Amurallado por dos
ríos: el Hudson, y el que da nombre al barrio, palpita Harlem al norte del alto
Manhattan, mezclándose esbelto y a la vez en ruinas sobre la textura de un
lienzo abstracto donde se ha posado la huella de varias generaciones. Con el
paso del tiempo, y teniendo en cuenta los altibajos que a veces la convivencia
arranca a jirones, Carlota ha desarrollado una intuición bastante afilada y
sabe al momento qué me pasa, de dónde vengo o qué cosa he mandado a la mierda.
Sé lo que me espera, hoy lleva todo el día sola e imagino que estará
hambrienta, lo que puede traducirse también en zalamera. Pero no tengo humor
para seguirla el juego, así que pienso
quitármela de encima comiendo sopa de fideos instantánea, que aborrece, y helado de crema de cacahuete, que le da repelús… El tintineo de las llaves contra
el embellecedor de la cerradura la sitúa en
posición de ataque, pero cuando empiezo a silbar Singing in the rain se abalanza
amorosamente cruzándose entre mis piernas. Restriega el hocico por la suavidad
de las medias de hilo, sin engancharlas, y apoya las patas con firmeza para no perder el equilibrio. Sin
embargo, y en vista que no correspondo a sus muestras de afecto, encoge todo el
cuerpo como si fuera una bola de carne tirada en el suelo, me mira desconfiada
achicando los ojos, congela los bigotes en abanico bien separados y, tras pensárselo unos segundos, adivina que huelo
a góspel, a la iglesia Greater Temple Refuge, donde asisto al espectáculo, tal
y como yo lo siento, una o dos veces al año. No
soy creyente, ni aparezco Biblia en mano con párrafos subrayados, pero hay algo
especial que me atrae muchísimo: su fuerza, el coro, la alegría que contagian y
calan hasta las entrañas y esa sana invitación a mover las caderas. Aunque nunca he alcanzado la catarsis como ellos, igual si lo
sigo intentando…
La primera vez que oí la palabra
“gentrificación” pensé que se trataba de otro programa inteligente incorporado
a una lavadora de nueva generación. Después, conociendo el significado, la
ubiqué aquí, en las mismas calles y plazas donde Martin Luther King y Malcom X pronunciaron algunos de sus discursos más importantes. El asentamiento de una
generación de clase media-alta ha cambiado el color de Harlem, poniéndolo de moda social,
económica y culturalmente, lo que sin duda ha obligado
a la gente humilde a desplazarse hacia otros suburbios de la ciudad, al ser
insostenible ese nivel de vida para ellos. Sin embargo, por sus bulevares, cada
domingo, fluyen las escalinatas que conducen hasta el latido del corazón
afroamericano, pegado a ese asfalto del que ya nadie lo podrá desmochar. “Nueva
York. Octavo día de la segunda quincena de noviembre. Dice mi psicoterapeuta
que todas las rutas para entender el pasado están dentro de mí. En mi pueblo la
predicción del tiempo la daba el cabrero a la vuelta de pastar con el rebaño: ‘Éntrate
pa dentro que agua pronto está escapando. Ponle pellizo ar zagal que hace un
pasmo…’. Expresiones muy nuestras, propias de la época de mi infancia. En
cambio, para mí tenía esta especial, con toda la entonación asturiana que podía:
‘lo veo en tu cara, neña, volarás bien
alto’. Desde por la mañana, en la cocina siempre había pucheros puestos al
abrigo de la lumbre baja. Apenas salía, y empezaba a acomodarme a la vida de
encerrada. Así fue cómo aprendí a cocinar lo más básico para no morirme de
hambre. Estaba al cuidado de un potaje de garbanzos. Tenía que quitar la
espuma, procurar que no se consumiera el caldo y añadir, en el momento justo,
chorizos y un buen pedazo de tocino saladillo. La cuñada pequeña de madre,
dieciocho años menor que ella y, por tanto, más próxima a mi manera de entender
ciertos aspectos de la vida, venía cada tarde a hacerme compañía. Estaba en la
recta final de la preñez, lo cual la liberaba de faenar en el campo. Dos primas
suyas trabajaban en Burgos, una sirviendo en casa del terrateniente más
poderoso de la comarca, y la otra en la de un coronel del Ejército de Tierra ya retirado. Tal vez, mi tía no sabía que, intercediendo indirectamente por mí, contribuía, con
la ayuda también de esas otras dos mujeres, a alcanzar la libertad tan
deseada…”.
Hace semanas que Michelle no abre los
ojos, ni parece reaccionar a ningún estímulo físico. Sin embargo, sus
constantes vitales están dando valores normales. Eric la visita a diario. New York Times en mano, lee con tono muy
suave aquello que intuye querrá saber su esposa. Pero hoy se ha puesto a hablar
por los codos de cosas más cotidianas: de la chapuza que les han hecho en el
grifo del fregadero, que si antes se salía sólo un poquito, ahora es como el
gran diluvio universal. Del flamante coche que se ha comprado la hija del
reverendo, donde pasea al tonto del novio, podrido de dinero y con algún cromosoma suelto por el organismo y
fuera de su sitio. O de lo mal que lleva la
tarea de coserse los botones cuando penden sólo de un hilo. Le cuenta que en Montague St., en el barrio residencial Brooklyn
Heights donde trabajaban sus padres de cocinera y mayordomo, con derecho a
vivienda en el sótano, todo sigue más o menos igual, conservando la elegancia
de las estructuras sobresaliendo en curva, la
seriedad de los ladrillos rojos tirando a marrón alguno de ellos y la
identidad, tan neoyorquina, de las escaleras de incendio que, vistas de frente,
parecen dentaduras en zigzag rompiendo la estética exterior de las fachadas.
Una mañana de puro invierno, bajo la nieve cayendo con suma delicadeza, la
actual señora Coleman cruzaba el puente hacia Manhattan. Apenas se divisaba el
puerto, como tampoco podía sentirse el vértigo de los más de 84 metros de altura. Y
fue ahí, arropada entre los gruesos cables de acero y sus dos sólidas torres
neogóticas, donde encontró, caminando entre la multitud, pero cerca de ella, a su primer marido. La persona que la
situaría sobre la plataforma de una vida absolutamente acomodada…
‘¿Y
qué tal si nos cambiamos de sitio? Tú te tumbas en el diván, y yo, mientras me
limo las uñas, te analizo’, −suelto de repente a E.J., que desdobla el borde trasero de la playera que le
molesta−. ‘Hay que ver lo que se te
ocurre, Maura. Aunque sería muy aburrido, te lo aseguro’. Dejo pasar unos
minutos de silencio, que él respeta, y pienso en cuánto
disfruto haciendo que por un segundo pierda la compostura. Pero supongo
que la templanza va implícita en el esqueleto del psicoanálisis, porque aún no lo he conseguido. ‘Ahora, a la salida del metro, cuando venía,
en mitad de la estampa invernal y desierta, parecida a la que sacan en las
películas de aquí, me he sentido haciendo el papel principal. ¡Qué gran
palabra!: protagonista, ¿verdad? ¡Cojonuda! ¿De qué? ¿De la vida que vivo y que
si me paro a analizarla detenidamente resulta que quizá haya sido infeliz? ¿Del
personaje engañoso, oiga que lo bordo, ¡eh¡, −aclaro con énfasis y en un
paréntesis−, sobre todo para mi persona,
creyendo que el pasado es algo efímero que sólo está ahí porque ha ocurrido y…,
mucho mejor no tocar las aguas para que sigan tranquilas? O, ¿hasta dónde estoy dispuesta a llegar, cueste lo que me cueste,
con tal de no dar mi brazo a torcer y mantener la venda pegada a los ojos?’.
Mr. Coleman deja de dar vueltas a un clip que
aparece y desaparece entre sus dedos, entreabre
la comisura de los labios, se remanga la camisa por debajo del codo, y mira al
infinito hasta que… ‘Pero para llegar a
manifestar esa insatisfacción habrás tenido que apartar algunas capas. ¿Te has
parado a pensar cuáles son?’, −pregunta Eric−. ‘Madre nunca quiso a nadie fuera de su persona, puro egoísmo, y si soy
sincera me asusta la posibilidad de haber desarrollado sus mismos genes… En la
aldea la llamaban “la sí-no”, por contestar a todo con esos monosílabos. Una
noche padre vino alegre, y le obligó a dormir a la intemperie. Esa fue la
excusa que necesitaban para separar el dormitorio y retirarse el saludo. Otra
vez, mi hermano mayor sufrió un accidente de moto, le escayolaron una pierna, y
sólo le preguntó si ese trasto le impediría cargar bidones en la furgoneta...
¡Vieja ingrata! −suelto, al tiempo que estiro una arruga del pantalón
producida al cruzar las piernas. Y, como E.J.
observa con lupa todos mis movimientos, añado−: en la primera casa donde serví en Burgos, la señora era una maniática
de la estética, y no consentía llevar nada fuera de su sitio, así que sudábamos
la gota gorda con aquellas planchas de hierro tan pesadas. Algo se me ha
pegado, ¿no crees?’. ‘Bueno, paya. Lo
dejamos por hoy. ¿Agendo día y hora como siempre? La sesión ha sido muy
interesante. Sigue el proceso de quitar las lonchas de corteza seca, verás que
al final te quedará un pedazo de madera lisa y lista para barnizar…’. ‘Me descoloca usted Mr. Coleman’, −digo
guiñándole un ojo−.
La mayor parte del tiempo en esta
ciudad lo pasas desplazándote en transporte
público, donde, quien más quien menos, aprovecha para leer o dar una
cabezadita. A mí me placen ambas cosas. En el largo camino hasta llegar a
Queens, entorno los ojos, y evoco el olor a cuero de la bota de vino que el
herrero de mi pueblo tenía colgada de un clavo en la puerta. Los seres humanos
estamos hechos de un conjunto infinito de emociones,
sensaciones que dan alguna pista de lo complejos y, a la vez, simples que somos. Un
recuerdo concreto, un poso que no ha cuajado, ese tren que ya no pasará otro
día, el envoltorio de un caramelo de menta que no sabemos por qué guardamos, un
plástico que ya está caduco, la melodía de una canción infantil que escuchamos
algunas noches, las cenizas de los que se fueron y temes que el viento espante, o esa jodida costumbre de verlo todo de
color negro, nos hundirá como especie, en el caso de que no estemos
espabilados. Si de algo me está sirviendo la terapia es
para comprender que vivir instalada, como he hecho hasta ahora, en la amargura no me ha conducido a ningún buen puerto. ¡Qué raro!
Carlota no ha salido a recibirme, se le nota por la respiración que tiene la
barriga llena y parece que ha llorado…
Escribir tiene dos caras: una económica y otra de oficio. Tú has elegido la más inteligente. Y si encima te pagaran ya sería la leche. Sigue. Besos, nena.
ResponderEliminarOtro domingo más con historias entrelazadas. Genial, que buena descripción de Harlem me has traido recuerdos a la memoria. Besos
ResponderEliminarDesmenuzas tanto las situaciones y lugares que parece que estás allí, luego está lo que dice Javi, hay una mezcla de historias que te hace echar la memoria atrás para hilvanarlas. Siempre en tensión y esperando la próxima entrega. Gracias
ResponderEliminarHarlem y el pueblo español, el psiquiatra y la madre, lugares y personajes de allá y de acá, con su descripción y con su lenguaje. Seguimos el desarrollo de la (las) historia. Un abrazo.
ResponderEliminarComo bien comenta nortxu, siempre nos dejas en tensión y esperando la próxima entrega.
ResponderEliminarAbrazos
No conozco los sitios pero ya te encargas tú de dárnoslos a conocer, lo que sí conozco es ciertas palabras en la que me haces recordar mi tierra con orgullo a pesar de que estando en Madrid no las pronuncie. Muy interesante y con ganas de continuar con la siguente. Besos. Mari Carmen.
ResponderEliminarMe parece que Carlota es el personaje que va sorteando la estructura de la historia y quien de alguna la observa desde diversos rincones y escondites. Puede que haya que mirar el conjunto de lo que cuentas con su sigilo, con lo inesperado de sus apariciones y desapariciones. Los gatos nos enseñan mucho sobre la vida.
ResponderEliminarCuarta entrega de 'Nueva York: la paya', el nuevo relato encadenado de Mayte Mejia Bejarano, un verdadero oasis en el desierto monotemático cotidiano:
ResponderEliminar"Los seres humanos estamos hechos de un conjunto infinito de emociones, sensaciones que dan alguna pista de lo complejos y, a la vez, simples que somos. Un recuerdo concreto, un poso que no ha cuajado, ese tren que ya no pasará otro día, el envoltorio de un caramelo de menta que no sabemos por qué guardamos, un plástico que ya está caduco, la melodía de una canción infantil que escuchamos algunas noches, las cenizas de los que se fueron y temes que el viento espante, o esa jodida costumbre de verlo todo de color negro, nos hundirá como especie, en el caso de que no estemos espabilados".
Nos haces viajar, entrar en los sentimientos y emociones del ser humano, fantástico. Sigue así. Besos
ResponderEliminarEs fantástico leer tus relatos, Que bien describes los sentimientos de las personas de habla hispana que por el motivo que sea viven en Estados Unidos y en especial en Nueva York
ResponderEliminarMuchas suerte y un fuerte abrazo amiga