El abuelo Miguel
compraba galletas Napolitanas en caja de cartón duro −todavía se me hace la
boca agua recordando el sabor a canela−, para que, una vez vacías, yo pudiera
reutilizarlas guardando dentro mi colección de tesoros exclusivos, descargados
del bolsillo abultado del babi, porque de no haberlo hecho así se habrían
perdido en el censo ordenado de los armarios. Anoche no tenía sueño y abrí una
sabiendo que todos son artículos del bazar que
mercadea a orillas de la nostalgia: chapas de
TriNaranjus, un cubilete rojo de parchís, un cacho de tela deshilachada con una
inicial sujeta por alfileres, un imperdible de plástico, la primera pulsera de
cuero regalo de mami, calcomanías de los tebeos de
moda, una cuarta de cuerda de esparto y papeles de varios tamaños con dibujos
de trazo infantil y anotaciones. Desdoblo uno de ellos y leo estos versos
hermosos de Eeva Kilpi, poeta finlandesa, centrada en lo cotidiano de las
emociones y sentimientos femeninos: “Dime si
molesto,/dijo él al entrar,/porque me marcho inmediatamente./No sólo
molestas,/contesté,/pones arriba toda mi existencia./Bienvenido”.
Me he mudado a un miniapartamento luminoso, céntrico y con unas vistas generosas de la
ciudad, en Queen St. West, a pocas “cuadras” del Peter Pan Bistro −cuyos menús
quedan lejos del alcance de mi bolsillo−. La cocina y el comedor dormitorio son
una sola pieza separada por medio mostrador con cajones a un lado y dos
taburetes al otro. Un ventanal hasta la junta del techo
canaliza los rayos de sol hacia el sofá convertible en cama al llegar la
noche. Pegado a la puerta estrecha del aseo, esquinado en el suelo para no
estorbar, reside el equipo de música y algún zabuton −cojín japonés− traído de
Kōbe. Hiroshi y Naoko están muy preocupados por mí, y como se les han agotado
las ideas para arrancarme de casa han confiado
dicha tarea a Mizuki y Keiko, quienes, cuando
terminan de estudiar, vienen cada tarde con diversas propuestas, como colgar
las estanterías hechas por su padre con maderas rescatadas de las basuras, y
poner en ellas lo que sigue todavía sin desembalar. Pero donde hacen más
hincapié, y poder de convicción vaya si tienen, es en salir a algún sitio, a
pesar de decirles que una aguanieve de años me
ha caído por encima.
Bean no se presentó a mi comida de
cumpleaños, y tampoco apareció por casa al día
siguiente y, según tengo entendido, todavía no
ha retirado sus pertenencias del garaje cedido por el casero cuando rescindimos
el contrato de alquiler. ‘Querido Andy −comienza
así la carta suya traída en mano−. No sé
por dónde empezar. Sabes que no me resulta fácil expresar los sentimientos al
ser bastante parco en palabras, pero quizá debería hacerlo pidiéndote perdón.
Mereces una persona al lado que no escatime en cariño y sepa entregarse
desinteresadamente. Alguien que no se haga el remolón en la aduana de los
prejuicios por cobardía. En definitiva: un ser libre como tú. Lo mejor que me
ha pasado en la vida es haberte conocido y descubrir una manera de querer
diferente e impensable hasta entonces. Lo peor comportarme como un imbécil que
antepone disciplina por felicidad. La naturalidad tuya tratando cualquier
asunto, delicado o no, frente a la estricta y encorsetada educación que he
recibido, debería haber bastado para abrirme los ojos a un horizonte más
templado. No ha sido así, y lo lamento muchísimo. Soy consciente de la mala
imagen que dejo, de lo desagradable de los últimos meses haciéndotelo pasar muy
mal. No he sabido evitarlo. Echo de menos mi ciudad, mi gente, mi familia y no
me siento cómodo en Toronto. Te quiero, pero tomo la decisión, aunque sea
equivocada y después me arrepienta, de no seguir contigo. Diles a Mizuki y
Keiko que las voy a recordar siempre. Asumo la culpa y me llevo el corazón en
pedazos, pero me niego a hacerte más daño. Te deseo lo mejor, en lo personal y
en lo profesional. Llegarás alto, lo sé. Tal vez amanezca un día en que dejes de
guardarme rencor, sacando lo positivo de esta ruptura. Quiero acabar diciendo
que con nuestra separación uno de los dos sale perdiendo, y no eres tú, por
eso, con el tiempo espero tener valor para perdonarme. Tendrás éxito en todo cuanto te propongas, no lo dudo en absoluto.
Cuídate, y no dejes de soñar’. La he leído tantas veces que todavía una
sobre otra no ha solapado el dolor de la primera…
Huele a chocolate recién hecho, y eso evoca en mi memoria al Madrid castizo con sus
callejuelas estrechas, empinadas, y la oferta de fonda barata y taberna de
guardia que nunca le fallan al viajero. Son las siete de la mañana, hace un
frío de justicia y he salido con Naoko a correr por Queen’s Park. En un cruce
de caminos, el anciano plantado en jarras que siempre sermonea con la llegada
del fin del mundo, y al que se le nota mucho la cojera, tira de un viejo perro desgreñado y hediondo como él, a la vez
que vocea con dedo acusador a un público invisible: ‘Bastards, you are going to push me to the ground’. (Cabrones, me vais a tirar al suelo). Hacemos un alto para
beber café del termo que traemos para la ocasión, y sentados en un banco
próximo a la escultura del crítico literario Northrop Frye, quien defendió
durante toda la vida “el orden de las palabras”, digo: ‘No creas, cuesta muchísimo, pero no tengo más remedio que hacerme a la
idea de que jamás volverá. Es un proceso lento y, sobre todo, desgarrador, que quema las
entrañas y te deja noqueado. Buscar a Bean entre la gente que se mueve de un
lado a otro de la ciudad es como tirar piedras a un charco de agua
que aleja y distorsiona el paisaje reflejado, que ya no podrás tocar por mucho
que alargues la mano… −Los ojos de mi amiga se van achicando según se
humedecen−. Sin vosotros, sin la energía
de las niñas, sin la comprensión de Hiroshi, sin tu paciencia y cariño, no lo
conseguiría. Sois la familia que he elegido y…’. Naoko me abraza y todo
comienza a tomar sentido.
Ha pasado casi un año y sigo volcado
en el trabajo sin atender lo sentimental. Algunos profesores de la escuela
preparamos una coreografía para la representación teatral de cuentos infantiles organizada por el Ayuntamiento de Toronto. La sala
cedida para los ensayos es bastante pequeña, por
lo que montamos los pasos calculando cómo será
el espacio real que habrá en el escenario. Aquella compañera operada de cáncer
de pecho, a la que recomendé el deporte náutico dragon boat, me cita en el restaurante Seven Lives, donde sirven
riquísima comida mexicana, entre otras cocinas varias. La veo espectacular, su
piel vuelve a tener un tono natural, ha ganado peso y se plantea adoptar un bebé. Hasta que no esté físicamente a
pleno rendimiento no se
reincorporará, pero le gusta que le cuente cómo está el ambiente. ‘¿Quieres decirme algo en particular?’.
Noto que titubea y da rodeos a la conversación. ‘Me he acordado mucho de ti −dice−. Al terminar el tratamiento, y autorizada por la oncóloga, hemos viajado
a San Francisco, Buenos Aires y parte de Reino Unido. En Londres vi a Bean
−se me acelera el corazón−. Al principio
no caí, pero cuando me acerqué era inconfundible. Salíamos de un centro
comercial y le digo a mi marido: Mira que original ese mimo vestido de Estatua
de la Libertad.
Él me reconoció y paró la actuación’. ‘¿Cómo
está?’. ‘Triste y aviejado −responde−. Me preguntó por ti y apareció la derrota
en su mirada. Vive en Bath con su padre, la crisis retardada ha quebrado el
negocio y se mantienen de lo que gana en la calle como cómico…’.
Desde hace semanas no ha dejado de
nevar. Me desplazo por la red PATH sin salir apenas a la superficie, excepto
para cosas puntuales, como hoy, que he quedado
con Mizuki y Keiko en Nathan Phillips Square, por si podemos patinar en la
pista montada al aire libre. Están convirtiéndose en dos bellísimas mujeres, con carácter y la cabeza muy bien amueblada. Han
heredado el comportamiento sencillo de su padre y el físico de su madre, lo que
las hace todavía más atractivas e interesantes. Ya casi no vienen con nosotros,
van con su grupo de amigos donde hay dos pretendientes italianos que no las
dejan ni a sol ni a sombra, y de los que están, según me cuentan, muy
enamoradas. ‘¿Volverás alguna vez a
España, tío Andy?’. Esto me coge desprevenido. ‘No lo sé mijita. Nunca se sabe. El futuro y las circunstancias son
imprevisibles…’. Pero mejor les habría dicho que lo que de verdad me
apetecía era regresar a la ciudad interior de
las personas que se me han ido, a sus parques llenos de escondites, a sus
estaciones de trenes donde siempre paraba el mío, a los abrazos como la banda
sonora que te reinventa y a la fideuá de los domingos… La plaza está llena de
gente, y el hielo listo para resistir la herida que le dejará la cuchilla.
Mientras me deslizo con total libertad por el circuito,
tengo la sensación como que me traslado al principio de venir aquí, donde cada
experiencia era un horizonte a explorar, y la vida con Bean la estructura de
una nueva patria. Aunque todavía me duele su ausencia y la manera que tuvo de
despedirse sin mirarme a los ojos, paso por delante de determinadas calles por
si el eco me nombra… Y como dice Hiroshi,
imitando mis mejores momentos: ‘Pero, ¿que
tú por qué no pasa página ya, mi hermano?’.
He recibido una invitación de boda desde
Oregón. Mi tío el mayor −nunca nos hemos visto− celebra
su quinto matrimonio −ninguno de ellos, salvo el primero que duró once años,
han superado los seis o siete– y quiere que vaya. Pero, casualmente coincide
que la profesión me sitúa en otro cuadrante del atlas: en América del Sur,
hacia la mitad oriental del subcontinente. Naoko me lleva al aeropuerto, y, antes de entrar a la sala donde espera el resto de bailarines, abrimos una de las cremalleras de la
maleta grande, porque había olvidado guardar la
pajarita de mis chicas junto al espíritu habanero. ‘Llama cuando llegues’. ‘Que
sí, pesada. No te preocupes’. ‘Es que
te conozco, y con nada se te va el santo al cielo’. ‘Que no, coño. Ya lo verás’. ‘Bueno,
vale’. ‘Anda, gruñona. Ven aquí, que
te quiero’. ‘Y yo a ti’. ‘Un mes se pasa en nada, y cuando quieras
darte cuenta he vuelto…’.
Me has dejado con un congojo que no se si te lo voy a perdonar. Te lo vuelvo a repetir, haces que me introduzca en el personaje. Muchas gracias por este regalo
ResponderEliminarBonito, uno de los relatos que más sentimiento tiene o al menos asi lo percibo yo. Que bien que solo tenga que esperar una semana. Besos
ResponderEliminarNena, estoy a moco tendido. Nunca dejes de escribir. Un besos.
ResponderEliminarRelato repleto de sentidas descripciones de emociones. Nos metemos en la piel de Andy, y de Bean, y, secundariamente, de los otros personajes de la historia. No te he visto, Mayte, en la Feria del Libro del Retiro; dentro de una caseta, quiero decir. A ver si para el año que viene...Un abrazo.
ResponderEliminarTu generosidad brindándonos estos relatos, así, por la cara, es de agradecer. Lugares, personas que no conoceríamos, tu lo haces posible.
ResponderEliminarEste nuevo relato me ha dejado triste .Endy está pasando por algo inevitable el desamor.Que está superando con esa maravillosa familia. Besos Mayte gracias por este regalo.
ResponderEliminarDuodécima entrega del relato encadenado: Bean rompe con Andy y la dolorosa melancolía de la ruptura tiñe la cotidianeidad de la vida. A partir de ésta, cuatro entregas de periodicidad semanal para completar la narración.
ResponderEliminarRelato repleto de emociones. Bonita mezcla la tristeza de la pérdida y la grandeza de la amistad. Que bien lo cuentas todo! Besos.
ResponderEliminarAlegría al saber que el regalo será semanal; lo que no me esperaba es que fluyeran tal cantidad de emociones y sentimientos en unos personajes tan de mi entorno ya. Siento con ellos y es lo que más te agradezco.
ResponderEliminarSi me lo cuentan, no me lo creo, qué manera de contar una situación que ha hecho que de lo que tú cuentas que ha vivido él, mi estómago se haya encogido por algo que yo viví también así. Bravo para ti, como siempre.
ResponderEliminarQuerida amiga:
ResponderEliminarEsta nueva entrega tuya me ha dejado muy nostálgica, aunque ya lo venía presintiendo: la ruptura entre Andy y su pareja. Esperemos ahora, ansiosos, qué nuevo camino tomará la vida de Andy. Como siempre, tus escritos son siempre fenomenales.
Un abrazo desde La Habana.
Tere
Es asombrosa tu habilidad para crear y recrear una situación y hacer que los que te leemos empaticemos con esa situación que creas.
ResponderEliminarGenial, Mayte.
Abrazos desde Málaga