5.
Año y medio después de morir papá
cuando la situación económica era insostenible prescindí de todo el servicio
excepto de Dominic, obligado a cumplir con él la cláusula añadida en el testamento
donde se nos ordenaba que permaneciese con nosotros hasta el final de sus días.
A pesar de que las manos de Chul-Moo ya no se movían ágiles por los fogones y la
estructura del cuerpo dolorido y encorvado estaba muy deteriorada, encontró
empleo en la cocina de un barco que, tras atravesar medio mundo, arribó en el
principal puerto de su país de origen, lo cual significó el regreso del hijo pródigo
a la patria y, aunque no quedaba vivo ninguno de sus allegados, y los paisajes guardados
en la memoria en nada se parecían a la realidad, consiguió llegar hasta la
provincia de Jeolla del Norte, al suroeste de la República de Corea del Sur, donde
creció y presintió que algún día volvería para morir en la tierra que le vio
nacer. Esa misma mañana Brody partió a Wisconsin donde abriría en breve un
pequeño taller de reparación de automóviles y toda clase de maquinaria junto a
la mujer que le había robado el corazón. Anterior a esa fecha, una vez, regresando
de la empresa charlábamos en el coche y me dio a entender su intención de dejar
el trabajo cuanto antes, pero yo le necesitaba un poco más para conservar una
cierta apariencia. Así que, fiel a sus principios de lealtad aguantó hasta que le
despedí. Para entonces mis hermanos Dakota y Colorado Sprint ya habían emprendido
su propio camino lejos de Detroit. La casa, habitada por tres desconocidos, de
repente entró en modo silencio. Estábamos faltos de liquidez para hacer frente
a las facturas y mamá no dejaba de generar gastos superfluos engordando unos
números rojos de escándalo, ni aceptaba la presencia del viejo jardinero considerando
que aquello no era más que el capricho de su difunto esposo quien estaría descojonándose
en la tumba. Sin embargo, a lo largo de algunas semanas permanecimos ahí hasta
que, tras la imposibilidad de vender la mansión, embargada hasta los cimientos,
no me quedó otra opción que instalarnos de manera provisional en un sencillo motel
de dos estrellas a poca distancia del centro.
–He
conocido a una persona –dice mamá.
–¡Coño!
¿Te has enamorado? –por alguna razón no me ha sorprendido.
–¡No
digas sandeces, Ayden! –exclama molesta.
–A
ver, que no me importa en absoluto, y conste que lo entiendo. Todavía eres una
mujer muy atractiva y libre de hacer cuanto te plazca. En cualquier caso,
reconoce que así, tan de sopetón, no lo esperaba –me justifico.
–No
dejes volar la imaginación que es sólo un amigo. Nos conocimos en la ópera, ama
el arte, los buenos restaurantes, los viajes exóticos y, qué quieres que te
diga, me siento muy sola, tú estás casi siempre en la fábrica, frecuentas otros
ambientes, recibes a gente importante, cambias impresiones con ellos, pero yo me
siento prisionera pagando las consecuencias de algo que, no he buscado ni
merezco. He perdido el contacto con todas mis amistades porque me tratan y
miran con lástima, y eso no lo soporto, igual que la vergüenza de no llevar en
el bolsillo ni para un té. Además, como siga pegada a esa momia me voy a quedar
sin energía –refiriéndose a Dominic.
–Lamento
muchísimo que tengas que pasar por esto, te juro que hago todo cuanto está en
mi mano para normalizar nuestra vida.
–¿Piensas
de mí que soy una egoísta o todavía peor una frívola a la que sólo le preocupa
su posición social y el concepto que tengan de mí los demás?
–Ninguno
de nosotros imaginó que caeríamos por un precipicio de difícil ascenso.
–Desde
luego. La culpa es de tu padre que fue un irresponsable y desconsiderado. Comprendo
que tus sentimientos hacia él te impidan ver al verdadero hombre miserable que
se escondía bajo su piel bronceada –hice una mueca.
–Perdón
por interrumpirles. No me esperen a cenar –el longevo jardinero viene hasta el
saloncito a excusarse–, tengo el estómago algo revuelto y, si ustedes no tienen
inconveniente, preferiría retirarme a descansar.
–Claro.
¿Quieres que venga el médico?
–No,
por Dios, no es nada. Mañana estaré mucho mejor, seguro.
–Entonces
ordenaré que te suban una bandeja con alimentos.
–De
verdad que no me apetece. Muchísimas gracias.
–Como
prefieras, pero llámame si te encuentras mal, por favor.
–Así
lo hare, señorito. A sus pies, señora –Mamá no respondió por desprecio e
indiferencia.
–Oye,
no te atreverás a gastar nuestro dinero en un matasanos para que visite al
viejo, ¿verdad?
–¡Ay!,
eres tremenda –nunca sospeche que con los años me volvería igual de distante y
frío que ella–. Son las 6:00 p.m. y mañana he de estar pronto en la oficina. ¿Pasamos
a cenar?
–Entra
tú, a mí me esperan. –Se levantó, besó mi frente, guiñó un ojo e hizo gala de esa
personalidad tan suya subida en los zapatos de aguja que nadie lleva mejor que
ella. Entonces, altiva y prepotente, con andares elegantes, recorriendo el
largo pasillo, desafió a los semejantes con una caída de pestañas por encima de
los hombros.
Miré
por la ventana y aún era noche cerrada, todavía faltaba más de media hora para
que tocase el despertador, pero como tenía la lengua pegada al paladar, me
levanté a meter la boca debajo del grifo del lavabo y, sin atragantarme, beber
toda el agua que pude. Así que, una vez desvelado lo mejor que podía hacer era
darme una ducha y empezar la jornada. La pantalla del portátil permanecía
encendida con el documento del último balance sin cuadrar, lo repasé de nuevo y
entonces vi dónde estaba el error: resulta que hay pagos cuyos justificantes no
aparecen o lo que es todavía peor: puede que jamás hayan existido. Es decir, alguien
se lo estaba llevando crudo. Me vestí corriendo y salí escopetado para la
oficina, no sin antes…
–¡Mister
Carson! ¡Mister Carson! –dijeron desde el mostrador de recepción.
–¿Sí?
–respondí–. Lo siento, tengo mucha prisa y no me puedo entretener.
–El
caballero de la 325 ha dejado esto para usted.
–¿Se
encontraba mal? – pregunté mientras sacaba la nota del sobre.
–No
sabría decirle, en ese momento estaba otro compañero.
–¿Hace
mucho?
–
Supongo que no, he venido hace treinta minutos y el sobre ya estaba el mostrador.
Unas
breves líneas de trazo infantil y pulso tembloroso resumían la despedida de un
hombre agradecido a su antiguo jefe por la consideración de ofrecerle cobijo
junto a la familia y también a mí por cumplirlo. Sin embargo, tras el giro del
presente se veía obligado a tomar un camino distinto esperando que tal decisión
no enfadase a los señores. Finalizaba expresando su cariño hacia mí y apuntando
que en el dormitorio había dejado unas flores para mamá. Una vez más sentí que
había fracasado, por eso me eché a la calle y le busqué casi sin descanso
durante tres días en diversas organizaciones e iglesias adonde acuden homeless.
No obstante, el entrañable anciano que se incorporó a nuestro servicio en tiempos
de la abuela, a pesar del empeño que puse por encontrarle, desapareció sin
dejar rastro. Tiempo después salió en el periódico la noticia del hallazgo del
cadáver de un mendigo, a orillas del río e identificado como Dominic McCarthy, cuerpo
nadie reclamó. Las siguientes semanas luché duro contra un fuerte resfriado,
aunque seguí pilotando la empresa.
–¿Quién
autorizó el pago de estos cheques? ¿Y por qué no se me ha informado al respecto?
–interpelé al administrador agitando con la mano el listado que acababa de
imprimir.
–La
orden vino de su madre –dijo con un hilo de voz– y supuse que estaría al
corriente.
–Deme
el talonario.
–Lo
siento, pero no es posible.
–¿Por
qué?
–A
raíz de morir su padre lo tiene ella.
–Convoque
al abogado para una reunión en mi despacho a primera hora de esta tarde.
–No
me malinterprete jefe, pero dicha tarea no me corresponde hacerla a mí si no a su
ayudante.
–¡Llámelo,
ya! ¿No ve que no hay secretaria porque está enferma? –lo hizo sin rechistar aunque
el enfado le duró meses.
–Perdón
por el retraso, hay un tráfico infernal –se quejó tomando asiento antes de ofrecérselo–.
¿Qué puedo hacer por usted? –El letrado apenas rondaba la treintena de edad. Recién
llegado de Nueva Inglaterra se presentó al proceso de selección para cubrir una
vacante en el bufete que nos representaba y dado su completísimo currículum y
lo apabullante de las cartas de recomendación adjuntas, los asociados no
dudaron en darle una oportunidad asignándole la cartera de aquellos clientes que
menos importaban o quizá la de los presuntos candidatos a caerse de la parrilla,
entre los que, lamentablemente, nos encontrábamos nosotros.
–Quiero
que redacte un papel donde especifique que, sin mi consentimiento, como director
general de esta compañía, ningún miembro de la familia Carson puede disponer de
dinero. Imagino que le habrán puesto al corriente de nuestra delicada situación
y de la voluntad que mi padre dejó escrita en el testamento. –Muy concentrado
en lo que leía tardó algunos minutos en contestar.
–Eso
que me pide he de consultarlo ya que el testador no lo especifica tal cual, tan
sólo se refiere a la asignación para los otros hijos, el regalo de una
propiedad al ama de llaves, las condiciones explícitas que le pone a su esposa si
quiere seguir disfrutando del hogar y que se hagan cargo del jardinero, además
de nombrar gerente de la empresa a su primogénito. Es decir, usted. En cuanto a
vetar gestiones bancarias no consta ninguna clausula añadida.
–Pues
informe cuanto antes de mi petición a quien corresponda o me veré obligado a tomar
otra determinación que no gustará nada, créame.
–No
sea extremista, hombre de Dios, encontraremos la manera de resolverlo, hay que
tener mucha delicadeza con este tipo de cosas tan susceptibles no vaya a entenderse
como que quiere acaparar el control absoluto, algo que podría terminar mal y en
los tribunales, imagino que no será ese su propósito, ¿verdad?
–Eso
nos perjudicaría a todos, sobre todo nuestra imagen, además no hace falta
llegar tan lejos. –El licenciado, convencido de que debía demostrar su valía y
cuidándose mucho de no cometer algún fallo que le hiciese perder el empleo, en
su cabeza tejió el argumento con el que convencería a la entidad bancaria satisfaciendo
también el deseo del cliente, así como los propios intereses de la firma a la
que representa.
El
área de aparcamiento del motel estaba desierta con apenas media docena de
coches, un par de bicicletas sujetas con candado y un saco de pienso para gatos
que alguien se dejó apoyado en una columna. Por el horizonte aparecía la luna llena
dando solemnidad al paisaje desdibujado de luces. Había refrescado, lo cual
auguraba que la noche sería gélida. Todo estaba en silencio excepto la
televisión del recepcionista con uno de esos programas de humor tan americanos.
Mamá regresaba a pie y yo diría que algo achispada. Viéndola así, en el fondo
me sabía muy mal tener un desencuentro con ella a consecuencia del asunto que debíamos
tratar, sobre todo, porque conociéndola pondría el grito en el cielo y a mí a
parir. Sin embargo, había que hacerlo, así que crucé los dedos y me dije que cuanto
antes se aclarasen las cosas desagradables, mucho mejor. Unos golpes sueves de
nudillo sonaron en la puerta de mi habitación, venía canturreando una melodía
para mí desconocida, abrí de golpe y no la dejé hablar.
–¿Cómo
se te ocurre sacar del banco una cantidad de dinero tan desorbitada sabiendo que
estamos arruinados? –mamá me miró de arriba abajo, torció un poco la cabeza, emitió
con la lengua un ruido insignificante, se dejó caer en la silla, cruzó una
pierna sobre otra y…
–No
tengo que darte explicaciones.
–Por
supuesto que sí, eso que has decidido gastar a tu antojo era para pagar los
sueldos de la plantilla y ahora tendré problemas, incluso podrían denunciarme
por impago.
–Pues
les dices que se lo darás el próximo mes, no creo que sea para tanto.
–Es
una barbaridad lo que acabas de soltar, haré como que no te he escuchado –yo
caminaba desesperado de pared a pared de la habitación–. ¿Crees que esas personas
no tienen derecho a reclamar lo ganado honradamente? –A decir verdad, lo que
menos me importaba eran las calamidades de los trabajadores y sí el
desprestigio que una vez más se cebaría triturándonos en los corrillos de la
alta sociedad y de los que casi ya nos habían expulsado.
–Como
comprenderás no voy a consentir que mi hija se case sin un banquete de bodas apropiado
a nuestra posición –sonó contundente– y acorde a lo que ha significado para el
desarrollo de esta ciudad, del estado de Michigan, de todo el país en general,
el apellido Carson. Como tampoco que no luzca un vestido en condiciones, ni
haya una larga lista de invitados, a los que tú, como padrino, harás llegar
personalmente la invitación. Así que, ve haciéndote a la idea: necesitaré mucho
efectivo y, por supuesto, una lujosa casa en donde recibir a sus futuros
suegros y no en esta pocilga a la que me has traído.
–No
pongas las cosas más difíciles. Admite que no somos los que éramos y no queda más
remedio que adaptarse.
–Mañana
tenemos la primera prueba en el modisto, he pedido que la cuenta te la envíen a
ti, encárgate de no dejarme en mal lugar. –Durante más de una hora manifestamos
nuestras discrepancias resumidas en puntos de vista encontrados o prioridades muy
diferentes. Sin embargo, reconozco que de haber tenido menos responsabilidades que
me ataban de pies y manos, yo también habría ejercido la misma rebeldía y
presión que mamá negándome a descender a los infiernos.
–¿Quién
es el afortunado? –la cogí desprevenida y con toda su artillería a punto de
cargar sobre mí–. Supongo que no se habrá enamorado de un simple obrero, ¿verdad?
–dije con sarcasmo–, no lo habrías consentido, ¿me equivoco, madre?
–Veo
que tu crueldad no tiene límites. Para tu información, y ya que estás tan intrigado,
es un granjero de Texas dedicado a la cría de caballos de raza –tenía las
mejillas coloradas en señal de enfado.
–Mira
por donde ahora iremos a los rodeos sin gastar un centavo. ¿Te parece bien que me
haga el traje de cowboy antes que el de chaqué? –Salió del dormitorio como un
huracán dando un portazo. Aunque mi hermana Dakota se había independizado hacía
bastante y andaba de un sitio a otro probando suerte con el amor, era una carga
económica sin límite, por tanto, la noticia del enlace fue realmente un alivio.
Estudié diversas posibilidades para conseguir dinero inmediato, tales como sacar
al mercado un paquete de acciones de la compañía, pero al final todos los caminos
me llevaban a un mismo punto: ceder parte de los derechos de explotación.
–Disculpe,
señor, llaman por teléfono e insisten en hablar con usted –dijo el sustituto de
Joanne hasta que esta pueda incorporarse. El joven prestaba mucha atención en
todo y la verdad es que permaneció ahí mientras la Motors Carson Company
estuvo abierta.
–Pásemelo
y que no me moleste nadie, por favor.
–Descuide
–y haciéndose el interesante, continuó–: me ocuparé personalmente de que así
sea.
Yo
también esperaba esa comunicación como agua de mayo ya que, a través de un
diplomático, antiguo amigo de papá, supe del grandísimo interés que tenía un
pez gordo de la industria automotriz canadiense por adquirir las patentes que
estaba dispuesto a sacrificar, aunque no a cualquier precio, claro. Con la
sensación de que me faltase el aire aflojé un poco el nudo de la corbata, tomé
dos tragos de agua, respiré hondo, tragué saliva y descolgué el auricular. Al
otro lado del teléfono una voz grave esparció las garras de una oferta abusiva desde
mi punto de vista, pero dadas las circunstancias familiares no podía rechazarla.
Al día siguiente periódicos de tirada nacional y extranjeros sacaron la noticia
a doble página junto al amplio reportaje fotográfico de la Motors Carson
Company, desde su inauguración en 1905, con el abuelo a la cabeza, hasta
que tomé las riendas. Las crónicas señalaban mi incapacidad como responsable de
una empresa a la que le hubiese ido mejor con el tío James de director, a pesar
de llevar desde la adolescencia ingresado en un centro psiquiátrico…
Veo que sigues en la línea de mantenernos pendiente del relato haciendo aflorar todas condiciones humanas y como siempre con una narrativa de máxima puntuación.
ResponderEliminarMuchas gracias por el regalo quincenal.
Me gusta mucho el desarrollo que tiene la conversación entre Ayden Carson y su madre. Esta es una gran novela.
ResponderEliminarLuego necesitaré leerla de principio a fin y empaparme bien de la descripción que haces de la sociedad americana.
ResponderEliminarNo siempre se puede conectar a internet desde mi país, pero cuando puedo y el calendario marca 15 días, lo primero que hago es leerla a usted y soñar que paseo por los escenarios que describe. Gracias por hacerlo tan bien.
ResponderEliminarDescribes muy bien el ambiente de Detroit y manejas a los personajes con mucha maestría. Te admiro.
ResponderEliminarEs un placer contar con nuevas entregas. Es maravilloso cómo nos haces seguir la evolución del personaje y seguir esta historia.
ResponderEliminarMuchas gracias
Verte manejar y describir situaciones, crear conflictos y tratar a los personajes me lleva a pensar que, aparte una gran novelista, podrías ser una buena dramaturga.
ResponderEliminarMe entusiasma el relato, amiga. ¿Qué más decir? Besos.