8.
Agradecimiento a mi amiga la doctora Fuentes,
sin cuya ayuda con la terminología médica
en este capítulo, no habría sido posible.
Cuando los profesionales del
servicio de emergencias llegan frente al edificio de la Facultad de Derecho,
donde Megan Aniston se ha desplomado frente al edificio de la Facultad de
Derecho, ella ha recuperado la conciencia y está sentada en un poyete asegurando
sentirse bien y dispuesta a reanudar su marcha, ya que el tonto accidente sólo
ha sido un susto, algo sin importancia. Pero, tras la primera valoración que
confirma falta de oxígeno, disnea y mucha fiebre, la llevan al Detroit Medical
Center donde realizarán un examen exhaustivo descartando sospechas o
corroborándolas. A pesar de que el coche patrulla de la oficina del sheriff
del condado les precede, intentando abrir camino, se ven atrapados en una
caravana de automóviles que van en dirección a las montañas para presenciar el
momento irrepetible del eclipse lunar que se espera a partir de las 11:23 p.m. Minutos
después, recostada en la camilla y con la lengua raspándole el paladar como si
fuese lija, empeora de repente, aumentando también los episodios de tos y
flemas, dolor agudo en el pecho, somnolencia y, aunque de momento no observan confusión
o aturdimiento, no lo descartan. Por tanto, con el conjunto de síntomas significativos
le comunican al conductor que informe a los agentes por radio para que hagan lo
posible por sacarlos de ahí rápidamente. Así lo hace, y la policía, consciente
de que iban a realizar la peligrosa acción de invadir el espacio del viandante,
conectan el altavoz e instan a los peatones para que despejen la acera. Megan
Aniston empeora por momentos acercándose al precipicio y entrando en la fase en
la que cuesta un triunfo no abandonarse al sueño. No obstante, realiza el gran
esfuerzo de contestar a los sanitarios pronunciando un nombre a medias: Ayden
Car… Y entonces se desmaya.
La
urgencióloga adjunta que debía estar en familia celebrando su vigésimo cuarto
aniversario de boda, dobla turno cubriendo a una compañera que ha tenido que ausentarse
debido al brote de gastroenteritis que lleva días circulando por el hospital y
que al final se va a cebar con todos. La tarde ha sido de lo más tranquila y confía
en que la noche también lo sea, por eso aprovecha para descansar un rato en la
sala de médicos antes de hacer la ronda rutinaria ya que todavía hay ingresados
sin haber subido a planta. En la taquilla guarda la comida que trae de casa y el
termo con café, lo saca todo y, tumbada en el sofá, se prepara para hacer una
videollamada con su esposo. Sin embargo, alguien grita desde fuera que llega un
código naranja. Sale deprisa pensando que una vez más le ha fallado. Reúne
a la enfermera jefa de urgencias, a un par de residentes, otra auxiliar y, equipados
con un EPI, aguardan en el muelle donde cada uno, sin disimular los nervios,
recuerda los primeros meses de la pandemia y el caos que supuso para toda la
comunidad médica y científica enfrentarse al flamante virus del que no se sabía
nada, ni cómo plantarle cara. Aunque desde el inicio surgen nuevas variantes y cada
dos por tres salta la noticia de que en China vuelven a confinar ciudades o suburbios
siguiendo su estrategia de covid cero, en Estados Unidos hace bastante que no
se dan casos graves, señal de que estamos haciendo las cosas medianamente bien.
El guardia de seguridad, un afroamericano de casi dos metros y músculos que
imponen, se ha posicionado en uno de los ángulos por si tiene que darle el alto
a los curiosos. El rugido de las sirenas, que espantan a todo ser viviente, se
oye cerca y las luces intermitentes, que parecen chispas saltando de perfil en el
horizonte, se visualizan próximas pero, la espera se hace larga y los minutos avanzan
a paso lento. Dentro del recinto hospitalario el parking ha quedado casi
vacío, eso facilita que los roedores corran a sus anchas y busquen agujeros donde
resguardarse del importante desplome de temperaturas que acaba de producirse. El
eclipse trae consigo la negrura borrando del panal del cielo la estructura formada
por las estrellas.
–Mirad,
ahí están –dice una voz temblorosa por detrás de ellos.
–Mujer,
setenta y dos años –vocea el camillero–. Desvanecimiento en la calle, no
recuerda qué ha pasado. Ha vuelto a desmayarse, viene crítica.
–Vamos
dentro, rápido. ¿Cómo se llama? –pregunta la enfermera.
–No
lleva ninguna identificación salvo esta propaganda de Pope Francis Center
en el bolsillo y un nombre incompleto que dijo antes de perder el conocimiento.
–¿Habéis
administrado algo? –dice un residente.
–No,
sólo lo básico para estabilizarla, pero a punto hemos estado de hacerle una
incisión en la garganta para que respirase, por suerte ha remontado.
–¿Es
alérgica a algo?
–No
se sabe.
–Bueno,
gracias. Nos encargamos nosotros. –Sin embargo, la urgencióloga adjunta
entiende que lo más acertado es pasarla directamente a la UCI. Así lo hacen.
Violeta
Reyes nunca quiso abandonar Cuba. Le gustaba su patria, su gente, el color del
Caribe, recibir la brisa desde el Malecón, la generosidad de aquella tierra, el
arraigado sentimiento de compartir lo poco que uno tiene, bailar la guaracha,
estar con los suyos y comer yuca con mojo, pero al encarcelar a su esposo por motivos
políticos, ambos comprendieron que los niños y ella debían salir de La Habana. Desgarrada
de dolor, dejando atrás a sus padres octogenarios, enfermos y vulnerables,
emprendió un camino sin retorno empezando a escribir la primera página del incierto
y prometedor futuro. Junto a dos de sus hermanos, y gracias al cuñado que les
facilitó papeles desde Estados Unidos, cogieron un avión llevando sólo lo puesto
y cuyas coordenadas iban directas a pisar suelo americano. Al principio fue bastante
complicado ubicar a los dos chavales de 12 y 13 años que, en plena explosión de
la adolescencia, no entendían por qué tuvieron que dejar la escuela a la que
fueron desde pequeños, a los compañeros de siempre y aquellos juegos que tan felices
les hacían, pero el coraje de la mujer luchadora que ante la adversidad no se
rendía era fuerte y, pese a las noticias desalentadoras que llegaban de la isla,
se propuso seguir adelante. Meses después falleció el marido de muerte natural,
lo encontraron los carceleros, tendido en la cama de la celda. Tras diversas circunstancias
que no vienen al caso, comenzó a levantar cabeza en el estado de Michigan donde
pudo convalidar el título de medicina y conseguir una plaza de intensivista en Detroit
Medical Center, además de seguir estudiando nuevas técnicas para aliviar el
sufrimiento de determinados pacientes que, de no haber sido así estarían
desahuciados. Posteriormente, la lucha incansable que tanto la caracteriza, la
vocación arraigada dignificando su oficio y la ferviente creencia de que todo ser
humano merece la pena, ha sido suficiente para desempeñar el cargo de directora
de la Unidad de Cuidados Intensivos, lo que ha compaginado con su faceta de activista.
Cuando
el 11 de marzo de 2020, Tedros Adhanom Ghebreyesus, Director General de la Organización
Mundial de la Salud (OMS), declaró el coronavirus Covid-19 pandemia global,
Violeta Reyes, intensivista en Detroit Medical Center, tenía mucho miedo
de llevar el virus impregnado en la piel y en las ropas y contagiar a sus hijos,
ya que las vías de transmisión no estaban nada claras y todo era una gran incógnita.
Pero unos buenos amigos, con chicos de la misma edad, se ofrecieron para
tenerlos mientras que no mejorase la situación. Aceptó, aunque la decisión
también fue dolorosa. Tras semanas de intensa e inagotable lucha, durmiendo
poco y sin respiro, pilotó la iniciativa de establecer una red de comunicación
entre profesionales sanitarios con los investigadores de Hospital Mount Sinai,
de Nueva York, donde están los mejores científicos de la biología molecular de
los virus de la gripe y otros patógenos. De esa forma, el hecho de compartir
experiencias, métodos, tratamientos…, sirvió para atajar algo la tremenda
incertidumbre del principio. Actualmente, lidera y coordina, en colaboración
con algunos laboratorios, las pautas a seguir con determinados tratamientos que
han demostrado una cuantiosa mejora respecto a los nuevos casos, la mayoría leves,
excepto que la persona porte otras patologías. Ha escrito artículos académicos
publicados en Journal of the American Medical Association (JAMA) y
recibido menciones a su trabajo y dedicación. No obstante, el ingreso de Megan
Aniston ha despertado en la memoria de la doctora los peores recuerdos cuando
miles de personas morían solas y ellos caían derrumbados.
–Hemos
comprobado los resultados de las pruebas y creo que está muy claro. ¿A vosotros
qué os parece? –pregunta al grupo de estudiantes que van con ella.
–Yo
diría que –responde uno de los flamantes médicos–, con toda probabilidad, por los
síntomas que presenta, se trata, sin lugar a duda, de SARS-CoV-2
–Macho,
no seas tan técnico y di Covid que no estás delante del tribunal de examinadores
de Harvard –dice una de las chicas que se inclina por la rama de cirugía.
–No
os peleéis, ambos tenéis vuestra parte de razón, pero el protocolo está activado
y requiere de un lenguaje y términos adecuados. A ver, continuamos. ¿Quién
puede detallarnos lo que debemos hacer primero?
–Test
de antígenos –interviene un colombiano en prácticas.
–¿Y
qué más?
–También
–salta otro estudiante–, un angioTAC para confirmar que el síncope ha sido a
consecuencia de un tromboembolismo pulmonar (TEP).
–Muy
bien. ¿Y cuál sería el siguiente paso? –Violeta Reyes, directora de UCI, insiste
siempre a los alumnos que la acompañan lo importante que es reflexionar antes
de dar una respuesta que pueda equivocar un diagnóstico y, en consecuencia, el
tratamiento a pautar.
–Oxígeno
a alto flujo –salta otro de ellos.
–Correcto.
¿Y qué más?
–Corticoides
por sus efectos antiinflamatorios.
–Antiviral
de última generación.
–¿Por
qué?
–Ha
quedado demostrado –sigue el estudiante con su exposición– que la mayor farmacéutica
de nuestro país los ha potenciado y los resultados son muy satisfactorios, mejora
el estado general del paciente.
–Antibioterapia
–se atropellan unos a otros para subir nota.
–¿Y
no hay algo que se os escapa? –Violeta es muy consciente de que tiene delante
de ella a un equipo de médicos que, en el futuro inmediato, se van a convertir
en grandes profesionales porque tienen madera para ello.
–¿El
qué? –preguntan nerviosos y preocupados, ya que cometer un error a esas alturas
de carrera puede restarles puntos.
–Repasadlo
todo paso a paso.
–¡Ya
sé! –salta la flamante cirujana–. Suministrarle heparina de bajo peso molecular.
–Muy
bien, querida. ¿Y por qué eso en lugar de anticoagulante de acción directa? –pregunta
la titular.
–Porque
el tratamiento de inicio es ese, además es más fácil de revertir en caso de
complicación, por ejemplo, si surgiera un sangrado. ¡Ya tendremos tiempo de
pasarle a un anticoagulante oral una vez esté más estabilizada!
–Perfecto.
Durante los siguientes días haced un seguimiento del caso: anotaciones diarias
respecto a la presión arterial, cantidad de orina vertida en las bolsas,
coloración de heces y flemas, si las hubiera, saturación, arritmias, si empeora
o se mantiene estable… En fin, pensad que de nosotros depende que los
compañeros de planta, cuando suba, tengan una guía completa de cuanto ha
acontecido aquí. Digamos que completamos las piezas de la evolución para que
después ellos hagan los ajustes finales. Plasmad vuestra opinión, escribid el
informe que adjuntaríais al historial médico y, sobre todo, no toméis
decisiones a la ligera, sopesad los pros y los contras, preguntad lo que no
sepáis o penda de la duda. Poner todo empeño por salvar cada vida humana es una
responsabilidad adherida a nuestra vocación.
–¿Nadie
sabe su nombre? –preguntan.
–Los
colegas de la ambulancia no saben nada –contesta Violeta–. No obstante, en esa
bolsa –se refiere a la que tiene colgada a los pies de la cama–, está su ropa,
quizá encontremos algo. –A pesar de que eso era labor de los servicios sociales
del hospital, la doctora Reyes procuraba responsabilizarse de todo lo referente
al paciente mientras que estuviese en su unidad.
–Si
me lo permite, yo misma puedo mirar –contesta otra vez la colombiana.
–No
hay inconveniente.
–¡Qué
casualidad! –dice entusiasmada–, lleva propaganda de Pope Francis Center,
mis abuelos son voluntarios ahí, les voy a preguntar.
–Doctora
Reyes –dice con timidez otra de las jóvenes que ha permanecido callada–: ¿es
verdad que se dan casos de ictus en pacientes ingresados en UCI con covid-19?
–Ocurre
con frecuencia, tanto aquí como en cualquier otra planta convencional. Lo que
sí sabemos es que aquellos que sufren ictus con infecciones concomitantes por
covid-19, son más graves que quienes no tienen el virus. –Cuarenta y ocho horas
más tarde a Megan Aniston se le desencadena una neumonía bilateral.
Con
el endoscopio listo para ser utilizado, tomando notas a gran velocidad,
revisando las últimas placas de tórax y analítica más reciente, llevando doble mascarilla,
gafa protectora y guantes de nitrilo, el equipo médico encabezado por Violeta
Reyes conversa rodeando la cama de Megan Aniston, mientras que esta pelea por
salir del cilindro herméticamente cerrado que la ha devuelto a los días de
infancia, a las calamidades pasadas entonces y después, a la suerte que siempre
estuvo desaparecida, a lo malo y lo regular que a lo largo de los años se ha
cruzado en su camino, a los rostros de los que se fueron y de los que están, a
la culpabilidad enconada por haber parido una hija con salud delicada, a lo complicado
que le ha resultado abrirse camino siendo una mujer de color, a la mala
experiencia de haber enviudado tres veces demasiado pronto. En definitiva, un
repaso biográfico a toda una vida que ahora puede írsele de las manos. Varias millas
más allá, simpatizantes de uno y otro partido, despliegan por las calles el
júbilo de la bandera estadounidense celebrando los resultados que arrojarán las
elecciones de Medio Mandato y, por consiguiente, el futuro de Estados
Unidos y, en cascada, el del resto del mundo. Si yo siguiera al frente de la Motors
Carson Company, con total seguridad habría votado a los republicanos Jack
Bergman y John Moolenaar por el estado Michigan. Pero, aunque los demócratas
Hillary Scholten y Bill Huizengal me caen bien, me importa un cuerno quien
pilote la nación en estos momentos, ya que a este lado de la pobreza las cosas
van a seguir más o menos igual de jodidas.
–Gracias
por su colaboración. ¡Alabado sea Dios! –dijo el reverendo Bob W. Perkins, al hijo
de Joanne, mi antigua secretaria.
–No
hay de qué.
–Es
usted una persona muy humana y fiel a su cita semanal trayendo alimentos que
ellos –señala hacia nosotros– agradecen tanto.
–Todos
debemos estar a la altura en la medida de nuestras posibilidades. Permítame
hacerle una pregunta.
–Por
supuesto, faltaría más.
–¿Cómo
se llama aquel hombre?
–¿Cuál?
¿El del gorro de lana?
–No,
el que está más allá.
–¡Ah!,
bueno. Es Ayden Carson. Un tipo bastante raro. Su familia era dueña de una
importante empresa, fabricaban automóviles, pero se arruinaron como la mayoría del
sector.
–Ya.
Mi madre, que actualmente tiene Alzheimer y está en residencia, trabajó para
ellos. Es curioso, hace unos días cuando vine, le dije que me sonaba su cara de
haberle visto en alguna foto con ella y lo negó.
–Es
muy introvertido, apenas habla con nadie.
–Lo
curioso es que ha estado viéndola y no sé cómo actuar: si abordarle o dejarlo
estar.
–Yo
que usted no me molestaría. En fin, me esperan para el estudio de la Biblia.
Vuelva pronto –dice con un apretón de manos al que el otro corresponde cordialmente.
Regreso
a casa y me resulta extraño caminar por los bulevares sin la charlatana de Megan
Aniston pegada a mi lado, hilando una historia con otra sin respiro, hablando
de sus antepasados, de arquitectura, de política, de lo que fuese con tal de no
tener la boca callada. ¿Cómo imaginar lo que me esperaba al día siguiente a
primera hora de la mañana…?
Buenos días, Mayte! Qué ilusión tu agradecimiento. Es todo un honor para mí. Te ha quedado perfecto!! Enhorabuena amiga😘
ResponderEliminarCada vez tu prosa está más depurada y la interactuación entre personajes mejor lograda. Vas por buen camino, por una ruta que te lleva a lo más profundo de USA y a tus lectores de la mano. Enhorabuena
ResponderEliminarDe nuevo abordando temas de actualidad y, si bien yo me pierdo con tanto apunte médico, de mucho interés para conocer algo más de la maldita pandemia.
ResponderEliminarYo también quiero agradecer a la doctora Fuentes su aportación a esta apertura a los conocimientos de su profesión.
Y aquí me quedo esperando como le puede afectar a Ayden el percance de Megan.
Felices Fiestas a todos.🎄🥂
Reconozco que con cada entrega me sorprendes más, pero esta vez te has superado, compañera.
ResponderEliminarSólo puedo añadir a lo ya dicho: MAESTRA
ResponderEliminarTras la resaca de mi país por la victoria del Mundial de fútbol, he leído con euforia y calma su historia y me ha parecido suprema.
ResponderEliminarCada entrega te superas. Espero intrigada la siguiente
ResponderEliminarGracias! Besos
Aunque unos días después de su publicación, por fin lo he leído y muy, muy interesante y con todo lujo de detalles que te hacen tener un contexto en el que ir viendo como poco a poco se va desarrollando esta historia. Gracias, como siempre. Lo compartiré luego en twitter
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