Puntual, a la hora
prevista de llegada, toma tierra, en el Waco
Regional Airport, el avión procedente de Nueva York donde viaja Eric
Coleman, que desciende por las escaleras con un empedrado de sudor en la frente
por el pavor que tiene a volar. Allí, en algún lugar recóndito del parking, aguarda un automóvil para
llevarle cuarenta y dos millas más allá, a la prisión de mujeres Unidad Mountain View, ubicada a las
afueras de la ciudad de Gatesville, en el Estado de Texas. Susan, su cuñada,
violada en repetidas ocasiones, ha sido acusada del asesinato de su expareja,
que apareció degollado en mitad de un descampado después de que mantuvieran una
fuerte discusión. Y, aunque las pruebas periciales nunca fueron concluyentes, como
no arrojaron otra posible vía de investigación, celebraron un juicio cargado de
irregularidades, propiciando el veredicto irreversible de pena capital. Grupos
de activistas se manifestaban a diario, bloqueando la puerta de entrada a la
fortaleza, con pancartas y mensajes de viva voz pidiendo la abolición de la
condena. Aprovechan cuando los medios
están en directo para concienciar al resto de la sociedad y se unan a su lucha,
ya que las estadísticas nos dicen que, una vez consumada la ejecución, un buen
número de personas resultaron ser inocentes…
E.J. realiza casi todo el trayecto
repasando la documentación obtenida sobre el caso, así como diferentes informes
de organizaciones internacionales muy sólidas que detallan minuciosamente el
hábitat de la sala de ejecuciones y también testimonios de algunos reos
narrando cómo pasan las últimas horas previas a la muerte. Hay quien dice que
si gozan de ciertos privilegios es para que el verdugo sacuda así el polvo del
remordimiento. También dejan testamento: qué hacer con el cuerpo, con las pocas
pertenencias atesoradas, cuál será el menú a elegir para la última comida, si
quieren o no la presencia de un sacerdote dispuesto a quedarse al otro lado de
la celda hasta que llegue la hora… A menos de quince minutos del destino le
pide al chófer que pare en la calzada, porque
respira con dificultad. Agacha la cabeza, se inclina un poco y vomita apenado.
Sin más conocimientos jurídicos, salvo los que le otorga el sentido común, está
convencido de la inocencia de la chica, a la que conoce por fotografías
familiares. El sonido de las rejas al cerrarse tras de sí activa un escalofrío
sobrecogedor por la columna vertebral, así como el tintineo de las llaves que
cuelgan del cinturón del guardia que le precede parece que anuncia la pronta
llegada de la parca. Su condición de psicoterapeuta le permite, como excepción,
estar en el mismo cuarto con la joven. Cuando de golpe abren la pesada puerta
se azara, mira al suelo y encuentra unos pies, más bien pequeños, arrastrando
la cadena que acorta la zancada. Entonces, ante él, aparece una mujer de estructura
exánime, pálida, con delgadez enfermiza, licuada herida en la dignidad, el pelo
casi rapado −seguro que para despoblar a los piojos− y el semblante bonachón y
sonriente de Michelle clonado en los gestos de su hermana…
Carlota vive rodeada de ruidos que ya
ni le molestan: mis gritos regañándola, el temblor del edificio cuando el metro
elevado atraviesa Queens, las bocinas del atasco permanente, el spanglish que cruza de lado a lado
nuestra calle o las chapas de refrescos con las que Bobby juega en el pasillo
del apartamento. En cambio, se acojona con la algarabía que levantan las
muestras de afecto. Por eso, cuando intuye que Ralph va a venir, se sube al
sillón con cierta dificultad, para colocarse entre nosotros. ‘Acabo de preparar coffee, ¿te apetece una
taza?’. ‘Sí, muchas gracias. Pero
rebájalo con agua, que lo haces muy fuerte’, −no digo nada, pero me hace
gracia−. ‘¿Cómo se te ha dado hoy?’.
‘Igual, Maurita, no encuentro trabajo, y
lo peor es que no sé cómo voy a pagar el próximo alquiler, con lo que saco como
“paseador de perros” no me alcanza’. ‘Siento
no poder ayudarte. ¿Regresarás a Kansas City?’. −Reconozco que realizo la
pregunta con una punzada en las entrañas−. ‘Haré
lo imposible para que eso no ocurra. Anoche estuve tomando copas con los
compañeros del hotel. Ya sólo falta por despedir a uno de ellos, los demás
estamos todos en la calle. Nos dijo que los últimos clientes se han visto
afectados en el servicio de habitaciones, vamos que han tenido que comprarse
hasta el papel higiénico’. ‘Pronto la
agencia donde lo contrataron se querellará con la cadena, quizá ya lo han hecho’.
‘A saber. ¡Qué pena, vamos a la deriva y
nadie pone remedio! Ayer hablé por teléfono con la madre de mi hijo, el chico
tiene problemas de autoestima. Ella dice que la culpa es mía por haber crecido
sin la figura de un padre, quiere llevarlo al psicólogo, y que como mi vida es
chévere he de mandar más plata, al menos la mitad de lo que cuesta. Figúrate la
papeleta. A ver cómo explico mi situación para no dar la falsa imagen de que me
desentiendo’. ‘No lo sé. Las mujeres
en esto solemos salir peor paradas, no digo que sea tu caso, pero vosotros lo
tenéis más fácil… Aunque desde luego soy la menos indicada para decir algo al
respecto’. ‘¿Tú también lo piensas?’.
‘Hace tiempo que dejé de pensar y de
opinar sobre aquello que no me atañe a mí en particular’. Ralph se ha ido
cabizbajo, y supongo que en parte decepcionado al no encontrar en mí mayor
complicidad o un compromiso de amistad mucho más sólido. Pero…
“Nueva York. Cuarto día de la primera
quincena de abril. 1972, año del llamado caso Watergate, ha quedado en las páginas de historia de los Estados
Unidos de América marcado por el mayor escándalo de espionaje y corrupción
gubernamental antes nunca visto, cuando cinco hombres muy cercanos a la
Administración del Partido Republicano irrumpieron en las oficinas del Comité
Nacional del Partido Demócrata. Al principio sólo fue una pequeña noticia que
pasó inadvertida, puesto que muy pocos lectores se fijaron en ella. Sin
embargo, cuando los desconocidos periodistas Carl Bernstein y Bob Woodward, del
The Washington Post, perseveraron en
su investigación, se encontraron con la información proporcionada por Garganta Profunda −Mark Felt, el
entonces número dos del FBI− sacando a la luz todo el entramado y ocupando
portada también en muchos periódicos internacionales, donde destacaron, a su
vez, el trabajo de ambos jóvenes que cumplieron la regla principal del
reporterismo: buscar la verdad. Todo ello condujo en 1974 a la dimisión de
Richard Nixon, el único presidente electo que ha renunciado a su cargo. No se
hablaba de otra cosa. En el vecindario del Maspeth bromeaban incluso con la
posibilidad de que cualquiera era susceptible de escuchas ilegales, aunque
también en esta década preocupaba mucho el incremento de la tasa de
criminalidad, afectando a toda la city,
especialmente a Harlem y al South Bronx, en los que doblar una esquina era un
peligroso ejercicio. Yo, a quien los disgustos despiertan el apetito, me di a
los Burritos de harina rellenos de
carne asada y frijoles refritos, que compraba en el carrito de comida ambulante
que la polaca más famosa del barrio de Greenpoint tenía a la altura del 161
Driggs Avenue con Humboldt St. También sufría arrebatos de nostalgia, por eso
iba a menudo a la Pequeña Polonia, y
no sólo por lo que ya he contado respecto a la granja Eagle Street Rooftop Farm, ubicada en una azotea, sino porque los
rasgos de sus calles, tiendas y viandantes me acercaban más a Europa, y por
consiguiente a España. Pero el calentón no duraba mucho. En cuanto al escenario
político, desde mi condición de aldeana inmigrante, no entendía muy bien lo que
pasó, y callaba en público, no fuera a haber por ahí perdido algún carcaj con
lanzas destinadas a terminar conmigo. No obstante, claro que tenía criterio
para comprender las cosas: simpatizar con lo contrario a lo que haría padre me
ponía en el buen camino…”.
E.J. lleva una camisa hawaiana que no
le he visto antes, en estampado chillón sobre amarillo intenso, tan ridícula
como la gafa de concha grande que se pone ahora −las redondas de siempre le
daban un aire más intelectual y quedaban mejor−. ‘Van a echar a Ralph del piso, está agobiado, hace dos meses que no paga
y... Su expareja quiere más dinero, total que se le junta todo’. ‘¿Preocupada?’. ‘No, sólo me apena. La semana pasada me preguntaste qué cambiaría de
ahora en adelante, y no supe dar respuesta. Hoy la tengo: la suspicacia que me
impide abrir el corazón, el enfado perenne por no haber disfrutado más de esta
ciudad de acogida y la postura fácil de no plantarle cara a las dificultades.
Eso sería lo sensato, pero la realidad es bien distinta porque, en cuanto meto
las manos entre las sábanas que me cubren, encuentro fajos de hierbas secas,
costrones de tierra que no me quito de encima y ese río que circula a mi lado,
en paralelo, por si olvido que en cualquier momento puedo tropezar y ahogarme.
¿Cómo separo lo que verdaderamente siento de la frialdad que me amortaja? He
vivido en el pasado mientras dejaba correr la vida, ¡la mía! He vivido el
rencor de otros mientras dejaba correr la vida. ¡La mía! He sido tirana y
desagradable con quienes han intentado acercarse y profundizar. ¿Te haces idea
de lo que es llegar a la vejez y estar vacía? No quiero que se vaya Ralph, pero
tampoco haré por impedirlo…’. ‘Imagino
cómo te sientes. Sin embargo me alegra que plantees cambios. Cuando las
personas proyectamos cosas nuevas, giros en el comportamiento, sin duda
significa ir a mejor’. ‘¿Cómo lo
hago, Eric?’. ‘Ya lo estás haciendo.
Nos vemos la próxima semana’. Abandono Brooklyn con sensación de lejanía,
como si no fuera yo la que camina metida en la carcasa de estas ropas pasadas
de moda y me separara un siglo de la primera consulta con Mr. Coleman. Levanto
la vista y observo que el sol empieza a ocultarse, que el metro pronto se
llenará de cansancio y que en las aceras de Manhattan los nuevos homeless, rondando la edad de la
infancia, insignificantes bajo los rascacielos, pedirán unos centavos con la
cara sucia de mocos mezclados con lágrimas…
Circula el rumor de que algunos
congresistas han acondicionado, dentro de sus oficinas en el Capitolio, un
pequeño espacio donde dormir, ya que afirman que no pueden permitirse el lujo
de mantener dos casas abiertas: la familiar en otro estado o ciudad y la
laboral en Washington D.C. Hay quien dice que eso no les convierte en ocupantes
ilegales, otra parte de la ciudadanía opina que sí, y algunos conocemos a alguien
que duerme en las salas de urgencias de los hospitales, en las estaciones de
metro o escondidos en stores open 24
hours, y que al menor descuido eso puede llevarlos a la cárcel. Pero son
sólo eso: gente normal, sin importancia…
Lo malo de las buenas historias es que tienen un punto final. Dignificas la profesión. Un beso, nena
ResponderEliminarEspero no sea cierto lo que viene anunciando Elvira, o te conoce mucho o yo estoy tan enganchada que espero no sea cierto.
ResponderEliminarEs de admirar el trabajo que te tomas para documentar la historia; como haces sentir antes de narrarlo la dificultad de Maura para abrirse a los demás mostrando sus sentimientos.
Eso es maestría.
Muchas gracias por este placer quincenal.
Maravilloso estudio psicologico, me estremece al leerlo, Gracias Mayte por permitirme penetrar en tan excitante relatos,
ResponderEliminar"Vivir en el pasado mientras se deja pasar la vida...", "vivir en el rencor...", "ser desagradable con los que intentan acercarse...". Seguimos los pensamientos y vivencias de los distintos personajes. Un beso, Mayte.
ResponderEliminarQue bien lo haces. Se me hacen cortas cada una de las partes del relato. No dejes nunca de escribir. Un beso grande
ResponderEliminarContigo valoro la grandeza que debe suponer escribir, los buenos momentos vividos con la lectura, compruebo que llegan tus mensajes con claridad, las historias con absoluta nitidez...
ResponderEliminarComo buena escritora, te considero una gran observadora. Todo en ti es positivo.
Gracias por ello.
Mi amistad y admiración.
Como siempre le digo: un gusto leer sus textos desde Buenos Aires.
ResponderEliminarComo siempre me alucina el gran trabajo de documentación que se adivina en cada entrega, lo que hace interesante aparte de didáctico y ameno lo que se lee.
ResponderEliminarAdemás demuestras también un conocimiento de los sentimientos que atribuyen a tus personajes dignos de E.J.
Espero que Maura tenga un final féliz si los designios de Elvira se cumplen.
Gracias por tu entrega, y nunca mejor dicho.