19.
Cuando los servicios de emergencias
acuden a la llamada desesperada de Christopher, quien me ha encontrado por
casualidad, y acceden hasta el puente de Chestnut Street, con las
dificultades que conlleva ese punto concreto, apesto a vómito y orín, he
perdido dos incisivos inferiores y tengo los pulmones como una olla exprés preparada
para estallar impregnándolo todo de mucosidad amarillenta y pegajosa. Estoy
algo desorientado y apenas camino por la hinchazón de tobillos. Además, a
consecuencia de la fiebre, digo auténticas barbaridades y amenazo a todo bicho
viviente con un rifle invisible haciéndoles culpables de mis desgracias. Entre
dos personas y un tercero sosteniendo en alto la botella de suero, me sacan de
ahí en camilla mientras blasfemo y
predico la llegada del fin del mundo. Tengo el cuerpo molido y tirito de frío
debajo de la manta térmica. Los homeless que en ese momento se
encuentran ahí, para no comprometerse mantienen vivas las hogueras donde se
calientan y agachan la cara, enrojecida por el alcohol, como si alrededor suyo
no pasase nada.
–Póngase
la mascarilla, por favor –le dan una.
–Quitadme
las manos de encima, coño –grito muy enfadado.
–Por
el bien de todos es mejor que colabore –dice la doctora recién salida de la
facultad.
–¿O
si no, qué? ¿Me van a esposar? –la joven desprecinta la jeringuilla y coge una pequeña
botella con líquido transparente.
–Nosotros
no obligamos a nadie, pero si nos llaman activamos el protocolo y atendemos
correctamente. Usted decide.
–Déjate
hacer, Ayden –sugiere Christopher junto a la ambulancia–, han de inyectarte un
antiinflamatorio.
–Díganos
dónde le duele.
–En
el alma por las putadas de la vida, los desprecios públicos de mi madre, la
mala suerte cebándose conmigo y el fracaso con las mujeres –muestro agresividad.
–¿Antes
de encontrarle su amigo se ha desvanecido?
–No.
–¿Con
qué se ha hecho esa herida? –se refieren a una boca abierta muy fea en la
pierna.
–¡Eh!,
un momento. Vaya pregunta tonta que le hacen al muchacho, ¿no? –dice alguien
que lleva pasamontañas–. ¿Creen que dormir a la intemperie es como hacerlo en
un colchón mullido después de una ducha caliente y beberse un vaso de leche con
galletas?
–Tenemos
insectos y roedores deseosos de sangre –contesta otro de los mendigos separado
del grupo, pero el equipo médico le ningunea.
–¿Cuánto
hace que lo ha notado? –la doctora insiste mientras aprieta distintas zonas
alrededor de la herida.
–Es
la primera vez –mentira, tengo pinchazos desde varios días atrás.
–Debería
de haber ido al médico.
–Mírame
encanto, ¿acaso habrían atendido a un tipo como yo llevando estas pintas? –río
a carcajadas, también el resto de los vagabundos.
–Bueno,
hay instituciones que lo proporcionan, por ejemplo Pope Francis Center.
–Claro,
y el sol sale siempre cada mañana por el este, no te jode.
Hora
y media después, sin aparente gravedad, con el ritmo cardiaco estabilizado, el
edema de los tobillos desaparecido y la respiración normalizada determinan que
el cuadro clínico que presento no es para llevarme al hospital. Christopher, preocupadísimo
y contrario a tal decisión, insiste en que me vaya con él a su casa hasta
recuperar del todo la salud. Medito la propuesta y barajo la posibilidad de
aceptarla, pero rechazo la invitación al no seducirme la idea de convivir con
dos homosexuales –obviamente no lo digo–, soportar las mariconadas con pluma
exagerada, aguantar las risitas nerviosas mientras mueven el culo pelando
zanahorias para el pastel, mezclar mis calzoncillos de macho con los suyos
diminutos y provocadores, arriesgarme a un presunto contagio de SIDA o tirar mi
reputación abajo, si es que aún alguien me reconoce, siendo señalado como un
miembro más del gremio. En definitiva, toda una artillería pesada y cargada de
prejuicios, absurdas vanidades e intransigencias de esta sociedad nuestra compartimentada
en guetos.
–¿Estás
seguro? Piénsalo bien, puedes quedarte el tiempo que quieras –dice apenado.
–Sí,
absolutamente –respondo sin dar los verdaderos motivos homófobos para no herirle–.
A estas alturas de la vida no consiento ser una carga para nadie.
–Y
no lo eres ni lo serás al menos para mí –se le humedecen los ojos.
–¿Has
pensado en tu pareja?
–No
le importara, estoy convencido.
–Quizá
no esté de acuerdo ni le apetezca tener a un intruso sentado en vuestro sofá.
–¡Qué
va! Es una excelente persona, sabe cómo nos conocimos aquella noche donde estuvieron
a punto de rajarte y cuánto valoré tu paciencia escuchando mis problemas.
–Hombre,
me salvaste de una buena paliza, de no ser por ti tal vez no lo cuento.
–Ayden,
acaban de atenderte por sufrir una crisis de hipotermia y deberías estar en un
sitio seco, bajo techo, con ropa limpia y algo caliente en el estómago, esto es
insalubre, si continúas aquí no durarás mucho. De verdad, ven conmigo.
–Aborrezco
el matiz caritativo de las personas –soy borde para que me deje en paz, por su
propio bien.
–¿Crees
que lo hago por compasión? –quedo en silencio–. Bueno, si cambias de opinión la
oferta sigue en pie. Imagino que esto –saca unos dólares de la cartera– te
ayudará para ir tirando. Estoy de tarde en el restaurante, pero después vuelvo y
traigo unas alitas de pollo, ¿quieres? –niego con la cabeza, aprieto su hombro
en señal de agradecimiento y comienzo a caminar iniciando así la cuenta atrás
de lo que está por venir…
Nathan
Trembley, a punto de dejar el cargo de jefe de Medicina Interna, ha recogido el
guante para dirigir el Detroit Medical Center y afrontar el reto de mejorar
las condiciones laborales de todos los trabajadores del hospital así como también
la estancia de los pacientes y sus acompañantes. A lo largo de estas últimas
semanas ha comprobado las infraestructuras en las distintas áreas, mantenido
conversaciones con los responsables de planta para tener en cuenta sus
opiniones, de igual modo con el consejo de administración, patrocinadores, farmacéuticas,
técnicos de laboratorio y, por supuesto, ha escuchado aquellas necesidades de
los compañeros que, con anterioridad, trasladaron a la junta directiva saliente
sin obtener respuesta alguna. Poco a poco, o mejor dicho, noche a noche, ha elaborado
el programa de propuestas para la toma de posesión del cargo. A su modo de ver es
fundamental poner en práctica los avances de la ciencia, ser los primeros en el
ranking de investigación y descubrimiento de enfermedades infecciosas atajándolas
con tratamientos experimentales probados y seguros, hacer una cantera sólida cubriendo todas las
especialidades, acudir a simpósium mundiales donde grandes profesionales
de la medicina ponen en común sus proyectos, destacar la importancia de invertir
en nuevas tecnologías y más aún en capital humano. En definitiva, poner a
disposición de todas y de todos, su capacidad de gestión, el respeto al oficio
y comunicar un mensaje de unidad emergente, para que aquellos que depositan sus
vidas en manos de ellos, gocen de total tranquilidad. La decisión no ha sido
fácil, fundamentalmente por lo que conlleva de sacrificio en las relaciones
personales y de generosidad respecto de su familia conscientes de que en lo
sucesivo apenas le verán. Le asaltan dichos pensamientos mientras repasa el
discurso en la sala de médicos, adonde irrumpen dos de sus colegas más
cercanos.
–No
sabes cuánto me alegro de que hayas tomado en consideración la idea de ser
nuestro capitán –dice Violeta Reyes, directora de la Unidad de Cuidados
Intensivos.
–Joder,
cubana, ya me has subido de rango –le sigue el juego Nathan Trembley–, aunque en
casa no tengo a mis chicas tan contentas –refiriéndose a la esposa e hijas–, dicen
que ahora me perderé la graduación de la pequeña, el Día de Acción de Gracias,
los sermones del pesado de mi cuñado, la celebración del 4 de julio y un sinfín
de eventos más.
–No
las hagas caso, en el fondo están encantadas con perderte de vista –ríen los
tres
–¿Hay
buena respuesta por parte de la gente? –pregunta Darren O’Connor, adjunto de
cardiología.
–Sí,
pero ha de dimitir primero el actual director.
–Pues
está tardando en despegar el trasero de la silla –dice ella.
–Todavía
no sé bien en las condiciones que deja el centro, según me han contado la
gestión financiera no ha sido su fuerte y corren rumores de que nos encontramos
endeudados hasta las orejas.
–No
te agobies, Nathan –dice Darren–, sabrás salir del agujero. –Cada uno de ellos
vuelve a sus quehaceres.
Un
grupo de enfermeras y enfermeros irrumpen en la sala, es la hora del lunch
y lo hacen por turnos, comentando cómo les ha ido la jornada y algunos también
los planes que tienen para el sábado. Sin embargo, el relajo dura poco, el hospital
ha recibido aviso de la llegada de varios heridos en estado muy grave, al estrellarse
un avión particular a pocos metros del despegue. En el muelle de entrada a urgencias todo
está preparado para recibirlos…
El
aumento diario de personas acudiendo a recoger su bolsa de comida está dejando
a la iglesia del reverendo Bob W. Perkins apenas sin alimentos, dándose la
circunstancia de que las feligresas y feligreses que antes lo donaban ahora son
también quienes lo necesitan. Muchos, aun teniendo dos o más trabajos,
atraviesan dificultades económicas de gran calibre debido a la subida de
impuestos, el precio desorbitado de carburantes, el deterioro de la salud –afectando
bastante a la mental–, la elevada inflación, la diferencia de clases y el
encarecimiento de las materias primas. Nadie se pone en la cola del hambre por
capricho, ni por vivir una aventura irrepetible acampa con la familia en algún
parque de la ciudad haga frío o calor, tampoco rebusca entre las basuras de los
restaurantes restos comestibles, pero es posible que algunos opinen lo
contrario y tachen a los homeless de vagos, borrachos, drogadictos y
prostitutas, incapaces de acatar las reglas de conducta impuestas en la sociedad.
Una
comitiva oficial penetra con mucho ruido por las calles de Detroit en busca de
apoyos. La maquinaria electoral está en marcha y los simpatizantes del Partido
Republicano ensalzan la figura del candidato DeSantis, como el mejor rival
frente al demócrata Biden, ninguneado por su edad. Pero los verdaderos problemas
de la gente de a pie se circunscriben en cómo llegar a fin de mes, tener una
vivienda digna, qué posibilidades de crecimiento personal hay respecto a mejorar
la calidad de vida, cuál será el futuro de nuestras hijas e hijos si rozan la
pobreza infantil, ayudas complementarias para tantas ancianas y ancianos que no
pueden costearse la estancia en residencia. En definitiva, aquellas cosas tan
importantes para la gente y que los políticos olvidan con facilidad.
–¿A
dónde irán tan deprisa? –pregunta un mendigo.
–A
jodernos un poco más –suelto con los ojos encendidos.
–Por
lo menos son cinco o seis coches escoltados por agentes de la oficina del sheriff
–interviene una chica que se acerca a nosotros empujando un carrito de la
compra.
–¡Qué
va!, yo he contado nueve –responde el otro.
–¡Sí,
hombre! ¡Nueve! ¡Y una mierda! –concluye ella.
–Sólo
eran tres, os lo aseguro, y han girado hacia el distrito financiero. –Estoy
cansado del paisaje hostil transitado a lo largo de mis días, me duelen los
amaneceres que apenas tienen ya sentido, acuesto el cuerpo sobre el colchón de
cartones húmedos y en los párpados, al cerrarlos, la oscuridad va tomando forma.
Abro los ojos, respiro hondo y un murciélago en lo alto de una rama no deja de
observarme…
A veces el rechazo a los demás puede tanto que somos incapaces de ver más allá de nuestros propios prejuicios
ResponderEliminarQue pena!!
ResponderEliminarSi en las circunstancias en las que se encuentra, puede más su homofobia que la necesidad, es señal que estamos ante una sociedad enferma.
El post describe tal cual la situación actual, cada vez más diferencias entre clases y los políticos luchando por el poder, si bien hay quien lo hace mirando hacia abajo de su posición y los otros buscando beneficiar a los suyos.
Buen día.
Leer y no saber qué decir ocurre cuando se admira a quien lo escribe
ResponderEliminarRechazo al diferente se visibiliza a diario, incluso en quienes defendemos la inclusión de todos los seres humanos y abanderamos discursos de acogida.
ResponderEliminar¡Qué bien describes la hipocresía y la doble moral, Mayte! ¡Ah!, me gusta eso de, ..." comienzo a caminar iniciando así la cuenta atrás de lo que está por venir". Cuídate, escritora. Besos.
ResponderEliminarComo siempre, la lectura me sumerge de lleno en las calles y los lugares por donde deambula Ayden así como también el ambiente que se vive en el hospital. Mayte, es sorprendente cómo facilitas con tus palabras y descripciones el poder sentir "lo que sienten" los personajes.
ResponderEliminarQuedo esperando ver qué es lo que queda por saber.
Gracias.
Elena