabían que
cada pérdida era un proyecto frustrado, incompleto… El capitán convocó una
reunión en el camarote donde hacían los descansos. ‘Nos hallamos en mitad de la nada. cumpliendo una misión para la que no
veníamos preparados. Hemos perdido la señal por radio, estamos incomunicados, a
punto de agotarse los víveres y el combustible, y, para colmo, los que esperan
esos contenedores estarán tan angustiados como nosotros. Esto no puede salir de
aquí, o proliferará el pánico y tendremos una rebelión a bordo. La chica de la
oficina comentó algo sobre una embarcación que iba a Siria, mas como no se den
prisa habrá que activar el protocolo para una evacuación in extremis’. ‘¿Cuántas posibilidades hay de…?’,
−preguntan−. ‘Por favor, que todos somos
mayorcitos, y tenemos mucha experiencia resolviendo estos asuntos. No nos pongamos
en lo peor, ni vendamos la piel del oso sin haberlo cazado. Venga, cada uno a
su puesto’.
Ocho días seguidos sin una sola
noticia de los ocupantes del barco pesaban en los párpados de Ahmad Abu-Abbad,
que ya no sabía a quién acudir para pedir ayuda. Por su parte Binta tanteaba a
conocidos de la Generalitat que estuviesen dispuestos a mover los hilos
pertinentes para traer a sus amigos de vuelta a casa. Contemplaba también
realizar un viaje relámpago a Madrid, a entrevistarse con alguien del
Ministerio de Defensa por si la Armada tuviese por allí algún buque que
contactara con ellos, aunque todo eran hipótesis, puesto que la realidad
pintaba muy distinta. ‘No te atormentes,
hombre. Si yo te entiendo de verdad, pero sabes que la tecnología es compleja y
no siempre las comunicaciones son posibles, o puede que pongan en peligro la
operación si descubren sus coordenadas. No obstante, estoy seguro de que muy
pronto sabremos algo, −dijo Ismael mientras servía dos copas de vino−. ¿Cuántas veces no has referido, hablando de
tu mujer y de Beirut, que la esperanza es lo último que se pierde? Pues eso.
Además, delante del niño deberías disimular y mostrarte positivo’. ‘Gracias por tus palabras y por no dejarme
solo en momentos tan inciertos y delicados’. Antes de apagar la luz de la
cocina y comprobar que la llave del gas estaba cerrada, le llamó la atención un
hombre que caminaba por la calle con el torso descubierto, portando un cartel con
el siguiente eslogan: “mírame con buenos ojos”.
‘Mayday.
Mayday. Mayday. Soy el capitán del barco Sin Muros. ¿Alguien puede oírme?
Mayday. Mayday. Mayday. Necesitamos ayuda urgente. Mayd’, −se cortó la voz−.
Binta salió al súper a comprar Coca-Cola,
y no podía ni imaginar que una llamada de socorro sonaba en las paredes vacías
de aquel cuartucho…
El corazón y la reflexión que pones en esta historia es de cinco estrellas. Enhorabuena. Sigue adelante.
ResponderEliminarHistorias como ésta ocurren desgraciadamente cada día. Parece que van a hacer falta más héroes. Seguimos atentos a la continuación. Un beso.
ResponderEliminarAnimado a la reflexión he recordado la frase de Averroes:
ResponderEliminar"La ignorancia lleva al miedo, el miedo lleva al odio y este a la violencia. Esa es la ecuación".
Me tienes enganchado a las emociones y es lo que más valoro, escritora. Besos.
Se me queda el corazón helado. Muy buen retrato de esta cruda realidad. Enhorabuena
ResponderEliminarBesos
Soy maestro, he sido refugiado y su historia me parece tan real...
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