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Por una de esas casualidades que a
veces ocurren una sola vez en la vida, Rachell W. Rampell estaba en Montgomery
de visita privada. No obstante, coincidiendo con la celebración del Congreso
Anual del Partido Demócrata de los Estados del Sur, en un rancho de las afueras,
el Reports Alabama Times, su periódico, la envió a cubrir la noticia a pesar de
haber manifestado que necesitaba esos días de descanso para poner sus ideas en claro.
Sin embargo, aceptó pensando que sería algo muy rápido, unas cuantas fotos y el
artículo de opinión que enviaría por correo electrónico, y en el que destacaría,
con frases bien construidas, la lista de personalidades y sus típicas alabanzas
hipócritas que hacen girar la rueda de la envidia. Pero lo que nunca podría
haber imaginado es que asistiría en directo al sangriento atentado que tuvo
lugar allí. Hora y media antes del inicio recogió la acreditación y tomó posición
en un punto estratégico desde donde el campo de visión era amplísimo. Tenía un
sexto sentido para elegirlos. La gente llegó poco a poco, primero las
autoridades con sus guardaespaldas descendiendo de las limusinas, a continuación
los invitados y por último, hombres y mujeres encargados de abrir y cerrar el
acto. ‘Parece que ya están todos –dijo el reportero The New Yorker–. ¡Empieza
la fiesta, colegas!’. ‘¡Qué va! –dijo otra persona–, siguen
entrando automóviles. ¿No los ves?’. ‘Mirad allí –señaló un reportero
gráfico–, parece que hay alguien escondido. ¿Veis eso brillante?’. ‘Anda,
no seas paranoico –dijeron al fondo–, es el viento que mueve los
arbustos’. Cuando el último automóvil de la fila aparcó a cincuenta pies de
ellos y la congresista Taraji Evans, por el condado de Baldwin, se bajó de él con
su equipo, una ráfaga de balas enmudeció las risas. Quien pudo corrió a
refugiarse detrás de los salpicaderos, bajo las ruedas, abrazados a los árboles
o simplemente tirados en el suelo. Tres camareras, dos cocineros y un chófer
perdieron la vida, como también cinco periodistas y un cámara de televisión.
Rachell W. Rampell palpó cada zona de su cuerpo para comprobar si estaba entera
y, salvo una pequeña herida en el codo tras golpearse al caer, conservaba cada
extremidad. Se incorporó y recuperado el equilibrio, un cuadro dantesco colisionó
contra su mirada. No tuvo más remedio que buscar un teléfono público y dictar la
crónica porque después del tiroteo activaron el protocolo de los inhibidores
wifi. ‘Jefe, tengo a muchos compañeros que aguardan para hacer lo mismo que
yo, así que, no me jodas y toma nota de cuánto digo, salimos a doble página. E.
J. Smith, de 22 años, tenía la piel pecosa, era pelirrojo, de estatura más bien
baja y andar muy ligero. Podríamos decir que su perfil es igual al de cualquier
joven que tiene la vida por hacer, sin embargo, dentro de su cabeza dio asilo a
un huésped supremacista de instintos asesinos. Dos días antes había abandonado la
ciudad de Ecorse, a tres horas y veinte minutos de Michigan con la firme idea
de sembrar el pánico. Cargó en la camioneta el fusil de asalto, la pistola
automática, municiones, víveres y la indumentaria propia de camuflaje para no
ser reconocido de inmediato. A falta de una milla para llegar al destino se
metió por un sendero no transitado, dejó el vehículo escondido entre matorrales
y continuó a pie. Sobre un plano del recinto había estudiado con minuciosidad donde
ocultarse para reaparecer una vez que su objetivo estuviese a tiro. No hemos
podido reaccionar, ha ocurrido todo muy rápido, el terrorista se ha puesto en mitad
de la esplanada y ha iniciado una ráfaga de disparos hasta que ha sido abatido
por el FBI. La congresista Taraji Evans, de tan sólo 45 años, ha muerto en la
ambulancia camino del hospital, sus colaboradores en el momento. Fuentes
oficiales nos han dicho que han encontrado en las redes sociales un video
subido por el asesino donde detallaba lo que iba a hacer y cómo. Hacía meses
que planeaba matarla por el sólo hecho de apoyar en la Cámara Baja la iniciativa
para regular la venta de armas y su lucha constante por la defensa de los
derechos civiles de los afroamericanos, legado que les dejó John Lewis. El
terrorista, miembro de la National Rifle Association of America, había manifestado
en más de una ocasión su odio a los negros. Ahora mismo en el rancho estamos a
la espera de la llegada en breve del vicepresidente de los Estados Unidos, que
lo hará a bordo de un helicóptero del ejército. También van a desplazarse hasta
aquí familiares de las víctimas cuyos cadáveres aún no han sido retirados. La
situación vivida casi a diario de asesinatos en nuestro país debería llevarnos
a la reflexión de que como sociedad estamos fallando en el sentido de que
cualquier individuo, esté o no en su sano juicio, puede caminar en libertad con
una recortable por la calle y hacerlo sin que pase nada. ¿Lo has anotado todo? –preguntó–.
Si me entero de algo más, vuelvo a llamar’. Cortó la comunicación y se
acercó cuanto pudo a la escena del crimen aunque era imposible poner en palabras
la impotencia, el llanto, la pena, la rabia y el desconsuelo que transmitía la
cara de los presentes.
Era
el final del curso y los maestros y maestras despedían a los alumnos y alumnas
almorzando todos juntos. Zinerva Falzone, como cada año, elaboró un menú
especial con platos típicos de la región y un guiño a Italia, ésta vez con su
postre favorito: crema carsolina, fácil de elaborar. Así que, ahí estaba,
moviéndose como pez en el agua entre ollas industriales y especies aromáticas cuando
llegó Betty Scott y comenzó a trastear preparando cubiertos y vasos. ‘Qué
bueno que viniste –la italiana, ajena a los acontecimientos que rodeaban a
su compañera continuó en tono bastante amable–, hay mucha faena y sola no
doy abasto’. ‘Sí, enseguida monto las mesas y te ayudo con los platos
compartimentados. ¿Dónde están los demás’. ‘Da la casualidad de que,
para no variar, las dos únicas personas que quedaban conmigo en el departamento
se han puesto enfermas’. ‘¿Qué tienen hoy?’. ‘Una gastroenteritis
y la otra diarrea’. ‘¿Y de comida? –preguntó–. ¿Cuántos serán en
total?’. ‘No lo sé, pero hay suficiente. He tirado el presupuesto
por la ventana: guisantes, pure de patata, hamburguesa, pollo frito y…’. ‘Ya
veo el azúcar glas, la yema de huevo y resto de ingredientes, se van a chupar
los dedos con el dulce de tu país’. ‘¿Adónde irás en verano?’. ‘Aún
no lo sé, ya veremos’. ‘Pues yo a lo mejor voy a Sicilia, me apetece
recorrer la tierra de mis antepasados –aunque comprendió que la otra no
estaba nada conversadora siguió contando–, pero también tengo otro viaje pendiente
con…’. Interrumpió alguien de administración. ‘Scott –voceó con la
puerta entreabierta–, te llaman de dirección’. La galería luminosa que
conduce a los despachos en el pabellón principal estaba semi desierta con apenas
la mitad de la plantilla en activo, puesto que, desde lo del secuestro, el
resto fueron yéndose a otros centros supuestamente más seguros y los
estudiantes también. Avanzó con el sosiego sujeto con alfileres y la ira a
punto de estallar, presagiaba lo peor. ‘Con permiso’. ‘Entra’. ‘Tú
dirás’. ‘¿Te ha llegado la carta de despido?’. ‘No’. ‘Pues
con sumo gusto te doy una copia. La empresa prescinde de tus servicios y yo me
alegro de ser el encargado de comunicártelo’. ‘¿Tú? Vete a la mierda’.
‘Cómo prefieras, trasladaré tus palabras al dueño’. ‘Escúchame una
cosa consejero escolar –se la notaba fuera de sí–: aunque el cargo en
funciones se te haya subido a la cabeza, no eres más que un monigote limpiando
las babas del amo, así que, diles a los herederos del señor Penn que me despidan
ellos personalmente’. ‘Perdón –interrumpió Helen Wyner–, ¿vienes
un momento, por favor?’. ‘Sí, claro. –respondió él, y dirigiéndose a
la otra dijo con autoridad–: Recoge tus cosas y vete sin acabar la jornada,
no quiero a gente de tu calaña alrededor’. Unos minutos después, en la Sala
de Juntas y habiéndose quitado un peso de encima, escuchó atento. ‘Conocías
a la congresista Taraji Evans, ¿verdad?’. ‘Sí, precisamente hemos estado
juntos hace muy poco. ¿Por qué?’. ‘¿No has visto el informativo?’. ‘Salí
muy temprano y ya ves el panorama que hay. Esto se hunde y tengo que aguantar
el tipo mientras que no haya un comunicado oficial y nos larguemos todos. Pero,
dime, ¿qué pasa?’. ‘Ha sufrido un atentado mortal’. El labio
inferior comenzó a temblarle y no se desplomó de puro milagro, invadido por una
tristeza inmensa se puso en pie, salió afuera y llorando de impotencia corrió
por el recinto.
Una
mañana de sol espléndido y brisa agradable a primeros de verano, Beth Wyner no
despertó. Días antes la doctora García convocó a los familiares y, aunque su labor
consistía en salvar vidas, también lo era que se mantuvieran bajo el marco de
la dignidad, algo que esta enferma en concreto perdió hacía mucho tiempo. ‘¿Pero
practicar la eutanasia está prohibido en este Estado –expresó la madre un tanto
escandalizada– y a usted pueden encarcelarla’. ‘Bueno, digamos que hay
un camino menos ortodoxo que me dejaría al margen’. A las cinco p.m. los
últimos conocidos abandonaron la habitación quedando tan sólo alrededor de la cama
Helen, su madre y el marido de ésta. ‘El proceso va a ser largo –informó
uno de los médicos adjuntos–, les aconsejo que tomen algo en la cafetería
mientras que nosotros lo preparamos todo. Si hubiese alguna novedad o
contraorden les avisaremos’. Sin embargo, excepto líquido, fueron incapaces
de comer nada. ‘¿Creéis que le dolerá? –preguntó la mujer con lágrimas
en los ojos–. Para mí es muy difícil dejar ir a mi niña’. ‘No, entrará
en un sueño muy profundo –respondió la hija–, el resto lo hará la química
que le van a suministrar, pero en cualquiera de los casos no sufrirá’. ‘Fíjate
en su cara, querida, transmite paz –dijo él con mucha ternura–. ¿Qué os
apetece?’. ‘Me gusta este hombre, mami, y me alegro por ti, lo mereces.
Siento haber sido fría o borde cuando nos presentaste, me cogió con el paso cambiado,
espero que no me guarde rencor’. ‘Qué va, tranquila. Es una bellísima
persona y lo único que quiere es que yo esté bien, además valora mucho lo que
hiciste del reportaje, siempre me está diciendo lo valiente que eres’. ‘A
ver, chicas: un café bien cargado y una infusión. Traigo también un trozo de bizcocho’.
Ambas respondieron que tenían el estómago encogido. ‘Señora Wyner –prestó
atención aunque acababa de cambiar de apellido–, ya pueden subir’. El
silencio, apenas vulnerado por algo parecido a un gemido, aunque no
identificable como tal, alargaba aún más el ancho pasillo donde a los
residentes en peores condiciones psíquicas se les escapaba el vínculo con la
vida. La doctora García estaba dentro tomándole el pulso a la paciente y
anotando números mezclados con letras en el historial. ‘Tranquilas. Primero vamos
a controlar la presión arterial y demás valores para asegurarnos de que todo
está bien. Luego nos iremos respetando su intimidad. ¿Quién va a administrarle
los barbitúricos?’. ‘Yo –dijo con un hilo de voz–, soy su madre y
asumo toda la responsabilidad’. ‘De acuerdo, es muy sencillo, sólo tiene
que abrir el goteo e irá cayendo por el catéter poco a poco’. Las últimas
luces del atardecer se disipaban a lo lejos recortando las cimas de las
montañas, Beth Wyner respiraba con normalidad sumergida en el letargo que
presagiaba el final de la pesadilla. ‘¿Queréis quedaros solas? –dijo el hombre–.
De verdad que lo entiendo, al fin y al cabo soy un desconocido’. ‘No te vayas,
por favor –dijo Helen, y señalando hacia su hermana, continuó–, le
hubiese encantado conocerte’. Ocho horas después todo había terminado. Ellas
se quedaron traspuestas en el sillón, él permaneció sentado en la cama
sujetando la mano de la joven. El sepelio fue en la más estricta intimidad,
asistió Rachell W. Rampell y media docena de amigos.
Dos
semanas después de dar por terminado el periodo escolar y confirmarse el cierre
definitivo de la escuela al no tener ninguna solicitud de matrícula para el próximo
curso, Coretta Sanders, Zinerva Falzone y Helen Wyner hicieron un viaje en autocaravana
por todo Mississippi, cuya experiencia fue excelente. En Jackson visitaron la
modesta casa donde nació Medgar Evers, activista por los derechos civiles que fue
asesinado en 1963 por un miembro del Consejo de Ciudadanos Blancos, grupo opositor
a la integración de los negros en la sociedad. Disfrutaron del paisaje a ritmo
de blues metiendo los pies en el golfo de México, y fueron testigos de espectaculares
atardeceres cerca de la naturaleza, pero por encima de cualquier construcción, acontecimiento
histórico, museo, paisaje o dato geográfico, su mejor patrimonio era la complicidad
que tenían entre ellas. Apurando hasta el último segundo hicieron noche en la ciudad
de Starkville, compraron cervezas y sándwiches como festín de despedida y
repostando combustible en la gasolinera vieron anunciado un concierto gospel en
las inmediaciones de un garaje. ‘¿Por dónde queda esa dirección? –señalando
el cartel preguntó la italiana a la persona que atendía en mostrador–. ¿Puede
ir quien quiera?’. ‘¡Ah!, bueno. Lo de la ONG esa, ¿verdad? Pues no
tiene pérdida, sigan recto y en cuanto vean una concentración de vagos y
delincuentes, con sus bailes extravagantes, sus ropas de colores, el pelo
ensortijado, la piel color carbón y muchos niños y niñas sin respetar el orden,
ahí es’. Tras darles el ticket haciendo caso omiso a la contestación de
ellas por el comentario racista que acaba de hacer, regresó a la trastienda. ‘Chicas,
¿os apetece que vayamos? –propuso Helen–. No estaría mal, ¡eh!’. De
extremo a extremo de dos postes de luz, una pancarta grande tenía escrita la siguiente
frase de Martin Luther King: “La injusticia en cualquier lugar es una amenaza
en todos lados”. ‘¿Señora Sanders?’. ‘¡Agente, Cohen! ¡Qué grata
sorpresa! Llámeme Coretta, por favor’. ‘De acuerdo, y usted a mí Anthony,
que ahora estamos en un escenario distendido’. ‘¿Qué le ha pasado? –preguntó
ella al verle con un parche en el ojo–. ¿No me diga que se ha pegado con
algún gangster y ha perdido?’. ‘Todavía no he llegado a eso –soltó una
carcajada–. Ha sido un accidente de trabajo, pero tiene su lado positivo: me
han dado la jubilación anticipada porque dicen que así siempre se me escaparía medio
delincuente. Mala leche, ¿verdad?’. Las tres mujeres sonrieron. ‘Quería
agradecerle cuánto hizo para esclarecer el asesinato de mi esposo, la
convivencia en Alabama se está poniendo difícil para alguien como yo’. ‘Es
muy lamentable llegar a tal situación, sin embargo, hay que seguir luchando. Ya
sabe que la paga que nos queda del gobierno no da para mucho, así que, ahora
soy detective privado, tenga mi tarjeta por si me necesita. Voy a hablar con aquellas
personas que también conozco, luego las veo’. El murmullo de tanta gente
reunida se apagó de repente según fue saliendo un coro de hombres y mujeres vestidos
con túnicas amarillas y entonando la canción Jesus is with me hasta que
la familia de Daunte Gray subió al escenario improvisado y agradeció la
asistencia. ‘A nuestro hijo lo mató la discriminación racial –el padre y
la madre se alternaban el discurso–, la mentira, la falsa acusación sin
pruebas y el azar que a veces se coloca entre dos astros equivocados –eran
interrumpidos por los aleluyas clamados por el público asistente–. Queremos
que no nos persigan por aquello que no hemos hecho basándose tan sólo en el
color de nuestra piel y que si vuelve a pasar algo parecido seamos una asociación
solvente para contratar abogados, forenses, psicólogos, investigadores y lo que
haga falta, por eso pedimos vuestra ayuda. Todas las manos son pocas, todos los
recursos escasos, toda la lucha imprescindible. Y, al grito de Black Lives
Matter concluyó el encuentro alcanzando de sobra las expectativas propuestas.
De
vuelta al condado de Baldwin dejaron la autocaravana donde la habían rentado cogiendo
cada una su vehículo. Zinerva Falzone fue directamente a una agencia de viajes,
eligió un paquete europeo y sacó un pasaje de ida con la vuelta abierta.
Coretta Sanders reanudó las gestiones iniciadas con la Embajada de Estados
Unidos, en Ulán Bator, intentando sacar, por vía diplomática, a su hijo de la
cárcel y traerlo de Mongolia. Helen Wyner abrió la puerta de su casa, conectó
el equipo de música y eligió uno de los discos de Nina Simone que tanto le
gustaba. Dejó para más tarde los mensajes del contestador, habló con su madre
y, marcó un número de teléfono. ‘Rachell W. Rampell del Reports Alabama
Times’. ‘Hola’. ‘¡Qué sorpresa! ¿Ya has vuelto?’. ‘Sí.
¿Hace un tequila?’. ‘Pues claro, sabes que a eso no me puedo resistir’.
‘¿A las seis p.m. en The taco mexican cantina’. ‘¡Venga!’.
Perfecto broche final a una historia que nos ha acercado al sur de EE.UU destacando la cara humana de las personas. Descansa, buen verano y vuelve pronto, nena. Un beso
ResponderEliminarNunca te agradeceré lo suficiente todo lo que he aprendido contigo, maestra. Nos vemos. Merecido descanso.
ResponderEliminarDespués de lo dicho por los comentaristas anteriores, sólo me queda manifestar mi admiración por el manejo de sentimientos que tiene en sus textos. Gracias y espero que vuelva pronto.
ResponderEliminarLa unión de los hilos del relato en su cierre indican la profesionalidad de la persona que lo escribe.
ResponderEliminarEsperemos que el descanso sirva para que nos sigas regalando la magia de tu imaginación adobada con la mejor documentación.
Buen verano, a disfrutar.
“La injusticia en cualquier lugar es una amenaza en todos lados”... ¡Ah!, y lo de "también lo era que se mantuvieran bajo el marco de la dignidad", me ha provocado una intensa emoción y sabes por qué.
ResponderEliminarEl final que demandaba un extraordinario relato. Agradecido, amiga, por tu generosidad. Buen verano, suerte y salud. Te camelo.