El entierro de Michelle fue rápido y sombrío. E.J., haciendo de
tripas corazón, resaltó lo positivo de los años compartidos pronunciando unas
breves palabras de despedida de la que había sido su esposa, esa misteriosa
mujer que enmarcaba el cariño entre focos de alta intensidad, para que él,
torpe y despistado, nunca perdiera el rumbo. También agradeció, a las pocas personas que acudieron al sepelio, el
detalle de no dejarle solo en tan dolorosas circunstancias. Visiblemente
emocionado, les saludó uno por uno, guareció
las manos, ya sin tacto y solitarias, entre la leña de los bolsillos, dio media
vuelta y, convirtiéndose en un punto invisible del lejano paisaje, se alejó hasta
borrar su propia huella. Volcado en la rutina del trabajo, en parte por no
querer ver, arrastraba en las ojeras la ausencia de ella, ese doloroso solar
con olor a vacío que va dejando quien se va poco a poco.
‘Jamás
he celebrado el Día de Acción de Gracias’. ‘¿Por qué?’. ‘No tengo motivos para agradecer y tampoco
los he dado’. ‘¿Es que ha de haber
algo especial?’. ‘Hombre, no sé,
coño. Pero, digo yo que toma y daca debe darse en todo, ¿no?’. ‘¿Has cambiado de opinión con respecto a Thanksgiving
Day?’. ‘¿Te he dicho que tengo un
nuevo vecino? En realidad, son dos’. ‘Sí.
¿Qué ocurre con él?’. ‘Pues que hace
unos días se presentó en casa con Bobby, su perro, y el típico pavo asado con
todos los ingredientes y complementos. Tenías que haber visto a Carlota contra
el chihuahua a la defensiva −ríe con ganas a la vez que gesticula−, guardando su territorio como gata en
celo. Cuando abrí la puerta, Ralph dijo: “¡qué linda se te ve! Mira, como no
puedo estar con mi abuelito, que es el más anciano de la familia, porque vive
en el condado de Sullivan, en Misuri, he pensado pasar este día tan especial
contigo −le guiño el ojo −, eres lo más entrañable y viejito que tengo
cerca”. Al principio me dieron ganas de tirarme a su cuello y estrangularlo.
Después, un gusanillo por dentro me empujaba a consentir’. − Mientras
alargo el silencio desdoblo el pañuelo de papel que me sirve de amuleto y lo
vuelvo a armar antes de seguir hablando−. ‘¿Cómo
definirías esto?’. ‘Me preocupa
perder fuelle, ceder espacio en principios que siempre he tenido muy claros: no
pasar por el aro, no acatar normas, no caer en la trampa traicionera del
sentimentalismo, no mostrar transparencia, que a la larga puede herirte, y no
permitir que nadie maneje mis emociones. Sin embargo, esta vez tengo todos los
esquemas cambiados, porque, a diferencia de Carlota −nunca me lo perdonará−, me siento cautivada por un instinto desconocido que crece dentro de
mí hacia él. Un afán de protegerle y refugiarme a la vez’. ‘Es interesante eso que dices’, −corto a
Eric para que no termine la frase−. ‘Me
voy, entro a trabajar en hora y media’. ‘Así lo dejamos, pues. Anota cualquier nuevo cambio que experimentes
para tratarlo’. ‘¡Vaya viento que se
ha levantado…!’. Salgo de consulta, no sé por qué, pensando en la soledad
de los cementerios e imagino a mi psicoanalista delante de la tumba de Michelle
arrancando la maleza. Recuerdo el camposanto de mi pueblo, y el trajín de ramos
de flores preparando el luto de noviembre, a las plañideras en su puesto, a los
hipócritas rezando de rodillas, por el qué dirán, y al cura mandándonos a todos
al infierno si no nos apartamos de los placeres de la carne. Según he crecido,
he ido comprendiendo que el verdadero jugo
sabroso de las cosas está en lo prohibido la mayoría de las veces.
El expresidente Barack Obama es
aclamado igual que una estrella de rock a la
salida de una cafetería de la
Quinta Avenida , en el número 160, a la altura de la calle
21, perteneciente al barrio Flatiron (mismo nombre que uno de los rascacielos
más antiguos de la city). Mucha gente
del Bronx, Brooklyn, Queens, Harlem, Staten Island…, se sintió esperanzada cuando el primer inquilino de piel oscura en habitar
The White House prometió que velaría
por los intereses de todos los americanos sin distinción de raza, sexo,
religión o status social. Pero nada
es lo que parece, y las palabras quedan como
dunas imaginarias que desplaza el viento, obligándonos a volver al estado
general de la decepción. Padre decía que había que echarle huevos al fusil y no
a la mariconada de las urnas. El muy impresentable, que
en plena Guerra Civil Española delató a la familia del maestro por comunista.
Yo era muy pequeña, pero vi cómo los sacaban de sus casas a golpes, para no
volver nunca más. A las pocas semanas se me ocurrió preguntar por ellos y
recibí azotes con el matamoscas, se me quitaron las ganas para siempre de
interesarme por cualquiera.
“Nueva York. Quinto día de la primera
quincena de diciembre. En cada solsticio padre seguía un mismo ritual con el
que renovaba energías: bañarse desnudo en el río, preferiblemente bajo la luz
de las estrellas, estuviese el firmamento raso o no. Salía de casa con la muda
envuelta en papel de periódico y una garrota a la que él mismo había dado forma
y que utilizaba para ocasiones así. A mitad de
camino se unía a otros hombres que llevaban el mismo destino. Una vez, mis
amigas y yo, jugando al escondite campo a través, casi nos dimos de cara con
aquel grupo de personas todas en pelotas, alrededor de un fuego donde asaban chorizos, morcillas y sabrosa
carne de caza, bebían vino y fanfarroneaban con la longitud y el diámetro de su
hombría, como si lo importante de la vida pasara solo por el sistema métrico
decimal. Entonces le vi ahí, de pie derecho, recién salido del agua, con
aquello que tanto espantaba a madre colgándole entre las piernas. Buscó las
sombras que se movían a lo lejos con el propósito de ponerles cara y montar en
cólera, estando a punto de toparse con la mía. Así, de esa guisa, me pareció
pequeño y vulgar, repugnante y caduco. Le perdí el respeto como se deja a la
intemperie lo que no se quiere conservar. En Burgos, años después, en la otra
casa donde estuve sirviendo, el señorito, un joven atractivo con molde de
atleta, las noches de luna llena, también acostumbraba a meterse en cueros en su piscina. ¡Eso sí que era un espectáculo digno de
ver! Yo me ocupaba de, además de diversas tareas sencillas del hogar, planchar,
controlar que no faltase de nada en la despensa y acompañar a la señora a los
actos solidarios en los que participaba, por
ejemplo, organizando rifas con las que financiaba buena parte de la ayuda
destinada a niños huérfanos. Reservaba dos tardes en semana para merendar con sus amigas. Los trillizos, al
verme, se enganchaban de mi abrigo y no había forma de quitarlos salvo por la
fuerza. A pesar de contar con bastante más libertad y no sufrir acoso, aquella
vida no satisfacía las expectativas que había soñado tener. No había planeado consumirme adherida al traje de criada. Era
una cuestión de tiempo, lo intuía, sólo había que esperar otra oportunidad para
dar el salto. Una mañana encontré al señorito desayunando en la cocina. Se ruborizó y me pidió que le acompañara a realizar
unas compras. Fui de mala gana, y a sabiendas de que sería motivo de comidilla
para todo el servicio…”.
A Mr. Harries ya no le quedan fuerzas
para recolectar latas y botellas, y llevarlas al centro de reciclaje. Ahora, el
matrimonio, depende prácticamente de la
solidaridad del vecindario, sin la cual morirían de frío e inanición. Ralph,
que les ha tomado gran afecto, se encarga de darles de comer, mientras que al resto
nos ha involucrado en un sistema de turnos con el fin de que nunca estén solos.
Bobby está muy bien enseñado y también les hace compañía, si nota algo raro
ladra en señal de alarma. La otra tarde, a la hora de la siesta, la mujer
tropezó con la silla y cayó al suelo, gracias a que él despertó al marido ella
pudo levantarse. Yo colaboro a mi manera. He tejido dos mantas cubre sillón y
comprado unos dulces, pero que no cuenten conmigo para darles cháchara o
pasarme todo un domingo sentada en su saloncito viendo gilipolleces en
televisión mientras ellos roncan. Cuando se lo he contado a E.J. me ha dicho
que no dejase escapar la oportunidad de trabajar el mundo de las relaciones
humanas. ¡Como si el mundo no tuviera nada mejor que hacer que interesarse por
mis cosas!
Hoy cumpliría madre…, he perdido la
cuenta. En Greenpoint, el barrio polaco de Brooklyn, y ubicada en la azotea de
una vieja fábrica, disfrutando de las maravillosas vistas del skyline de Manhattan, está Eagle Street Rooftop Farm, que es una
granja con todo lo que tiene que tener. A veces, si la melancolía rural empieza
a hacer mella dentro de mí, subo para estar en contacto con la naturaleza,
retrocedo en el tiempo y soy capaz de oler la mugre de las vacas, visualizar el
hocico de los puercos y correr detrás de una liebre, como aquella que me ha
traído tan lejos…
Hay cambio generacional en el supermarket. El dueño, un tipo de esos
que pasan por la vida sin pena ni gloria, ha delegado la gerencia del negocio
al mayor de sus hijos, grosero y alcohólico, quien, además de tener intención
de reducir y renovar la plantilla, le ha puesto sobre la mesa al encargado la carta de despido inmediato. Me veo con el agua al
cuello, porque a mi edad es difícil que me
contraten en algún sitio. Así que, ya le he dicho a Carlota que nos tenemos que
apretar el cinturón y subsistir con lo que cobro de jubilación. Otra
alternativa es que me haga paseadora de perros, que es una ocupación que ahora
se lleva mucho. No sé… ¡Qué jodía vida!
Hola Mayte, seguimos con esta historia y los sucesivos acontecimientos. En verdad como la vida misma, rutina y de vez en cuando..... un golpe que modifica todo, cuidate mucho, un beso fuerte, hasta pronto
ResponderEliminarSostenidos en tu pluma caminamos New York respirando a Brooklyn, Harlem, Bronx, Queens..., que tanto te deben ya.
ResponderEliminarEsta historia está llena de rincones luminosos, posiblemente estás dando protagonismo a los corazones por encima de las estructuras de hormigón que dejan a los hombres que las habitan en insignificantes y pequeños seres. Las reflexiones que hace La Paya en la terapia, al final de esta entrega, son impagables. Esto cada domingo se pone más interesante.
ResponderEliminarY por delante de nuestros ojos pasan las historias de tus personajes, se van unos, aparecen otros. El caso es presentarnos diferentes personalidades que, a su vez, encajan perfectamente con el relato para mantenernos aquí.
ResponderEliminarNo sé yo si Carlota encajará bien con Bobby, hummm....
Me quedo con ganas de mas,de continuar leyendo las distintas historias que hay dentro del relato. Se me hace muy corto. Besos.
ResponderEliminarQue buenas huellas tienen tus historias.
ResponderEliminarTú relato y sus personajes forman un precioso abanico con múltiples y hermosas varillas...
ResponderEliminarGracias ESCRITORA.
Encantada de leer su historia de New York. Agradezco el paseo al que invita a sus lectores, entre los que me encuentro para siempre. Un saludo desde Buenos Aires
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