‘¿Sabes qué añoro más de España?: las peladillas y las almendras
garrapiñadas. Sí, no lo digas, lo sé, en Little Italy, tienen de esos dulces.
¡Ah!, pero no es lo mismo. A veces, cuando reaparece la vena nostálgica, echo
de menos también el crudo invierno en la aldea, aislados del resto del mundo,
pensando que ahí se acabaría todo, en mitad de aquel terreno fangoso al que, en
tan durísimas condiciones, era imposible acceder desde fuera. La lumbre de leña
con el puchero arrimado siempre a las brasas, la presencia de los animales
ateridos de frío, rebuscando por el prado hierbas que llevarse a la boca. El
Misterio que madre colocaba en la banqueta enclavada en un rincón de la vaquería,
al que de pequeña yo asomaba las narices con curiosidad y preguntas respecto al
pesebre. La ilusión de los niños pidiendo el aguinaldo, para comprar un
cucurucho de pipas en feria. Y el extraño oficio de los Magos de Oriente, que nunca
pasaron por casa, quedando en la ventana el calcetín mohíno y agujereado. No me
mires así, Carlota. Puede que no lo entiendas, porque eres un felino, pero déjame decirte
que los recuerdos no envejecen, permanecen enteros, como el tacto y los olores…’.
“Nueva York. Décimo día de la primera
quincena de diciembre. Durante varias semanas consecutivas, y con la aprobación de la señora, acompañé a su hijo
a la casa del sastre que le confeccionaba el
chaqué de boda. Nunca había estado en un palacete del siglo XVIII, construido
en piedra con vanos de ladrillo macizo. Tras la prueba definitiva, fui sola a
recoger el pantalón gris marengo de finas rayas verticales, que estaba a falta de un remate final. La novia pertenecía a
una familia adinerada de Burgos. Era enclenque y pobre de salud. No entraba dentro de sus planes casarse, su idea era irse a las
misiones. Celebraron el enlace invitando a gente de mucho postín, en mi opinión
muy tonta, dejando fuera al pueblo llano. Dada su debilidad no pudieron ir de luna
de miel a Portugal. Así que, ambas familias, y
el respectivo personal doméstico, nos trasladamos de vacaciones a Pontevedra,
al pazo propiedad de mis jefes. Las hijas de los guardeses que cuidaban de
aquello todo el año eran cuatro mujeronas de carnes prietas, que realizaban trabajos tan duros o más que los que
hacían los hombres. Congenié muy bien con una de ellas, la que, como comprobé
después, tenía la cabeza llena de pájaros. A la caída de la tarde, antes de
esconderse el sol, la faena se relajaba por un rato. Entonces nosotras salíamos
al porche y, embobadas con las historias que contaba sobre París, Buenos Aires,
La Habana o el
desierto de África, alimentadas por su gran afición al cine, hacíamos también
nuestro el sueño de salir de allí. Parecía tan segura que planeábamos la marcha
para el inicio del otoño. Luego, sus tres
hermanas aplacaban la euforia enumerando los intentos fallidos hasta el
momento. De sus labios oí por primera vez que la ciudad de los rascacielos
donde lo imposible se hacía realidad se llamaba
Nueva York. La señora me mandó llamar. El señorito y su esposa querían hablar
conmigo… A los veinte minutos aproximadamente volví
con mis compañeras, muy pensativa y madurando la propuesta que acababan de
hacerme. No conté nada. Me había acostumbrado a no compartir las cosas, no
fuera que alguna listilla me cogiese la delantera…”.
Los Harries han pasado a disposición
de los servicios sociales. Una asistente del hospital, afroamericana, de trato
bastante afable, dice que no le está permitido facilitar información a quien no
tenga un vínculo familiar con ellos. Aunque Ralph insiste, haciendo gala de sus
mejores atributos de simpatía, ha sido
imposible poderles ver. Nos quedamos largo rato dentro del recinto, sentados en el jardín, acongojados, muy quietos,
interrumpidos los pensamientos solamente por el ir y venir de algunos pájaros
que sobrevuelan bajo hasta tomar tierra. ‘¿Qué
ocurrirá con ellos, Maurita?’, −pregunta mi compañero compungido−. ‘Para adivinanzas estoy, ni siquiera sé qué
será de mí, conque dime tú…’. ‘Ven, sígueme. Vayamos a un sitio muy
especial en su honor y en el nuestro. No preguntes y déjate llevar’. Jamás
había estado en la City Hall Station, que es una terminal abandonada
por no ajustarse al tamaño de los trenes, y cuyo atractivo se fundamenta en
poder recorrerla a pie. También se ve cuando el
metro de la línea 6 aminora la marcha. ‘¡Guau!
¡Qué maravilla y cuánta belleza!’. ‘¿A
que parece una catedral enterrada bajo el bullicio de la metrópoli? Fíjate que
la construcción corrió a cargo de un paisano tuyo, el valenciano Rafael
Guastavino. Mira ahí. ¿Ves los azulejos y el tragaluz…? Son dos pequeños
detalles que hacen su diseño diferente. Este artista recogió la tradición de
los arquitectos medievales, tabicando la bóveda con ladrillos finos y cemento,
creando un sello inconfundible en su obra’. Giro el cuerpo hacia él y
suelto a carcajadas: ‘¡Coño, lo que sabe
el niño!’. ‘No te creas, eh. Consiste
en captar la pluralidad de los clientes mientras les hago el “check in”, y si
eres esponja aprendes una barbaridad. No pienso
quedarme de recepcionista hasta la jubilación, aspiro a algo más. Todavía no sé
qué, pero mejor, seguro’. ‘Me gustan
mucho los andenes de estación y los bares de hotel. Todo está de paso, nadie
permanece ni echa raíces. Llegas y te vas, sin dar explicaciones ni que te las
pidan’. ‘¿Qué te trajo a Estados
Unidos?’. ‘¿Regresamos…? Se ha hecho
tarde’. Permanecemos sigilosos durante el
largo trayecto. Solamente, cuando estamos llegando al portal, comentamos la
soledad de las calles en el vecindario, porque hay miedo a salir después de una
determinada hora. Entro en casa con una sed espantosa. Apenas saludo a Carlota, que me recibe con generosidad. Lleno un vaso de agua
de la botella que siempre tengo en la nevera, y, según
trago, noto cómo se regeneran las paredes de la garganta, que parecían lija.
‘He
conocido la “Estación fantasma”, −Eric toma notas deprisa en el cuaderno
que imagino lleva mi nombre−, una
verdadera obra de arte que me ha dejado perpleja, y orgullosa al saber que el
constructor era de mi país’. ‘Espectacular,
sin duda. Pero, al margen de eso, ¿qué te sugiere Hall Station? ¿Qué tiene de
particular para atrapar tu atención? No te veo muy en plan turista, la verdad’.
‘Dice mi vecino Ralph que las personas
buscamos entornos concretos que hacen más fácil el entendimiento con uno mismo.
Y pone tres ejemplos muy claros con los que puedo o no estar de acuerdo. En
primer lugar, el ambiente de cualquier templo en penumbras para reflexionar
ordenando los pensamientos. Segundo, hacer un alto en el paseo marítimo de
Brooklyn y, mientras tomamos decisiones, admirar el regalo del horizonte con el Bajo
Manhattan enfrente…’. −Quedo abstraída en la estantería, atravesando las
callejuelas de los lomos de los libros, que
conozco como la palma de mi mano−. ‘¿Y el
tercero?’. ‘Comerse varias porciones
de tarta de queso con mucha crema de frambuesa por encima, aun sabiendo que es nitroglicerina
para el colesterol’. ‘Y tú, ¿con cuál
te quedas, además de la última opción? −E.J. saca del cajón una gamuza y se
limpia la gafa−. Te escucho’.
‘¿Puedo fumar? −aunque no suele
hacerse en terapia, el hombre asiente. La viudez le está haciendo más
permisivo. Doy unas caladas al pitillo y lo apago, suficiente para templar los
nervios−. ¿Sabes qué pasa? Pues que
cuando estoy en un sitio por primera vez no puedo evitar pensar qué
circunstancias habrán traído a otros antes que a mí. Fíjate si soy desastre que
vivo en una de las ciudades más bellas de la Tierra y apenas la conozco. No estoy capacitada para opinar
sobre arte y arquitectura, pero en lo personal, en cuanto a la visita
realizada, sí: el andén poblado de silencio y de voces, las vías del ferrocarril
que se alejan y no alcanzo, el túnel que encapsula a los vagones, el silbato de
llegada que acciona el maquinista, el convoy vacío que pasa de largo, el músico
ambulante que no recauda ni para un “hot-dog”,
y al que ya le da lo mismo desafinar o no, el vendedor de remedios que salvan
del fin del mundo y los cortes de electricidad entre estaciones, me parecen
metáforas para una despedida. Mientras me hablaban del estilo Guastavino
−en el Edificio de la
Corte Suprema , en Washington, o en el
Museo Americano de Historia Natural, en Central Park, también se puede admirar−, rescataba el escondido recuerdo del muelle en el puerto pontevedrés
de Vigo, antes de embarcar rumbo a América, afligida sin el calor de la familia
que va a decirte adiós. Pero, conforme se alejaba el barco de la costa
española, más plana se hacía la brecha del horizonte, convertido en
un simple trazo negro que debía tragarse mi pasado. Entonces fue ahí, dejando
atrás Las Azores, en medio del Atlántico, yendo a muchos nudos por hora, donde
traté de enterrar las imágenes de madre y padre, jurando que saldría adelante.
Durante la larguísima travesía tuve que reprimir el impulso, que sentía a
veces, de lanzarme por la borda harta de tanto sufrir. Ya ves, soy cobarde,
egoísta y me quiero, así que, no lo hice. Y aquí estoy, delante del extraño que
eres tú, a punto de decirte que ya no vendré porque me he quedado sin empleo…’.
Nos devuelven a la realidad de lo que en verdad
somos, médico y paciente, unos toques de
nudillo, contundentes, en la puerta. Sobrepasado el tiempo estipulado de cada
sesión, la siguiente persona aguarda a que me vaya para ser escuchada. Rompo a
llorar avergonzada, y por primera vez creo que Mr. Coleman hace una excepción y
deja a un lado al psicoanalista. ‘Te
espero la próxima semana a la misma hora, y buscamos una solución para que
sigas viniendo’.
Eric cena cosas ligeras desde la última subida de azúcar que le llevó a
urgencias. Prepara la conferencia que al día siguiente dará a estudiantes de la Universidad de
Columbia, ubicada en el Alto Manhattan, en 116th St & Broadway. Piensa en
los alumnos, que seguramente tendrán perfil freudiano,
y se pregunta hasta qué punto tiene capacidad para orientarles en su
formación. Cómo transmitirles la regla fundamental, el principio básico que
deben tener: no implicarse, cuando hay noches que a él le resulta complicado no
hacerlo. Una foto de Michelle, sentada en las escaleras de su casa, preside la mesa
de trabajo. Estaba tan guapa el día de la instantánea que… En el otro extremo
de la ciudad, Carlota rebaña el plato de comida y se sube al sofá, a mi lado. Empieza
la serie que vemos. Antes de salir para el Central Park West Hostel, a su turno
en reception, Ralph ha dejado todo
preparado para que a Bobby no le falte de nada
y esté ladrando hasta su regreso. Y de los Harries, la única noticia que
tenemos es que van camino de St. Louis, en el
estado de Misuri… ‘Carlota, hija, deja de
roncar, coño, que no oigo la tele’.
Camino por New York a través de tus palabras, y siento crecer la ciudad dentro de mí. Gracias por despertarme todos los sentidos. Un beso, nena.
ResponderEliminarLectura intermitente para descubrir capa a capa la vida de Maura y sus vecinos!Gran dominio de la literaturas por entregas! Esperando el próximo episodio...
ResponderEliminarCon usted siempre se me saltan las lágrimas y quiero viajar inmediatamente. Un gusto contarme entre sus lectores. Saludos desde Buenos Aires.
ResponderEliminarPuente sobre aguas turbulentas, y toda la discografía de S.&.G. escucharía con gusto sentado junto a Carlota. No dejes de escribir, quienes te leemos nos hacemos mejores y lo agradecemos. Y, a quienes no te leer, que les den.
ResponderEliminar¡Cómo dominas las emociones! "...déjame decirte que los recuerdos no envejecen, permanecen enteros, como el tacto y los olores…’." ¡Qué bien me lo paso leyéndote, niña! Y Carlota roncando... Jajaja.
ResponderEliminar..."de sus labios por primera vez oí hablar de la ciudad de los rascacielos donde lo imposible se hace realidad"... Tu cuento habla de una España en pasado, cuya realidad ha ido creciendo en el recorrido temporal de lo que Maura dejó atrás. Evocas aquella emoción que sentíamos por crecer, por desbordar la vida. Tiene mucha actualidad lo que escribes, porque reivindicas ese espíritu que en cierta medida hoy se ve un poco lángido. Sigue adelante porque te veo en cada rincón de tus entrelíneas.
ResponderEliminarCuando leo tus artículos, revivo mi estancia en Nueva York, las emociones se acumulan
ResponderEliminarUn beso fuerte
La estación de tren abandonada, la salida del puerto de Vigo, Eric solo, los Harries sin visitar,...Soledad, despedidas, melancolía,...Y Carlota a lo suyo. Seguimos adelante con las diferentes historias dentro de la historia. Hasta la próxima. Un abrazo.
ResponderEliminarEsa despedida de los familiares, en el puerto de Vigo en este caso, me ha llevado hasta el de Santurce hace muchos años de la mano de una tía abuela, que lloros.
ResponderEliminarEs que era todo tal y como lo describes, y me imagino que lo de la vieja estación y todo lo demás de NY es tal cual.
Esa facilidad que tienes de mezclar tiempos sin perder el hilo de la historia de Maura, hace que esté pendiente del punto y aparte para ver si toca Burgos, Eric, Ralph o la eterna Carlota.
Muchas gracias por el regalazo.
Me encanta leerte. Me quedo intrigada cada vez que cambias de tiempo, de personaje..
ResponderEliminarEspero el próximo con muchas ganas. Besos