A Amalia y Mari, que siempre están.
A Carol, Javi, Victoria y Paco García, que nunca
fallan.
A Maite Pisonero, que me arropa.
A Miguel Ángel Lozano Martínez, por su amistad y su
gran ayuda.
A Maruja Torres, que siempre ha creído en mí.
A Amaia López de Munain, que me empuja y me empuja y
me empuja.
A Jesús Aguilar, por ayudarme a crecer en la vida real
y en el cine.
Y a Lourdes Goy Vendrell, que lo merece.
A todos: Gracias.
La vida no se elige, se vive.
Emilio Estévez
Mañana no
es solamente un tiempo futuro más o menos próximo, como dice una de las
acepciones del Diccionario de la Real Academia; es
también la carga emocional de la incertidumbre que hace noche y busca
habitación dentro de nosotros, ofreciéndose como una aplicación interactiva
fácil de ejecutar. Mañana, ayer, ahora, reunirán lo mejor y lo peor de nosotros
mismos, aunque en realidad son estados de ánimo que habría que escolarizar,
para que, en el bar de las noches sueltas, no se desborden antiguas
melancolías.
Algo así pasaba en la vida de Ana
desde principios del otoño de hace tres años hasta la fecha, porque, tras romper la relación sentimental que mantenía con
el padre de sus hijos, al darse cuenta que no seguía enamorada de él, daba
pasos cortos de giros contundentes en el día a día, asumiendo responsabilidades
y decisiones en solitario, que quizá fueron diseñadas para dos, o esas ruedas
de molino nos han hecho tragar. Pero lo intuía, sabía positivamente que estaba
destinada a salir adelante, y ponía todo su empeño en ello. Era fuerte y tenía
grandes recursos de supervivencia interior a su alcance. Por esa razón, entre
algunas otras, iba a emprender uno de los caminos más comprometidos que jamás realizaría: Un viaje enriquecedor a
esas tierras por descubrir que son uno mismo, con su zona salvaje y su área de
descanso, a la luz de los albergues o bajo la luna y las estrellas, que también
reconfortan.
Mientras repasaba las notas sujetas
con imanes en la puerta de la nevera (Una
cola de rape para hacer en salsa, y cuarto de boquerón gordo para vinagre. Una
tarrina de paté, otra de queso fresco. Tender la ropa cuando vuelva del
trabajo. Bajar al trastero a recoger la mochila, revisar el equipo, sacar la
cantimplora y la linterna de la caja donde pone: cosas imprescindibles
para ir a la montaña. Comprarme unas
botas nuevas de caña alta y suela con cámara de aire. Probarme los pantalones
desmontables, los grises de varios bolsillos que me regalaron por mi cumpleaños
hace dos temporadas. Llamar a los niños al móvil de su padre –están con él de
vacaciones–. Poner al día el correo electrónico. Falta champú y dentífrico…), pensaba en la película que había visto
en La Filmoteca: The Way (El Camino). Una historia con piel que te hace
reflexionar sobre la vida y los paisajes que van dejando en nosotros personas
muy especiales, y, también, sobre el miedo a conocerse y la forma que tenemos
de negociarlo en el mercado negro de la memoria. Un alegato profundo y
reflexionado de por qué y para qué hacemos
determinadas cosas.
Aquella tarde, nada más salir del cine, y
mucho antes de haber decidido que realizaría el viaje, fue directamente a la
librería La Central, en Callao, echó un vistazo por el interior, y preguntó
dónde estaba la sección de Turismo.
Una vez allí, encontró lo que andaba buscando: Guías. Primero recorrió con la vista, y
después con la punta de los dedos, el lomo
resbaladizo de los libros. Adquirió la que más le interesó: Ruta y recorrido francés: 31 etapas, 775
kilómetros, y luego se fue a hojearla a una cafetería de la Gran Vía. El
itinerario comenzaba en San Jean Pied de Port e iba por Roncesvalles, Logroño,
Villafranca del Bierzo, Arzúa…, hasta concluir en Muxia, el punto más
occidental de Europa y el Fin del Mundo,
donde se supone que se tira al mar la vida
antigua de la que queremos desprendernos.
Sus motivaciones no eran, ni
siquiera remotamente, religiosas. Ana no era creyente. Más bien había decidido
hacer El Camino porque se lo debía a
sí misma. Porque había llegado la hora de llamar a los servicios de recogida y
que vinieran a llevarse el contenedor donde se amontonan las cosas que duelen y
las que bloquean. Y, por supuesto, lo hacía por sus hijos, esos pequeños que
sufrían en silencio los enfados de mamá, y a menudo pedían refugio en la
embajada de los juegos, mientras que ella negociaba el derecho de admisión a
determinados pensamientos empeñados en llevarla de cabeza.
La mañana despertó fría aunque con
un cielo muy claro. Lo primero que hizo recién levantada fue aplicarse una capa de autoestima por la piel, gruesa y
resistente como para no rendirse. Apenas había dormido un par de horas
repasando cada rincón del viaje. Ni siquiera debajo del agua reparadora de la
ducha consiguió relajar los músculos, enredados
entre las terminaciones de los nervios. Bebió un café para tomarse un
analgésico y, tras lavarse los dientes y encender un cigarrillo, se asomó por
la ventana del comedor y esperó a que viniera el taxi que habría de llevarla al
Aeropuerto de Barajas, donde tomaría un vuelo con destino a Parme, en Biarritz.
¡Qué larga se le estaba haciendo la espera! Se notaba rara, como con una
sensación desagradable de estar haciendo algo mal, y
sabía que, de seguir por ahí, corría el peligro de que las dudas la tentaran y
retrocediera, dando marcha atrás a algo que
llevaba planeando desde hacía muchos meses.
Cinco horas y pico más tarde, se
encontraba a los pies de las montañas fronterizas dentro del marco medieval de
una ciudadela posicionada en lo alto. Ahí empezaba Su Camino. Podría o no llegar hasta la última etapa, hacerlo de una
vez o en varios años, en varios lustros, escribiendo a cada paso la historia de
una mujer sencilla con ganas de superarse, de sentir, de rehacer todos los
panales que el desamor fue destruyendo. Y,
aunque no daba el perfil de peregrina, ni haría ninguno de los rituales con
tintes religiosos, llegado el caso, y cumplido el objetivo, desde el balcón de
rocas en la playa de Muxia, abriría las compuertas de su persona, para renacer
a la vida.
Pues yo opino que tu camino tampoco se queda atrás. Bien escrito. Corto y directo.
ResponderEliminarGracias Mayte. Bella historia...la de aplicarse una capa de autoestima por la piel, gruesa y resistente...y jamás rendirse.
ResponderEliminarHice la parte final del Camino de Santiago en plan deportivo y cultural. Me gustaría hacerlo de nuevo en el sentido de la protagonista. Todos necesitamos
ResponderEliminarhacer de vez en cuando un camino de reflexión. Tu texto invita a ello. Un abrazo.
Fantástio, Mayte. Permíteme que lo remate.
ResponderEliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=vIEUWDYVpHg
Lourdes
Mayte !Qué bello relato!, me encantan tus metáforas, es como un cuadro en donde todo encaja perfectamente.
ResponderEliminarTodos deberíamos de hacer, al menos una vez en la vida, El Camino, así como los mulsumanes van a La Meca.
Tu forma de exponerlo, es !Tan especial!, tenemos la obligación de seguir.... el camino.
Un beso
Manoli
Buen viaje a todas las mujeres que necesitan hacer El Camino.
ResponderEliminarPrecioso y adecuado relato en el Dia internacional de la eliminación de la Violencia contra la Mujer.
Un beso.
Conseguir de actos rutinarios una gran aventura y los cambios significativos que ello conlleva, o como con simples palabras describir sueños y retos.
ResponderEliminarEmpujones cariñosos y besos mozambiqueños. Gracias mil.
Como trasladar la rutina a la aventura, o como convertir simples palabras en frases para recordar, y como esperar tras cada recodo del camino un paisaje diferente, y seguir soñando.
ResponderEliminarTe empujo, siempre cariñosamente, hasta encontrar el abismo de la felicidad y caer en él.
Cariños miles y besos mozambiqueños.
Muy valiente la protagonista de tu historia de hacer el "camino" sola, supongo que a veces las circunstancias empujan a hacer cosas que ni te imaginabas poder hacer. Nuevamente te felicito por como sabes meternos en tus historias.
ResponderEliminarUn beso fuerte.
Se me ha hecho corto este camino...como siempre me ha gustado leerte.
ResponderEliminarConchi.
Me encantan las metáforas que utilizas...
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