domingo, 30 de noviembre de 2025

En peligro de extinción

5.

1936, 18 de agosto, Santa Mónica, California, Martha Hart, ama de casa, dio a luz a un precioso niño rubio, de ojos azules, tímido, mirada serena y caminar templado, convirtiéndose con los años en un magnífico actor de la gran pantalla que huyó siempre del circo montado alrededor de Hollywood. Defensor y promotor de nuevos talentos fundó junto a uno de sus hijos, el Festival de Cine de Sundance –nombre del personaje que interpretó en Dos hombres y un destino–, proporcionando un espacio a las producciones independientes norteamericanas e internacionales. Cabe destacar también el papel de activista comprometido con el medioambiente que mantuvo hasta el final de sus días y resto de causas consideradas, a su juicio, justas. Hoy, 89 años después, el mundo entero llora la muerte de Robert Redford, entre ellos, sus amigas y amigos, estrellas consagradas del celuloide que han destacado su extraordinaria calidad humana. Alguien expresó en algún lugar que murió discreto, en intimidad, igual que vivió, al margen de su trabajo. Corría el año 1975 y un muñeco con su cara ardió ahorcado tras oponerse a que hicieran una central eléctrica de carbón en el sur de Utah. Han sido varias las veces en las que ha defendido protestas en defensa de la naturaleza, como cuando dijo que “el petróleo debe quedar bajo la tierra, ya que estamos demasiado cerca de generar una contaminación en el planeta que supere el límite de lo sustentable”, en oposición a la construcción del oleoducto Keystone XL, que recorrería desde la cuenca sedimentaria del oeste de Canadá, en Alberta, hasta refinerías en Illinois y Texas, defendido por las mayorías republicanas en el Congreso a partir de 2015, obra que, finalmente, Joe Biden paró firmando una orden ejecutiva. Noticias de ese calado apenas llegaban a los pueblos pequeños del país, pero a Big Timber, mejor dicho, a los poquísimos vecinos demócratas y concienciados con las inclemencias provocadas por el hombre, sí llegó. En el comedor The Grand Hotel, Susan se sirvió huevos revueltos, frijoles rojos, puré de patata, salchichas, panecillos, jugo de naranja y café largo americano. Una mesa más allá la ocupaba otro huésped, empleado eventual en la gasolina, un motero asiduo a la ruta Going-to-the-Sun-Road, –Camino hacia el Sol–, esa bellísima carretera en las Montañas Rocosas del Oeste de Estados Unidos, en el Parque Nacional Glacier, en Montana, cuyo punto más alto está en el Paso Logan, a 6,646 pies. Sammy Britt era un espíritu libre, un explorador incansable que cuando reunía algo de dinero desempeñando cualquier tipo de trabajo, se lanzaba a recorrer sitios emblemáticos, característicos, observando la biodiversidad, los cambios bruscos de la tierra, la alteración de los colores, de las cosechas, de la salud de los ríos, del clima, de las lluvias torrenciales donde antes el terreno estuvo seco, de los monstruosos incendios desencadenando catástrofes en la naturaleza irrecuperable, huracanes, temperaturas extremas. En definitiva, una persona preocupada por todos los seres vivos y la conservación de los espacios habitables.
          –Hola –dijo mostrando su blanca sonrisa al pasar por delante de ella hacia el buffet para servirse más café.
          –¿Qué tal? Veo que te has equipado con el traje de cuero, ¿te vas? –preguntó Susan alzando la taza a modo de brindis y la vista de la prensa donde aparecía en portada una fotografía de la película “Todos los hombres del presidente”.
          –Salgo hacia Carolina del Sur, a la Semana de la Moto de Myrthe Beach –dijo entusiasmado–. Nos vamos quedando sin referentes –señaló a Robert Redford que aparecía junto a Dustin Hoftman, en la redacción The Washington Post.
          –Sí, además era alguien que daba visibilidad a aquello que, lamentablemente, se está destruyendo.
          –Estuve de viaje en el Parque Nacional de los Glaciares y me enteré de un dato desolador: a finales del siglo XXI habrán desaparecido todos.
          –Lamentable noticia, imagino que también aquellas especies que nacieron y se desarrollaron en dicho ecosistema.
          –Así es –dijo mientras comía con rapidez dos huevos fritos y varias lonchas de beicon.
          –Supongo que ya se notarán los cambios tanto en la fauna como en la flora, ¿no? –quiso saber Susan muy interesada.
          –Claro –respondió rápido–, por ejemplo, cada vez se ven menos mamíferos de la familia de los Pikas, dado que, a parte del deshielo, la invasión humana está acabando con la tundra, bellísima región sin árboles donde viven. La subida de la temperatura facilita que cierta flora invada espacios donde anteriormente había una espesa capa de hielo. Tan interesada como estás por el cambio climático, ¿por qué no vienes y compruebas tú misma el paisaje?
          –¡Ojalá pudiera! –exclamó–, pero en estos momentos un asunto de supervivencia me ata aquí.
          –A propósito de eso, en varias granjas se están muriendo todas las vacas, ¿corremos peligro?
          –No lo creo, quédate tranquilo –había que actuar ya, repitió para sí.
          –Hace años visité una ciudad fantasma, la leyenda cuenta que una marmota canadiense mordió a todos los animales y, estos a su vez, inocularon a los habitantes con un veneno mortal.
          –Bueno, es solo una leyenda. ¿Cuándo partes?
          –En el momento que termine esta taza de café.
          –¿Tendrías unos minutos? –preguntó mientras sacaba un mapa de la comarca.
          –Con mucho gusto. ¿Qué quieres?
          –Marca aquí las granjas donde has encontrado cadáveres.
          –Mira, la mayoría están a cincuenta millas a la redonda en dirección norte, yendo hacia el rancho de tu familia –Susan disimuló la preocupación.
          Días después de celebrar la boda, con toda la familia y Paul, el capataz, de viaje a la Feria Ganadera de Montana, celebrada en Great Falls, ciudad ubicada en el condado de Cascade, Susan volvió de noche al rancho Maxwell y, por supuesto también, al cobertizo. Los perros reconocieron su olor y fueron a lamer la mano donde llevaba algunas golosinas para ellos. Con el fin de despistarlos, entró al establo, los caballos descansaban en sus boxes, Charly, con infinito esfuerzo, se incorporó y asomó la cabeza por el suyo, ella pasó y se colocó a su lado, le besó y le ayudó a tumbarse sobre la cama de paja, cuya capa comprobó que estuviese intacta para absorber la orina. Permanecieron así largo rato, pareciéndoles eternos, conectando los corazones, dándose confianza y seguridad. Después, una vez a la intemperie de un cielo, casi sin estrellas, se dio cuenta de que apenas dos o tres luces encendidas en las cabañas de los jornaleros, era la única señal de actividad a esa hora, a parte del lejano aullido de los lobos, montaña abajo, buscando presas para hincarles el diente. Apagó la linterna y, como cuando era niña y jugaban a los exploradores buscando oro y atravesando con las alforjas cargadas el Cañón del Colorado, contó los pasos que separaban un alojamiento de otro. Utilizando el mismo método que uso acompañada de Larry, abrió el candado con una horquilla, la cerradura no estaba tan oxidada, empujó la puerta y prendió la linterna, olía a lejía, habían limpiado y desinfectado con esmero todas las superficies y, de haber tenido polvos como el grafito para detectar huellas, no habría hallado ni una.
          –Perdona la hora, Diane, pero necesito hablar con tu marido –dijo muy sofocada.
          –Te lo paso –y lo hizo de mal agrado porque tenía un sueño muy ligero y ya no podría conciliarlo.
          –¿Qué ocurre? –preguntó también molesto.
          –He vuelto al cobertizo y ahí no queda nada de lo que tú y yo vimos.
          –Esperemos que las muestras que cogí y envié a Ashley Burris nos aclaren algo.
          –Bueno, aún puedo hacer algo más.
          –No te metas en líos, vayamos paso por paso.
          –Sí, será mejor –mintió–. En fin, disculpadme, no tenía que haber llamado.
          –Hablamos mañana –cortó la comunicación. Larry encontró a Diane asomada a la ventana bebiendo un vaso de leche–. Siento que te haya despertado, cariño.
          –Qué va, ya llevaba un rato.
          –¿Preocupada por algo? –la rodeó con los brazos.
          –Me siento mal, como periodista tendría que cubrir el genocidio al pueblo palestino desde primera línea, y como activista, como ser humano, debería marcharme a Washington y manifestarme frente al Capitolio, pero hemos de llevar a las niñas a la universidad y como madre he de quedarme. –Larry, pensativo, tan solo la abrazó por detrás.
          –No siempre podemos estar donde queremos o nos gustaría.
          –Lo malo es que nos hemos acostumbrado a memorizar números y no muertos con nombre y apellidos, con un pasado, un presente, una biografía, más o menos, llena, aunque incompleta. Circulan imágenes de las calles alfombradas con cadáveres de niñas y niños, de adolescentes que jamás proyectarán el futuro soñado, de civiles inocentes sin perspectiva vagando por una patria en ruinas, gris, oprimida, destrozada. Como sociedad apenas hacemos nada, de momento notamos el pellizco en las entrañas, pero el dolor pasa rápidamente y volvemos a nuestras rutinas –expresó al borde de las lágrimas–. Todo terrible.
          –Tienes razón, estoy de acuerdo contigo –no sabía cómo consolarla.
          –Se celebra el segundo aniversario del 7 de octubre, cuando Hamás atentó contra Israel –dijo Diane.
          –Sí, pero todo viene de muy atrás, por ejemplo, en 1917 el gobierno británico, en la Declaración de Balfour, apoyó al pueblo judío para que se establecieran en la región Palestina –Larry quería seguir opinando, pero le faltaba preparación frente a ella.
          –Y las últimas declaraciones del presidente Trump perjudican e influyen mucho en personas sin criterio, ahora arremete contra la activista climática Greta Thunberg, tachándola de alborotadora al haber participado en la Flotilla Global Sumud, detenida por la Armada de Israel navegando rumbo a Gaza con ayuda humanitaria. A su llegada al aeropuerto de Atenas, comentó que el genocidio que se está cometiendo se retrasmite en tiempo real y que el sistema internacional ha traicionado a los palestinos. Diane, cuando las chicas no estén aquí, ve adonde tengas que ir, tu instinto ha funcionado siempre muy bien –ella se volvió y acomodó la cabeza sobre el hombro de él.
          –Quizá no me queden fuerzas –manifestó con la voz cortada.
          –Más de las que imaginas. –le sonrió.
          –¿Qué mundo les quedará a nuestras hijas? ¿Cuántas penurias habrán de vivir? ¿Cómo serán sus amaneceres? ¿Tendrán noche, comida, océanos? ¿Serán felices? –regresaron al dormitorio y se dejaron llevar por la pasión…
          Susan salió del cobertizo dejando el candado tal y como estaba. Los perros dormían esparcidos por el terreno. Caminó hasta la casa y estuvo tentada de huir de allí, sin embargo, no podía dejar escapar la oportunidad de hallar algunas respuestas a las muchas dudas surgidas. Subió las escaleras de entrada muy despacio, avanzó a tientas y fue hasta el despacho de su padre donde prendió la lámpara pequeña. Memorizó dónde estaba cada cosa para dejarlo todo igual. Nerviosa, y con el oído muy atento por si despertaba a algún empleado, se sentó en la butaca del escritorio. Cogió la agenda y ojeó teléfonos, direcciones, citas acudidas y otras pendientes, nombres de productos, de proveedores, de clientes y, en una servilleta de bar encontró escrito lo siguiente: WSR.255, y otras anotaciones que no entendía, como cd 48, y As 33, 74,92 u., así que, hizo una foto con el celular para enviarle a Larry. Tenía una corazonada, pero necesitaba corroborarla. A punto de irse, estiró del tirador del cajón de la mesa, lo intentó una, dos, tres veces, imposible. Entonces, con la punta de un abrecartas, manipuló la cerradura hasta abrirse y, para sorpresa suya, estaba vacío. Palpó los costados por si hubiese una falsa madera, pero nada, lo cual todavía era mucho más raro, se miró la yema de los dedos, y tampoco recogieron motas de polvo. No obstante, al levantarse, tropezó con la papelera volcándola, aguardó unos minutos hasta ver que no despertó a nadie, la recogió del suelo y volvió a ponerla en su sitio, también estaba limpia, como si alguien esperase su visita. En el establo, Charly seguía durmiendo, su respiración era normal, aunque el vientre estaba hinchado.
          Ashley Burris se hallaba en el despacho del Animal Center Veterinary Hospital, redactando informes pendientes de concluir desde el regresó de Nueva York y Washington. Uno de los chicos del laboratorio trajo cafés para todos, la llevaron uno doble, a su gusto, sacó una bolsa con cierre también de plástico y, del interior, un donut bien azucarado, recordó que no había desayunado, ni echado de comer a los gatos callejeros que cada día aguardaban su llegada en el muelle del hospital. En esas estaba cuando recibió la visita de la agente del FBI, una mujer de anchas espaldas, pero con una sensibilidad exquisita. Se hicieron amigas después de que la forense sufriera amenazas del dueño de una mascota cuya autopsia destapó los maltratos y envenenamiento al que sometía al perro esquimal americano, una raza muy activa, amante de la nieve y del frío, aunque por sus problemas hereditarios de estructura ósea y articulaciones necesitaba atención especial. Tiene un perfil parecido al zorro au que de porte elegante. Asimismo, encontró que era un animal criptorquido. Es decir, que ninguno de los testículos descendió y por tanto no estaban en la bolsa escrotal. Entre las muchas características de su casta, requieren cepillado diario a la larga melena blanca, máxime en época que muda y secado exhaustivo después del baño para evitar complicaciones en la piel. Sin embargo, el pobre presentaba todo lo contrario. La muerte le sobrevino en la madrugada anterior al Día de Acción de Gracias, la forense estaba de guardia, le puso una inyección y dejó de sufrir, cuando apareció el dueño montó en cólera, la llamó asesina y pésima profesional al practicarle la autopsia sin su consentimiento. Sufrió amenazas, persecución e intimidación en su propio domicilio, le denunció en repetidas ocasiones, hasta que, una noche la esperó oculto en la oscuridad de donde salió para ponerla una navaja en el cuello, forcejearon, chilló y, para suerte suya, una patrulla de policía, que hacía la ronda, le detuvo. A partir de entonces, tras desarrollarse un desagradable proceso y una profunda investigación, cuyos frutos destaparon que el hombre era un matón a sueldo con numerosas acusaciones por delitos de sangre, robos con violencia y palizas a afroamericanos, le ponían siempre en libertad, sorprendentemente, hasta esa vez que, juntando la violación a una menor, se pudriría en la cárcel. Y, así fue como, al cabo de muchos meses, surgió la sincera amistad entre Ashley Burris y Bridget Witte.
          –Siéntate, por favor. He de pedirte algo extraoficial, si te ves muy comprometida me lo dices y no pasa nada.
          –Primero dime de qué se trata, ¿no? –hizo intento de encender un cigarrillo para se contuvo.
          –Necesito saber quién es Samuel W. Robert. Aparentemente corre el rumor de que en el garaje de su casa tiene un equipo clandestino con el que realiza experimentos.
          –Bueno, pero eso no es suficiente para investigarle, dame algo más contundente para indagar en la base de datos oficial.
          –Un amigo veterinario y la hija de un ranchero creen que está detrás de las muertes del ganado vacuno de la zona o al menos implicado.
          –¿Y tú qué opinas? –quiso saber la agente federal.
          –Yo solo me fundamento en datos, mientras estos no sean visibles, me mantengo en silencio, ya lo sabes.
          –¿Y respecto a las muertes tampoco dices nada? –miró la hora.
          –¿Tienes prisa? –preguntó Ashley violenta por Bridget.
          –No, pensaba invitarte a almorzar, ¿qué me dices?
          –Pues que sí –para no llamar la atención se fueron en el automóvil de la veterinaria.
          –¿Has estado en Benny’s Bistro? –preguntó mientras barajaba mentalmente otros sitios.
          –¡Qué va!, de casa al trabajo y viceversa, no me dan de sí los días.
          –Es un pequeño restaurante en el centro de Helena, muy sencillo y sano puesto que todos los productos vienen directos de la granja a la mesa –contaba Bridge–. Las verduras están recién cortadas de la huerta, muy frescas y, tanto las aves como la carne roja, son de alta calidad. A mí me gustan mucho las alas de pollo a la brasa sobre rodajas de calabacín, zanahoria, trozos de pimiento verde, todo a la parrilla, y tira de beicon, te lo recomiendo.
          –Se me hace ya la boca agua –hacía tanto que no se daba un homenaje almorzando que sintió un hambre feroz. La gran avenida E 6th Ave, donde se ubicaba el local, era una recta sin tráfico en ese momento, y el trayecto de apenas 7 minutos, desde el hospital, por N Last Chance Gulch, una arteria despejada con gente dentro de las oficinas tomando un brunch ligero o en los parques de alrededor comiendo el sándwich hecho con las sobras de la cena. Según abandonaban la cercanía del Animal Center Veterinary Hospital, los espacios abiertos se iban estrechando poco a poco. A la altura del Casino la circulación se intensificó, las aceras estaban vacías de peatones, al contrario que en la puerta del edificio que albergaba Wells Fargo, el segundo mayor banco en depósitos, tarjetas de crédito y servicios hipotecarios, de donde salía un grupo numerosísimo de coreanos. Llegando al destino, estacionó el auto junto a otras camionetas.
          –¿Cerveza? –preguntó la agente.
          –Sí, por favor –respondió.
          –Y, ahora, mientras nos sirven, habla –Ashley dejó la mochila colgada en el respaldo de la silla y sacó el celular porque estaba obligada a estar siempre localizable.
          –Como dije, mi colega y la chica recogieron muestras que yo analicé, encontrando restos de cadmio y de arsénico, pero lo que más preocupada me tiene es que en el tejido de placenta de una vaca descubrí sustancias de insecticidas no identificables, pese a haberlo contrastado con toda la documentación a mi alcance.
          –Y por eso sueltas el nombre de Samuel W. Robert, ¿verdad? –Ashley asintió.
          –A lo mejor nada tiene que ver en el asunto, pero es significativo que con los rancheros y granjeros que mantiene contacto, las reses muertas vayan en aumento, ¿no crees?, aunque también es cierto que ganado muerto en extrañas circunstancias empieza a haber en toda la comarca –reflexionaba muy pensativa.
          –¿Y no puede deberse a una casualidad y solo que el tipo está allí de manera ocasional? –como profesional no podía dar hipótesis por hechos. Disfrutaron de una sobremesa distendida–. Veré qué puedo hacer. –Desde el ventanal se divisaba la montaña preparándose para recibir su manto de nieve, y a un bebé, empujado en el cochecito por el papá, chupándose el dedo gordo del pie. Transcurrieron más de dos horas de conversación hasta que el sonido del teléfono las interrumpió. Solicitaban la presencia del agente del FBI Bridge Witte, se había producido un tiroteo en un bar de Augusta, una pequeña población, en el condado de Lewis and Clark, con varios muertos y heridos…

domingo, 16 de noviembre de 2025

En peligro de extinción

4.

El rancho Maxwell se preparaba para la inminente llegada de invitados que asistirán a la boda de la hija mediana comprometida con un alto cargo del ejército recién trasladado a Chicago. Entre los comensales estaban las mejores amigas y amigos de la pareja, primos y primas llegados de otros estados, el sheriff, los comisionados del condado, el médico, el veterinario, los ganaderos de la comarca, el Gobernador y algún empresario agrícola que fue con la intención de recabar nuevos clientes. Un ir y venir de gente contratada para dicho acontecimiento, invadía el hábitat de los animales, inquietándoles, reduciendo su espacio para poner mesas engalanadas con los mejores manteles y cuberterías, distribuir sillas, preparar el escenario donde la orquesta amenizará el evento y la molesta y continua llegada de camionetas cargadas de flores y regalos que ya no sabían dónde colocar, aunque quizá lo peor fue convivir, incluso de noche, con el despliegue de operarios contratados para la instalación del alumbrado alrededor de la casa, realizando infinitas pruebas hasta que la enredadera de bombillas, con forma de corazón, no dieran fallos, además de crear un pasillo nupcial bellísimo y luminoso, con lazos en las esquinas de los bancos. En paralelo a los músicos pusieron la barra y bien visible el recipiente de Moonshine, whisky de elaboración casera. La novia, según el padre, era un ser angelical, su preferida y, tal vez, la de carácter y sentimientos fríos, igual a los suyos. Educada para convertirse en fiel esposa y madre de familia numerosa, nunca les dio disgustos ni causó problemas como alguno de los otros hijos. Supo mantenerse al margen de los asuntos más controvertidos, seguramente por falta de empatía o porque el futuro marido, machista, dominante, neoconservador y supremacista la manejase emocionalmente. Siempre correcta en sociedad, interpretando el papel de recatada, mohína, en segundo plano, discreta y melosa, aunque por detrás las mataba callando, tanto fue así que sugirió que el hermano mayor se abstuviese de ir a la ceremonia dada su dependencia con el alcohol y la posibilidad de que metiese la pata dejándola en ridículo delante de los suegros. Susan, en solidaridad con el muchacho amenazó con no ir tampoco ella, pero terció la madre y todos se comportaron correctamente. El reverendo ofició el enlace y, a cambio, recibió un sobre abultado con billetes que, según manifestó, entregaría a los feligreses que vivían por debajo del umbral de la pobreza. Finalizado el acto religioso dio comienzo el banquete amenizado con música y el alboroto de las chicas y los chicos correteando entre los comensales, lo cual aprovechó Susan para pasar desapercibida y, con la ayuda de Larry, descubrir qué escondía su familia dentro del cobertizo.
          –Acompáñame –le pidió a Larry cuyo aburrimiento era notorio. Diane no le acompañó al evento porque apuraba los últimos días con las niñas antes de que se fueran a la universidad.
          –¿Adónde? –preguntó dejándose llevar.
          –Ahora lo verás –contestó toda misteriosa. Apartados de la zona donde el público disfrutaba de jugosas y grasientas hamburguesas de media libra de carne, se aproximaron por la parte trasera de la finca hasta el cobertizo.
          –¿No tienes llave del candado? –preguntó preocupado de verse involucrado en algo delictivo.
          –No, pero se me da muy bien abrir cerraduras con una horquilla, además están lo suficientemente borrachos como para fijarse en nosotros –respondió sarcástica y sonriente–. Vamos, entremos, cuidado con ese escalón, está roto.
          –Oye, aquí huele raro –comentó el veterinario–, como a restos de plaguicidas mezclado con aguarrás.
          –Pues sí, pero mi olfato no es tan preciso, aguarda un instante que alumbro con la linterna –justo lo dijo cuando el otro ya se había chocado con algo que fue a parar al suelo haciendo algo de ruido.
          –Joder, nos van a oír –Susan temió que los pillasen.
          –Lo siento –añadió torpemente
          –Tú mira por ese lado y yo por este –le dio guantes, ella se puso otros y ambos mascarillas, nunca se sabe lo que podrían encontrarse. El especio era amplio, no en vano, tiempo atrás, sirvió de granero.
          –¿Llevas algo afilado? –pidió el hombre sin apartar la vista del borde de la tapadera.
          –Claro, mi navaja multiusos –se la dio acercándose a mirar.
          –Cuidado con ese bidón, voy a coger un poco de la corteza adherida en el borde, a ver si puedo despegarla –dijo sacando del bolsillo una bolsa esterilizada de las que siempre llevaba encima.
          –Fíjate en esto Larry, la textura parece diferente al resto de la pastosidad. ¿Quieres que desprenda algo y nos lo llevamos también? –preguntó intrigada e inquieta porque temía descubrir que su familia estuviese implicada en algo ilegal.
          –Aguarda un momento, deja que eche un vistazo, puede ser tóxico. Espera –puso el dedo a la altura de la boca en señal de silencio, callaron palpitándoles el corazón. Afuera, pisadas acercándose deprisa, desmoronando la hierba con la suela de los zapatos, les instaron a apagar las linternas y mirar a través de la rendija abierta en la pared de madera. Un sudor frío empedró sus frentes hasta comprobar que era una pareja de enamorados buscando intimidad. Larry se ajustó la gafa redonda de culo de vaso y terminó de tomar muestras de aquello que le pareció mejor para enviar al laboratorio.
          –¡Uf, casi nos pillan! –exclamó Susan.
          –Vámonos ya, por favor –pidió él.
          –Vale, pero antes veamos qué hay ahí –enfocó unos sacos que parecían vacíos, sin embargo, destacaba uno de distinto color y algo más pequeño, lo movieron un poco y dieron un respingo hacia atrás para no ser atacados por una rata de enormes dimensiones que fue vista y no vista. Salieron palpándose las extremidades y comprobando que no faltaba ninguna.
          –¿Conoces a aquel tipo que habla con tu padre? –preguntó Larry mientras guardaba las muestras de la cabaña.
          –No, ¿quién es? –frunció el ceño haciendo memoria.
          –Alguien bastante peculiar que tiene un laboratorio clandestino donde utiliza sin control los PFAS (perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas).
          –Ahórrate los tecnicismos y dilo claro.
          –Son un grupo de sustancias químicas sintéticas que se utilizan en tejidos impermeables, productos electrónicos, cosméticos, así como ollas y sartenes, lo grave es que ahora se detecta en el suelo, en los océanos y en la cadena alimentaria. Dicen las malas lenguas que el ganado de los amigos de ese hombre –señaló al invitado que charlaba con la familia– están todos afectados y, en consecuencia, su leche, la grasa o el músculo, llegando a morir en algunos casos, de manera que, si nadie pone remedio, podría convertirse en una pandemia de infinita magnitud y, por consiguiente, un atentado contra la salud humana.
          –¡Andáis conspirando, eh! –Paul les cogió por sorpresa.
          –¡Qué guapo te has puesto! –alagó Susan.
          –Muchas gracias. ¿Os traigo algo de beber? –les ofreció.
          –Para mí no, en realidad me marcho ya, he de hacer un par de visitas antes de ir a casa y no quiero llegar tarde –explicó Larry–. Entonces, en tres semanas vamos a Butte, ¿no? –preguntó a Susan, ella asintió y se despidió de ellos.
          –¿Cómo se llama aquel hombre que está con papá? –quiso coger al capataz con la guardia baja.
          –Samuel W. Roberts, últimamente viene mucho por aquí, supongo que tendrá negocios con el amo, pero lo ignoro. Por cierto: ¿qué hacíais en el cobertizo?
          –Rescatar de la memoria recuerdos de la infancia, de repente me puse nostálgica. ¿Tú nunca entras?, hay un olor bastante peculiar.
          –Rara vez, a por alguna herramienta de las antiguas si se tercia, pero por lo general lo hace tu padre.
          –¿Te suena esto de algo? –anotó en el buscador del celular PFAS, nombre técnico dicho por Larry, y se lo enseñó.
          –Ni idea, no lo he oído jamás. ¿Has visto a Charly? Estoy preocupado por él.
          –Sí, si le he visto, y no cambies de tema, sabemos que algo está matando al ganado de buena parte de la comarca y me dolería mucho descubrir que los míos estén implicados, pero si así fuera, lo denunciaría igualmente –abandonaron la conversación, Paul se excusó y regresó a los establos. La madre de Susan la llamó para presentarle a unos empresarios muy importantes cuyo hijo mayor permanecía soltero, de manera que ahí había doble intención por parte de la señora Maxwell, lo hizo e interpretó el papel de hija obediente, sin embargo, en cuanto pudo, se escabulló, aunque…
          –No irás a rechazarme hoy también un sabroso filete de arce a la brasa, ¿verdad? –la abordó su progenitor con un plato lleno de comida, un beso en la frente y sin tiempo para reaccionar.
          –Sabes que ingiero muy poca carne roja.
          –¿Todavía andas a vueltas con esa tontería? –preguntó enfadado.
          –Deberías unirte al movimiento de la Granja a la mesa, Farm to table, con tu capacidad para sacar dólares hasta de las piedras te forrarías –dijo sarcástica. Localizó a los novios, se despidió de ellos deseándoles mucha suerte y giró sobre los talones, a punto de subirse en la camioneta, se armó mucho revuelo al producirse un tiroteo. Apareció Paul como de la nada y, obligándola a agacharse, se tumbó junto a ella.
          –¡Al suelo, al suelo! –gritó el sheriff mientras sus hombres perseguían a dos individuos que intentaban colarse y acceder al dueño del rancho, pero otro de los agentes, con un rifle AR-15, semiautomático, vació el cartucho y ambos cayeron desangrándose. Entonces, con un hilo de voz, confesaron que eran dos humildes campesinos buscando trabajo. Pasado el episodio, limpiada la sangre y retirados los cadáveres, la fiesta continuó. El señor Maxwell, al que no se le escapaba una, preguntó a Paul qué hacían su hija y el veterinario en el cobertizo, el capataz dijo ignorarlo.
          Todavía en shock, Susan estuvo tentada de abrir el debate de la venta y uso de armas con absoluta libertad, pero prefirió salir de allí cuanto antes a su zona de confort. Llegó cansada y con mucho sueño, el trayecto de veinte millas hasta el centro de Big Timber, lo hizo acompañada de la voz de Loretta Lynn, hacía una temperatura suave, así que bajó la ventanilla y apoyó el codo en el borde del cristal. En el hall The Grand Hotel, el recepcionista pedía oraciones por el alma del influencer ultraconservador Charlie Kirk, asesinado de un tiro en el cuello, en el campus de la universidad de Utah Valley. Susan subió a la habitación, puso la televisión y, en ese momento, ante cientos de micrófonos, hablaba el gobernador de Utah, Spencer Cox, quien aseguró que todo el peso de la ley recaería sobre el culpable, trasladando también a la opinión pública las palabras del presidente Trump pidiendo la pena de muerte para el asesino. Navegó un poco por las redes para saber más de la víctima, aunque lo que descubrió… Creó Turning Point USA, organización juvenil de extrema derecha cuya cantera sale directamente de universidades e institutos, apoyó a Trump; fue crítico con los derechos de gays y trans, con la separación de Iglesia y Estado, respaldó la Teoría del Gran Reemplazo, que consiste en afirmar que los migrantes de color desplazarán a los estadounidenses blancos, defensor a ultranza la Segunda Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, aunque esa vez la adquisición y el uso individual de armas le haya costado la vida. Bajó el volumen y se metió en la cama, el día había sido agotador. De fondo, manifestaciones improvisadas en todo el país protestaban contra las políticas migratorias del Presidente, otros en apoyo a Kirk y lo que representó para la ciudadanía que le seguía, al tiempo que, en la región del Cinturón de la Biblia y pequeños pueblos de tinte conservador, gritaban: ¡Dios salve a América!
          En las muestras de agua recogidas por Susan de los abrevaderos y analizadas en el laboratorio del Animal Center Veterinary Hospital, hallaron restos de metales pesados muy tóxicos, identificados como arsénico y cadmio que, al encontrarse en el ambiente, lo contaminan prácticamente todo. Sin embargo, para Larry Erickson, aunque podría ser una de las causas, a su juicio no era la única consecuencia de las muertes del ganado y tampoco del nacimiento de reses con malformaciones congénitas, sobre todo desde que resonaba en su cabeza el nombre de Samuel W. Roberts, pendiente de indagar algo más sobre él. No obstante, recordó haber escuchado el rumor de que en el garaje de su casa tenía montado un equipo clandestino para realizar experimentos, pero tan solo eran habladurías entre colegas, tal vez sin mucha credibilidad. Terminadas las visitas a ranchos y granjas, con la preocupación añadida de haber encontrado varias cabezas de ganado muy enfermas y moribundas en tierra de nadie, quería disfrutar de la cena familiar y comentar los chismorreos de la boda, quiénes asistieron y cómo iban vestidas y vestidos, anécdotas o enfados habituales en los Maxwell, rivalidades entre las candidatas a ser próximas casaderas, pero una videollamada parpadeaba en el celular. Entró hasta la cocina e hizo un gesto de perdón por llegar tarde y tener que retrasarse todavía un poco más, prometiendo recompensarlas.
          –¿Qué tal compañera? ¿Ya estás en Helena? –preguntó ampliando la sonrisa y aflojándose el nudo de la corbata.
          –Sí, ha sido un viaje muy enriquecedor, he aprendido muchas cosas y conocido a gente muy interesante, además, la Facultad de Medicina Veterinaria, de Washington, me invitó para dar tres conferencias, he disfrutado muchísimo.
          –¡Cuánto me alegro! En la misma fecha que tú también estuvo allí Diane.
          –Habría sido fantástico encontrarnos en la capital y habernos tomado… Ahora no lo recuerdo, ¿cómo se llama la bebida refrescante hecha ginebra o bourbon, con jugo de lima fresca y agua con gas?
          –¿Rickey? –dijo rápidamente.
          –Exacto. ¿Cómo está ella?
          –Bueno, ahí va, luchando para que le compren su reportaje versado en “Creación de cultivos resistentes a las inclemencias meteorológicas”, pero ya sabes que ser freelance y crítica no converge. En fin, espero que tenga más suerte porque es realmente buena.
          –Sí que lo es, a lo mejor le encargo unos artículos, pero aún no digas nada.
          –No, no lo haré. Estará encantada.
          –¿Has leído el correo que te envié? –preguntó la forense mientras movía papeles de su mesa, preocupada como de haber perdido algo muy importante.
          –Todavía no, pensaba hacerlo después. Pero, dime, ¿algo destacable? –quería terminar cuanto antes y unirse a las risas de las chicas que llegaban desde la cocina.
          –He puesto un resumen del análisis del agua, puedes mirarlo más tarde, es un poco complejo y si cabe descorazonador.
          –Ya lo tengo delante. ¿Crees que la clave está en el hallazgo del arsénico y cadmio? –preguntó Larry–. Es decir, ¿se muere nuestro ganado a consecuencia de eso?
          –Podría ser una de las razones, pero no la única –respondió ella sin mirar a la pantalla.
          –No me encaja, debe de haber algo más letal –afirmó categórico.
          –Y lo hay –confirmó Ashley.
          –Venga, suéltalo –el veterinario empezaba a ponerse nervioso.
          –En los tejidos del parto que asististe, en el rumen de la vaca, primer compartimento del estómago animal había nitratos y nitritos –soltó con los ojos entornados.
          –¿A dónde quieres llegar? –intuía que se avecinaba una tormenta sin precedentes, no obstante, prefirió que ella lo confirmase.
          –Pues que los pastos están contaminados.
          –Explícate, por favor –por un momento se le vino a la imaginación la cara de Paul y las fundamentadas sospechas de Susan.
          –Lo diré a las claras, por un uso excesivo de fertilizantes nitrogenados, filtrados por el suelo y emponzoñando así las aguas –dijo Ashley–, pero también, y es quizá lo más preocupante, hemos encontrado pesticidas, en eso no podemos descartar la mano intencionada del hombre.
          –¿Sabes cuál? –de repente, Larry empezó a encajar algunas piezas.
          –No, no he tenido tiempo, además, quiero cotejar los datos con la computadora central, a ver qué encuentro.
          –Tú conocías a una investigadora del FBI, ¿verdad? –el veterinario se puso misterioso.
          –Sí, ¿por?
          –A ver qué te puede decir referente a Samuel W. Roberts.
          –¿Quién es? –a la forense no le gustaba pedir favores, así como así.
          –No lo sé, por eso no me quiero precipitar.
          –Vale, hablaré con ella.
          –Hoy se ha casado una de las hijas de los Maxwell, fui a la boda y Susan me metió en una cabaña que al parecer llevaba cerrada años, había un bidón con un líquido espeso cuyo borde del recipiente presentaba una corteza sospechosa, mañana te enviaré por correo las muestras que hemos recogido.
          –De acuerdo, pero no prometo hacerlo rápido, estoy de trabajo hasta arriba.
          –No importa, quiero conocer tu opinión, estoy muy confuso, ahí juegan con fuego y se van a quemar…
          –Bueno, pues en cuanto tenga información, te cuento. Dale un beso a las niñas y a Diane de mi parte. Veniros un día a Helena y cenamos en casa.
          –De acuerdo. Buena noche.
          Bye. –Colgaron y con las mismas, Larry llamó por teléfono a Susan.
          –Creo que ha llegado el momento de darnos una vuelta por Butte y visitar la mina de cobre a cielo abierto. ¿Vienes?
          –¿Acaso lo dudas?
          Diane y las niñas trajinaban de un sitio a otro colocando platos y un pastel de espinacas con salsa de guisantes secos que Larry había preparado la noche anterior. Aunque los dos se consideraban afines al budismo, interesados fundamentalmente en la meditación, el desapego a las posesiones y una libertad interior que nunca dan las religiones, ni lo material, jamás influenciaron en las hijas, dejándolas elegir su propio camino y creencias. Un fuerte zumbido del viento, ensordecedor, dejó todo el condado a oscuras, entonces, el arranque de los generadores y la precariedad del sistema demostró lo vulnerable que es la primera potencia del mundo, cuando una simple chispa salta por los aires y deja a la Nación paralizada, desnuda de progreso, de tecnología, mano sobre mano, esperando a que el salvador, el enviado, el Mesías, el inquilino The White House, apriete el interruptor y todo vuelva a la casilla de salida…

domingo, 2 de noviembre de 2025

En peligro de extinción

3.

Diane trabajaba desde hacía meses en un delicado reportaje sobre la creación de cultivos resistentes a las inclemencias meteorológicas que pretendía vender a la televisión pública, y para ello se trasladó por unas semanas a Washington donde se hallaba la sede central de la Corporación de Radiodifusión Pública de Estados Unidos, pendiendo ahora de un hilo tras el anuncio de cierre a consecuencia del recorte de financiación aprobado por el Congreso que dejará en el aire el futuro de cientos de emisoras en lugares tan remotos como Alaska y otros, también muy aislados, donde la única información que reciben sus habitantes llega a través, tan solo, de los viejos transistores en torno a los cuales los comensales se reúnen a la hora de la cena y escuchan las noticias locales. Ella conocía muy bien las dificultades del gremio ya que, como freelance, lo sufría a menudo. Los contrastes de las grandes ciudades con Big Timber pronto le trajeron a la memoria su vida anterior en Boston, por tanto, mientras durase su estancia en la capital recuperaría antiguas costumbres, por ejemplo, madrugar para salir a correr mucho antes del amanecer y de que los barrios tomen el pulso de lo cotidiano. A esa hora, cuando por la delgada línea del horizonte aún no ha despuntado el sol, recorrer la 401 9th Street, NW de la capital era todo un lujo, sin embargo, ahora la paz de esa calle se vio interrumpida por las unidades móviles de las cadenas de radio y televisión emplazadas hasta las puertas de la CPB en busca de la mejor exclusiva. Diane llevaba siempre consigo la acreditación de periodista, eso la permitió mezclarse entre ellos. Conversó con colegas de National Public Radio y de Public Broadcasting Servicie, y todos, más o menos, opinaron lo mismo: han declarado la guerra a los derechos y las libertades de los ciudadanos. Un grupo numeroso de personas vinieron a apoyar las protestas, pero rápidamente la policía local los dispersó. Una famosa entrevistadora, entrada en años, se acercó a los jóvenes reporteros a pedirles que no abandonasen la lucha, ya que esa era una de las profesiones más hermosas del mundo al servicio de los demás. Diane optó por apartarse. En Pennsylvania Ave NW, con el skyline de la Casa Blanca al fondo, compró un café americano en vaso grande, desechable, un perrito caliente con mucha mostaza y un donuts, estaba hambrienta, se sentó en un banco a comer y de paso llamó a casa.
          –Diles a las niñas que se pongan –dijo con la voz medio ronca.
          –¿Antes dime qué está pasando? –quiso saber Larry preocupado.
          –¿No has visto la noticia? –preguntó Diane.
          –No sé. ¿Cuál de ellas? –entonó distendido para suavizar la tensión.
         –Es una locura, van a despedir a cientos de empleados y en los rincones más inhóspitos del país la gente se quedará sin la única fuente de información.
        –Sí, he leído que cierran la Corporación. ¿Y ahora qué vas a hacer? ¿Dónde colocarás el reportaje que tanto te ha costado hacer? –mostró mucha empatía.
          –No lo sé, cariño, de momento me voy a quedar unos días más, después ya veremos. Todo anda muy revuelto pero, si me voy ahora, perderé la mejor oportunidad de darle salida al reportaje, son muchos meses recopilando datos como para tirarlo por la borda. ¿Cómo siguen las cosas por allí?
          –Igual, con mucho trabajo. Susan está recogiendo para Ashley muestras de agua de varios sitios donde bebe el ganado, hemos encontrado más reses muertas y otras en muy mal estado, no obstante, según Paul, en el rancho no hay nada raro.
          –Por muy bien que se lleve con vosotros, nunca irá en contra del patrón. Ándate con cuidado.
          –Eso mismo te digo, no te metas en jaleos.
          –¿Has oído lo de la NASA? –preguntó al marido –. Los trabajadores protestan, a través de una carta, contra los recortes de Trump que reducen a la mitad el presupuesto de ciencia lo cual debilita la seguridad humana. El manifiesto lo firman también más de veinte premios Nobel, científicos relevantes y miembros de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, así como otras personalidades. Es decir, a partir de ahora, cuando pidamos una hamburguesa gigante de carne de buey, no sabremos si estará en buenas condiciones para el consumo humano.
          –No, estoy leyendo el informe de la autopsia que Ashley J. Burris me envió por e-mail respecto a la muerte del ternero y la vaca donde los Maxwell –respondió él con tono preocupado.
          –¿Alguna cosa destacable? –se involucró como siempre hacían entre ellos.
          –Eso es lo preocupante, que aparentemente no hay nada hasta que profundizas y sacas en conclusión que puede haber algo escondido.
          –¿Y ella qué opina?
          –Lo mismo.
          –¿Lo sabe Susan? –continuó interesándose.
          –Claro –respondió tajante.
          –¿Y…?
          –Tampoco se lo cree. Fíjate, cuando Paul dejó a la intemperie algunos trozos de carne por si los buitres se los llevaban o no, puesto que planeaban por encima, fue muy significativo, elevaron el vuelo y pasaron de largo, suponemos que percibieron el olor putrefacto impregnando el ambiente.
          –Presiento que quieres ir más allá y te temo.
          –Sí, pero lo haré cuando vuelvas –se mostró cariñoso–. Ya tengo el presupuesto de la avería del automóvil, es bastante porque han de cambiar varias piezas.
          –Estarás cuidando mi Toyota 4runner, ¿no? –dijo en broma.
          –Por supuesto –rieron con ganas.
          –En fin, pásame a las niñas.
          –¡Te echo de menos! –entonó melancólico.
          –Y yo a ti –las chicas le quitaron el teléfono al padre y se lo llevaron para hablar con la madre en intimidad. Larry subrayó con un círculo la nota que venía escrita a mano en uno de los márgenes: agua contaminada, metales pesados, filtración…
          Ashley Burris miraba, por los grandes ventanales de la habitación que ocupaba en la planta cuarenta y cinco del Hotel Riu Plaza Manhattan Times Square, a New York, la metrópoli que nunca duerme y pensaba en todas las veces que rechazó ofertas de trabajos muy tentadoras para trasladarse allí y abandonar Montana, lo que implicaría también dejar a su equipo, a su gente y la tranquilidad con la que investigaba sin presiones. Años atrás estuvo a punto de dar el salto a la ciudad de los rascacielos al mantener una relación con un químico afincado en Harlem, y al que conoció en un congreso internacional de ciencia y nuevas tecnologías, pero no se atrevió a hacerlo por temor a otro fracaso sentimental. Sobre la cama, cubriendo la sábana de seda color teja a juego con el almohadón algo más oscuro, tenía informes del simposio al que asistía sobre Genética Avanzada en Mamíferos, fundamental para entender la evolución que han alcanzado especies de larga duración. Abrió la computadora portátil y el documento donde escribía desde hacía meses el ensayo cuyo título era: ¿Llegarán los humanos a ser inmortales con la alteración del ADN? Interrogante que destapa el debate en el campo de la ciencia así como controversias éticas y filosóficas. Hay futuristas que mantienen la teoría de que reparando el daño celular podría alcanzarse la perpetuidad; otro, incluso todavía más fuera de la realidad, lanza la fecha de 2045, como el año en el que el hombre será inmortal y envejecer una enfermedad curable. Ashley sintió verdadero pánico de dichas predicciones aunque no les daba crédito, ya que el progreso lo entendía para mejorar el día a día en la vida de las personas, perfeccionando la investigación en terapias personalizadas que utilizan el sistema inmunológico del paciente combatiendo determinados cánceres. Un escalofrío recorrió su espalda y volvió a sentir un terror similar al de cuando era pequeña y se acercaban los lobos al límite del rancho. Antes de darse una ducha, perdió la mirada entre el tráfico y se dejó llevar por la imaginación hasta los alrededores del edificio Dakota, donde Mark David Chapman asesinó a John Lennon. Era pronto, y el acto no comenzaba hasta las 3:00 p.m., alargándose hasta la cena, así que, no se entretuvo demasiado y decidió ir a la Biblioteca Pública, de estilo arquitectónico Beaux-Arts, ubicada en Bryant Park en la 476 5th Ave, donde consultaría algunas publicaciones que le interesaban.
          –¿Dónde puedo encontrar estos títulos? –le enseñó los títulos a la persona que estaba libre en el mostrador.
          –Fondo derecha; en la zona de estudio está prohibido comer encima de los libros, beber haciendo ruido, hablar en voz alta y mascar chicle y tiene que silenciar el móvil –esa mujer es tonta, dijo para sí, dio media vuelta y se alejó por la galería.
          –¿Señora Burris? ¿Ashley Burris? –alguien pronunció su nombre por detrás.
          –Sí –se giró.
          –¿No me recuerda? –preguntó una simpática pelirroja con la cara llena de pecas, montones de carpetas bajo el brazo y una sonrisa de oreja a oreja.
          –Lo siento, pero no.
          –Hice las prácticas en Animal Center Veterinary Hospital y el último examen fue con usted.
          –¿Aprobaste? –trataba de hacer memoria.
          –Sí, sobresaliente –vocalizó orgullosa.
          –Sois tantos los que pasáis por allí, además de la incorporación cada poco tiempo de nuevos compañeros que es casi imposible quedarse con la cara de todos. Lo lamento.
          –Comprendo, sin embargo, la hice caso y, gracias a sus consejos, me especialicé en Patológica Veterinaria, es una rama apasionante, fundamentalmente por mantener constante la investigación y precisar más diagnósticos y nuevas enfermedades.
          –El mundo avanza deprisa –hizo intención de alejarse, pero la otra lo impidió.
          –Pues sí, y si además lo haces de buen agrado y rodeada de un equipo también estupendo, ayuda una barbaridad.
          –¡Aguarda un momento! ¿Tú escribiste en la revista nuestra el artículo: “Prolapso del pene en reptiles que fue muy comentado?
          –Exacto, yo misma –extendió la mano para saludarla.
          –¡Vaya, vaya! La armaste buena, ¿eh? –rio con ganas–. ¿Qué haces aquí?
          –Trabajar sin descanso, eso me da la vida. Dirijo un departamento de Patología Molecular en búfalos, además de colaborar allá donde se me reclama. ¿Y usted?
          –Participo en unas conferencias basadas en Genética Avanzada en Mamíferos, ya sabes, eventos cargados de mucha teoría y muy poco compromiso. Has hecho muy bien en haberme abordado. Oye, ¿dónde podemos charlar tranquilamente y cambiar impresiones, si tienes tiempo?
          –Será un placer. Acompáñeme, mrs Burris.
          –Llámame Ashley, ¿cuál es el tuyo?
          –Madge Campbell. –Bajaron las escalinatas de la entrada, compraron un café y se sentaron en una de las mesas redondas en las que también había estudiantes tomando un sándwich frío. Rodeadas del verde de los árboles y la lona de las sombrillas el tráfico infernal quedaba amortiguado. Conversaron como dos viejas amigas que no se veían en años, y lo hicieron de la vida, de política, de los últimos descubrimientos científicos hasta aterrizar en el tema que a Ashley Burris le interesaba.
          –Échale un vistazo a esto y dame una opinión –sacó otra copia igual a la enviada a Larry Erickson.
          –¡Ahora! –exclamó sorprendida.
          –Claro, tan solo dispongo de algo más de hora y media y no dudo en que lo harás en menos. –Mientras Madge se concentraba, ella contempló las torres colindantes, el bullicio de la gente caminando apresura el olor a alcantarilla con chillido de ratas tan grandes como conejos. Su celular no paraba de recibir mensajes, pero le pareció descortés mirarlos. Poco antes de alcanzar los sesenta minutos, dijo: ¿Y bien?
          –Fíjese en estos valores, parecen iguales, pero varían justo al nacer el ternero. ¿Por qué la vaca muestra esa irregularidad? No lo sabemos, sin embargo, está bastante claro que, tanto en la placenta como en sus análisis, se hallan sustancias no identificables de insecticidas. Mándeme las muestras que conserves en laboratorio y lo averiguaremos. A veces la clave está más cerca de lo que suponemos: en una industria química que vierte residuos, en la lucha descontrolada contra plagas, en las aguas residuales o como bien apuntas en las notas anexas, en el pozo de la antigua mina de cobre a cielo abierto.
          –Estoy impresionada. ¿Tienes prisa?
          –No, nadie me espera –lo dijo con nostalgia.
          –¿Te gustaría asistir al simposio? –propuso.
          –Por supuesto, será un verdadero placer para mí. –Sin dejar de hablar caminaron por la Quinta Avenida hasta el Hotel Riu Plaza Manhattan Times Square donde Ashley se cambió de ropa y cogió sus apuntes. Finalizado el acto se fueron juntas.
          –Y bien, ¿qué te ha parecido? –preguntó mientras salían por una de las puertas laterales para pasar desapercibidas.
          –Una experiencia fantástica de aprendizaje, conocer otras formas de diagnosticar más directas y sofisticadas –respondió Madge. Las dos mujeres intercambiaros direcciones de correos electrónicos y números de teléfono emplazándose a seguir en contacto y, por supuesto, colaborar juntas en algunos estudios.    Ashley J. Burris concluyó su estancia en Nueva York, sin embargo, no regresó de inmediato a Montana, ya que la Facultad de Medicina Veterinaria, de Washington, la invitó para dar tres conferencias. Al finalizar cada una de ellas salía a despejarse caminando por el downtown de la ciudad. De repente, asustada por el despliegue de la Guardia Nacional por si se trataba de una amenaza de atentado, torció hacia calles aledañas donde se enteró que cumplían órdenes del presidente Trump quien tenía pensado expulsar a los homeless, bajo el plan titulado: “liberar la capital de personas sintecho y delincuentes”. Ashley Burris y Diane Erickson, no coincidieron en la gran metrópoli, la primera regresó a Helena de madrugada, el vuelo salió del Aeropuerto Nacional Ronald Reagan de Washington con veinticuatro horas de retraso, emocionada por todo lo vivido en Nueva York apenas había dormido, así que, en la sala de embarque dio una cabezadita; la segunda pensando en un próximo reportaje, permaneció unos días más visitando Anacostia y otras áreas donde la pobreza y tasa de no escolarización infantil ha aumentado sobre todo al este del río. Contrastes de casi todas las grandes urbes donde la brecha de la desigualdad se dispara.
          –Soy el comandante, abróchense los cinturones, despegamos –dijo por megafonía una voz ronca, la mayoría de los pasajeros cerraron los ojos con la tranquilidad de volver a casa.
          Susan Maxwell ha descubierto que Meredith Ellis ha dejado a Ecosystem Services Market Consortium, organización sin fines de lucro, que examine su granja y comprueben que, gracias a la técnica de ir cambiando los sitios donde pasta el ganado, se ha capturado anualmente unas 2.500 toneladas de dióxido de carbono atmosférico. También el profesor de agronomía Randy Jackson, en la Universidad de Wisconsin, campus de Madison, defiende iniciativas iguales o parecidas que moderen en la medida de lo posible la aceleración del cambio climático. Sin embargo, otros científicos como Rainer Roehe, en el Rural College de Escocia, ahondan en el terreno de la genética animal utilizando la cría para reducir las emisiones de metano en un 17% por generación hasta conseguir el 50% durante 10 años; también Ann Staiger, de la Universidad de Texas A&M. en Kingsville, versa su investigación en averiguar qué raza produce menos gases de efecto invernadero. Así que, con todo el material recopilado, puso rumbo al rancho con la esperanza de que el padre no estuviese allí y pasar un rato con Charly, ese viejo caballo aguantaba rayos y truenos.
          –Hola Paul –dijo sorprendiéndole de espaldas.
          –Hola. No te he oído llegar –dijo guardando rápidamente un papel en el bolsillo.
          –Pues es raro porque la camioneta tiene un ruido bastante fuerte –memorizó la marca de unos sacos de pienso para buscar después referencias en internet.
          –Si quieres luego le echo un vistazo, a veces es polvo que se adhiere en el tubo de escape, nada importante.
          –De acuerdo. ¿Cómo está Charly? –sacó el móvil y escribió en Google Sorghum company and other components S.A.
          –Hoy no ha querido salir de los establos –dijo Paul–, yo creo que le está llegando la hora. No obstante, se alegrará de verte.
          –¿Le vais a sacrificar? –preguntó entristecida.
          –Llegado el momento, sí, está sufriendo mucho –respondió tajante.
          –Entonces, mejor que Larry le inyecte algo, será menos doloroso.
          –¿Recuerdas?, por él estoy aquí –perdió la mirada hasta los límites de la propiedad–, quién me iba a decir a mí que después de salvarle la vida se la tendría que quitar.
          –Sí. En fin, parece que haya pasado un siglo –añadió ella nostálgica.
          –Apenas unos años, pero tú no has venido a recordar el pasado, ¿qué quieres? –la conocía muy bien.
          –Podías acompañarme, voy a llenar estos tubos y no conozco bien los lugares donde bebe y pasta el ganado.
          –Trae un mapa y marco algunos –respondió contrariado.
          –Preferiría disfrutar de tu compañía y contrastar opiniones.
          –Tu padre ha salido y yo no puedo dejar esto solo, no queda ningún vaquero, todos se fueron a la cantina, hoy ha sido día de cobro y ya sabes que la mitad de la paga se gasta en tragos con los compañeros –intuyó que el hombre mentía o no quería comprometerse, de momento, ya que tenían más en común de lo que él pensaba.
          Se dejó llevar por los pliegues de la imaginación y recordó las travesuras de la infancia y adolescencia, suyas y del hermano mayor escondiéndose en el granero a pasar de la borrachera, o la vez en que los gritos de la madre se oyeron por toda la hacienda al encontrar al muchacho tendido al pie de las escaleras ahogándose en su propio vómito. El sonido lejano del ferrocarril la trajo a la realidad, entonces miró hacia el cobertizo, aquella cabaña que guardaba el secreto de años atrás cuando uno de los jornaleros se quitó la vida y la familia lo mantuvo en secreto haciendo desaparecer el cuerpo una noche sin luna y sellando el lugar con un candado. Entornó bien los ojos para enfocar de frente y, a través de la ventana, palpitándole el corazón, vio varias sombras que se movían en su interior…