Han pasado muchos
años y casi tres generaciones desde que el abuelo Miguel fuera por primera vez
a La Habana y
emparentara con mami echando raíces en el corazón de Eloy: un legado de cariño
y entendimiento que concluye en mí como único sobreviviente y narrador. Pero
nada de la historia a la que he ido dando forma hubiera crecido sin la
principal protagonista, esa mujer que ha vehiculado las cordilleras si
acechaban las dudas, el chato de vino en la taberna del relajo, los ríos y sus
afluentes, el oleaje, el sentido del humor, la fidelidad, el viaje clandestino,
la caída de la hoja, el frío en las cumbres de la soledad, las turbulencias del
vuelo −a veces con aterrizaje forzado− y las luces y las
sombras que han estructurado el atlas del ser
humano recorriendo algunas arterias y bifurcaciones circunstanciales. Olivia es
la almendra de cada persona que durante estos meses hemos contado nuestras
cosas abiertamente. Es la materia, el músculo, la columna vertebral, el
alumbrado en mitad del campo, la suerte de amainar el epicentro de la tormenta,
el deseo inagotable por quedarse en lo sencillo, el camino boscoso que paso a
paso hay que ir descubriendo y las manos templadas que uno quiere tener cerca
por si el lobo feroz sale de su caverna a amedrentar, con rayos y truenos, el sosiego de las personas.
De haber vivido más tiempo ahorita
sería una entrañable anciana recordando su niñez y las calamidades de la época
conmigo en el parque… Cada vez que podía, siendo yo pequeño, mientras me lavaba
los dientes esmeradamente, el abuelo hablaba de su
mujer con admiración. En ocasiones pensé que lo que decía era, más que real, producto de su imaginación.
Pero… ‘¿Sabes, hijo? Era la más guapa de
la verbena −se le llenaban los ojos de lágrimas−. Antes, tanto en los barrios como en los pueblos había este tipo de
ferias. Los chicos sacaban a bailar a las chicas puestas en círculo alrededor
de la pista, y, si aceptaban tres veces seguidas, entonces sonaba la campana y se
hacían novios. Yo no es que fuera tímido, es que era soso de remate. Además,
como se me enganchaba un pie con otro, no me atrevía a proponérselo a ninguna.
Debió de fijarse en mí desde un principio, y buscó la manera de cogerme
desprevenido proponiendo marcarnos un pasodoble. Apagué el pitillo con la
puntera del zapato y miré en torno mío convencido de ser afortunado despertando las
cosquillas de la envidia en los demás. Desde ese mismo instante decidí
compartir la vida con ella y no he dejado de seguirla hasta el infinito…’.
Entonces aparecía mami, le acariciaba la barbilla y él agachaba la cabeza
buscando la imparcialidad del suelo que no pregunta. Desaparecían juntos
dejándome así, con cara de tonto, y un cerco de dentífrico reseco en la periferia
de los labios…
Keiko ha venido de vacaciones y lleva
conmigo todo el fin de semana. Entre los dos montamos la mesa, preparamos unos
aperitivos y esperamos que llegue el resto de la familia. Comeremos carne a la
brasa con salsa de teriyaki. ‘Tío Andy, por
favor, cuéntame otra vez la historia del prendedor de pelo de la abuela Olivia’.
‘Pues, verás… Los festivos cogían su
seiscientos y pasaban el día por ahí. Compraban embutidos de la zona y hogazas,
patatas de la huerta y tomates recién cortados, o legumbres para enriquecer el
puchero… A veces se encontraban con fiestas medievales, romerías −no eran
creyentes−, encierros −tampoco
taurinos−, mercadillos
de baratijas y ropa económica, y muy rara vez actos culturales. Eran tiempos
más feos… Una compañía de teatro itinerante representaba “La casa de Bernarda
Alba”, de Federico García Lorca, en una aldea del interior de Castilla. Como
llegaron antes de lo previsto entraron a la cantina a tomar un bocado. El local
era la leñera anexa a la casa particular del cantinero. La actriz que daba vida
a Adela, la hija apasionada y rebelde, bebía aguardiente como si de gaseosa se
tratara. Lucía un abrigo imitación leopardo hasta los tobillos, y mostraba un
lamentable aspecto: sin maquillaje y desgreñada. Se fijó, más que en los
abuelos, en la cazuela de barro donde apenas quedaba rastro de los choricillos
a la sidra que se habían pedido. Acercó una silla y, sin pedir ningún permiso,
se sentó entre ambos dejando fluir por la boca los estragos del alcohol. Decía
que estaba cansada y harta de ir de un lado para otro, mendigando una función
más, un poco de cariño sin acabar en el estraperlo del placer o unas medias de
licra a cambio de un plato de lentejas. Al finalizar el espectáculo la
felicitaron y comprobaron que la magia del personaje se había tragado la
borrachera. Entonces ella, que en ese momento iba muy de diva, se quitó del
pelo el prendedor para regalárselo a la abuela…’.
Mizuki se ha ido con su nuevo novio un
par de semanas fuera, porque dice que necesita poner distancia para conocerse a
fondo, sin que la juzguemos continuamente o cuestionemos sus decisiones. La
niña está con su padre adoptivo, y me temo muy mucho que será por una larga
temporada. Keiko ha regresado a Boston y promete volver en cuanto le sea
posible. ¡Tan responsable, como sus padres! Así que, nos hemos quedado vacíos y
atrapados en el malestar del estómago que levanta los jugos de la soledad. Todos
los días salimos a dar un paseo. Naoko se agarra de nuestro brazo y caminamos
despacio hasta el Jimmy's Coffee, un
lugar acogedor donde nos gusta pasar la tarde del domingo. ‘Goa marcó un antes y un después… De ser el
último viaje que pensaba realizar el abuelo a la memoria de Olivia, se
convirtió en el escenario ideal para agarrarse a la vida −cuento, ante la
humeante taza que tengo delante y los atentos ojos de mis amigos−. Cuando Miguel visitó ese país le faltaban
las fuerzas y estaba a punto de darse por vencido. La ausencia de su mujer era
cada vez más difícil de sobrellevar, y empezaba a no interesarse por ninguna
cosa. Maduraba la idea de irse a una residencia con el fin de dejar que Alina
viviera su propia vida, sin tener que estar pendiente de él. Pero…, la noticia
del embarazo de mami le obligó a cambiar de planes, dándole un motivo potente
para afeitarse muy bien cada mañana: rozar mi carita de recién nacido’. “El
aire de la noche desordena tus pechos,/y desordena y vuelca los cuerpos con su
choque./Como una tempestad de enloquecidos lechos,/eclipsa las parejas, las
hace un solo bloque”. (Miguel Hernández).
Les acompaño hasta su casa. Ya en la
mía, elijo al azar un viejo disco: la voz rota
e inconfundible de Janis Joplin me hace recordar una anécdota de la infancia. ‘¿Por qué Olivia nunca viene a atarme los
cordones?’, −solté de sopetón. Él salió por los cerros de Úbeda diciendo−:
‘Lazo grande entre lazo chico sujetan el
pie del señorito’. Apenas tenían fotos: alguna
en la Puerta
del Sol tomando las uvas por nochevieja, otras en el campo con amigos, y una de
medio cuerpo, de ella sola, donde se la veía recostada en la barandilla de lo
que reconozco como el Estanque del Retiro, y que el abuelo sacaba de su cartera
cuando no le veía nadie para besarla una y cien
veces. Ese gesto me chocaba y enternecía −hoy soy yo quien lo hace−. Mami manejaba
muy bien las palabras, y decía al respecto que “la gente que queremos no
debería irse tan pronto”. Pero se van, como lo hicieron ellos, como lo haremos
todos… ‘Ay, mi hermano, que sí. Que las
piernas más bonitas eran las de tu mujer. Que no me lo restriegues más, coño’.
‘¡Cómo te pones, Alinita!’. ‘No me llames así, viejo. Que no me gusta’.
‘Pero si lo hago con cariño, mijita…’,
−rompía a carcajadas−. ‘Zalamero…’,
−y le pellizcaba la mejilla−. ‘¿Y tú de
qué te ríes, mocoso? Anda y ve a hacer los deberes, que te distraes con una
mosca’, decían a la vez mientras que yo me
iba refunfuñando porque al final me echaban la culpa de todo. Y no. No era
cierto.
A partir de aquí no sé qué nos deparará el futuro, pero
intentaré seguir siendo viajero... Puede que João dé señales de vida, que
Hiroshi se jubile en breve y monte su tallercito en el chiscón donde guarda las
herramientas y repara lo que vamos estropeando los demás. Es posible que Mizuki
consiga la estabilidad por la que lucha sin saberlo, que los descubrimientos de
Keiko den la vuelta al mundo y curen los males de otras personas, que Bean
alcance la paz y el sosiego, y que Naoko tenga paciencia para aguantarnos a
todos. Seguramente las cosas podrían haber sucedido de otra manera, pero
entonces serían los recuerdos y las vivencias de otras gentes, sus viajes
particulares y los destinos que hubieran elegido. ‘Siéntate ahí, Naoko. Mira, ¿ves aquellos puntos relucientes en el
horizonte que aparecen y se van al instante? Hay quien dice que es la costa de la Florida. Pero yo lo
dudo… Sólo se adivina. Me siento feliz de que estemos en el Malecón, en el
mismo lugar donde Eloy y Miguel conversaban de la vida con un habano entre
manos y mamá se despedía del Caribe…’. En el vaivén de estas aguas
transparentes arrancó la historia de Olivia y es en este punto donde me vienen
a la memoria los versos de una canción de Silvio Rodríguez: “…tú me recuerdas
las cosas/no sé, las ventanas/donde los cantores nocturnos cantaban/amor a La Habana , amor a La Habana ”. ‘Abuelo, cierra los ojos y pide un deseo’.
‘Vale. Ya está’. ‘¿Cuál es?’. ‘Si te lo digo, ya no es un deseo…’. Pero yo jugaba a las
adivinanzas con su cara: si fruncía el entrecejo significaba que le dolía la
barriga, si guiñaba un ojo que haría de rabiar a mami, si apoyaba las manos bajo la barbilla que me iba a dar una
charla de las suyas y si entornaba los ojos es que se moría de ganas de rodear
una vez más las caderas de su compañera. ‘Que
te estás durmiendo, hombre, y te manchas. ¿No ves que se te cae el helado?’,
−decía ella sentada frente a él en el parque−. ‘Que no me duermo, Olivia. Es que me hace daño el sol…’. ‘Pues ponte aquí, a la sombra, a mi lado’.
Y él, obediente, se dejaba caer junto a ella…
Recuerdos grandes para almas humedad!!!
ResponderEliminarNena, me da mucha pena que termine, pero me siento muy orgullosa de ti. Has conseguido tenernos a todos en ascuas. Espero septiembre con impaciencia. Descansa. Un beso.
ResponderEliminarPrecioso final.Ha conseguido que esta familia fraguada desde la amistad verdadera.Se me haya grabado en el alma.Gracias Mayte por tu buen hacer.
ResponderEliminarMuchas gracias por el maravilloso encadenado. Estos días lo volveré a leer desde el principio.
ResponderEliminarFelices vacaciones. Un beso.
Enhorabuena, buen final, siempre romántico, siempre nostálgico, siempre soñador......,. Me siento orgulloso de ti, de la dedicación e ilusión que has puesto en este proyecto y de compartir risas y preocupaciones contigo, a partir de ahora ya sabes que todo es posible.
Un beso
Como en todos los relatos anteriores es un descubrir de emociones y sentimientos. Es transportarse a los adentros de Andy, Miguel, Olivia, Alina... Hasta la vuelta y que disfrutes.
ResponderEliminarMayte. Me ha
ResponderEliminarencantado tu novela. Has escrito tan bien.....que me has dejado fascinada y con ganas de mas.
Ahora descansa y disfruta del verano y para el mes de septiembre mas
Un beso grande
Siempre haciendo aflorar los sentimientos. Gracias y hasta la vuelta, se te espera.
ResponderEliminarPues sí, apetece volver a leer la historia desde el comienzo.
ResponderEliminarTan llena de nostalgia, de encuentros, de buenos sentimientos,...Feliz verano, y a cargar las pilas.
Desde el frío en las cumbres de la soledad... Gracias, un bello remate a una hermosa historia.
ResponderEliminarAhora recuerdo aquello de, "la grandeza del ser humano no está en sus logros sino en lo que desea lograr". Y es lo que espero.
Disfruta de un buen verano y descansa, ESCRITORA.
Te camelo, AMIGA.
Besos.
Última entrega del relato encadenado de Mayte Mejia Bejarano. Andy hace arqueo de emociones en La Habana. Un precioso relato con final nostálgico, ni feliz ni todo lo contrario. Esperemos verlo en libro...
ResponderEliminar.......the end
ResponderEliminarEnhorabuena, yo sabia q saldría fenomenal !!!