domingo, 1 de octubre de 2017

Nueva York. Tercer día de la segunda quincena de noviembre

Carlota olisquea mis papeles girando en círculo sobre ellos. Observando con distancia cada adjetivo, como si entendiera su significado para explicarlo sin problema. Estira los bigotes, levanta las orejas tratando de juntarlas y brinca a su cueva de lona donde inicia el proceso de la digestión felina… “Nueva York. Tercer día de la segunda quincena de noviembre. La lluvia torrencial nos cogió por sorpresa. La comarca estaba en fiestas y ya no quedaban camas en la posada El Ciervo Cruzado (en honor a una especie protegida que abundó en el siglo pasado), ubicada en la intersección de dos localidades. La dueña, a través de un vecino, mandó recado para que fuera. No era la primera vez que les echaba una mano, y de paso me sacaba algunas propinas. Pero cuando llegué dos sobrinas suyas se habían encargado de todo. Por acortar, y pese a la poca visibilidad que había, regresé por el sendero estrecho de la montaña. En el tramo más peligroso, donde si se te iba un pie caías barranco abajo hasta el infinito, coincidí con el cura (hacía doblete en varias aldeas) y acepté su compañía. Pronto se echaría la noche y ese trayecto a solas imponía muchísimo. Horas después, desorientada, con una herida en la frente, las rodillas magulladas y soltando palabras indescifrables, llegué con mis hermanos al puesto de la Cruz Roja…”.
          Geográficamente, Queens se sitúa en la parte occidental de Long Island (frontera entre el océano Atlántico y Nueva Inglaterra). Es el distrito más grande, tanto como alguna capital de provincia europea, de los cinco que componen la ciudad de los rascacielos, la metrópoli que nunca duerme. Corona es un barrio obrero perteneciente a ese condado. El 15 de octubre de 2003 (desde entonces he seguido yendo regularmente) yo era una de las muchas personas que aguardaban la apertura de la Casa Museo de Louis Armstrong, en el 34 56 de la 107 st., la vivienda que ocupó con su esposa Lucille desde 1943 hasta julio de 1971, fecha de su fallecimiento. Nunca había planteado la posibilidad de fijar una residencia, a él le gustaba vivir así: hoy aquí, mañana allí, pasado…, a saber. Fue ella quien, cansada de ir de hotel en hotel, y pudiendo haberlo hecho en una zona más selecta, la compró y decoró a su gusto, ocupándose también de ponerle los mimbres a un lugar que sería para ambos mucho más que cuatro paredes y un tejado. Así que, estando en plena gira (esa vez no le acompañó), le mandó un telegrama donde decía: ‘querido, cuando llegues a New York dale esta dirección al taxista, porque a partir de ahora ahí está nuestro hogar’. La cocina es espectacular. Con ese azul celeste de los muebles combinado con remates en blanco y la sobriedad aportada por los electrodomésticos, dan ganas de sacar las cacerolas y ponerse a hacer arroz con frijoles para los visitantes. Aprendí a amar el jazz al poco de llegar a América. Frecuentaba tugurios de mala reputación donde se hacía muy buena música, y mi primer novio tocaba el bajo en un cuarteto que actuaba en un local de Harlem (no duramos mucho porque en aquella época no estaban bien vistas las relaciones interraciales). Por eso, pasear la vista por encima de los objetos personales del genio de la trompeta, nacido en Nueva Orleans, que cantó, entre otros, el hermosísimo tema What a wonderful world, proclamando en él un mundo maravilloso, era y es para mí un regalo exquisito. Un detalle especial que el destino o la suerte han tenido conmigo. En cada pieza prevalece fundamentalmente la humildad y la empatía del matrimonio hacia sus semejantes. De ahí que cobren muchísimo vigor documentos gráficos que muestran a Lucille repartiendo helados a los niños, o preparando bocadillos para darles de merendar, mientras que Louis, sentado en las escaleras de entrada, con todos los chavales pegados a él, les enseña a tocar canciones, porque igual así les despertaba la vocación y se labraban un porvenir más confortable…
          Siempre he pensado que detrás de cada ladrillo hay una historia que merece ser contada. Una vida que crece o finaliza al otro lado de las cortinas, un proyecto o un fracaso que se abre paso echando raíces alrededor de la chimenea, un ayer o un mañana que estructura el tejido y la pasta con la que estamos hechos cada uno de nosotros: solos o acompañados, tristes o eufóricos, viejos o jóvenes, fuertes o blandos… Apenas cinco personas esperamos en el andén la llegada del metro. Nos aborda un vagabundo que pide unos centavos para comprar un billete a Beverly Hills y al que nadie hacemos caso... Me vienen a la memoria imágenes sueltas que seguro tendrán algún significado: un saco de tela de sábana que yo misma cosí y usé para guardar la poca ropa que tenía, la cuerda de una peonza que escondida en el escote me daba suerte, una alubia seca para no olvidar de dónde vengo y las lágrimas que por orgullo no derramé ante el desafecto de los míos. Burgos me pareció el paraíso, y la habitación que me cedieron, a cambio de realizar trabajos domésticos, un palacio. Ahora tengo muy claro que nunca me asustaron las jornadas largas y duras, sino la crueldad en el trato que pueden llegar a ejercer algunos miembros de tu misma sangre.
          Aunque su esposa ya estaba muy limitada, su sola presencia arriba era suficiente para conservar el orden y la armonía de las cosas. E. J. parece un alma en pena. Ha perdido su cualidad dicharachera, cambiándola por un silencio sepulcral que le hace retraído. Lleva barba desarreglada, manchas de tomate en la camisa y algún que otro botón descosido. Envases de comida rápida, periódicos atrasados, ceniceros a rebosar de colillas y un aparato de radio destripado ocupan los rincones libres del despacho. ‘La taberna funcionaba solamente de viernes a sábado, en la franja horaria que iba desde las dieciocho horas hasta las veintiuna treinta. Además de beber, se celebraban concejos cuando tocaba, y el juez de paz, improvisando un estrado, hacía cumplir la ley. El tabernero, al que una granada amputó medio brazo en la guerra, rellenaba las frascas de vino sujetándolas con el muñón. Padre era el cuarto miembro de la partida de mus, completada con el alcalde, el médico y el guardia civil. A mí se me llevaban los demonios oyendo sus risotadas reaccionarias… Algunos hombres, en plan machitos, con los zapatos relucientes y el traje de los domingos recién cepillado, se iban de putas una vez al mes. Las chicas de mi edad aspiraban a seguir los pasos de las casadas, y éstas a alcanzar el relajo sexual de las viudas. Madre, siempre refunfuñando, con la cabeza gacha, metida en su mundo de pecados imperdonables y juicios de valor gratuitos, se convertía en un ser intratable…’. ‘Y a ti, Maura, ¿qué te molestaba más’, −pregunta Eric con tono entristecido−. ‘La indiferencia’. ‘¿De ellos?’. ‘No, quizá mía por permitir que me chuparan la ilusión y reaccionar tarde’. −El timbre del teléfono interrumpe la conversación, Michelle lleva días vomitando y requieren la presencia de Mr. Coleman. Sin embargo, agota hasta el final el tiempo contratado−. ‘Disculpa, ¿decías…?’. ‘Mi hermano pequeño parecía más accesible. Me armé de valor y le pedí ayuda, porque quería contar en la cena que, suponiendo que no me dejarían formar parte del negocio, pensaba salir allí y buscar un empleo. Me miró malhumorado, se dio media vuelta, cargó la mercancía en la furgoneta y, antes de arrancar, dijo: “Lo que tienes que hacer es buscarte un novio que te saque los pájaros de la cabeza…”. Quedé estática’. ‘Lo dejamos ahí. Profundiza y busca a ver si hay más de un camino que te llevara a esa inmovilización. La próxima sesión, si tú quieres, trabajamos ese aspecto’, −puntualiza E. J., que lleva tiempo aplicando conmigo el método del psicoanálisis denominado “Asociación Libre”, que trata de que el paciente exprese sus ideas sin ninguna coacción, aunque es el especialista quien decide dónde hacer énfasis en algunas cuestiones descritas por la persona.
          Mrs. Coleman se relaja por dentro en cuanto Eric aparece, no está siendo nada fácil adaptarse a la nueva situación. Echa de menos su dormitorio, el canto de los pájaros, el ruido del generador eléctrico situado en el sótano y las visitas, menos cada vez, de un par de amigas que se siguen interesando por ella. Quisiera decirle que han incorporado un par de alimentos a su dieta que no tolera, y que la matan las molestias de estómago. Pero sabe que cada día están más lejos, y se limita a seguir con los ojos cerrados para no influir y hacerle sentir culpable. Viene el médico a hacer la visita rutinaria, y dice: ‘mire, su mujer se mantiene estable, con un corazón fortísimo, lo que puede traducirse en un tiempo incalculable de vida. Conocemos la existencia de un fármaco intravenoso experimental que estimula a estos pacientes y en parte a veces les hace reaccionar. Nos gustaría probarlo, no se conocen efectos secundarios. Para ello necesitamos que firme el consentimiento, y los permisos del traslado al hospital’. Antes de irse se acerca a la cama y comprueba que la sonda de la nariz no se ha salido. E. J. huele a tabaco y a despedida. Mrs. Coleman imagina que se clava las uñas en las palmas de la mano obligándose a revelarse… Han accionado el mando a distancia que baja las persianas y conectan pequeñas luces a ras del suelo para que las habitaciones no permanezcan completamente a oscuras. Ella desea con todas sus fuerzas que todo acabe…

7 comentarios:

  1. El cruce de personajes da cuenta de la evolución que estás tengo Enzo como escritora. No lo dejes, nena.

    ResponderEliminar
  2. Miguel Ángeloctubre 01, 2017

    La historia adquiere cierta complejidad, que requiere mucho dominio del oficio de escribir: idas y vueltas en el tiempo, personajes inanimados (el pueblo, la ciudad,...), animales (la gata) y humanos de distintas características (Mrs. Coleman, que no habla, pero se expresa, al menos para ella, el doctor, la principal protagonista, etc.). Mucho arte.

    ResponderEliminar
  3. En un día tan convulso como el de hoy, nada mejor que dejarme llevar por la literatura. Gracias por poner cordura a este 1 de octubre

    ResponderEliminar
  4. Antonio Álvarezoctubre 03, 2017

    Por fin un rato tranquilo para comentar. Mayte, es admirable la capacidad que tienes para "llevarme", "traerme"... Noto que mejoras en la técnica porque la complejidad de la trama es alta. Igual que con el flamenco, no entiendo, pero sí noto cuando me emociono... Tú lo consigues desde el primer día. Y es lo que te agradezco. Besos.

    ResponderEliminar
  5. Una micelania de personajes, que ya iré conociendo .Un ritmo apabullante ¡ Esto promete ¡ Un fuerte abrazo

    ResponderEliminar
  6. Me siento un poco Carlota "olisqueando" tus palabras que despiertan un aroma muy sugerente. Pones de relieve la "universalidad" y acercas lugares que están a mucha distancia para encontrarte con el ser humano desnudo. Felicidades Mayte

    ResponderEliminar
  7. Que la odiosa rutina no nos impida disfrutar del arte y la buena literatura. Segunda entrega del relato encadenado Nueva York de Mayte Mejia Bejarano. Unos minutos de disfrute en el remanso.

    ResponderEliminar