5.
1936, 18 de agosto, Santa Mónica,
California, Martha Hart, ama de casa, dio a luz a un precioso niño rubio, de
ojos azules, tímido, mirada serena y caminar templado, convirtiéndose con los
años en un magnífico actor de la gran pantalla que huyó siempre del circo
montado alrededor de Hollywood. Defensor y promotor de nuevos talentos fundó
junto a uno de sus hijos, el Festival de Cine de Sundance –nombre del
personaje que interpretó en Dos hombres y un destino–, proporcionando un
espacio a las producciones independientes norteamericanas e internacionales.
Cabe destacar también el papel de activista comprometido con el medioambiente
que mantuvo hasta el final de sus días y resto de causas consideradas, a su
juicio, justas. Hoy, 89 años después, el mundo entero llora la muerte de Robert
Redford, entre ellos, sus amigas y amigos, estrellas consagradas del celuloide
que han destacado su extraordinaria calidad humana. Alguien expresó en algún
lugar que murió discreto, en intimidad, igual que vivió, al margen de su trabajo.
Corría el año 1975 y un muñeco con su cara ardió ahorcado tras oponerse a que
hicieran una central eléctrica de carbón en el sur de Utah. Han sido varias las
veces en las que ha defendido protestas en defensa de la naturaleza, como
cuando dijo que “el petróleo debe quedar bajo la tierra, ya que estamos
demasiado cerca de generar una contaminación en el planeta que supere el límite
de lo sustentable”, en oposición a la construcción del oleoducto Keystone
XL, que recorrería desde la cuenca sedimentaria del oeste de Canadá, en
Alberta, hasta refinerías en Illinois y Texas, defendido por las mayorías
republicanas en el Congreso a partir de 2015, obra que, finalmente, Joe Biden
paró firmando una orden ejecutiva. Noticias de ese calado apenas llegaban a los
pueblos pequeños del país, pero a Big Timber, mejor dicho, a los poquísimos
vecinos demócratas y concienciados con las inclemencias provocadas por el
hombre, sí llegó. En el comedor The Grand Hotel, Susan se sirvió huevos
revueltos, frijoles rojos, puré de patata, salchichas, panecillos, jugo de
naranja y café largo americano. Una mesa más allá la ocupaba otro huésped,
empleado eventual en la gasolina, un motero asiduo a la ruta Going-to-the-Sun-Road,
–Camino hacia el Sol–, esa bellísima carretera en las Montañas Rocosas del
Oeste de Estados Unidos, en el Parque Nacional Glacier, en Montana, cuyo punto
más alto está en el Paso Logan, a 6,646 pies. Sammy Britt era un espíritu
libre, un explorador incansable que cuando reunía algo de dinero desempeñando
cualquier tipo de trabajo, se lanzaba a recorrer sitios emblemáticos,
característicos, observando la biodiversidad, los cambios bruscos de la tierra,
la alteración de los colores, de las cosechas, de la salud de los ríos, del
clima, de las lluvias torrenciales donde antes el terreno estuvo seco, de los
monstruosos incendios desencadenando catástrofes en la naturaleza
irrecuperable, huracanes, temperaturas extremas. En definitiva, una persona
preocupada por todos los seres vivos y la conservación de los espacios
habitables.
–Hola
–dijo mostrando su blanca sonrisa al pasar por delante de ella hacia el buffet
para servirse más café.
–¿Qué
tal? Veo que te has equipado con el traje de cuero, ¿te vas? –preguntó Susan
alzando la taza a modo de brindis y la vista de la prensa donde aparecía en
portada una fotografía de la película “Todos los hombres del presidente”.
–Salgo
hacia Carolina del Sur, a la Semana de la Moto de Myrthe Beach –dijo
entusiasmado–. Nos vamos quedando sin referentes –señaló a Robert Redford que
aparecía junto a Dustin Hoftman, en la redacción The Washington Post.
–Sí,
además era alguien que daba visibilidad a aquello que, lamentablemente, se está
destruyendo.
–Estuve
de viaje en el Parque Nacional de los Glaciares y me enteré de un dato
desolador: a finales del siglo XXI habrán desaparecido todos.
–Lamentable
noticia, imagino que también aquellas especies que nacieron y se desarrollaron
en dicho ecosistema.
–Así
es –dijo mientras comía con rapidez dos huevos fritos y varias lonchas de
beicon.
–Supongo
que ya se notarán los cambios tanto en la fauna como en la flora, ¿no? –quiso
saber Susan muy interesada.
–Claro
–respondió rápido–, por ejemplo, cada vez se ven menos mamíferos de la familia
de los Pikas, dado que, a parte del deshielo, la invasión humana está
acabando con la tundra, bellísima región sin árboles donde viven. La
subida de la temperatura facilita que cierta flora invada espacios donde
anteriormente había una espesa capa de hielo. Tan interesada como estás por el
cambio climático, ¿por qué no vienes y compruebas tú misma el paisaje?
–¡Ojalá
pudiera! –exclamó–, pero en estos momentos un asunto de supervivencia me ata
aquí.
–A
propósito de eso, en varias granjas se están muriendo todas las vacas,
¿corremos peligro?
–No
lo creo, quédate tranquilo –había que actuar ya, repitió para sí.
–Hace
años visité una ciudad fantasma, la leyenda cuenta que una marmota canadiense
mordió a todos los animales y, estos a su vez, inocularon a los habitantes con
un veneno mortal.
–Bueno,
es solo una leyenda. ¿Cuándo partes?
–En
el momento que termine esta taza de café.
–¿Tendrías
unos minutos? –preguntó mientras sacaba un mapa de la comarca.
–Con
mucho gusto. ¿Qué quieres?
–Marca
aquí las granjas donde has encontrado cadáveres.
–Mira,
la mayoría están a cincuenta millas a la redonda en dirección norte, yendo
hacia el rancho de tu familia –Susan disimuló la preocupación.
Días
después de celebrar la boda, con toda la familia y Paul, el capataz, de viaje a
la Feria Ganadera de Montana, celebrada en Great Falls, ciudad ubicada en el
condado de Cascade, Susan volvió de noche al rancho Maxwell y, por supuesto
también, al cobertizo. Los perros reconocieron su olor y fueron a lamer la mano
donde llevaba algunas golosinas para ellos. Con el fin de despistarlos, entró
al establo, los caballos descansaban en sus boxes, Charly, con infinito
esfuerzo, se incorporó y asomó la cabeza por el suyo, ella pasó y se colocó a
su lado, le besó y le ayudó a tumbarse sobre la cama de paja, cuya capa
comprobó que estuviese intacta para absorber la orina. Permanecieron así largo rato,
pareciéndoles eternos, conectando los corazones, dándose confianza y seguridad.
Después, una vez a la intemperie de un cielo, casi sin estrellas, se dio cuenta
de que apenas dos o tres luces encendidas en las cabañas de los jornaleros, era
la única señal de actividad a esa hora, a parte del lejano aullido de los
lobos, montaña abajo, buscando presas para hincarles el diente. Apagó la
linterna y, como cuando era niña y jugaban a los exploradores buscando oro y
atravesando con las alforjas cargadas el Cañón del Colorado, contó los pasos
que separaban un alojamiento de otro. Utilizando el mismo método que uso
acompañada de Larry, abrió el candado con una horquilla, la cerradura no estaba
tan oxidada, empujó la puerta y prendió la linterna, olía a lejía, habían
limpiado y desinfectado con esmero todas las superficies y, de haber tenido
polvos como el grafito para detectar huellas, no habría hallado ni una.
–Perdona
la hora, Diane, pero necesito hablar con tu marido –dijo muy sofocada.
–Te
lo paso –y lo hizo de mal agrado porque tenía un sueño muy ligero y ya no
podría conciliarlo.
–¿Qué
ocurre? –preguntó también molesto.
–He
vuelto al cobertizo y ahí no queda nada de lo que tú y yo vimos.
–Esperemos
que las muestras que cogí y envié a Ashley Burris nos aclaren algo.
–Bueno,
aún puedo hacer algo más.
–No
te metas en líos, vayamos paso por paso.
–Sí,
será mejor –mintió–. En fin, disculpadme, no tenía que haber llamado.
–Hablamos
mañana –cortó la comunicación. Larry encontró a Diane asomada a la ventana
bebiendo un vaso de leche–. Siento que te haya despertado, cariño.
–Qué
va, ya llevaba un rato.
–¿Preocupada
por algo? –la rodeó con los brazos.
–Me
siento mal, como periodista tendría que cubrir el genocidio al pueblo palestino
desde primera línea, y como activista, como ser humano, debería marcharme a
Washington y manifestarme frente al Capitolio, pero hemos de llevar a las niñas
a la universidad y como madre he de quedarme. –Larry, pensativo, tan solo la
abrazó por detrás.
–No
siempre podemos estar donde queremos o nos gustaría.
–Lo
malo es que nos hemos acostumbrado a memorizar números y no muertos con nombre
y apellidos, con un pasado, un presente, una biografía, más o menos, llena,
aunque incompleta. Circulan imágenes de las calles alfombradas con cadáveres de
niñas y niños, de adolescentes que jamás proyectarán el futuro soñado, de
civiles inocentes sin perspectiva vagando por una patria en ruinas, gris,
oprimida, destrozada. Como sociedad apenas hacemos nada, de momento notamos el
pellizco en las entrañas, pero el dolor pasa rápidamente y volvemos a nuestras
rutinas –expresó al borde de las lágrimas–. Todo terrible.
–Tienes
razón, estoy de acuerdo contigo –no sabía cómo consolarla.
–Se
celebra el segundo aniversario del 7 de octubre, cuando Hamás atentó contra
Israel –dijo Diane.
–Sí,
pero todo viene de muy atrás, por ejemplo, en 1917 el gobierno británico, en la
Declaración de Balfour, apoyó al pueblo judío para que se establecieran en la
región Palestina –Larry quería seguir opinando, pero le faltaba preparación
frente a ella.
–Y
las últimas declaraciones del presidente Trump perjudican e influyen mucho en
personas sin criterio, ahora arremete contra la activista climática Greta
Thunberg, tachándola de alborotadora al haber participado en la Flotilla
Global Sumud, detenida por la Armada de Israel navegando rumbo a Gaza con
ayuda humanitaria. A su llegada al aeropuerto de Atenas, comentó que el genocidio
que se está cometiendo se retrasmite en tiempo real y que el sistema
internacional ha traicionado a los palestinos. Diane, cuando las chicas no
estén aquí, ve adonde tengas que ir, tu instinto ha funcionado siempre muy bien
–ella se volvió y acomodó la cabeza sobre el hombro de él.
–Quizá
no me queden fuerzas –manifestó con la voz cortada.
–Más
de las que imaginas. –le sonrió.
–¿Qué
mundo les quedará a nuestras hijas? ¿Cuántas penurias habrán de vivir? ¿Cómo
serán sus amaneceres? ¿Tendrán noche, comida, océanos? ¿Serán felices? –regresaron
al dormitorio y se dejaron llevar por la pasión…
Susan
salió del cobertizo dejando el candado tal y como estaba. Los perros dormían
esparcidos por el terreno. Caminó hasta la casa y estuvo tentada de huir de
allí, sin embargo, no podía dejar escapar la oportunidad de hallar algunas
respuestas a las muchas dudas surgidas. Subió las escaleras de entrada muy
despacio, avanzó a tientas y fue hasta el despacho de su padre donde prendió la
lámpara pequeña. Memorizó dónde estaba cada cosa para dejarlo todo igual.
Nerviosa, y con el oído muy atento por si despertaba a algún empleado, se sentó
en la butaca del escritorio. Cogió la agenda y ojeó teléfonos, direcciones,
citas acudidas y otras pendientes, nombres de productos, de proveedores, de
clientes y, en una servilleta de bar encontró escrito lo siguiente: WSR.255, y
otras anotaciones que no entendía, como cd 48, y As 33, 74,92 u., así que, hizo
una foto con el celular para enviarle a Larry. Tenía una corazonada, pero
necesitaba corroborarla. A punto de irse, estiró del tirador del cajón de la
mesa, lo intentó una, dos, tres veces, imposible. Entonces, con la punta de un
abrecartas, manipuló la cerradura hasta abrirse y, para sorpresa suya, estaba
vacío. Palpó los costados por si hubiese una falsa madera, pero nada, lo cual
todavía era mucho más raro, se miró la yema de los dedos, y tampoco recogieron
motas de polvo. No obstante, al levantarse, tropezó con la papelera volcándola,
aguardó unos minutos hasta ver que no despertó a nadie, la recogió del suelo y
volvió a ponerla en su sitio, también estaba limpia, como si alguien esperase
su visita. En el establo, Charly seguía durmiendo, su respiración era normal, aunque
el vientre estaba hinchado.
Ashley
Burris se hallaba en el despacho del Animal Center Veterinary Hospital,
redactando informes pendientes de concluir desde el regresó de Nueva York y
Washington. Uno de los chicos del laboratorio trajo cafés para todos, la
llevaron uno doble, a su gusto, sacó una bolsa con cierre también de plástico
y, del interior, un donut bien azucarado, recordó que no había desayunado, ni echado
de comer a los gatos callejeros que cada día aguardaban su llegada en el muelle
del hospital. En esas estaba cuando recibió la visita de la agente del FBI, una
mujer de anchas espaldas, pero con una sensibilidad exquisita. Se hicieron
amigas después de que la forense sufriera amenazas del dueño de una mascota
cuya autopsia destapó los maltratos y envenenamiento al que sometía al perro esquimal
americano, una raza muy activa, amante de la nieve y del frío, aunque por
sus problemas hereditarios de estructura ósea y articulaciones necesitaba
atención especial. Tiene un perfil parecido al zorro au que de porte elegante.
Asimismo, encontró que era un animal criptorquido. Es decir, que ninguno
de los testículos descendió y por tanto no estaban en la bolsa escrotal. Entre
las muchas características de su casta, requieren cepillado diario a la larga
melena blanca, máxime en época que muda y secado exhaustivo después del baño
para evitar complicaciones en la piel. Sin embargo, el pobre presentaba todo lo
contrario. La muerte le sobrevino en la madrugada anterior al Día de Acción de
Gracias, la forense estaba de guardia, le puso una inyección y dejó de sufrir,
cuando apareció el dueño montó en cólera, la llamó asesina y pésima profesional
al practicarle la autopsia sin su consentimiento. Sufrió amenazas, persecución
e intimidación en su propio domicilio, le denunció en repetidas ocasiones,
hasta que, una noche la esperó oculto en la oscuridad de donde salió para
ponerla una navaja en el cuello, forcejearon, chilló y, para suerte suya, una
patrulla de policía, que hacía la ronda, le detuvo. A partir de entonces, tras
desarrollarse un desagradable proceso y una profunda investigación, cuyos
frutos destaparon que el hombre era un matón a sueldo con numerosas acusaciones
por delitos de sangre, robos con violencia y palizas a afroamericanos, le
ponían siempre en libertad, sorprendentemente, hasta esa vez que, juntando la
violación a una menor, se pudriría en la cárcel. Y, así fue como, al cabo de
muchos meses, surgió la sincera amistad entre Ashley Burris y Bridget Witte.
–Siéntate,
por favor. He de pedirte algo extraoficial, si te ves muy comprometida me lo
dices y no pasa nada.
–Primero
dime de qué se trata, ¿no? –hizo intento de encender un cigarrillo para se
contuvo.
–Necesito
saber quién es Samuel W. Robert. Aparentemente corre el rumor de que en el
garaje de su casa tiene un equipo clandestino con el que realiza experimentos.
–Bueno,
pero eso no es suficiente para investigarle, dame algo más contundente para
indagar en la base de datos oficial.
–Un
amigo veterinario y la hija de un ranchero creen que está detrás de las muertes
del ganado vacuno de la zona o al menos implicado.
–¿Y
tú qué opinas? –quiso saber la agente federal.
–Yo
solo me fundamento en datos, mientras estos no sean visibles, me mantengo en
silencio, ya lo sabes.
–¿Y
respecto a las muertes tampoco dices nada? –miró la hora.
–¿Tienes
prisa? –preguntó Ashley violenta por Bridget.
–No,
pensaba invitarte a almorzar, ¿qué me dices?
–Pues
que sí –para no llamar la atención se fueron en el automóvil de la veterinaria.
–¿Has
estado en Benny’s Bistro? –preguntó mientras barajaba mentalmente otros
sitios.
–¡Qué
va!, de casa al trabajo y viceversa, no me dan de sí los días.
–Es
un pequeño restaurante en el centro de Helena, muy sencillo y sano puesto que
todos los productos vienen directos de la granja a la mesa –contaba Bridge–.
Las verduras están recién cortadas de la huerta, muy frescas y, tanto las aves
como la carne roja, son de alta calidad. A mí me gustan mucho las alas de pollo
a la brasa sobre rodajas de calabacín, zanahoria, trozos de pimiento verde,
todo a la parrilla, y tira de beicon, te lo recomiendo.
–Se
me hace ya la boca agua –hacía tanto que no se daba un homenaje almorzando que
sintió un hambre feroz. La gran avenida E 6th Ave, donde se ubicaba el local,
era una recta sin tráfico en ese momento, y el trayecto de apenas 7 minutos,
desde el hospital, por N Last Chance Gulch, una arteria despejada con gente
dentro de las oficinas tomando un brunch ligero o en los parques de
alrededor comiendo el sándwich hecho con las sobras de la cena. Según
abandonaban la cercanía del Animal Center Veterinary Hospital, los
espacios abiertos se iban estrechando poco a poco. A la altura del Casino la
circulación se intensificó, las aceras estaban vacías de peatones, al contrario
que en la puerta del edificio que albergaba Wells Fargo, el segundo
mayor banco en depósitos, tarjetas de crédito y servicios hipotecarios, de
donde salía un grupo numerosísimo de coreanos. Llegando al destino, estacionó
el auto junto a otras camionetas.
–¿Cerveza?
–preguntó la agente.
–Sí,
por favor –respondió.
–Y,
ahora, mientras nos sirven, habla –Ashley dejó la mochila colgada en el
respaldo de la silla y sacó el celular porque estaba obligada a estar siempre
localizable.
–Como
dije, mi colega y la chica recogieron muestras que yo analicé, encontrando
restos de cadmio y de arsénico, pero lo que más preocupada me tiene es que en
el tejido de placenta de una vaca descubrí sustancias de insecticidas no
identificables, pese a haberlo contrastado con toda la documentación a mi
alcance.
–Y
por eso sueltas el nombre de Samuel W. Robert, ¿verdad? –Ashley asintió.
–A
lo mejor nada tiene que ver en el asunto, pero es significativo que con los
rancheros y granjeros que mantiene contacto, las reses muertas vayan en
aumento, ¿no crees?, aunque también es cierto que ganado muerto en extrañas
circunstancias empieza a haber en toda la comarca –reflexionaba muy pensativa.
–¿Y
no puede deberse a una casualidad y solo que el tipo está allí de manera
ocasional? –como profesional no podía dar hipótesis por hechos. Disfrutaron de
una sobremesa distendida–. Veré qué puedo hacer. –Desde el ventanal se divisaba
la montaña preparándose para recibir su manto de nieve, y a un bebé, empujado
en el cochecito por el papá, chupándose el dedo gordo del pie. Transcurrieron
más de dos horas de conversación hasta que el sonido del teléfono las
interrumpió. Solicitaban la presencia del agente del FBI Bridge Witte, se había
producido un tiroteo en un bar de Augusta, una pequeña población, en el condado
de Lewis and Clark, con varios muertos y heridos…