Un fleco apaisado de
costa atlántica se despliega frente a mí como
un pelo indefinido que atraviesa la brecha del horizonte. En el restaurante Recanto da Lua Cheia −Esquina de la Luna Llena −, ocupo una
mesa que parece estar encima de donde las olas se repliegan para volver a su
punto de origen. La voz envolvente y acariciadora de Ivete Sangalo, cantante y
compositora brasileña, armoniza la espera de los comensales que aguardamos
pacientes para degustar la famosa Moqueca
de peixe: guiso de pescado elaborado con hortalizas, hojas de cilantro,
pimienta malagueta… Mientras llega, y encarpeto las fotos digitales en el
dispositivo móvil, me dejo empapar por la solemnidad de una cerveza rubia bien
fría. Estoy en Salvador de Bahía pasando algo más de dos semanas: unos días por
trabajo, otros por puro placer. El Ayuntamiento de Toronto, en colaboración con
otras alcaldías de ámbito nacional e internacional, ha
enviado aquí un comité de personas vinculadas al mundo de la cultura
para asistir al festival anual que organiza Olodum, grupo, fundamentalmente
percusionista, creador del Samba-Reggae, nacido en 1979 de la inquietud social por extirpar el
racismo y sacar a los niños y adolescentes de
la miseria, ofreciéndoles un motivo para vivir, reactivando su autoestima, bien a
través de la música, o en los talleres de artesanía cuyas obras venden después en
la tienda Axé financiando con ello la
causa.
Hoy tengo un tiempito libre. Así que,
además de disfrutar del paisaje que acompaña los sabores del almuerzo, he hecho
algunas compras por ahí... Remeras, para Mizuki
y Keiko, pintadas a mano, poniendo “Brasil Terra de Sonhos” −Brasil Tierra de
Sueños−. Para Hiroshi un pescador de pie en
canoa china tallado en madera. Y para Naoko un
colgante triangular representando a un hombre y a una mujer, en postura
amorosa, perfilado con suma delicadeza. Adquirido todo en el Mercado Modelo, edificio de estilo neoclásico construido
como un centro de abastecimiento que hoy acoge a comerciantes de todo tipo,
convirtiéndolo en un enorme souvenir.
Reserva una parte importante de su espacio para manifestaciones artísticas de, por ejemplo, capoeira −arte marcial combinando danza,
música y acrobacias−. La segunda planta es para
los buenos restaurantes, con vistas a Bahía de Todos los Santos. La primera
sensación que tengo al caminar por el recinto es
la de percibir el esqueleto de dos continentes, armado con la transigencia de
sus pieles mezcladas y la versatilidad de unas raíces encoladas al suelo que
les ha visto nacer. Salvador, como la llaman las gentes de aquí, es la sede de
la música universal de la humanidad, lo que, de alguna manera, la hermana con La Habana en el fondo de mi corazón…
En el barrio de El Pelourinho, una
mujer entrada en edad, de procedencia afroamericana −la mayoría de esta
población es fruto del mestizaje−, vestida con el traje típico de baiana, tiene
en la calle un puesto fijo donde ofrece sorbetes de Caipirinha −sin alcohol, solo con azúcar, lima y hielo−, que sirve
regalando una cueva por sonrisa al faltarle los cuatro dientes incisivos
superiores. Ya me cuento entre sus parroquianos habituales. De conversación
fluida, aporta esa visión sencilla y cotidiana de los sitios tan apreciada por el viajero. Descendiente de
esclavos negros llegados de África a manos de europeos colonizadores del país,
narra su historia con desgarro abanicando la falda a la altura de los tobillos
al compás de los tambores. Tras muchos meses de sufrimiento viviendo en
condiciones infrahumanas en un sótano bajo el nivel del mar −la humedad tornaba
el ambiente irrespirable−, el bisabuelo de la anciana, no así el resto de
familiares, se salvó de una muerte segura porque a uno de los carceleros que
les vigilaban se le salió el hombro y pedía ayuda en un grito de dolor. El preso,
acercándose muy despacio a él, le sostuvo el brazo unos segundos hasta que se
lo colocó de un tirón. Eso le sirvió para conservar intacta la vida, pero no
indultó las calamidades que pasaría a lo largo de la misma, y que tan solo
disfrutó en la recta final cuando comprobó que sus hijos eran personas libres.
La mujer se vuelve de espaldas para atender a algunos clientes y yo prometo
regresar al día siguiente para beber juntos. Afligido, continúo mi camino y leo un grafiti donde pone lo siguiente: “Cuando
menos lo esperamos, la vida nos coloca delante un desafío que pone a prueba
nuestro coraje y nuestra voluntad de cambio”. (Paulo Coelho).
Antes de las cinco de la tarde da
comienzo el festival en plena calle. Los alrededores se van llenando de colores
vivos y de cuerpos que se mueven al son del ritmo. Me sitúo en un extremo
cercano desde el cual observo la perfecta
ejecución que inicia Olodum, transmitiendo a cada uno de los presentes lo que
verdaderamente son y representan: el espíritu de África. Soy bailarín, sé
marcar el paso y dejar que la música me ayude a expresar cuanto llevo dentro, echando
a un lado las preocupaciones, aunque solo sea mientras dura la melodía. Pero lo
que estoy viviendo aquí es una sensación de libertad en estado puro, que apenas
encuentro palabras para describir. Suenan los tambores y no podemos parar de
movernos, como si los pies y los brazos ya no nos pertenecieran, como si los
glúteos y la barriga fueran cometas buscando la cima de una montaña que a lo
mejor custodia el embrión de las cosas, porque todo lo que me rodea en este
momento, por pequeño que sea, es motivo de alegría. Miro en torno mío y me dan
ganas de abrazar, de besar, de materializar esa cultura crecida que nos empuja
a tocar la piel del otro y esas grietas de su textura que tanto dicen de sí…
El comisario del evento encargado de
atender a los invitados VIP venidos de fuera, satisfaciendo la petición hecha
por algunos de nosotros, nos acompaña a visitar la parte de favelas. Según nos
acercamos, el olor, la luz y la visibilidad cambian completamente. Desde
arriba, lo que se ve es un mosaico de
estructura no organizada: hueco despejado,
chabola levantada con materiales de mala calidad que arrugará el viento o
arrastrará el agua torrencial. En un mismo espacio conviven prostitutas,
drogadictos, vendedores de crack,
mendigos, gente extremadamente pobre que pone al descubierto la gran separación
que existe en Salvador entre muy ricos y muy pobres. Y la clase media, a la que
pertenecíamos nosotros en Madrid, tiene grandes dificultades para salir
adelante. El sistema de enseñanza, a diferencia de otros países, es de pago
hasta la entrada a la universidad. De manera que, si no tienes plata, tus hijos
se quedan a las puertas, por muy buenos estudiantes que sean.
João es un chaval inquieto de doce
años con vocación de médico. Muy disciplinado en el día a día, asustadizo
frente a lo desconocido, cariñoso si tú también lo eres con él y maduro para su edad.
Su madre, camarera del hotel donde me hospedo, viuda desde antes de parir,
trabaja duro para salir adelante y, con todo y
con eso, si paga el colegio no cubre otras necesidades... Al finalizar la
jornada el chico espera a su madre sentado en el encintado de la acera. Ella
sale, le abraza y besuquea, casi asfixiándole entre sus grandes pechos,
mientras que él, muy vergonzoso, mira a ambos lados por si hubiera algún
conocido. Esa imagen me enternece y me trae muy cálidos recuerdos. Una de las
veces que coincido con ellos les invito a tomar Guaraná −bebida gaseosa− y así poder conversar. Como tantas mujeres
que tienen que sobrevivir en un mundo misógino no
le ha sido fácil. Pero, aún imaginándonos las dificultades por las que habrá
tenido que pasar, el niño ha crecido respetuoso dentro de un entorno limpio de
rencor. Cuando nos separamos, reflexiono el testimonio escuchado y pienso en lo
generoso que fue el abuelo Miguel con mami, y también en las desahogadas
posibilidades económicas que ahora tengo, y que quizá yo podría…
Por mis venas corre sangre habanera y
un vínculo ineludible que me apega al mar como medusa enroscada entre las olas.
Recién duchado, y listo para vivir la última
velada brasileña, tomo el Elevador Lacerda, que recorre en treinta segundos los
72 metros del acantilado que separa ciudad alta
y ciudad baja. Grupos de jóvenes bailando la música que reproducen a todo
volumen sus magnetofones, y familias con niños pequeños jugando a pelota,
compartiendo bocadillos y refrescos, son claro ejemplo del placer de disfrutar
en la playa a la luz de las estrellas, desprendidos de los lujos materiales que
esclavizan. Pero en estos momentos que busco tranquilidad, acabo caminando
descalzo por Praia do chega nego. A
lo lejos se escucha el bullicio que he ido dejando atrás. Recostado sobre una
barca de pescadores, cuya red destejida ha
quedado huérfana, cierro los ojos y veo el Malecón. En este momento comprendo mucho mejor, observando a estas gentes, la
filosofía de vida que tenían los míos. Una muchacha vestida de blanco, de piel
tostada y brillante, corriendo en zigzag por la orilla, persigue una cometa
intangible. Bien podría ser mami…
Llego al hotel empapado en sudor y
todavía tengo que terminar de hacer la maleta. Junto con la llave de la
habitación, me entregan en recepción una nota que alguien del evento ha dejado
para mí, por la que me informa de que han quedado mañana alrededor de las diez
−no volamos hasta última hora de la tarde−, a la salida del restaurante, para
visitar la Casa Museo
del escritor Jorge Amado. En ella gestó buena parte de su obra al lado de su
inseparable compañera Zélia Gattai, su esposa.
También escritora, fotógrafa y memorialista, como le gustaba definirse a sí
misma. El inmueble es sencillo, dentro de su elegancia,
y dispone de un jardín y piscina. Dentro encontramos su colección de
arte, con piezas que fueron adquiriendo en común. Desde cuadros de Picasso a figuras de barro del artesano Mestre Vitalino.
Compartieron más de medio siglo de matrimonio, tuvieron dos hijos y una
existencia, con una parte en el exilio,
fructífera. Las cenizas de ambos descansan ahí, a la sombra de un árbol de
mango. Paso los dedos por las teclas de su máquina de escribir y agudizo el
oído para que la música de la lengua portuguesa me enamore. Antes de abandonar
Salvador de Bahía, le prometo a la madre de João que
recibirán noticias mías muy pronto.
Mizuki ha regañado con el novio y se
pasa el tiempo tirada en el sillón de casa, llorando
y diciendo que es el ser más desgraciado del mundo. Desde que he vuelto sus padres están mucho más tranquilos, porque saben
que se desahoga conmigo. Nos estamos hinchando a ver pelis de dramones y a
palomitas. ‘¿Tú crees que le olvidaré
algún día?’ −me pregunta−. ‘Claro,
cariño. Mi abuela Olivia decía que la mancha de una mora con otra verde se
quita’. ‘Ay, tío Andy, cuando te
pones intelectual no hay quien te entienda’. ‘¿De qué habláis? Esperadme que no me entero’, grita Keiko desde el
cuarto de baño…
Otra vez nos vamos de viaje y soy capaz con tu relato de visualizar sitios que no conozco, genial.
ResponderEliminarCada vez estoy más intrigado y expectante con el final.
Besos
Estoy igual a cuando en los conciertos presientes que la
ResponderEliminarBanda se irá en breve. Aquí como no puedo pedir bises pido el siguiente. Ha madurado tu estilo muchísimo en los
últimos meses. Besos, nena.
Te superas por día, amiga. Mira lo que estoy pensando: Me encanta mi ciudad y creo conocerla un poco, pero estoy por pedirte que me invites a pasear por ella. Seguro que sería fantástico. La de emociones que me estaré perdiendo...
ResponderEliminarTe camelo, ESCRITORA. Te quiero, Mayte.
La verdad es que yo ya no estoy para muchos viajes, largos sobre todo, pero contigo llego descansada, se me hace corto el camino y no me importa visitar las ciudades nada mas llegar. Con ganas de llegar al próximo destino.
ResponderEliminarMe llevas embobada en cada periplo de Eloy. Gracias por escribir así. Un abrazo.
ResponderEliminarJapón y ahora Salvador de Bahía, gracias por dejarnos viajar con tu pluma cada día más sabia... Esperando la siguiente entrega...
ResponderEliminarPenúltima entrega del relato encadenado de Mayte Mejia Bejarano, que nos trae el ambiente lleno de color, música, sabores de Salvador de Bahía con el estilo trabajadamente sencillo de la autora.
ResponderEliminarAmiga, muy lindo este capítulo en Brasil. Eres toda una maestra de la escritura.
ResponderEliminarBesosssss desde La Habana
Mayte, gracias por lo que escribes, nos haces transportar a otros lugares, a otras culturas y es como si lo vivieramos.
ResponderEliminarUn beso muy grande
Precioso este artículo que nos traslada a Salvador de Baiha. Qué bien describes el lugar, su gente y hasta el olor a mar.
ResponderEliminarAbrazos desde Málaga.