7.
‘Queremos que dirijas una expedición
muy importante –los jefes me citaron en Cooke Park evitando así la
intromisión de chismosos–. Tienes libertad para elegir a tu equipo y también
al pequeño grupo de estudiantes que os acompañarán. Esto último no es negociable
ya que el intermediario que recauda fondos para nosotros lo pone como condición’.
‘¿Dónde es?’. ‘Esa es la cuestión, que somos conscientes del esfuerzo
que te vamos a pedir’. ‘Soy todo oídos –me pongo nervioso–. No me
gustan los misterios ni las sorpresas, así que: al grano’. ‘Viajaréis a Luisiana’.
‘La respuesta es no’. ‘Markel, por favor. Deja que nos expliquemos y
después decides, ¿de acuerdo?’. ‘Vale’. ‘Hemos elaborado un
estudio donde se cuantifica el aumento de la “zona muerta” del Golfo de México
que, como bien sabes, se sitúa en la desembocadura del río Misisipi, entre las
costas de…’. ‘Conozco perfectamente la ubicación’. ‘Descubrimos
que la escorrentía que campa libremente arrastrando al mar fertilizantes generosos
en nitrógeno y fósforo, así como también aguas residuales, han trazado en esa
área específica del continente una franja contaminada que cada vez se hace más
amplia. Este fenómeno cíclico sucede en primavera y conlleva un aumento importante
de algas, las cuales, al descomponerse por el calor, disminuyen el nivel de hipoxia,
lo que implica la asfixia para los animales que andan por allí’. ‘Vuestra
propuesta es muy tentadora, os lo digo sinceramente, pero no puedo aceptarlo,
es doloroso para mí’. ‘Nos hacemos cargo. No obstante, medítalo. Nombra
a un codirector de tu confianza que te ayude y así no recaerá toda la responsabilidad
en ti’. ‘Lo voy a pensar. Ya os daré una respuesta’. ‘Sólo tienes
cuarenta y ocho horas, hay que partir de inmediato’.
Aquella
noche medité la propuesta y decidí contactar con Glenn Clemmons, científico canadiense
al que conocí en 2016, en la sección de mascotas de un supermercado eligiendo
comida ecológica para perros. Me fijé en el pin que llevaba sujeto en la solapa
The Reality Climate Proyect. ‘Yo trabajo ahí –dije, señalando la
chapa–. Nunca habíamos coincidido’. Se presentó y dijo que sus participaciones
en la organización eran puntuales. Así comenzamos una estrecha amistad que nos
ha conducido también a emprender varias iniciativas juntos. Nació en la isla de
Baffil y, a los veintidós años, tras ganar en un concurso de la tele un viaje a
la Antártida, cuyo paisaje le impresionó, decidió dedicarse a la investigación
para la conservación de la Tierra, registrando en gráficos el continuo
desprendimiento de las planchas de hielo. Lleva meses perdido en Aconcagua, la
mayor de la cordillera de los Andes, al oeste de la República Argentina, con un
grupo de alpinistas, antropólogos y expertos en la interacción humana, para
valorar el estado de las cumbres y la accesibilidad de las rutas, causando el
menor daño posible a la naturaleza. Así que, haciendo un cálculo de tiempo, intento
comunicar con él cuando comprendo que estará en el campamento descansando de la
agotadora jornada. ‘Markel, ¿eres tú? No escucho bien’. ‘Glenn, ¿me
oyes?’. ‘Aguarda un momento que salgo de la tienda, a ver si hay mejor cobertura’.
‘Hola’. ‘Ahora, sí. ¿Cómo estás, amigo?’. ‘Echándote de menos.
¿Cuándo vuelves?’. ‘Uf, no tengo ninguna gana. Esto es espectacular. Te
habría encantado venir. Y por allí, ¿cómo van las cosas?’. ‘Pues, más o menos,
sin novedades. En permanente campaña electoral, ya sabes. Oye, quiero proponerte
algo’. ‘Dime’. Termino de narrar la propuesta de los jefes y espero
a que responda. En realidad, a que se quiten las molestas interferencias. ‘¿Has
entendido lo que he dicho?’. ‘Sí, todo’. ‘¿Y?’. ‘Pues que…
Si tú vas, yo voy’.
En
la última reunión anual de antiguos alumnos del
Jefferson Elementary School, en Winona, a la que asistió Georgia Hardin,
coincidió en la misma mesa con un viejo compañero al que no veía desde la graduación.
‘¡No me lo puedo creer! ¿Robin?’. ‘¿Y tú eres…? –aunque trató de
hacerse el escurridizo lo cierto es que aquella chica tenía algo especial que le
atraía muchísimo–. ¿Qué tal, querida? ¡Cuánto tiempo!’. ‘Bastante,
sí. ¿Cómo te va?’. ‘Estupendamente’. ‘¿Al final conseguiste tu
sueño de ser arquitecto?’. ‘Me costó, pero sí. Tengo el despacho cerca
de aquí, no me he mudado de ciudad. ¿Y tú?’. ‘Mi familia se trasladó a
Rochester, y allí encontré otra escuela tan buena como ésta. Ahora trabajo en
una fábrica de suministros industriales, pero quiero dejarlo y dedicarme a la
cultura medioambiental’. ‘¿A la qué?’. ‘Es el estudio de la relación
de los seres humanos con el ecosistema haciendo un uso racional de las cosas
naturales que nos rodean’. ‘Muy idílico y bonito, pero la realidad es diferente’.
‘¿Tú crees? Desde tu profesión, por ejemplo, se pueden realizar cambios muy importantes’.
‘¡Ah, sí! ¿Cómo cuáles?’. ‘Sustituir el tejado de pizarra por uno
fabricado con gomas de neumáticos, colocar paneles solares para general electricidad,
aislar las paredes con un material que incluye en su elaboración un cincuenta
por ciento de soja, instalar un sistema de cisternas subterráneo que recoja el
agua de lluvia…’. ‘Coño, me dejas impresionado. Aunque, de hacerlo, dispararía
el presupuesto para nuestros clientes abocando al sector a una pérdida inevitable
de empleos’. La conversación terminó enmarcada en Sugar Loaf, un acantilado
impresionante que se encuentra por encima del cruce de la ruta 61 con la
autopista estatal 43. Ahora las cosas habían cambiado para ellos, estaban divorciados
y sólo les unía la hija de seis años que tenían en común.
‘¿Vendrás
a la reunión de esta noche? –pregunta Georgia Hardin, quien nos cautiva
siempre que cuenta algo personal–. Nelson, Glenn y yo no nos queremos perder
la cara de Deanna Leone cuando vea el alto porcentaje que hay de jóvenes conservadores
opinando que el gobierno federal, está haciendo poco o nada por frenar los problemas
medioambientales, lo cual puede desembocar en un más que probable vuelco
electoral’. ‘¿Eso piensas?’. ‘Sí, no me cabe ninguna duda’.
‘Pues yo no estoy tan seguro –contesto–. Ya sabes que ella niega el
calentamiento global fundamentándose en el capítulo 8 del Génesis, donde dice
que, tras acabar el diluvio, Dios promete que habrá inviernos y veranos
tranquilos, noches y días normales, y que nada volverá a alterar a la
naturaleza’. ‘¡Qué bobada!, es la actividad del hombre sobre la Tierra
la que provoca, con su mala actuación, la aparición de fenómenos atmosféricos
adversos. Nosotros no buscamos el enfrentamiento, apostamos por el diálogo como
herramienta para mejorar las cosas, entendiendo que, cuidando el entorno, por
minúsculo que ´éste sea, preservamos el ecosistema ayudando a la repoblación de
todas las especies y por supuesto aquellas que están en peligro de extinción.
Reciclar no se ciñe sólo a cumplir con la campaña publicitaria de turno hecha
por las administraciones con fines electoralistas, es de sentido común asimilar
que la mayoría de las cosas son reutilizables. Es decir: un compromiso personal
contraído con aquello que sea susceptible de ser fuente de energía, de lo contrario,
a las generaciones venideras les va a quedar la perspectiva de un futuro ignoto’.
‘Estoy de acuerdo, pero para llevarlo a cabo necesitamos un amplio despliegue
y, sobre todo, muchísima mano izquierda y toneladas de paciencia’. ‘A
veces me pregunto si lo que hacemos sirve para algo’. ‘¿No te lo parece?’.
‘Según’. ‘A mí me pasa igual. ¿Le has dicho ya a la niña que se va
una temporada con su papá?’. ‘No, todavía no’. ‘¿A qué esperar?’.
‘A tener fuerzas’. Y vaya si las tuvo. Esa misma noche realizó una de
las llamadas más difíciles de su vida. ‘Hola, Robin. Necesito que vengas a
por Elizabeth, me han detectado un tumor maligno y voy a entrar en el ensayo
clínico de una quimioterapia experimental’. Imaginó, al otro lado del
teléfono, palidecer la cara de su exmarido, temblarle las piernas y venírsele
encima una avalancha de incertidumbre.
‘Cariño
–dice Georgia Hardin–, mami tiene que hacer un trabajo muy importante y
voy a estar fuera algunos meses, por eso papá ha venido para llevarte con él,
ya verás qué bien lo vais a pasar juntos’. ‘Oye, gatito, no te
pongas triste, yo también quiero que estés conmigo. Además, con la llegada de
tu hermanito –esperaba el primer hijo de su segunda esposa–, necesitamos
de tu ayuda’. La niña, de apenas seis años, coge del brazo a su muñeca favorita
y se mete en la cama. ‘Robin, ten paciencia, está desconcertada y lo
manifiesta acentuando su carácter introvertido’. ‘Sabré estar a la
altura, no te preocupes. ¿Cuándo empiezas el tratamiento?’. ‘A finales
de semana me repiten la analítica y, si todo va bien, inmediatamente’. ‘¿Te
acompaño? No me parece buena idea que vayas sola’. ‘Ya, pero lo prefiero’.
‘Testaruda’. Sentada en la parte trasera del auto, con el cinturón de
seguridad presionándole la pena del pecho, las rodillas algo flexionadas, los
auriculares encajados y una película de dibujos animados, la criatura se abstrae
de eso tan raro e incomprensible que le pasa a su mamá. Ella, rota de dolor, arrima
los labios a la mejilla de la pequeña y, abrazándola, pronuncia las tres
palabras mágicas entre ellas: ‘I love you’.
Georgia
Hardin es una mujer de gran temperamento que nunca ha dejado de demostrar su fortaleza,
tanto en el ámbito privado como en el profesional. Cuarta hija de un destacado
miembro de la “National Rifle Association”, creció marcando distancias con los
defensores de la Segunda Enmienda, protagonizando, a menudo, desagradables
discusiones con su progenitor, quien propuso que la expulsaran de la iglesia
pentecostal cuando se negó a ser rebautizada. Así que, fue un gran alivio para
todos anunciar su matrimonio con un chico de buena posición, aunque la
felicidad duró poco. Ahora la miro y me duele verla tan deteriorada. ‘¿Te
sientes con ánimos para venir con nosotros? –digo, recostado en el mueble
archivador–. Si lo prefieres, puedes incorporarte más adelante’. ‘Ni
hablar, tengo efectos secundarios muy leves y no pienso compadecerme arrugada
en un sillón, sólo tengo cáncer, no estoy inútil’. ‘Por mi perfecto. ¿Dónde
os habéis metido, tíos? –pregunto a Jeff Blocker y William Harrison–. Hace más de una hora que os esperamos. Voy a hacer
unas fotocopias, enseguida vuelvo’. La puerta queda semi abierta y escucho sus
murmullos en tono bajo: ‘¿Creéis que Markel ha aceptado este proyecto para
ponerse a prueba?’. ‘Es un tipo bastante duro y han pasado muchos años desde que
su mujer falleció –interviene Jeff–. Las cosas se suavizan’. ‘Tú
le conoces mejor que nosotros, Georgia. Dinos qué opinas’. ‘Supongo que
no será fácil volver a Nueva Orleans, pero al final el dolor de las tripas toma
asiento’. ‘Sin embargo, una muerte así, tan trágica, deja secuelas’.
‘Bueno, lo importante es que se le nota entusiasmado’. ‘Ya, pero a
veces tiene la mirada tan sumergida en el vacío –corta William– que
parece hacer inmersiones en las anegadas calles de sus recuerdos’. Regreso
y callan…
Impresionante el viaje de hoy: Nueva Orleans, Aconcagua, Winona, Isla de Baffin. Joer, y lo mejor de todo la dosis de realidad que le echas.
ResponderEliminarNuevos personajes que se unen al rescatado de la ruleta y un horizonte para el relato prometedor.
ResponderEliminarTus finales son como algunos programas que enganchan con lo de "a la vuelta se lo contamos"😜
El otro día al saber que soy 'fusilable', y tras pensar en mis bisnietas/os, reflexioné sobre ese atajo de salvapatrias y bufones del reino y me llamó la atención que entre las "rutinas" que me iban a hacer perder estaban tus maravillosos relatos quincenales. Seguro que es una tontería, propia de la edad, pero quería que lo supieras. Gracias por invitarme a tan fantásticos "viajes". Besos.
ResponderEliminarUn fantástico y revelador viaje 😉
ResponderEliminar¡Muy interesante! Buen trabajo de documentación Mayte. Besos.
ResponderEliminarUn relato con mucho realismo, estupendo Mayte, un beso
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