Cuando uno empieza a comprender las cosas, es hora de
marcharse.
Fernando Trueba y Jean-Claude Carriere
Dejó
que sonara el tono de llamada: una, dos, tres..., hasta quince veces. Lo hizo con el remordimiento que nos entra
cuando pensamos que no hemos elegido el mejor de los momentos. Colocó la mirada
con tristeza en un punto vacío del horizonte y respiró con pesadumbre, como si la
intensidad del silencio envejeciera a la materia y al alma. Frunció la frente,
quitó el auricular del oído, y cortó la comunicación sin más. Atravesaba una
etapa complicada. Una de esas crisis que aparecen en momentos puntuales de la
vida, planteando el eterno dilema: ¿Qué coño hago yo aquí? En esa situación, y
angustiada con sólo pensar que tenía que
pasarse sola lo que quedaba de fin de semana, buscó la compañía de alguien
querido, alguien que la conociera bien por si flaqueaba. Así que, en lugar de
llamar otra vez, decidió que lo mejor sería redactar un breve whatsapp: “Hola guapa. ¿Comemos juntas y luego nos hacemos un cine? Besos”.
Vio en pantalla que la destinataria se puso en
línea, señal de que lo estaba leyendo. Mientras aguardaba respuesta, con la
misma impaciencia que el estómago a falta de pan se pone en la cola del hambre,
pensó que dejar sin contestar estas notas, o los emails, es una falta de delicadeza por parte de quien recibe. Sin
embargo, sabía muy bien que lo correcto en estos casos era esperar unos
minutos, aunque se hicieran interminables. Pero, en vista de que no saltaba el
aviso de un nuevo mensaje, se metió en configuración del teléfono y seleccionó modo avión. Se puso en bandolera la
bolsa donde llevaba el ordenador y otros documentos. Apagó el libro electrónico
que sujetaba con una mano, y deseó con todas sus fuerzas que existiera un sitio
donde solicitar la conmutación de la pena del corazón. Entró al Parque del
Retiro con la misma lírica que se entra a los versos, y, ajena al suelo que
pisaba, parecido a una corteza de alquitrán llena de lágrimas, buscó un lugar
apartado de las zonas transitadas. Un rincón donde el paso de las horas, o el
cambio de luz, transcurrieran sin agobios, y le sirviera de marco para
descifrar y para comprender por qué se tambalean
las cosas menudas, cuando pensamos que somos un solar abandonado.
Finales de noviembre estaba siendo
duro, en cuanto al tiempo. Hacía un frío de justicia, que impedía disfrutar del aire libre. Al fondo de un
camino algo retirado, divisó una terraza acristalada; se acercó hasta ella y pasó al interior. A pesar de ser viernes, todavía
no había mucha gente, por lo que pudo elegir
una de las mesas que estaban pegadas al ventanal. Dejó sus cosas en ella y fue
a pedir la consumición. Pensó que la persona que despachaba, por su acento, era
de la Europa Oriental, y su expresión denotaba el desdén de alguien muy cansado
de escuchar tonterías muy repetidas al otro lado de la barra. Calculó que
podría ser de Bulgaria o de Polonia, a saber. Pidió un café con leche y se lo
llevó a su sitio. Había llegado hasta ahí para despegar del pensamiento las
cosas incómodas e intentar encontrar las claves que quizá la ayudaran a salir del círculo viciado de pesimismo alimentado
por sus circunstancias actuales. Mirar por la ventana es como escribir con los
ojos la biografía de la vida que sucede fuera, sin nosotros en el papel
protagonista, pensó.
Tenía muy bien aprendido que huir de
uno mismo te convierte en residuo que flota sin dirección en el Cosmos. Por eso
su meta más inmediata era recuperarse y levantar cabeza. Reconocía que tenía a
su favor elementos muy deseables: Una profesión agradecida que ahora empezaba a
dar sus frutos, buenos amigos con un alto concepto de la amistad, unos
principios por los que regirse. Todo atractivo y envidiable. Sin embargo, no
era feliz. Y no lo era porque le faltaba el amor. Ese amor que nos fundamenta
como ser humano que se entrega, que admira lo que hace el otro, que respeta lo
que dice, que siente y valora, se reinventa y se crece, se cae y se levanta. Y
lo hace pegado a uno, en el mismo párrafo del libro en común. No era feliz, pero aspiraba a ello. Y a pasar página a las malas
noches, a las tardes de desconsuelo, al vaso ni lleno ni vacío, sino hecho
añicos. A la zozobra, al desamor, y a ese mal compañero de viaje que es la
preocupación de quedarse atrapada en la soledad.
Llevaba un año sufriendo acoso
psicológico y alguna agresión física, “de poca importancia”, según consta en
los documentos oficiales de denuncia. Increíble y estremecedor sólo leerlo, ya
que la realidad iba por otro lado. Sabía que estaba al límite de su capacidad
de aguante y que las fuerzas empezaban a fallarle. Me refiero a las fuerzas
mentales porque, sin lugar a dudas, descubrir que la persona que se ha querido
durante veinte años se ha convertido en un psicópata enfermo y desconocido atemoriza y descoloca a cualquiera. Sufría en
silencio, lloraba en silencio, vivía en silencio…
Cuando quiso darse cuenta la tarde
había tupido de gris la copa de los árboles, y la cafetería se había llenado de
conversaciones. Desactivó el modo avión y
mantuvo el smartphone unos segundos fuera del bolsillo… Pero no había
nada nuevo: ni notas, ni llamadas perdidas, ni nada de nada. Se levantó muy
despacio, recogió sus cosas y salió de allí. El viento que soplaba como hoja de
cuchillo intensificaba la sensación de frío en
su rostro. Caminaba meditando cada paso, cuidando muy bien dónde pisaba para no
lastimar los restos caídos de otoño. Seguramente no había sacado grandes
conclusiones, ni habría reforzado su resistencia, pero comprender que debía
dialogar con ella más a menudo le había abierto la puerta de la comunicación,
la misma que nosotros, conscientemente a veces, cerramos porque no queremos ver.
Escrito de mucha sensibilidad, describiendo sentimientos y sensaciones de forma muy matizada, para lectores de paladares finos. Me resulta fácil meterme en ese mundo y en ese ambiente del Retiro, con ese tiempo,... Un beso.
ResponderEliminarUna de tus muchas cualidades, además de la puntualidad, es esa: que jamás dejas a nadie sin respuesta. Te caracteriza una respetuosa educación cívica que ya quisiéramos muchos. Magnífico relato, como siempre, Mayte, con bellas metáforas.
ResponderEliminarMayte, gracias por tus"Pensamientos sueltos". Tierno y duro a la vez.
ResponderEliminarSiempre que te leo, me identifico con algún sentimiento que tan bien expresas a partir de tus personajes. Un beso.
Yo tambien me he identificado con lo que he leído. Tambien he desconectado el movil en alguna ocasion para "descansar" de la ansiedad de una respuesta que no llega.
ResponderEliminarPrecioso, Mayte. Me ha encantado y emocionado :"Y a pasar página a las malas noches, a las tardes de desconsuelo, al vaso ni lleno ni vacío, sino hecho añicos. A la zozobra, al desamor, y a ese mal compañero de viaje que es la preocupación de quedarse atrapada en la soledad."
ResponderEliminarLourdes
Las nuevas tecnologías es lo que tienen, que te das cuenta de lo que le importas o no a algunas personas y no hay " tu tía " no te pueden decir que no han oído la llamada o no han visto el mensaje; debe ser muy triste como muy bien relatas llevarte esas decepciones.
ResponderEliminarMe gusta la facilidad con que consigues meternos en tus historias.
Un beso fuerte.
Hilario Camacho cantaba una canción que decia,'que solo estás,enmedio de tanta gente,que solo estás'.Esa figura mirando por la ventana,se abstrae del tiempo y mira cómo pasa la vida.Después se retira meditando cada paso, cuidando muy bien dónde pisaba para no lastimar los restos caídos de otoño,los girones de tiempos pasados.........Muy bueno Mayte.
ResponderEliminarUn beso.
Gracias Mayte por tu precioso escrito que a traves de las hermosas metáforas nos llevas a un terreno que de alguna manera ya hemos recorrido con el devenir del tiempo.
ResponderEliminarUn abrazo
Gracias, cada vez que te leo pienso de manera más sencilla sobre las cosas importantes de la vida y lo que realmente nos hace feliz, déjame que comparta contigo 2 citas que creo que te gustaran porque de ellas extraigo que cada día que vivimos debemos de disfrutarlo como si fuera el último. Me gustaría que alguno que tus próximos relatos hablaran de momentos alegres y divertidos.
ResponderEliminarUn Beso
La vida es tan corta y el oficio de vivir tan difícil, que cuando uno empieza a aprenderlo, ya hay que morirse. Joaquin Sabina.
Me interesa el futuro porque es el sitio donde voy a pasar el resto de mi vida. Woody Allen
Una cierra la puerta a la amargura y la abre a la esperanza. Pero no a la esperanza de esperar...sino a la esperanza de vivir.
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